Antonio Ruiz Fernández
Dedicado a mi buen amigo y consejero el Profesor Enrico Acquaro, siendo titular de la Cátedra de Estudios Fenicios y Púnicos en la Universidad de Bolonia (Italia), y que participó varios años en las excavaciones arqueológicas de Puente del Noi en Almuñécar (Granada, España), bajo cuyo consejo me decidí a intentar realizar este trabajo, nada fácil, por la gran cantidad de bibliografía antigua que se ha necesitado para su realización.
Introducción general que explica, de forma abreviada, los procesos del desarrollo de la vida militar de Amílcar Barca y su hijo Aníbal, pero se hace hincapié en Aníbal, protagonista de este trabajo.
A la llegada de los fenicios a la Península Ibérica se encontraron con un mapa geográfico compuesto por una serie de tribus de las que destacamos las más relacionadas con los dos período que se registran en la larga permanencia del elemento semita tanto en la franja costera como en el interior. Por ello es preciso distinguir dos fases claramente definidas a través de la historia de los fenicios en Hispania; un primer momento marcado por la convivencia de un mercado en Occidente, que puede comprender desde el siglo XII aproximadamente a. de n. e., y una segunda etapa, marcadamente de influencia cartaginesa, con un desarrollo algo diferente en lo que a objetivos primarios se refiere.
Recopilación de datos de autores sobre el tema.
Así, lo que prima en la case inicial de los contactos es la búsqueda de un mercado y fuente de intercambios con los aborígenes. en la segunda se mezclan los intereses, pero destacando como más relevante el establecimiento de un imperio militar. De aquí que la etapa de los Bárquidas esté fuertemente significada por la guerra contra Roma.
Esto sentado, los objetivos que se van a desarrollar a continuación exigen una clarificación de antecedentes sobre las poblaciones y tribus que los fenicios encuentran a su llegada a Hispania.
En los estudios modernos sobre la presencia del elementos fenicios en la Península, se han localizado numeroso yacimientos desde el Algarve portugués hasta las proximidades de Cartagena. Así, podemos destacar las necrópolis fenicio-púnicas de Huelva, como los restos aparecidos en su ría, que pueden adentrarse en una cronología bastante alta dentro de la primera fase. Los restos de ciudad aparecidos en el río Guadalhorce (Málaga); los numeroso enterramientos de la zona del río de Vélez (Toscanos, Trayamar, etc.); las necrópolis de Almuñécar y Villaricos; los numerosos y recientes restos de las cercanías de Cádiz, etc.
No se debe olvidar que los establecimientos no se limitaron exclusivamente a la franja costera, sino que hay penetraciones hacia el interior, como puede comprobarse en Alboloduy (Almería), y las necrópolis fuertemente influenciadas por los ritos orientales, como Carmona, Pozomoro, La Albaida, etc.
Todo ello se ve reflejado en los numerosos trabajos publicados por Blázquez, Blanco, M. Almagro Basch, Pellicer, Maluquer, Tarradell, etc.
Entre las conclusiones que derivan de estos trabajos modernos podemos destacar que, una vez concluida la conquista de la Península por parte de roma, el elemento feniciopúnico pervive y continúa su labor inicial, aunque bajo control romano.
En la actualidad se encuentran los estudios en un momento de análisis crítico sobre el pasado arqueológico y en una investigación sistemática y comparativa de los yacimientos actuales.
Se han utilizado las fuentes clásicas, que se indicarán al final del trabajo, con motivo el desarrollo de toda la temática que comprende esta investigación. Así pues, siguiendo los textos, con sus respectivas críticas y estudio comparado, iniciamos esta introducción general con os datos que nos ofrecen sobre la Península y sus gentes.
De esta forma nos encontramos con los siguientes elementos aborígenes bastante dispersos, siguiendo una ordenación geográfica del territorio, pero especialmente bético.
Reciben tal denominación por ser ka ciudad más significativa Basti (Badia), actual Baza o cercanías (Granada). el territorio de los bastetanos se extendía desde Murgi (Mojácar, Almería) y Acci (Guadíx, Granada). Las zonas más significativas ocupadas por este elemento humano es la de Mentesa Bastitana (La Guardia, Jaén), zona del nacimiento del río Guadalquivir en la sierra se Cazorla, y el río Segura en la misma demarcación.
Estrabón nos hace una descripción detallada de las costumbres y formas de vida de esta gente, indicándonos que los romanos copiarían muchos de estos detalles.
Hacía frontera con los bastetanos por el este y sur. Dentro de su territorio se encontraban Cástulo (actual Cazlona, Jaén), Mentesa Oretana (Santo Tomé, Jaén) y Daimiel (Ciudad Real). Se establecía una línea divisoria entre la Tarraconensis y la Bética, desde Murgi-Acci-noreste de Jaén, hasta el Guadalquivir.
Estos tenían al Este a los Oretanos; al Sur, a los Bástulos-Penos y, en la región de la Serranía de Ronda (Málaga), a los célticos (Se internaba por la parte occidental en la comarca de Córdoba y Sevilla, ocupando parte el occidente de Jaén y casi todas las provincias de Granada y Málaga.
El contacto con la cultura oriental, al abrigo de la benignidad de estas tierras, despertó y desfogó la imaginación de los griegos, quienes situaron en estas tierras los relatos fantásticos de los Campos Elíseos, los famosos rebaños de Gerión, la llegada de Baco y Pan, las Hazañas de Hércules, los reinados de Hispán, Hespero, Atlante…etc.
Su territorio se extiende en una línea que va desde Gibraltar hasta Vera (Probable Villaricos, Almería).
Entre esta tribu y los fenicios se realizan intercambios de intereses, como dice Salustio en una de sus obras.
Con relación a la descripción de las ciudades, Pomponio Mela nos dice que son pequeñas, enumerando las más importantes. Del intercambio entre y fenicios y aborígenes, habla también Avieno. El contacto entre estos elementos, bástulos con su riqueza y su cultura, y fenicios, con las manufacturas, desencadenó una fusión denominada «bástulos penos».
e) Elemento tartesio
Nada se sabe con claridad respecto a los tartesos. Las fuentes aparecen un tanto oscuras al respeto. Tan sólo Estrabón y Plinio nos dan algunos rasgos sobre ellos, recogiendo la tradición anterior.
f) Elemento celta
El territorio que ocupaba esta etnia se resumen en unas cuantas comarcas; en las cercanías de Ronda: Accinippo (Ronda la Vieja, Arunci (Morón, Sevilla), Turobriga (cercana a Arucci Vetus (Aroche, Huelva), Lastigi (Zahara), Alpesa (Cercanías de Conil), Cepona (Fantasía) y Serippo (Los Molares).
Dentro del terreno e las relaciones del elemento aborigen y el colonizador, Estrabón nos habla de la facilidad con que los fenicios se impusieron a los nativos que se pretendía colonizar.
FENICIA Y SU IMPULSO COLONIZADOR
Teniendo como trasfondo su marco geográfico, corto de espacio y sometido a frecuentes riesgos, las ciudades costeras de la parte de la cordillera del Líbano se lanzan a buscar expansión y establecer una economía de mercado basada en la explotación y elaboración de las materias primas que les proporcionarán los elementos colonizados. Encabezan estas iniciativas las ciudades más relevantes en este imperativo socioeconómico: Tiro, Sidón, Biblos, Arados y Beritus. Este movimiento tiene una fecha inicial a finales del siglo VIII a. de n. e., como viene demostrando la arqueología modernamente. Sin embargo, los textos antiguos sitúan para la Península Ibérica unas fechas de iniciación de contactos en el siglo XII a. de n. e. Nos sirve como punto de partida para fijar estos contactos, la fundación de Cádiz (1.100 aproximadamente).
Los fenicios establecieron relaciones comerciales con Castulo, Illiberi, Escua, Ilurco, Hipponova, e Illiturgi. Abdera, Ex y alguna otra colonia del sur fueron la base de los establecimientos que los fenicios crearon para explotar las minas del Sureste de la Bética.
Estrabón narra la llegada de los fenicios a esta localidad con leyendas fantásticas, como la fundación de Carteia por Hércules, quien puso límites al orbe conocido indicándolo con dos columnas y haciendo ver que las montañas de Calpe y Abila, una en la costa peninsular, y la otra en la africana, constituían una frontera-límite de la tierra y de las campañas del héroe.
Dentro de la narración de la fundación de Gadir figuran unos contactos previos de los fenicios en las localidades de Seks y Onuba. Hay quien opina que es pura leyenda, pero los últimos hallazgos, tanto en la ciudad de Almuñécar (vaso del siglo XVI a. de n. e.), como los de la ría de Hueva (embarcación hallada en la ría, cargada de productos manufacturados, de fechas anteriores a los datos cronológicos dados por la Arqueología a Cádiz), nos hace pensar que pueda ser cierta la leyenda porque encuentra algunos puntos de respuesta en la documentación arqueológica, admitiéndose que antes de la fundación de Gadir tuviera lugar la de Seks y Onuba. Las fuentes arqueológicas están a favor de esta tesis, pero con cierta prudencia.
Cuando se inician los contactos de los fenicios con las tribus costeras y parte del interior del territorio, se establecen relaciones y asentamientos permanentes, creando factorías y ciudades. Cabe pensar que estos emporios, principalmente dedicados al comercio y a la industria, comenzaran con pequeños núcleos de población que, al paso del tiempo y la llegada de nuevos colonos, crecieran hasta llegar a ser colonias de cierta relevancia, pero en nada pensable a los aglutinamientos de población mixta de época romana.
Así, pues, comienza a aparecer en la franja de Cadiz-costa, las colonias que se extenderán hasta el límite sur de la provincia de alicante; Barbesula (en la desembocadura del río Guadiaro), Salduba (Marbella, Málaga), Suel (Fuengirola, Málaga), Malaka (Málaga), Menoba (en la desembocadura del río Vélez), Sexti (Torrox, Málaga), Ex (Almuñécar, Granada), Selambina (Salobreña, Granada), Abdera (Adra, Almería), y Murgi (Mojácar, Almería).
RELACIONES CON EL INTERIOR
En cuanto al tacto de los fenicios dentro de terreno diplomático con las nuevas etnias, se tienen pocos datos. Las colonias creadas adoptaron un sistema federativo y establecieron un gobierno autónomo. Entre las más destacadas figuran Gadir y Malaka. No se conoce ningún detalle que deje entrever un rasgo de predominio político de una colonia sobre otra. El único vínculo que las unía era el origen común y los intereses comerciales. Cada colonia tenía sus propios magistrados. Estaban gobernadas por un sistema aristocrático jerarquizado que se encargaba de redactar las leyes y mantener los contactos con las colonias vecinas. Se disponía, ademas, de una asamblea en la que se tomaban decisiones cuando aparecían desacuerdos entre los magistrados.
PRESENCIA GRIEGA EN EL SUR PENINSULAR
Los autores antiguos nos citan dos colonias perfectamente identificables en cuanto a la identidad étnica: las colonias de Mainake y Odysea. De ella nos hablan Estrabón y Avieno. Estaban al frente de este movimiento migratorio los focenses. La primera de ellas está situada al Este de Málaga, aunque no se ha podido identificar aún. Desaparición de la esfera colonial a partir de la batalla naval de Alalia (535 a. de n. e.), fecha en la que los griegos sufren esta derrota y pierden sus relaciones comerciales con los supuestos tartesios. La ciudad de Odysea es un tanto hipotética, aunque se habla de ella.Hay quien la supone en el interior de la Alpujarra Baja de Granada, intentándola identificar con la actual Ugíjar. Pero todo es una mera conjetura basada en la toponimia. Estrabón, por su parte, afirma que al elemento griego se le atribuye la creación de algunas manufacturas, la introducción del uso de la moneda y algunas divinidades.
INTERVENCIÓN DE CARTAGO EN LA PENÍNSULA
Diodoro de Sicilia narra la llegada de los cartagineses explicitando detalles, a la Península. ante la competencia presentada por otras operaciones coloniales, como es la griega, y la resistencia o sublevación contra los fenicios de las costas y del interior, las colonias se vieron en la necesidad de buscar la protección de Cartago. A finales del siglo VII, los cartagineses se dirigieron a la Península pasando por Ibiza, asentándose conjuntamente con los fenicios, de su mismo origen, para reforzar la influencia y control que éstos venían manteniendo con los aborígenes. Este dominio se extiende prácticamente desde el Algarve hasta Baria. Fue realmente a comienzos del siglo V cuando se produjo la llegada fuerte de cartagineses. En esas fechas, los cartagineses se disputaban conjuntamente con los etruscos, el dominio del mar en Occidente contra los griegos, contra quienes en el año -535 combatieron en Alalia. Tras esta batalla surgió un nuevo dueño en la influencia y dominio comercial en el Mediterráneo Occidental. En estas fechas en la que se narran estos estos episodios, el pueblo romano se encuentra en los inicios de su historia. romanos y cartagineses firman un acuerdo en el que se deja bien claro que los romanos se comprometían, al igual que sus aliados, a no comerciar con la Península Ibérica ni, por lo tanto, a fijar colonias en este territorio. La primera Guerra Púnica, que duró 24 años, dio como resultado la pérdida de Sicilia y Cerdeña por parte de los cartagineses. No obstante los jefes cartagineses respaldados por su gran fortuna en sus emporios comerciales del resto del Mediterráneo, estaban un tanto perplejos por el lento pero sólido nacimiento de una segunda potencia. La pérdida de las grandes islas ponía en guardia a los cartagineses e intentaban hacer frente a esta humillación haciéndose fuertes en Hispania donde las riquezas estaban sin explotar y las tribus nativas eran idóneas para formar un ejército contra Roma. Amílcar Barca desembarca en Gadir con numerosos refuerzos africanos. Venía a Hispania con renombre y fama conseguido en África tras la terminación y arreglo de algunas discordias que comenzaban a perturbar el orden en Cartago. La pérdida de una colonias tan importantes suponía una seria advertencia a un imperio marítimo fraguado durante siglos. La estrategia de Amílcar Barca sopesó bien el proceso y significado del avance romano, y se adelantó para consolidar un frente que frenara y pusiera fura de combate a Roma. Sus intenciones concretas eran organizar un poderoso ejército y conducirlo hasta la misma Roma. No se puede olvidar que Amílcar Barca venía respaldado por un pasado glorioso: había conseguido dominar a los temibles libios. Era un guerrero prudente, hábil político, soldado intrépido y de buen trato con sus subordinados. Pero la hazaña romana le dejó fija una sola idea: destruir Roma y su poderío. Tras su llegada a la Península, recorre el territorio de los Turdetanos entablando con ellos estrechas relaciones. Sin embargo tuvo que someter a los Túrdulos al igual que a los Célticos y Oretanos. En todo este estratégico recorrido supo hacer acopio de riquezas, contentar a sus soldados con premios y establecer una bien entendida y prudente administración. La llegada de Amílcar tuvo lugar en el año -238. Al siguiente sometió a los Bastetanos y a otras tribus de la parte oriental, continuando su política de afianzamiento en la Península, guerreando y sometiendo a todas las tribus, desde las costas del sur hasta la desembocadura del Ebro. Este proceso habría dado pie a que el mismo Amílcar Barca emprendiera el ataque contra Roma, a no ser por el incidente ocurrido en Castrum Album, donde murió a manos de un hispano en una circunstancia desconocida por la habilidad de Amílcar. Asdrúbal, su yerno, le sucedió en el mando, ya que era su lugarteniente. Dentro de sus planes figuraba la idea de instaurar una nueva dinastía en Hispania. Con el fin de robustecer la empresa de Amílcar, fundó Cartago Nova (Kart Hadasth) en el año -228 a. de n. e. A partir de esta fundación fue esta ciudad, por su posición y comercio, el centro de las operaciones militares cartaginesas. como consecuencia de todo esto, las empresas militares iniciadas por Amílcar, fueron continuadas por Asdrúbal hasta llegar a pasar el Ebro. Los romanos, ocupados en la conquista de la Galia, sólo pudieron frenar su empuje hacia el Norte, consiguiendo que las colonias griegas fueran respetadas y la ciudad y territorio de Sagunto. Tras ocho años de gobierno, dio empuje a la agricultura y comercio. Murió a traición (Explicación dudosa). A la muerte de Asdrúbal, sube al poder Aníbal (año -221), hijo de Amílcar, por aclamación del ejército y posterior aceptación del Senado cartaginés. fue preparado por su padre tanto en el terreno político como militar. antes de tomar el poder había sido lugarteniente de su cuñado Asdrúbal. Los textos clásicos, como se verá, hablan del juramento hecho por Aníbal ante el altar de los dioses, de mano de su padre, prometiendo odio eterno a los romanos. Mientras Aníbal era aclamado como estratego por las tropas de Hispania, una oligarquía turbulenta enervaba el poderío de Cartago y alimentaba discordias hereditarias en el seno de las familias principales. Pero todo acabó, como se ha dicho, con la aceptación de aníbal por parte del senado cartaginés.
DEBATES EN CARTAGO POR LA ELECCIÓN DE ANÍBAL
La familia de los Hannónidas, que veía con recelo el encumbramiento de la familia Bárquida, se opuso a que el gobierno ratificase el nombramiento de Aníbal. Argumentó que era imprudente confiar el mando supremo de las tropas y encomendar el gobierno de Hispania a un joven ardiente y educado con instintos belicosos, y cuyo genio precoz iba a encender una guerra desastrosa entre dos repúblicas que podrían consolidarse con la paz y acrecentarse en el comercio. Como resultado de esta contienda política, el partido contrario a Hannón decidió aprobar el nombramiento de Aníbal. Éste tomó el mando a los 26 años. Tenía dotes de gran militar y madurez de anciano. Las opiniones sobre este personaje son encontradas según los planes y procedencia de los bandos contendientes. Lo que para uno es defecto, para otro es virtud y en ello se juega la eficacia. La «fides púnica» es un instrumento de rivalidad púnico-romana que se pone en práctica como elemento de guerra. Aparte de esto, es propio del carácter del elemento norteafricano. Era tal la influencia psicológica que los soldados veteranos que, cuando jóvenes había sido conducidos a la victoria por Amílcar, se entusiasmaban al contemplar en el hijo, la misma postura, el mismo semblante, la misma gallardía del padre. Veían en él resucitado a su antiguo general: los bisoños admiraban a un compañero; y la plebe, preciada de exterioridades vitoreaban al bizarro mancebo y al joven héroe.
La primera actividad de Aníbal fue el ponerse en contacto con los pueblos y comarcas sometidas por sus antecesores. Dentro de estos pueblos podemos destacar, en el territorio de la Bética oriental: Castulo, Illiturgi, Illiberi, Illurco, Illipula, Escua, Ebora…etc., como más significadas. Las regiones del norte eran las más reaccionarias y las que realizaban incursiones sobre las ricas regiones del sur. Entre las ciudades destacadas de la región sur sobresale en la vida de Aníbal, la plaza de Cástulo, importante por pertenecer a ella destacadas familias de la Hispania antigua. en ella Aníbal tomó esposa: una doncella llamada Himilce, fenómeno curioso porque el nombre no es ibérico sino fenicio, probablemente originario de los fenicios comerciantes). Este matrimonio no solo respondía a la vida afectiva de Aníbal, sino también a las pretensiones políticas de su programa de actividades. Tal acción significó un reforzamiento entre las relaciones de las dos etnias, hecho que repercutiría de forma positiva en la decisión de formar un gran ejército contra su objetivo principal: Roma.
Como preámbulo al programa de sus proyectos inicia una serie de preparativos de carácter general; abrió caminos, fortificó pueblos, construyó puentes, levantó torreones en las colinas más destacadas y en puntos estratégicos de las costas que durante siglos conservaron el nombre de «Torres de Aníbal», cuyo fin cubría tanto la seguridad de las ciudades y territorios comarcales como la vigilancia y control del movimiento marítimo en las costas y mares. Las relaciones con Himilce no retrasaron ni frenaron los planes contra Roma. Preparó un ejército sometiéndolo a una rígida disciplina. Emprendió compañas contra pueblos del interior y parte del Norte: Olcades, Vacceos y Carpetanos. Después del éxito militar sobre estas tribus, no tomó represalias, sino que procuró con su astuta sagacidad, ganarse su amistad y apoyo con el fin de formar bloque con ellos y presentar al enemigo un ejército gigantesco. Consiguió unificar el territorio comprendido entre la Bética y el Ebro, cosa que no pudieron realizar ni su padre ni su tío. La única ciudad que se mostró reacia a Aníbal fue Sagunto.
Episodio de Sagunto
Sagunto fue una colonia griega a la que los cartagineses se habían comprometido a respetar tras el primer tratado pactado con los romanos en el reparto de influencias y limitaciones. A la vista de los éxitos obtenidos por Aníbal en la Península, los romanos sintieron recelos y procuraron mantener estrechas relaciones con el pueblo saguntino, afirmando su alianza. Esta plaza era en realidad el foco de las intrigas romanas contra Aníbal. Desde aquí se procuraba por todos los medios sublevar a los pueblos que el cartaginés había sumado a su causa. Ante tal situación política, Aníbal informó a su gobierno de la doble actuación romana: sublevación de las tribus próximas a Sagunto y las vejaciones a que se veían sometidos los aliados de Cartago. Recibió autorización del senado para someter a esta ciudad y así quedar con las espaldas libres cuando emprendiera su marcha contra Roma, ya que era un peligro dirigirse a Italia con un enemigo dentro de sus dominios. Ante el cerco de Sagunto, el senado romano envía una embajada para entrevistarse con Aníbal, quien los recibió y escuchó. Le pidieron que se abstuviera de atacar al pueblo saguntino porque aliado del pueblo romano y, a la vez, recordar el pacto de limitar sus campañas en las orillas del Ebro. La ciudad fue tomada y destruida sin recibir apoyo alguno por parte de los romanos. La toma de Sagunto fue un reto a muerte entre Cartago y Roma. La actitud romana frente a los saguntinos despertó recelos entre sus pueblos aliados y creó un malestar de inseguridad entre ellos. Por su parte, la acción de Aníbal creo un ambiente de inseguridad y firmeza, a la vez que demostraba una actitud valiente y decidida. Los romanos no llegaron a comprender que los resultados y consecuencias de la toma de Sagunto fuera una declaración abierta de guerra por parte de Cartago que hacía pactos, tras estas hazaña, con los galos y preparaba un gran ejército para dirigirlo contra ellos. Ante esta situación el senado romano concibió serios temores y se apercibió para la guerra. La sagacidad de Aníbal era imprevisible. Las riquezas capturadas a los saguntinos sirvieron, por un lado, para sus soldados; por otro, con estos bienes se ganó mediante soborno a sus amigos y parciales que apoyaba su partido en Cartago, La conmoción producida en roma antes estos sucesos de Hispania, motivó que el senado romano investigara si la acción llevada a cabo por por Aníbal era el resultado de una hazaña individual de un cartaginés o había recibido el respaldo y apoyo del senado de Cartago. Ante tal dilema el senado romano pidió, en el primero de los casos, la entrega de Aníbal y, en el segundo, la declaración de guerra. Roma, en efecto, envía una embajada a Cartago que no recibió mas que manifestaciones hostiles y reconvenciones contra Roma como promovedora de las infaustas discordias. Aníbal, entre tanto, oía y se preparaba ante lo que ya era inminente: la guerra contra roma que había programado. Tanto la preparación material como la organización de los planes, tuvieron lugar en Cartago Nova. De aquí se dirigió a Gadir para celebrar en el templo de Melkart la toma de Sagunto y poner bajos los auspicios de los dioses sus futuras empresas. Respecto a la preparación del ejército, Silio Itálico nos narra que parte de él estaba integrado por soldados de la Bética. al frente de ellos iban dos personajes importantes: Phorcys y Araurico. Del territorio tartésico también tomaron parte gran cantidad de soldados. Éstos se sumaron a los Oretanos, Túrdulos, Astures, Celtiberos y Cántabros. Según nos cuenta Silio Itálico, Phorcys murió en la batalla del lago Trasimeno, y Araurico quedó gravemente herido. Cuando el ejército de Aníbal entró en Italia y se produjeron los primeros reveses sufridos por los romanos, Gneo Escipión, con una escuadra, contraataca a los cartagineses en su propio terreno. Desembarcó en las inmediaciones de Tarragona y derrotó a Hannón, jefe de enlace con el ejército de Italia. Asdrúbal, hermano de Aníbal, ante la pérdida de Hannón, no presentó batalla y se replegó hacia los cuarteles de Cartago Nova. Gneo Escipión se quedó en Tarragona. Pasado el invierno, Asdrúbal y su hermano Amílcar emprende de nuevo la campaña contra Escipión en la desembocadura del Ebro. A la vista de este desastre. Asdrúbal hacia las costas meridionales. Los romanos, ante esta deserción, se apresuran a ganar terreno y se lanzan a la conquista del Sur. Pero antes de esta partida se formalizan pactos con los pueblos sometidos a fin de tener las espaldas cubiertas. La mar quedó a merced de los romanos, hecho que dio pie a que penetrara por Almería y avanzara a través de Basti (Baza, Granada) y Auringi (Jaén), saqueando y destruyendo cuanto encontraba a su paso y le ofreciera resistencia o había tenido relación con los cartagineses. Asdrúbal tuvo que hacer frente tanto a los errores y cobardía de sus mandos, como al avance inexorable de los romanos en la conquista de la Península. Se refugió en la Lusitania donde tenía grandes refuerzos, para organizarlos y hacer frente al enemigo. Los Celtiberos, que había pactado con los romanos, recibieron plena libertad de acción y se dirigieron contra los pueblos del Sur, causando gran desastre. A pesar de todo, Asdrúbal se sobrepuso y consiguió rechazarlos. Roma comprendió que, ante los desastres contra los cartagineses en Italia, y, ante los progresos de Escipión en Hispania, era preciso minar el poderío cartaginés en su propio terreno. De aquí que encomendara el envío de refuerzos a Hispania y se ordenara hacer pactos con los pueblos vecinos de los Pirineos, a fin de cortar el paso a un posible abastecimiento de Aníbal a través de esta ruta. En el año -215 el foco más importante de la actividad bélica estuvo centrado en las ciudades más opulentas y seguras que mantenían los cartagineses en la Bética. Las ciudades de su parte oriental fueron las que sufrieron el mayor impacto de despliegue político y militar llevado a cabo por Gneo y Publio Escipión. Los cartagineses mantuvieron gran cantidad de mujeres hispanas como rehenes en la ciudad de Sagunto. Su liberación por los romanos supuso una captación de simpatía y la liberación de un yugo impuesto por Cartago. De esta forma se renovó la antigua alianza con Sagunto. Gneo Escipión se encargó de combatir la resistencia por tierra mientras que Publio procuró interceptar cualquier envío de refuerzo desde Cartago. Debido a esto, las costas del sur fueron controladas por la marina romana desde el año -215. Dado que las fuerzas de Asdrúbal no eran suficientes para presentar batalla a los romanos, se decidió esperar refuerzos desde África. Mientras tanto se retiró a Gadir, por prudencia, ante imprevistos. A pesar de ello, y tras dejar bien preparada su escuadra, decidió presentar batalla a los romanos. Pero ocurrió un hecho imprevisto por Asdrúbal; los prefectos de las naves cartaginesas, considerados culpables del desastres del Ebro, temiendo severas represalias, desertaron y desembarcaron en Carteia y sublevaron la región céltica, dedicándose al robo y al saqueo. Al frente de los sublevados se encontraba un personajes llamado Galbo. Éstos no se atrevieron a presentar batalla abierta, sino que practicaron la guerrilla hasta tal punto que Asdrúbal se vio obligado a buscar refugio en lugar fortificado. Los rebeldes se dirigieron contra Escua (Archidona, Málaga) y la tomaron por la fuerza. Esta plaza era un recinto fortificado casi inexpugnable por su configuración geográfica. Estaba bien pertrechada de víveres, municiones y vestuario para el ejército cartaginés. La escasa guarnición con que estaba defendida permitió a los rebeldes tomarla sin dificultad. Teniendo en cuenta la indisciplina que reinada entre éstos, Asdrúbal preparó sigilosamente su ejército, y tras algunas batallas, logró recuperar la ciudad. Cuando apenas había sido apaciguada la rebelión, Asdrúbal recibió órdenes del senado cartaginés de pasar a Italia. Esta noticia cundió hasta llegar a oídos e los romanos. Asdrúbal, por su parte, informó al senado del peligro que implicaba desguarnecer la Península. Los romanos, que estaban prevenidos, se aprestaban para una contraofensiva decisiva y final. Tales precauciones y riesgos fueron debidamente comunicados al senado de Cartago, quien decidió mandar a Himilcón con una escuadra y ejército de refuerzo. Una vez llegadas estas tropas, Asdrúbal tuvo el camino expedito hacia Italia para sumarse el ejército de Aníbal. Puestos en aviso los Escipiones, presentaron batalla en Metauro y este ejército fue derrotado aparatosamente. Asdrúbal se vio obligado a retroceder a las provincias meridionales de la Península con el resto del ejército superviviente. Toda esperanza de trasladarse a Italia quedó abortada. Los Escipiones, tras esta victoria, quedaron mermados en víveres e impedimenta en general. Para no captarse antipatías ante los pueblos hispano, solicitaron del pueblo romano y del senado ayuda con el fin de conseguir y proseguir sus victorias, ganando terreno en el único frente donde los cartagineses estaban sufriendo serios y casi irreversibles reveses. El senado, con gran esfuerzo, consiguió mandar la ayuda solicitada. Este refuerzo se puso de inmediato en marcha hacia la ciudad de Illiturgi, que se encontraba cercada por Asdrúbal. Esta localidad había desertado en favor de los romanos El asedio fue llevado a cabo conjuntamente por Asdrúbal, Amílcar y Magón. Los romanos consiguieron llegar a tiempo y romper el asedio. A pesar de ser en número inferiores a los cartagineses, consiguieron entrar en la ciudad después de alcanzar la victoria. en corto espacio de tiempo tanto el ejército cartaginés como el romano se apresuraron a equiparse y prepararse para nuevas confrontaciones. Los planes de ambos eran deshacer las alianzas de ayuda mutua entre pueblo y ejército. Tito Livio nos dice que toda la Hispania Ulterior se habría perdido por los romanos si Publio Escipión no hubiera pasado el Ebro y reanimado el espíritu de sus aliados. Los cartagineses reciben un nuevo refuerzo de África a las órdenes de Asdrúbal Gisgón. Como consecuencia de todos estos preparativos se produce un nuevo enfrentamiento en las cercanías de Castrum Album (Acra Leuca) ¿Alicante?) con un resultado indeciso. Asdrúbal trató de resarcirse de las derrotas sufridas, pero se produjo una nueva deserción; Cástulo, patria de la esposa de Aníbal, se había pasado al bando de los romanos. Illiturgi (Mengíbar, Jaén) era el centro de intrigas y conspiraciones llevadas a cabo por los agentes de los Escipiones contra la dominación cartaginesa. Era aquí donde se hallaba el punto de partida de todas las actividades secretas con los magnates de las comarcas vecinas.. Toda esta labor de zapa, hábilmente preparada contra los púnicos, dio como fruto la deserción de Cástulo. La ciudad fue cercada con el fin de conseguir su rendición, sometiéndola al desabastecimiento y consecuente hambre. Pero tras una maniobra astuta, Escipión consiguió introducir víveres en la ciudad, haciendo, además, levantar el cerco. Los cartagineses, en venganza, se dirigieron hacia Biguerra (¿Bogarra ?, Albacete), que al igual que Cástulo, se había pasado al bando de los romanos. La inmediata acción defensiva de éstos, evitó la guerra, y Asdrúbal se retiró a Munda. El ejército romano continuó su persecución contra los cartagineses hasta alcanzarles en Munda. Se produjo un enfrentamiento en el que Gneo Escipión fue herido. A pesar de la ventaja cartaginesa, este combate no tuvo resultados positivos para nadie. El Propio Tito Livio indica que el resultado a favor de los romanos fue un rumor. El estado de Escipión provocó el desconcierto entre las filas romanas, que huyeron desalentados. Esto dio pie a que Asdrúbal tomara la iniciativa y, con el campo favorable, comenzara a ocupar las comarcas sublevadas, llegando hasta Auringi (Jaén). A pesar de la herida, Gneo Escipión reorganizó su ejército y venció a los cartagineses en esta ciudad tras un asedio. Ante tal situación, Asdrúbal, siguiendo la táctica de Aníbal, hizo estrechas alianzas con los galos, consiguiendo un ejército que llegó hasta Cartago Nova al mando de dos régulos llamados Civismaro y Menicato. En realidad este ejército, formado por gente que sólo pretendía el pillaje, robo y saqueo de las comarcas sublevadas, fue pronto derrotado por una milicia organizada y con ideas muy diferentes.
Ambos ejércitos se mantuvieron inactivos durante el año que sigue a la derrota de los galos en Hispania (-214). En este interim los romanos aprovechas una oportunidad para establecer relaciones y alianzas con la ciudad de Sica, en el Norte de África. Esta ciudad, gobernada por Sífax, pide a los romanos que formen un ejército con las numerosas hordas de africanos. Fue encargado de llevar esta labor Quinto Statorio. Envalentonado Sífax con esta nueva alianza, invade el territorio donde se encontraba Masinisa quien lo derrota venciéndolo y obligándolo a desterrarse. Masinisa, después de esta victoria, pasa a Hispania en ayuda de Asdrúbal Gisgón, desembarcando en Cartago Nova. Entre tanto, romanos y cartagineses se dedican a pactar alianzas con el fin de renovar la guerra, buscando apoyo. Los púnicos reforzaron sus tropas con la ayuda aportada por Masinisa, de un lado, y tropas hispanas, contando, pues, con tres cuerpos de ejército. Al frente del primer ejército se encontraba Asdrúbal Barca, instalado en Anatorgis (Requena o Teruel). Los otros dos se encontraban en la comarca de Jaén, mandados por Magón y Asdrúbal Gisgón. Comenzada la contienda, los Escipiones creyeron más estratégico atacar ambos frentes ya que cabía la posibilidad de que alguno de ellos rehusase el combate y se prolongase aún más la guerra. Pero esta táctica no dio el resultado esperado a los romanos. Publio Escipión, con dos terceras partes de su ejército, acudió en busca de Asdrúbal Gisgón y Magón. Gneo Escipión, con la tercera parte restante, salió al encuentro de Asdrúbal Barca. Gneo se dirigió hacia donde Asdrúbal Barca,valiéndose de amenazas y prodigando dádivas, consiguió que desertaran los celtiberos Anatorgis, componentes del ejército romano. Por lo que tuvo que ponerse en retirada ante el acoso cartaginés. Por su parte, Publio había tomado posiciones en Cástulo, donde en poco tiempo se vio bloqueado. En ello tuvo una eficaz actuación Masinisa, que dejó, con su caballería ligera, sin respiro al ejército romano. Puso en vilo al contingente romano día y noche con toda clase de escaramuzas. Publio recibió la noticia de que Indívilis, jefe de Susetanos (de las comarcas de Valencia y Murcia), venía a unirse a los cartagineses. Tal movimiento de tropas hizo pensar a Publio que su hermano Gneo había tenido dificultades, por lo que decidió burlar las líneas de Masinisa durante la noche y salir el encuentro de Indivilis. en esta salida dejó a su lugarteniente Fonteyo, al mando de una escasa guarnición. Con todo, no consiguió burlar a Masinisa que, de inmediato, salió en su persecución Cuando el ejército romano estaba a punto de atacar a Indivilis , hizo su aparición la caballería númida, quedando Publio entre dos frentes A esto se sumó la aparición en escena de las tropas de Magón y de Asdrúbal Gisgón. Publio perdió la vida en esta batalla. Las tropas romanas se dieron a la fuga desconcertadas. Los númidas salieron tras los fugados causando una masacre entre ellos. Algunos se salvaron refugiándose en Segura de la Sierra y en Illiturgi. Tras esta victoria, Magón y Asdrúbal dieron algún descanso a sus tropas, y se encaminaron para unirse a Asdrúbal Barca, que se encontraba en lucha con Gneo Escipión. Cuando éste divisó la numerosa tropa que se dirigía contra él, intuyó que algún desastre había ocurrido a su hermano; por lo que rehusó el combate y se refugió en una torre que poco después fue cercada e incendiada por los cartagineses, muriendo en ella Gneo Escipión. La nueva victoria llevó a los cartagineses a recuperar sus antiguas alianzas con los pueblos de esta comarca. Biguerra fue una de ellas. El partido cartaginés cobró aliento en todos los pueblos que había aceptado la causa romana. La plebe de Cástulo e illiturgi se alzó contra los romanos que aún quedaban en estas plazas aniquilándolos. Así termina esta primera fase de las guerras púnicorromanas en lucha por la supremacía politicomilitar en territorio hispano. Una vez derrotados los romanos, el ejército cartaginés despreció la presencia de aquellos en la Tarraconensis. Este descuido va a suponer una reacción por parte de Roma, que provocará la total destrucción del poderío cartaginés en la Península. Asdrúbal se hizo fuerte en la Hispania Ulterior. su avance hacia tarragona fue lento.
Por otro lado, Asdrúbal preparaba un ejército para ir contra Italia.
Entre tanto el joven romano llamado Gayo Marcio consiguió formar un ejército a base unir soldados fugitivos y dispersos. Con ello consiguió organizar una división que contuvo el intento de Asdrúbal de atravesar el Ebro (año -212). De esta forma deshizo sus planes consiguiendo con ello reavivar la esperanza de un triunfo de las tropas romanas en Italia.
El senado romano, sabedor de la derrota y muerte de los Escipiones, vio con agrado los triunfos de gayo Marcio, quien se hizo nombrar propretor por el ejército. Este detalle no agradó al senado, que era quien otorgaba tales títulos, y nombró propretor a Claudio Nerón, que desconocía la astucia de Asdrúbal, y no consiguió su propósito de derrotarlo.
Apenas desembarcó en Tarragona, tomó el mando del ejército que había mandado Gayo Marcio. A estas tropas se sumaron las recuperadas por Tito Fonteyo en Segura de la Sierra, descendiendo hasta donde se encontraba Asdrúbal. Consiguió sorprender sigilosamente a las tropas cartaginesas en el desfiladero denominado Lapides Atri, entre Mentesa e Illiturgi. Atrapado Asdrúbal en este desfiladero, podía fácilmente haber sido aniquilado si el romano hubiera conocido la táctica diplomática del cartaginés. En efecto, Asdrúbal envió emisarios comunicando a Claudio Nerón que sus intenciones eran evacuar rápidamente Hispania, ya que su ejército estaba desgastado de tantos enfrentamientos producidos con los romanos. Tal noticia fue tomada al pie de la letra por el romano, y Asdrúbal, aprovechando la dilación de tal estratagema, se aprestó a organizar la retirada. Claudio Nerón, que se disponía a negociar con el cartaginés, se encontró con que al día siguiente, el campo del ejército cartaginés había sido levantado y abandonado.. Intentó avanzar en persecución del enemigo, pero tan sólo mediaron escaramuzas de mediana importancia.
Claudio Nerón perdió su confianza ante el senado, quien planeó un nuevo nombramiento para restaurar la pérdida militar y prestigio, no sólo por la muerte de los Escipiones, sino por la ridícula acción de Claudio Nerón. Se solicitaron voluntarios, pero nadie quería correr el riesgo de perder su prestigio ganado con el esfuerzo. En esta situación se presentó ante el senado Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio Escipión y sobrenombre de Gneo. Se ofreció para vengar la muerte de entrambos Escipiones así como la intención de recuperar la Península Ibérica. A pesar de los obstáculos que se le presentaron, como el de su juventud, 25 años, fue aceptado para tal cargo y empresa. Así, fue nombrado procónsul, tras una demostración de su habilidad oratoria persuasiva sobre conocimientos militares y estratégicos relacionados con Hispania y el carácter de los hispanos. En sus primeras operaciones partió con ejército y escuadra arribando a Ampurias. De aquí se dirige por tierra a Tarragona y se preparó para entablar combate. Allí convocó a las tropas de Gayo Marcio procurando reanimarlas afirmando alianzas y procurando otras nuevas. La situación de los jefes cartagineses en la Península era la siguiente: Asdrúbal Barca, en Cástulo; Magón, en Gadir; Asdrúbal Gisgón en la Mancha.
En el año -210, Escipión reunió su ejército en Tarragona, y se preparó para entablar combate. Su objetivo, llevado en secreto, fue el casco de Cartago Nova. Los detalles de esta campaña sólo eran conocidos por sus íntimos, como Gayo Laelio, quien se puso al frente de la escuadra ye, partiendo de Tarragona, llegó en siete días a Cartago Nova. El ataque se planeó por la parte norte de la ciudad, que era su punto más vulnerable. Tras algunos avances y retrocesos, los romanos lograron penetrar en la ciudad. Fue saqueada y sometida. Asdrúbal se rindió.
POLÍTICA DE ESCIPIÓN
Después de esta victoria, Escipión reúne sus tropas de tierra y mar , tras elogiarlas y premiarlas debidamente, se dispuso a organizar las primeras acciones a llevar a cabo. Así, pues, comienza por una táctica muy política. Entre los prisioneros hispanos de Cartago Nova, tenidos como rehenes por Asdrúbal, se encontraban algunos magnates para asegurar sus alianzas con los demás pueblos. Se encontraban también muchas familias opulentas establecidas en Cartago Nova, que preferían, para vivir, una ciudad que proporcionara todo género de comodidades y el brillo de un lujo espléndido a las pobres aldeas sometidas a sus patrimonios. Escipión convocó a los más notables personajes, les exhortó con afabilidad y tacto, y les hizo saber que los romanos conquistaban los pueblos con beneficios y no con violencia, diciendo que la buena disposición a la República romana y no una odiosa servidumbre había de ser el vínculo que con él los enlazase. Los despidió cordialmente en absoluta libertad. Hizo formar un estado de los demás españoles cautivos, de sus nombres y patria y, regalando a los más jóvenes anillos y brazaletes, a los viejos espadas y puñales,, les permitió, con afables amonestaciones, volver al seno de sus familias. La conducta de Escipión granjeó a los romanos más partido que la derrota de ejércitos. Llegó a conocer rápidamente el carácter hispano. El pueblo en su rudeza se dio cuenta de que los romanos tan sólo eran enemigos de los cartagineses. Escipión apareció a los ojos de los hispanos como un elemento beneficioso para la comunidad rehecha. La rendición de la capital del imperio cartaginés permitió a los romanos tomar asiento firme en la Península. Aunque los cartagineses ocupaban las plazas principales y conservaban numerosos aliados y todos los elementos de resistencia, la pérdida de una capitalidad y la proximidad de un centro de operaciones enemigas,, no podían menos de ser un paso avanzado para la futura dominación. La conquista de Cartago Nova favoreció rápidamente el dominio moral que la política romana iba preparando contra el gobierno norteafricano. Asdrúbal quedó sorprendido al saber el asalto y toma de la ciudad y, desde la comarca de Cástulo, donde permanecía con su ejército, procuró atenuar la pérdida y reanimar el espíritu de sus soldados y oficiales. Para ello quiso arriesgar una batalla desafiando y provocando a Escipión. Este enfrentamiento se produce en el -209.Los cartagineses ocupaban con recelo la comarca de Cástulo, porque el partido prerromano se había ensoberbecido e inspiraba temores de un levantamiento. En esta misma fecha tiene lugar la batalla de Bilches. Escipión avanza desde Tarragona para enfrentarse al enemigo, encontrándose con él en las cercanías de Abula. Al avistarse ambos ejércitos, Escipión envió algunas tropas para contener a la terrible caballería númida. Intentó Escipión luchar en campo abierto, pero Asdrúbal se mantuvo firme en sus posiciones. Sabiendo el romano que el cartaginés esperaba la ayuda de Asdrúbal Gisgón y de Magón , temió que pudiera convertirse aquello en algo similar a lo de su padre y tío. Por ello se decidió a presentar batalla rápidamente. Decide, pues, atacar y consigue tomar Bilches Tras ello, Asdrúbal se ve forzado a retirarse hacia el Tajo. Después de esta batalla Escipión dejó en libertad a muchos hispanos sin rescate, tras haber sido hechos prisioneros. Con ello no hacía más que seguir adelante con su táctica diplomática de hombre clemente y generoso. Asdrúbal Gisgón y Magón acudieron tarde en ayuda de su jefe. Escipión se retiraba a Tarragona por el puerto de Muradal cuando ambos generales llegaban al ya abandonado campo de batalla. A pesar de la victoria de Abula por parte de los romanos, ello no supuso una pérdida cuantiosa para los cartagineses, puesto que continuaban con numerosas fuerzas haciendo la guerra en la Península. Éstos fusionaron sus ejércitos para reforzar el de Aníbal en Italia. Reunidos los dos Asdrúbal, Magón y Masinisa, resolvieron que Asdrúbal Barca pasase a Italia, encargándose Masinisa de llamar la atención de los romanos hacia la parte meridional de Hispania. Asdrúbal Gisgón vigilaría el resto de las provincias manteniéndose a la defensiva. Magón por su parte, se dirigiría hacia las Baleares a fin de reclutar soldados. El proyecto de marcha sobre Italia comenzó a ponerse en acción a principios del -208. Asdrúbal superó por las mismas vías que su hermano Aníbal, los Pirineos y los Alpes, descendiendo a continuación a las llanuras de Italia.
La noticia de este nuevo contingente causó espanto en Roma. Asdrúbal cercó Plasencia desde donde envió cuatro galos y dos númidas a caballo, portadores de informes para Aníbal que se encontraba en el punto opuesto del territorio italiano. Extraviados los emisarios en su marcha, cayeron en poder de un destacamento romano mandado por el propretor Claudio Nerón. Éste consiguió averiguar la misión de los emisarios y atacó a Asdrúbal, deseoso de vengar la afrenta sufrida en Hispania. Asdrúbal fue emboscado y murió luchando. Mientras tanto Asdrúbal Gisgón, Magón y Masinisa, mantenían en Hispania la guerra contra Escipión. Aquellos rehusaron el combate frontal esperando noticias de Italia. Sabido el desastre, resolvieron tomar la ofensiva y estimular para la guerra a sus aliados. En el año -207 tiene lugar el cerco de la ciudad de Auringi. Ante el panorama planteado por la derrota del ejército enviado a Italia y tras la decisión de iniciar los combates contra los romanos en la Península, Magón se anticipó excitando a los celtiberos. Pero el propretor Marco Silano se dirigió contra ellos consiguiendo dispersarlos y haciendo prisioneros a sus jefes. El propio Escipión persiguió a Asdrúbal Gisgón que tenía en esta comarca todo su ejército. Éste, al aproximarse los romanos, se repartió entre las cercanas fortalezas y ciudades principales burlando las intenciones del enemigo. Como Escipión quería trabar batalla decisiva, pensó que había perdido la oportunidad y se dio cuenta que era preciso poner cerco a las plazas cuyas rendiciones exigían tiempo y en cuyas empresas ponían en peligro su reputación militar. Teniendo en cuenta estas premisas, retrocedió hacia las provincias del norte y encargó a su hermano Lucio el cerco de Auringi. Esta plaza fue segunda por su categoría y los romanos se apresuraron a tomar, desde que desde aquí se controlaba la mayor parte de la Bética. Lucio intentó persuadir a los soldados y ciudadanos a la rendición, pero obtuvo una respuesta negativa. Por ello se preparó para el asedio levantando doble foso y trinchera. Tras diversas escaramuzas con avances y retrocesos, lograron dejar desguarnecida la ciudad en algunos puntos. Tras la rendición de la ciudad, ya que los ciudadanos abrieron sus puertas, los soldados salieron y se entregaron a los romanos. Los generales cartagineses no se preocuparon demasiado por este revés. Reorganizaron un ejército en las comarcas donde aún no habían entrado los romanos. Con él ocuparon Illipa. Cuando Escipión conoció la magnitud de este ejército, se aprestó a no cometer el error de sus antecesores. Confió en un jefe llamado Colca que tuvo gran influencia en la comarca de Granada y entornos. Los únicos aliados de que disponían los romanos se entraban en las proximidades de Illiberi y lugares próximos a la misma. Mientras que los cartagineses dominaban Málaga, Sevilla, Córdoba y gran parte de Jaén. Escipión conmocionó a Marco Silano para conducir esta fuerza que se unió al resto del ejército junto a Cástulo, donde estaban los mandos. Desde este punto partió el procónsul en busca de los enemigos congregados en las inmediaciones de Betula. Se produjo un choque entre las fuerzas romanas y cartaginesas, que se encontraban al mando de Magón y Masinisa. Escipión, con buena estrategia, consiguió ponerlos en retirada hacia Sevilla. Poco tiempo después dio en Carmona un combate donde los cartagineses, muy mermados en sus fuerzas, se vieron obligados a retirarse a Gadir. Aprovechando la coyuntura política, Escipión se puso en contacto con el norte de África con el fin de establecer alianzas con el rey Sífax. Por su parte, el gobierno cartaginés ordenó hacer los mismo a Asdrúbal Gisgón. Algunos historiógrafos dicen que las dos embajadas presentes ante el rey Sífax llegaron a residir juntas. Escipión quedó aparentemente amigo de Sífax. Pero Asdrúbal jugó su carta política ofreciéndole por esposa a su hija Sofonisba, hecho que decantó en favor del cartaginés. Masinisa, que también era candidato a tal matrimonio, se sintió ofendido y se pasó al bando de los romanos. Con ello la balanza *******se inclinó a favor del bando de Escipión. Escipión regresa a Cartago Nova con una misión perfectamente cumplida: enfrentar a los dos africanos. Debido a su ausencia, el bando cartaginés había conseguido afirmar alianzas. Con ello la situación se encontraba un tanto revuelta. Cástulo e Illiturgi se habían rebelado. El bando cartaginés se vió reforzado. Escipión soportó toda clase de agravios hasta encontrar la situación idónea para tomar represalias. cuando hubo conseguido dar un escarmiento a los elementos pro cartagineses, dirigió su ejército contra Illiturgi, ordenado a la vez que Mucio Marcio tomase por las armas Cástulo. Illiturgi se aprestó a dar cara a los romanos. Tras una penosa y encarnizada lucha, con grandes pérdidas por parte de Escipión, la ciudad fue tomada y sus habitantes muertos sin distinción. La ciudad fue completamente destruida. Con ello desapareció una de las ciudades más fuertes de la Hispania antigua. Se suele identificar con Andújar o Santa Potenciana. Destruida Illiturgi, Escipión se dirige contra Cástulo que estaba en posición de los cartagineses. Temiendo una matanza similar a la de Illiturgi, Castulo se le pensó mejor y llegó a un acuerdo con los romanos si que se produjera derramamiento de sangre.
La noticia de este nuevo contingente causó espanto en Roma. Asdrúbal cercó Plasencia desde donde envió cuatro galos y dos númidas a caballo, portadores de informes para Aníbal que se encontraba en el punto opuesto del territorio italiano. Extraviados los emisarios en su marcha, cayeron en poder de un destacamento romano mandado por el propretor Claudio Nerón. Éste consiguió averiguar la misión de los emisarios y atacó a Asdrúbal, deseoso de vengar la afrenta sufrida en Hispania. Asdrúbal fue emboscado y murió luchando. Mientras tanto Asdrúbal Gisgón, Magón y Masinisa, mantenían en Hispania la guerra contra Escipión. Aquellos rehusaron el combate frontal esperando noticias de Italia. Sabido el desastre, resolvieron tomar la ofensiva y estimular para la guerra a sus aliados. En el año -207 tiene lugar el cerco de la ciudad de Auringi. Ante el panorama planteado por la derrota del ejército enviado a Italia y tras la decisión de iniciar los combates contra los romanos en la Península, Magón se anticipó excitando a los celtiberos. Pero el propretor Marco Silano se dirigió contra ellos consiguiendo dispersarlos y haciendo prisioneros a sus jefes. El propio Escipión persiguió a Asdrúbal Gisgón que tenía en esta comarca todo su ejército. Éste, al aproximarse los romanos, se repartió entre las cercanas fortalezas y ciudades principales burlando las intenciones del enemigo. Como Escipión quería trabar batalla decisiva, pensó que había perdido la oportunidad y se dio cuenta que era preciso poner cerco a las plazas cuyas rendiciones exigían tiempo y en cuyas empresas ponían en peligro su reputación militar. Teniendo en cuenta estas premisas, retrocedió hacia las provincias del norte y encargó a su hermano Lucio el cerco de Auringi. Esta plaza fue segunda por su categoría y los romanos se apresuraron a tomar, desde que desde aquí se controlaba la mayor parte de la Bética. Lucio intentó persuadir a los soldados y ciudadanos a la rendición, pero obtuvo una respuesta negativa. Por ello se preparó para el asedio levantando doble foso y trinchera. Tras diversas escaramuzas con avances y retrocesos, lograron dejar desguarnecida la ciudad en algunos puntos. Tras la rendición de la ciudad, ya que los ciudadanos abrieron sus puertas, los soldados salieron y se entregaron a los romanos. Los generales cartagineses no se preocuparon demasiado por este revés. Reorganizaron un ejército en las comarcas donde aún no habían entrado los romanos. Con él ocuparon Illipa. Cuando Escipión conoció la magnitud de este ejército, se aprestó a no cometer el error de sus antecesores. Confió en un jefe llamado Colca que tuvo gran influencia en la comarca de Granada y entornos. Los únicos aliados de que disponían los romanos se entraban en las proximidades de Illiberi y lugares próximos a la misma. Mientras que los cartagineses dominaban Málaga, Sevilla, Córdoba y gran parte de Jaén. Illiturgi se aprestó a dar cara a los romanos. Tras una penosa y encarnizada lucha, con grandes pérdidas por parte de Escipión, la ciudad fue tomada y sus habitantes muertos sin distinción. La ciudad fue completamente destruida. Con ello desapareció una de las ciudades más fuertes de la Hispania antigua. Se suele identificar con Andújar o Santa Potenciana. Destruida Illiturgi, Escipión se dirige contra Cástulo que estaba en posición de los cartagineses. Temiendo una matanza similar a la de Illiturgi, Castulo se le pensó mejor y llegó a un acuerdo con los romanos si que se produjera derramamiento de sangre.
Dominada por los romanos la parte suroriental de la Bética, quedan aún en poder de los cartagineses las regiones occidentales. La consolidación del poder de los romanos se vio reflejada en una ciudad que recibió un sufrió un trato simular al de Sagunto. Se trata de la ciudad de Astapa (Estepona, Málaga). Astapa era una ciudad tan aliada y amiga de los cartagineses como enemiga acérrima de los romanos, quienes habían recibido de sus habitantes pruebas inequívocas de odio. Los cartagineses, desde esta plaza, tenían en continua tensión a los comarcanos aliados de los romanos. Desde aquí se practicaba una guerra lenta y demoledora con pequeñas escaramuzas perfectamente programadas. Era una perfecta guerra de desgaste contra un enemigo siempre desprevenido o en inferioridad numérica. Lucio Macio se dirigió contra ellos. Pero los moradores de esta ciudad no soportaron ser sometidos y lo destruyeron todo lanzándose sobre la hoguera, como último paso. La toma y destrucción fue el último hecho de armas de los romanos contra los cartagineses, quienes se retiraron a Gadir dejando el territorio a merced de los romanos. Tras el tratado que puso fin a la segunda guerra púnica, quedó todo el territorio peninsular en poder de los romanos. De esta forma se puso fin a la dominación cartaginesa bajo el mando de los Bárquidas, en un país donde habían dominado durante más de 200 años. Durante este período dieron su fruto los elementos civilizadores que los fenicios habían traído a Hispania. Cuando los cartagineses, sobreponiéndose a los primitivos colonos subyugaron a las razas indígenas, mantuvieron las diversas repúblicas federativas que, industriosas y pacíficas, tenían leyes propias y alguna cultura. En cada cantón había un magnate o régulo cuyas órdenes respetaba toda la tribu y al que procuraron atraerse a todos los cartagineses. La administración de Amílcar y Asdrúbal hasta tal extremo identificaron los intereses de Cartago con los de la Península que su conquista costó a los romanos tanta sangre y tan arduos esfuerzos como la del resto de Hispania. Auringi, Illiturgi, Castulo y Astapa aparecen en la Historia como ciudades importantes cuyos moradores hicieron sacrificios heroicos en favor de sus aliados. Tan señalada obstinación y los distintos ejércitos reclutados en la Península prueban que el gobierno de los cartagineses no era violento, y que la familia Barca había sabido granjearse simpatías profundas. Resulta bastante negativo, por una parte, la destrucción, por los romanos, de los anales y memorias cartagineses; y, por otra, la abolición de la confederación y fueros del país, que los fenicios mantuvieron intactos. De todas estas luchas entre dos repúblicas poderosas en la Antigüedad sólo queda una maltrecha situación provocada por el enfrentamiento armado que afectó profundamente a las estructuras y raíces ancestrales de la etnia y sabiduría peninsular. Esta introducción nos lleva a documentar debidamente los episodios de la Guerras Púnicas sobre todo la Segunda y Tercera. Para ello recurriremos a la historiografía antigua tanto latina como griega. En esta parte del documento se tratará de ver las cualidades reales de Aníbal, paso a paso, para ir demostrando las tácticas militares del personaje, los aciertos y errores, analizando los episodios desde su llegada a Hispania hasta el final de sus días después de sufrir una serie de tropiezos principalmente habidos en territorio italiano. Iremos cotejando las coincidencias y discrepancias entre autores en su interpretación de cuanto va sucediendo en el desarrollo de los acontecimientos. Iniciaremos a exposición rememorando lo que aconteció en la Primera Guerra Púnica, porque los resultados de la misma van a tener una repercusión en los acontecimientos que tienen lugar en Hispania a su llegada. Recordemos que los cartagineses eran de la misma etnia que los fenicios, pero éstos perseguían unos fines muy distintos a los de Cartago. El fenicio estrictamente hablando era un comerciante. Le movía intereses económicos, mientras que los cartagineses vinieron a la Península buscando rehacerse del trauma bélico sufrido en Sicilia. Intentarán por todos los medios atraerse a sus hermanos de sangre a sus intereses enfilados a iniciar una recuperación del ultraje sufrido frente a los romanos y hacer frente a la tremenda carga económica impuesta por los romanos tras su victoria sobre ellos. El lugar no podía ser mejor para iniciar una recuperación de los variados reveses recibidos desde el inicio de la conquista y dominio comercial del Mediterráneo. Ya Cartago se movía por unos intereses militares, aunque los económicos no estaban fuera de sus intenciones. Ya los griegos también se movían por el Mediterráneo occidental por las mismas razones. Pero Roma había iniciado su historia (-753) tratando de apoderarse de lo que consideraba territorio peninsular. Y se tuvo que enfrentar con todas las colonias que se hallaban al sur de la Península, tanto griegas como fenicio-púnicas Una vez hecha este preámbulo, se van a ir exponiendo y comentando los textos referentes a los episodios más notables de esta lucha por el poder en el Mediterráneo occidental.
RELACIÓN DE AUTORES DE FORMA SINCRÓNICO-DIACRÓNICA
La documentación de estos relatos están estrechamente relaciones con la bibliografía general de los autores más relevantes en la narración de los acontecimientos de las tres guerras púnicas mantenidas entre Roma y Cartago. Pero nos centramos más en los episodios de la segunda guerra púnica y los resultados después de Zama, con el inicio de la tercera guerra, que provocará la huida de Aníbal de Cartago a otras nacionalidades extranjeras. Pero que nos centraremos más en Aníbal como militar estratego, tanto en su propio terreno como en los países donde se refugió. Siria y Bitinia (Asia Manor). Por ello se irá haciendo comentario sobre los textos originales de los narradores más importantes de la historia clásica. Pero relegándonos sólo a expresar nuestra opinión personal a la vista de los textos, sin citar otras opiniones relativas al tema y centrándonos tan sólo en los textos que se van a ir exponiendo de forma sucesiva, citando los períodos a los que los autores hacer referencia de los acontecimientos bélicos de Anibal en Hispania, Italia, Cartago y el extranjero. Pero se hablará de Aníbal en todos los aspectos, porque su carácter era determinante en la trayectoria de los acontecimientos que se van a ir encadenado a los largo de esta contienda.
Año -237 a -218
Livio, 21, 1-4. Se dice que Aníbal, a la edad de nueve años. cuando intentaba persuadir a su padre Amílcar para que lo llevase consigo a Hispania, terminada ya la Guerra de África, estando realizando sacrificios para llevar el ejército allá, fue llevado ante el altar y obligado con juramento a ser enemigo del pueblo romano tan pronto como pudiese».
Las consecuencias de la Primera Guerra púnica se registran en las actitudes del ejército cartaginés dispuesto a tomar venganza de la terrible humillación militar sufrida en Sicilia, Cerdeña y África. Pero pensamos que era más la cuantiosa penalización económica impuesto por Roma tras la derrota de aquellos. Aníbal es impulsado por su padre a odiar eternamente a los romanos, y su intención no es otra que buscar los medios necesarios para resarcirse de aquel enorme impuesto (2200 talentos, tipo griego de Eubea) que se fueron incrementando a consecuencia del plazo de amortización. La guerra tuvo como escenario los puntos claves de Sicilia, territorio de Cartago en África, el estrecho entre Córcega y Cerdeña y las cercanas islas Lípari.
Livio, 21.2.1 a 7. Embargado por estas preocupaciones, de tal forma actuó en la guerra de África, que tuvo lugar inmediatamente después de la paz romana, de cinco años de duración, y después durante nueve años en incrementar el poderío púnico en Hispania», que dio la impresión de que promovía una guerra mayor de la que podía emprender; y si hubiese vivido más tiempo, con Amílcar como guía, los cartagineses hubiesen llevado las armas a Italia, cosa que hicieron bajo la mano de Aníbal. «La inesperada muerte de Amílcar y la niñez de Aníbal alejaron la guerra. durante ocho años entre padre e hijo, ocupó el poder Asdrúbal. dicen que la gracia de su juventud se ganó primero el afecto de Amílcar; más tarde, la feliz disposición de su ingenio le elevó a yerno suyo. Con este título que llevaba consigo y el apoyo del partido de los Barca, cuya influencia sobre el ejército y la plebe era más que mediana, se apoderó del poder al que el voto de los nobles no le hubiera llevado. Usó más de su diplomacia que de su fuerza y aumentó el poderío de Cartago más con los lazos de hospitalidad establecidos con los reyezuelos y con los pueblos nuevos, que ganó para su causa por medio de la amistad con los príncipes, que por la fuerza y las armas. Pero la paz no le resultó más segura. Pues un bárbaro airado por la muerte de su amo, le asesinó públicamente.. Capturado por los circundantes, su aspecto permaneció inalterado, como si hubiese huido y, desgarrado por la tortura su rostro no se inmutó, sino que, venciendo el dolor con alegría, llegó a sonreír. Con este Asdrúbal, que fue de una admirable habilidad en atraerse las tribus y unirlas a su mando, el pueblo romano renovó su pacto. Según éste, el límite de ambos imperios lo constituía el río Ebro, y se garantizaba la libertad de los saguntinos, pueblo intermedio entre los dos imperios.
COMENTARIO
En este texto se reflejan los pensamientos y proyectos de Amílcar para su venganza de los fracasos sufridos antes Roma: atacar Italia de todas formas y prepararse para ello. En primer lugar se contemplan las condiciones del Tratado de Paz firmado con los romanos: Fijación como límite infranqueable pasar el Ebro, y acabar con los amigos de Roma dentro de Hispania. Para lo cual se proponen atacar la plaza más representativa aliada de Roma: Sagunto. Las condiciones no serán respetadas y se declarará una guerra abierta contra sus enemigos. Los planes de Amílcar se frustran por su muerte prematura y la de su yerno Asdrúbal. Pero Aníbal, fiel seguidor de los designios de su padre Amílcar, llevará a cabo los proyectos antes planeados.
Livio 21.2.1-10 Pocos y casi los más prudentes estaban de acuerdo con Hannón. Pero, como ocurre la mayor parte de las veces, la mayoría venció a la valiosa minoría. Enviado Aníbal a Hispania, de inmediato, a su llegada, se atrajo a todo el ejército».»Los viejos soldados creyeron que les había vuelto el joven Amílcar, al observar en él el mismo vigor en el rostro, la misma fuerza en sus palabras y energía en la mirada. Pero en poco tiempo consiguió que su padre significara poco, ganándose el favor de todos».»Jamás existió una inteligencia tan hábil en conjugar cosas contrarias: obedecer y mandar. Así, pues, difícilmente se podía saber si era más estimado por el ejército o por un jefe. Asdrúbal no elegía a nadie siempre que tuviera que realizar una operación difícil o de valor, ni los soldados se atrevían o confiaban más en otro jefe. Tenía gran audacia a la hora de afrontar riesgos, y gran cautela en el mismo peligro. Ni su cuerpo ni su ánimo se fatigaba o caía vencido por causa de algún esfuerzo». «Soportaba los mismo el frío que el calor. Moderado en la comida y en la bebida. No le dominaba la lujuria. Ni de noche ni de día establecía diferencia entre sueño y vigilia».»Se entregaba al descanso el tiempo que le dejaba libre su trabajo. No descansaba ni en lecho blando ni en lugar silencioso. Muchos lo vieron cubierto con un sayo militar, tumbado en el suelo entre las guardias y puestos de vigilancia de los soldados. Su vestimenta no se diferenciaba en nada de la de sus iguales en edad. Sus armas y sus caballos llamaban la atención. Era, con mucho, el primero entre los jinetes y los infantes. Marchaba en cabeza en el combate. Una vez trabado el combate, era el último en salir. Grandes vicios se igualaban con las grandes virtudes de tal hombre: su inhumana crueldad; su más que pérfida lealtad púnica; falsedad, falta de respeto por lo sagrado, carencia de miedo a los dioses, ningún respeto a los juramentos, ningún escrúpulo religioso. Con esta disposición natural de virtudes y defectos, en tres años, bajo el mando de Asdrúbal, sirvió en el ejército sin dejar de pasar nada que debiera ser realizado o visto por el gran futuro general.
COMENTARIO
Lo más relevante de este texto de Livio se centra en el personaje de Aníbal. La lucha por el poder dentro de las diferentes posiciones políticas de Cartago. Los bandos del poder en la metrópoli cartaginesa se centran en la elección del personaje más apto para la sucesión de Asdrúbal. En una reflexión anterior a todo esto, el comentarista se centra en la figura del Aníbal. Nos hace un retrato de su niñez, marcando detalladamente sus dotes humanas y conocimientos militares. Algo de lo que aquí se dice se verá reflejado en el comportamiento a través de su trayectoria militar y bélica cuando consigue pasar Pirineos y Alpes. Tal era la psicología de este personaje que conocía a la perfección el comportamiento particular de las diferentes etnias que componen su ejército en Italia. Desconfiaba de todo y todos. Se cuenta que cada noche la pasaba en lugar distinto. Nunca estaba localizable por ese natural olfato del riesgo que suponía tener su propia tienda de campaña. Se deslocalizaba y ni sus adeptos sabían o conocían su situación. Incluso se vestía con ropas que no llamaran la atención: nadie lo distinguía con el habitual camuflaje en las situaciones cambiantes de cada noche y nunca dormía en el mismo sitio.
COMENTARIO
Livio 21.5. 1 a 17. Por lo demás, desde el momento en que fue aclamado general, fue como si Italia hubiese sido declarada campos de operaciones para él, y hubiese sido declarada la guerra contra Roma. pensando que se debía prolongar por más tiempo, no fuera que también a él, como a su padre Amílcar y después a Asdrúbal, alguna desgracia, al vacilar, lo eliminara, decretó atacar a los saguntinos. Pero, como era indudable que atacándolos se provocaba la intervención de los ejércitos romanos, llevó primero el ejército contra los territorios de los olcades, pueblo situado al otro lado del Ebro, y que más que estar sometidos a Cartago, figuraban entre sus amigos.De este modo podía parecer que no había querido atacar a los saguntinos, sino que había sido arrastrado a esta guerra a consecuencia de los acontecimientos derivados de la sumisión y conquista de los pueblos vecinos. Toma y saquea Cartala, su capital, ciudad opulenta, por lo cual, aterrorizadas las ciudades menores, se sometieron y aceptaron el tributo. El ejército, vencedor y enriquecido por el botín, es llevado a invernar a Cartago Nova. Allí se aseguró la adhesión de los ciudadanos y de los aliados, repartiendo con libertad el botín y pagando fielmente el estipendio pasado. Al comenzar la primavera, llevó la guerra contra los vacceos. Fueron tomadas a la fuerza Hermántica y Arbocala, ciudades vacceas. Arbocala se defendió largo tiempo gracias al valor y número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermántica, uniéndose a los desterrados olcades, pueblo sometido el año anterior, ponen en pie de guerra a los carpetanos. Y, atacando a Aníbal, que regresaba del país de los vacceos, no lejos del río Tajo, entorpecieron la marcha del ejército cargado con su botín. Aníbal se abstuvo de luchar y, acampando a la orilla del río, tan pronto se hizo el silencio en el campo enemigo, atravesó el río por una vado y estableció su campamento lo suficientemente lejos para que el enemigo pudiese vadear el río, con el propósito de caer entonces sobre ellos. Da instrucciones a la caballería de que, cuando los vean entrados en el agua y por ella impedidos, los ataquen. Sitúa en la orilla a los cuarenta elefantes. Los carpetanos, con los refuerzos de los olcades y vacceos, eran cien mil. Su alineación era invencible si se combatía en campo abierto. Así, pues, feroces por naturaleza y confiados en el número de guerreros, porque pensaban que el enemigo retrocedería por miedo y, pensando en que la victoria estaba en que el río se encontraba entre los dos ejércitos, se lanzan al río con griterío sin que nadie lo mande por donde a cada uno le venía más cerca. Y desde la otra parte de la orilla una enorme fuerza de caballería se lanzó al río y se entabló combate en medio del mismo, con una lucha dispar, pues mientras la caballería atacante a duras penas se mantiene en el vado, incluso podía ser derribada por un jinete sin armas, enviado su caballo al azar, todo jinete a cuerpo libre y sin armas, firme en su caballo en medio de la corriente, podía hacer la guerra tanto cuerpo a cuerpo como de lejos. Una gran parte fue arrastrada por el río; otros, arrastrados por la corriente impetuosa, fueron pisados por los elefantes. Los últimos, para quienes fue más seguro el regreso a su orilla, habiéndose reagrupado por el miedo, antes de que recibieran ánimos, Aníbal, estando en el río en orden de combate cerrado, los expulsó de aquella orilla y, devastados los campos, a los pocos días, recibió también la sumisión de los carpetanos. Y ya todo el territorio del otro lado del Ebro, menos el saguntino, era de los cartagineses.
COMENTARIO
En estos episodios bélicos se desarrolla lo que Aníbal venía planeando para sus tácticas en el momento que se decidiera emprender los ataques contra Roma. Ni sólo en su estrategias a orillas de los ríos, que se los iba a encontrar en Italia, sino también en el plan bélico a seguir cuando se tenga que enfrentar a un enemigo desconocido. Pero lo más importante que tenía «in mente» el cartaginés era dejar atrás un pie seguro cuando se diera la circunstancia de echar mano de una ayuda extra desde Hispania: tener la espaldas cubiertas, pero que no darían su fruto esperado las circunstancias del desarrollo de sus tácticas en Italia. Sabemos que las pidió, pero que fracasaron.
Livio 21.6. 1 a 8. Aún no había estallado la guerra contra Sagunto, pero ya se creaban conflictos con los pueblos vecinos, causa futura de la guerra, sobre todo con los turdetanos. Como quiera que el mismo causante de la lucha ayudase a éstos y fuese evidente que no buscaba el derecho, sino un pretexto de lucha, los saguntinos enviaron legados a Roma a pedir auxilio para la guerra, que, sin duda alguna era inminente. Por entonces eran cónsules en Roma Publio Cornelio Escipión y Tito Sempronio Longo. Éstos, habiéndoles dado audiencia en el Senado para que informaran sobre la situación política y, pareciéndoles bien que se enviaran legados a Hispania para examinar la situación de sus aliados, quienes, si consideraban una causa justa, presentaran acusación contra Aníbal para que dejara en paz a los saguntinos, aliados del pueblo romano,, e hicieran volver a los cartagineses al África y presentaran las quejas de los aliados del pueblo romano, ordenada tal legación y aún no enviada, antes de lo que nadie se esperaba, llegó la noticia de que Sagunto era asaltada. Entonces se expuso de nuevo todo el asunto ante el Senado. Unos pensaban que la intervención de debía llevar a cabo por tierra y mar, proponiendo a Hispania y África como provincias para cónsules. Otros porponían que se dirigiera la guerra contra toda Hispania y contra Aníbal. Había quienes pensaban que el tema no se debía llevar a la ligera y que se debía esperar que regresaran los legados enviados a Hispania. Esta opinión, que parecía la más segura,ganó, y fueron enviados urgentemente como legados P. Valerio Flaco y Q. Bebio Tánfilo, a Sagunto ante Aníbal, y después a Cartago, si no desistía de la guerra, para pedir la cabeza del propio causante de la misma, como castigo por la alianza rota.
COMENTARIO
En la reflexión sobre este texto, se ve claramente que Aníbal ya no respetaba nada en absoluto lo pactado anteriormente con Roma. La «Fides Punica» se cumple como siempre. Se verá como ni siquiera van a prestar atención a los avisos del Senado romano, ni a nadie. El objetivo de Aníbal era acabar con Roma por todos los medios. Y la provocación se la ponían en bandeja. La venganza de Aníbal era incondicional: ni promesas ni pactos ni embajadas ni más protocolos: acabar con Roma.
Livio, 21,7,1-10. Mientras deliberan sobre estas cosas los romanos y planean sus proyectos, ya Sagunto era sitiada con gran violencia. Esta ciudad era, con mucho, las más opulenta de las situadas a la otra parte del Ebro, emplazada cerca de una milla del mar. Sus habitantes pasan por oriundos de Zacinto, mezclados con algunos rútulos de Ardea. Pero en breve tiempo habían alcanzado una gran opulencia, sea por su comercio de mar y tierra, sea por el aumento de población o por la fuerza de su disciplina, que les hizo guardar la fidelidad debida a los aliados hasta su ruina. Aníbal, entre tanto, en su territorio, con su terrible ejército devastó a su paso los campos y atracó por tres puntos la ciudad. Había una esquina de muralla que se extendía hacia un terreno más llano y abierto que todo el territorio del alrededor. Contra ella mandó instalar los manteletes para poder, por medio de ellos, situar los arietes junto a la muralla. Pero si este lugar, situado cerca de la muralla fue lo bastante adecuado para instalar los manteletes, no se tuvo la misma fortuna cuando se procedió a su instalación y utilización. Estaba encima de ellos una torre enorme, y la muralla, como correspondía a aquel punto más expuesto, se elevaba hasta una altura superior al resto del recinto. Por otra parte, lo más selecto de la juventud se situaba con tanto más vigor allí donde veía ser mayor el riesgo y el peligro. Al principio rechazaron al enemigo con sus dardos sin dejar un punto seguro para sus trabajos. Después no sólo no tenían ya ánimo para luchar con sus dardos desde los muros y desde las torres, sino para caer sobre los destacamentos de los enemigos. En estos repentinos combates caían tantos saguntinos como cartagineses. Y una vez que el mismo Aníbal, que se acercó demasiado descubierto a la muralla, cayó gravemente herido por un dardo que le atravesó la pierna, fue tan grande el espanto y confusión a su alrededor que no faltó mucho para que abandonasen las obras y manteletes.
COMENTARIO
Comienza la vacilación de Roma, manifiestamente demostrada con no tomar una decisión contundente contra los cartagineses que, incluso sabiendo que sus aliados había empezado a ser atacados en su ciudad por el enemigo, que dudaron si mandaban o no una ayuda inmediata para defenderlos. Aníbal, lleno de espíritu agresivo y altanero, atacó la ciudad sin tomar las debidas precauciones despreciando la capacidad de defensa que podía tener su enemigo, y estuvo a punto de tener que abandonar el asedio de Sagunto. Pero persistió en su plan. Ello indica que la madurez en las tácticas militares aún no había pasado por pruebas como ésta, y así irá consiguiendo experiencia sobre todo cuando pase los Pirineos y Alpes, donde sufrirá los ataques de sus gentes, desacostumbrados a ver cómo invaden su territorio los extranjeros. Y lo sufrirá Aníbal.
Livio, 21.8.1 a 12. Durante algunos días, mientras la herida de Aníbal era curada, el sitio se redujo a un bloqueo. Pero durante ese tiempo, aunque las escaramuzas cesaron, no se interrumpió por ello el trabajo de asedio y bloqueo. Y de esta forma se renovó la lucha con mucho más vigor y por diferentes, puntos, a pesar de que había pocos lugares aptos para ello, se empezaron a instalar máquinas y mover arietes. El ejército cartaginés era muy numeroso, calculándose sus efectivos en unos ciento cincuenta mil hombre. Los sitiados, no bastándose para defenderse y vigilarlo todo, se vieron obligados a dispersarse. Y de esta forma los arietes comenzaban ya a golpear los muros, bastantes partes se estaban agrietando ya quebrantadas, pues, por un lado una larga brecha había dejado al descubierto la ciudad; por otro, tres torres y todo el lienzo de muralla intermedio se había derrumbado con gran estrépito. A causa de esta brecha, los cartagineses se creyeron ya dueños de la ciudad; pues, a través de ella, como si un muro protegiese a unos y a otros, los dos bandos se lanzaron a la lucha. No era en nada similar a aquellos combates imprevistos que en los asedios, por una ocasión súbita, se traban, sino que los ejércitos en formación, como en campo abierto, se enfrentaban por las ruinas de la muralla y a poca distancia de las casas. Por un lado la esperanza, por otro la desesperación, encienden los ánimos. Los cartagineses, ya la plaza presa con un pequeño esfuerzo más. Los saguntinos oponían sus cuerpos en defensa de la ciudad desmantelada, sin retroceder un paso para que el enemigo no ocupara el terreno abandonado. Y así, cuanto más encarnizada y apretadamente por ambos lados se luchaba, más numerosos eran los heridos, y ningún dardo caía en vano entre cuerpos y armaduras. Usaban los saguntinos una arma arrojadiza llamada falárica, cuya hasta era de abeto y redonda en toda su extensión, excepto en el extremo en donde se colocaba el hierro. Éste, cuadrado como en el pilvum estaba rodeado de una estopa bañada en pez. El hierro era largo como de tres pies para poder traspasar la armadura y el cuerpo. Pero, aun en el caso de quedar clavado en el escudo y no penetrar en el cuerpo, llenaba de terror, pues, como se lanzaba encendido y su carrera avivaba su llama, obligaba al soldado a despojarse de sus armas y exponerse indefenso a los golpes siguientes.
Livio, 21.9.1 a 4. Como quiera que el combate se mantuviese dudoso durante algún tiempo, y los saguntinos acrecentaran sus ánimos, ya que estaban luchando contra toda esperanza, el Cartaginés, no habiendo aún vencido, se daba por vencedor. Los defensores de la ciudad levantan de repente un clamor y rechazan contra las ruinas del muro al enemigo. Posteriormente, tras obstaculizarlos y perturbarlos y ponerlos en fuga dispersamente, regresan a su campamento. Mientras tanto en Roma se anunció el regreso de los legados. Aníbal envió emisarios a la playa para decirles que no debían avanzar inseguros entre tanta y tan desenfrenada fuerza de armas enemigas; y que Aníbal no podía perder el tiempo en recibir legaciones en medio de una situación tan crítica. Estaba claro que no querían que se les recibiera en Cartago. Envía, pues (Aníbal) una carta con unos mensajeros a los notables del partido bárquida para que predispongan los ánimos a los suyos a fin de que el otro bando político no favoreciera en nada al pueblo romano.
COMENTARIO
Aníbal pretende distraer la atención de senado movilizando sus seguidores y decide desviar la atención para dejar inutilizada la reclamación que los romanos pretenden llevar hasta Cartago.
Livio, 21.10.1 a 13. Así, pues, una vez que fueron recibidos y escuchados, aquella legación resultó totalmente inútil. Sólo Hannón llevó ante el Senado la defensa del pacto, con profundo silencio, por la fuerza de su autoridad, sin contar con el asentimiento de los oyentes en el Senado, poniendo por testigos ante el mismo, con juramento, a los dioses, jueces y testigos de las alianzas, con el fin de evitar que los romanos entraran en guerra a favor de los saguntinos. Él advertía poniendo sobre aviso que no se enviara al hijo de Amílcar al frente del ejército; ni los manes ni la descendencia de aquel descansarían, ni jamás los pactos con los romanos se mantendrían firmes mientras quedara vivo algún elemento de la familia bárquida. Enviasteis al frente del ejército, como proporcionando leña al fuego, a un joven ardiente de ansia de poder, y que no se ve más que un camino para su plan: si continúa con sus armas y ejército, suscitando una guerra tras otra. Habéis alimentado el fuego en el que ahora vosotros ardéis. Vuestros ejércitos asedian a Sagunto, donde se están rompiendo los pactos. Inmediatamente después las legiones romanas asediarán Cartago con la ayuda de los mismos dioses por los que en la guerra anterior vengaron los pactos rotos». caso desconocéis al enemigo, o a vosotros, o a la suerte de uno y otro pueblo? Vuestro buen general no recibió en su campamento a los legados que venían de parte de sus aliados y en defensa de los mismos, y violó el derecho de hospitalidad. Éstos, sin embargo, cosa que no suele ocurrir ni con los enemigos, después de ser rechazados, se dirigen a vosotros. Exigen el derecho que les confieren los pactos. Para que no haya un perjuicio general, reclaman al autor del delito y culpable del crimen. Cuanto más ligeramente actúan y comienzan a moverse, tanto más temo que se endurezcan cuando con tenacidad comienzan a actuar. Recordad los hechos de las islas Egates y del Monte Eryx, que por tierra y por mar durante veinticuatro años dominasteis». «Y no era este joven el general, sino su padre Amílcar, otro Marte, como quieren éstos. Pero en Tarento, es decir, en Italia, no habíamos roto los pactos como ahora en Sagunto se ha hecho». «Vencieron, pues, los hombres y los dioses y, tema que se traía en cuestión: qué pueblo había roto los pactos, el resultado de la guerra, como justo juez dio la victoria a aquel que tenía razón». «Ahora Aníbal dirige sus manteletes contra Cartago e intenta romper las murallas de la ciudad con el ariete. Las ruinas de Sangunto- ¡ Ojalá el azar se hubiera equivocado¡ -caerán sobre nuestras cabezas y una vez aceptada la guerra con los saguntinos, tendremos también que asumirla contra los romanos, y ahora siente un odio profundo contra este joven, que es una antorcha viva de guerra». «pero no se puede entregar sólo como expiación de la ruptura de la alianza, sino que, si alguien lo exige, debe ser desterrado a los últimos confines de las tierras y ser relegado a unos lugares de donde ni siquiera nos pueda llegar la existencia de su nombre y fama, ni pueda soliviantar la quietud de una ciudad pacífica». «Pienso que debe enviarse una embajada rápidamente a Roma para que den una satisfacción al Senado; otra embajada que comunique a Aníbal la retirada inmediata de las tropas del sitio de Sagunto y que entreguen al propio Aníbal a los romanos, según los pactos; y una tercera embajada para que se devuelvan sus posesiones a los saguntinos».
COMENTARIO
Si los romanos tenían conocimiento de lo ocurrido ya en Hispania, cuando la embajada saguntina llegó a Roma para pedir ayuda ante los cartagineses, ¿a qué viene esta petición a Cartago? La hipocresía romana queda en evidencia. Sabían que cuando la embajada de Sagunto se presentó ante el Senado, la ciudad de Sagunto estaba ya siendo destruida. Sabían y conocían que los cartagineses jamás se retractarían de su fechorías porque habían sido estrepitosamente derrotados y multados en Sicilia. Era odio profundo lo que sentían hacia todo lo romano. Y tienen la hipocresía de presentarse ante el Senado cartaginés para pedir que se cumpla lo pactado, cuando conocían la actitud cartaginesa ante los juramentos, promesas, pactos y demás juramentos, incluso ante los dioses: ¡ Nunca cumplirían pacto alguno ni aún siquiera mediando las promesas ante los dioses ! La ya citada fides punica no tenía límites en los escrúpulos.
Livio, 21.11.1 a 13. Cuando Hannón terminó de hablar, no fue necesario que nadie le contestase: tan dueño era Aníbal de casi todo el Senado: se acusaba a Hannón de haber hablado con mayor malevolencia que Valerio Flaco, legado romano. En consecuencia se contestó a los romanos que la guerra la habían comenzado los saguntinos, no Aníbal. Y que el pueblo romano obraría muy injustamente si anteponía los saguntinos a la antigua amistad de los cartagineses». «Mientras los romanos consumen el tiempo enviando legaciones, Aníbal, viendo que los combates y trabajos habían agotado a sus soldados, les concede un descanso de varios días, después de establecer puestos de guardia en los manteletes y obras. Entre tanto les enciende los ánimos ya con odio hacia el enemigo, ya con la esperanza de la recompensa. Pero cuando anunció ante la asamblea de todas las tropas que el botín de la ciudad sería para los soldados, hasta tal punto se les encendió su ánimo que, si se les hubiese dado en aquel instante la señal de ataque, no hubiese habido fuerza alguna que hubiese podido resistir. Los saguntinos, si bien descansaron de la lucha por algunos días, no siendo atacados ni atacando ellos, no por esto dejaron de trabajar ni de día ni de noche, hasta levantar nueva muralla, parte que, al derrumbarse, dejara a descubierto la ciudad. Pasada esta tregua, comenzaron los ataques más encarnizados que nunca; entre los diversos clamores que por todas partes se oían, los sitiados no sabían a qué parte debían acudir primero o preferentemente. El mismo Aníbal iba delante para exhortar a los combatientes por donde avanzaba una torre móvil que, en altura, vencía la de todas las fortificaciones. Y cuando ésta, situada a una distancia conveniente, barrió con catapultas y ballestas, situadas en todos los vallados, a los defensores de las murallas, entonces Aníbal, creyendo llegado el momento, lanzó a quinientos africanos a socavar con picos el pie de la muralla. No era difícil este trabajo, ya que el cemento no estaba endurecido con cal, sino que las piedras estaban unidas con barro, según la costumbre antigua. De este modo era derrumbado un espacio de muro más extenso que el que era socavado, y por las brechas los grupos de sitiadores entraban en la ciudad. Se apoderan de un lugar elevado y, trasladando allí ballestas y catapultas, lo rodean de un muro para tener así un castillo de la misma ciudad, a modo de ciudadela, dominándola toda. Los saguntinos, por su parte, construyen una muralla interior en la parte de la ciudad aún no perdida. De uno y otro lado trabajan y luchan con la mayor energía; pero, en su defensa, los saguntinos más reducida la ciudad. Al mismo tiempo va aumentado, a causa del largo asedio, la falta de todas las cosas, y disminuye la esperanza de un auxilio exterior, estando tan lejos los romanos, su única esperanza, y en poder del enemigo todas las regiones circundantes. Sin embargo, levantó un poco los abatidos ánimos la repentina partida de Aníbal contra los oretanos y carpetanos; estos dos pueblos, consternados por la dureza de las levas, apresaron a los reclutadores y amenazaron con sublevarse; pero, vencidos por la rapidez de Aníbal, dejaron las armas que habían tomado.
COMENTARIO
Aquí se nos describe la situación desesperada de la ciudad de Sagunto y de los esfuerzos titánicos de sus habitantes para hacer frente al encarnizado y pertinaz ataque a los saguntinos que, por auténtica desidia romana, se permite que sean destruidos para aumentar sus motivos de contraataque a los pérfidos cartagineses.
Livio, 21.12.1 a 8. No continuó con menos lentitud el sitio de Sagunto bajo la dirección de Maharbal, hijo de Himilcón, a quien Aníbal había transmitido el mando. Con tanta actividad lo condujo que ni los sitiados ni los sitiadores sintieron la ausencia del general. Sostuvo algunos combates favorables y arruinó con tres arietes una cierta extensión de muro y pudo mostrar a Aníbal, a su llegada, todo el suelo sembrado de recientes ruinas. Inmediatamente condujo éste el ejército hasta la misma ciudadela; una sangrienta batalla con gran matanza por ambas partes, se entabló; y una parte de la misma ciudadela fue tomada. Entonces dos hombres intentaron poner en práctica las exiguas esperanzas de paz: el saguntino Alcón y el hispano Alorco. Alcón, sin saberlo los saguntinos, confiando en alcanzar algo con sus ruegos, pasó de noche al campamento de Aníbal. cuando vio que las lágrimas nada podían y que se le proponían durísimas condiciones, como impuestas por un vencedor airado, de mediador se cambió en tránsfuga, y se quedó al lado del enemigo, diciendo que moriría quien bajo tales condiciones intentara proponer la paz. Se les pedía que devolviesen los suyos a los turdetanos, y que después de entregar todo el oro y la plata, saliesen de la ciudad con solo sus vestidos y se trasladasen a donde el vencedor les indicara. Asegurando Alcón que los saguntinos no aceptarían estas condiciones de paz, Alorco dijo que cuando todo era vencido, los ánimos también lo eran; y se ofreció como mediador de paz; era él, entonces, soldado de Aníbal, pero era públicamente amigo y huésped de los saguntinos. Después de entregar sus armas a los centinelas enemigos, atravesó las fortificaciones y fue conducido, como él mismo pedía, ante el pretor de Sagunto. Como quiera que se hubiese agolpado una gran multitud, ésta fue apartada y el Senado concedió audiencia a Alorco, quien habló de esta manera: «Si vuestro conciudadano Alcón, tal como vino a pedir la paz ante Aníbal, os hubiera traído una buenas condiciones del mismo, yo no hubiera hecho este camino, no viniendo ni como emisario ni como desertor; sino que, ya que él se ha pasado al enemigo por su culpa y por la vuestra -por la suya si tuvo miedo; por la vuestra, si existe un peligro para los que dicen la verdad-, yo, para que no ignoréis que tenéis algunas condiciones de salvación y de paz, en defensa de la antigua hospitalidad que tengo con vosotros, he venido a hablaros». «En defensa vuestra y no de ningún otro yo expresaba lo que ahora digo ante vosotros, es decir: es cierto que jamás hice mención de paz con vosotros mientras permanecisteis con las armas y mientras habéis esperado ayuda de los romanos». Después de que no tenéis ninguna esperanza en los romanos ni tampoco os sirven de mucho vuestras armas y vuestras murallas, os traigo una paz más necesaria que justa». «Si hay alguna esperanza de paz, si tenéis intención de alcanzarla, es preciso que la aceptéis como vencidos, tal como pretende Aníbal como vencedor, si no estáis dispuestos a aceptar lo que se pierde como castigo, puesto que todo es del vencedor, sino que aceptaréis cualquier cosa que quede como regalo». Se apodera de la ciudad, en su casi totalidad destruida, habiéndola tomado casi toda. Os deja los campos; está dispuesta a dejaros un lugar donde podáis construir una ciudad. Ordena que le entreguéis todo el oro y plata públicos; protegerá las vidas de vuestras esposas e hijos si salís de Sagunto sin armas y con sólo dos vestidos. Esto es lo que el enemigo vencedor ordena, Estas cosas, aunque duras y amargas, son las que la situación os aconseja. ciertamente yo tengo la esperanza de que os devolverá algunas cosas cuando haya conseguido el dominio sobre todo. Pero yo pienso que conviene que soportéis esto antes de que vuestros cuerpos sean destrozados y que permitáis que vuestras esposas e hijos sean arrebatados y arrastrados ante vuestros propios ojos, por derecho de guerra.
COMENTARIO
En este pasaje se exponen las situaciones de los vencidos saguntinos. La fides punica acabará imponiéndose de nuevo. La mente perversa de Aníbal acabará destruyendo al pueblo saguntino. Hace promesas que no cumplirá, como se verá más adelante. La ciudad arrasada y sus habitantes de la misma forma y sin piedad. Quizá esto guarde alguna relación que los repetidos comentarios de algún senador que, tiempos después, no dejará de pronunciar la expresión «Carthago delenda est», y no sólo eso sino también arada y sembrada de sal. Alguna razón tendría para hacer estas peticiones. Muy conocida es la actitud cartaginesa frente a los pactos y acuerdos: jamás los cumplirán.
Livio, 21.14.1 a 4. Como quiera que, poco a poco, la asamblea del pueblo se introdujera entre el Senado rodeado por una multitud difusa, de repente, los senadores de más autoridad se retiran antes de que le diesen una respuesta y, llevando a la plaza todo el oro y la plata tanto público como privado, lo echan en una hoguera rápidamente encendida, y la mayoría de ellos mismos se lanza en medio de las llamas». «Cuando toda la ciudad se encontraba aterrorizada por este espectáculo, se oye un nuevo tumulto por el lado de la ciudadela. Efectivamente, una torre castigada durante mucho tiempo se había derrumbado; y a través de sus ruinas apareció una cohorte de cartagineses atacando y haciendo señal a su general de que la ciudad se encontraba desguarnecida de centinelas y defensores habituales. No creyendo Aníbal que fuese momento de dudas, atacando con todas sus fuerzas, tomó rápidamente la ciudad y dio órdenes de pasar a cuchillo a todos los jóvenes en edad de combatir. Orden cruel, pero que los acontecimientos justificaron». «Pues ¿quién podía ser perdonado de unos hombre que, o encerrados con sus mujeres e hijos se quemaban con sus propias casas, o con las armas en la mano no ponían otro fin a la lucha que la muerte»?
COMENTARIO
Ante la desesperación, la ciudad de Sagunto elige morir quemándolo todo antes que caer en manos de un sanguinario ejército cartaginés y su jefe Aníbal. Y Roma conocía que Sagunto había caído en manos del cartaginés. Hipocresía romana. La ciudad se suicida ante el orgullo de Cartago. Deslealtad tras deslealtad. Pero los saguntinos no permitieron que sus despojos se convirtieran en botín de guerra: lo destruyen todo, hasta su familia. Aníbal sólo consigue un pequeño despojo que enviará a Cartago para justificar su éxito. El sentimiento bélico de Aníbal sobrepasa lo increíble dentro de la maldad: Aníbal era malvado por naturaleza, vengativo, y su odio hacia todo lo romano no tenía límites. Al final, todo este sentimiento se volverá contra él: se conocían muy bien sus valores militares y estratégicos, pero su sentido humanitario dejaba mucho que desear. En el extranjero conocían al detalle los episodios bélicos de Aníbal. Prueba de ello son las actitudes de los personajes que lo reciben al final de su carrera militar. El orgullo de lo que fue acabó con él, como si fuera un cobarde. Se sintió humillado por los que presumiblemente eran amigos suyos y acabaron dejándolo en el abandono más ruinoso.
Livio, 21.15.1 a 3. La ciudad fue tomada con un gran botín, aunque la mayor parte de la riqueza había sido destruida por sus propios dueños y, en la matanza no distinguió edades la ira, y los prisioneros fueron propiedad de los soldados, sin embargo, consta que el producto de lo que se vendió alcanzó una suma considerable, y que se enviaron a Cartago muchos vasos y trajes de valor». Algunos autores sostienen que se tomó Sagunto a los ocho meses de asedio; que de allí marchó Aníbal a invernar a Cartago Nova, y que a los cinco meses de salir de Cartago, Nova llegó a Italia.
Livio, 21.17.1.Ya de tiempo atrás, las provincias fueron asignada a los cónsules. Entonces se ordenó que se sorteara. Hispania correspondió a Cornelio; África y Sicilia, a Sempronio. A Cornelio se le asignó menos tropa porque el pretor Lucio Manlio y él mismo, con una fuerte guarnición, eran enviados a la Galia. El número de naves se redujo para Cornelio: le dieron sesenta quinquerremes -pués no se pensaba que emprendería la guerra por mar, o se había de desarrollar el combate por vía marítima por parte del enemigo- y recibió dos legiones romanas con su correspondiente caballería y catorce mil infantes aliados y mil seiscientos jinetes.
Livio, 21.18.1 a 14. Preparadas así todas las tropas y para que todo se realizase de acuerdo con la legalidad necesaria, envían a África a los legados, de edad mayor, Quinto Fabio, Marco Livio, Lucio Emilio, Gayo Licinio y Quinto Bebio, para saber e informarse si Anibal había asaltado Sagunto con consentimiento popular. Y si confirmaban y defendían que lo que parecía haber hecho se había llevado a cabo con consentimiento popular, que se declarara la guerra al pueblo púnico. Cuando los romanos llegaron a Cartago y se les dio audiencia por parte del Senado, tras haber preguntado Quinto Fabio sólo la cuestión que se había ordenado, entonces un cartaginés dijo: «Tanto esta legación como la anterior son capciosas al preguntar si Aníbal había tomado Sagunto por decisión propia. No obstante, esta embajada es bastante más moderada en palabras, pero más dura de hecho». Entonces Aníbal fue acusado y reclamado; y ahora nosotros expresamos la confesión de su culpa y de inmediato nos piden responsabilidades como de un confeso». «Yo no considero que se haya de investigar si Sagunto ha sido asaltada con consentimiento particular o público, sino si se ha realizado justa o injustamente». «Vuestra investigación y acusación va dirigida contra un conciudadano nuestro, es decir, si actuó bajo nuestra responsabilidad o por propia iniciativa. Sólo os trae un motivo de controversia con nosotros: si tal cosa se había llevado a cabo de acuerdo con los pactos». «En resumen, puesto que se está de acuerdo en aclarar si los generales actuaron bajo consentimiento popular, o por propia iniciativa, existe un tratado redactado por el cónsul Gayo Lutacio y firmado por vosotros y nosotros en el que se tomaron precauciones sobre los aliados de uno y otro lado, pero nada sobre los saguntinos, ya que no eran aliados entonces». «pero en el pacto que se firmó con Asdrúbal, los saguntinos fueron excluidos. Contra esto yo no tengo nada que decir, sino lo que he sabido de vosotros». «Vosotros os negasteis a aceptar el tratado que el cónsul Gayo Lutacio primeramente hizo no nosotros, porque no se había realizado ni de acuerdo con la voluntad de los senadores, ni por decisión del pueblo; así, pues, hubo necesidad de realizar un pacto de nuevo bajo la aprobación general». «Si a vosotros no os obligan vuestros acuerdos, salvo si han sido acordados bajo vuestra voluntad o acuerdo, mucho menos aún os pudo obligar el pacto con Asdrúbal que nosotros no conocerlo o firmamos». «En consecuencia, olvidaos de hacer mención de Sagunto o del Ebro, y que alguna vez salga a la luz lo que vuestro ánimo gestó». «Entonces el romano, habiendo hecho un pliegue con la toga, dijo: «Aquí os traemos la paz y la guerra: aceptad lo que os plazca». Después de haber pronunciado estas palabras, se le respondió con un griterío terrible, dando a entender qué era lo que se deseaba». «Y habiendo éste hablado de nuevo, tras mostrar el pliegue vuelto, que significaba la guerra, todos respondieron que la aceptaban y que la recibían con los mismos ánimos con que la emprenderían».
COMENTARIO
Los legados enviados por el Senado romano, presentan sus argumentos y peticiones ante el Senado cartaginés. No había intención alguna por parte de los cartagineses de reconocer que habían roto los pactos firmados con Roma. De forma escueta y clara, los embajadores de Roma le ofrecen a los cartagineses elegir entre la paz y la guerra. Dado que la paz tenía unas consecuencias muy duras para los cartagineses, como la entrega de los culpables de la violación de pactos, no tuvieron otra opción que elegir la que Roma se esperaba: la guerra.
Livio. 21. 6-11. Esta respuesta inmediata y declaración de guerra fue valorada más conforme a la dignidad del pueblo romano que por controversia verbal, de acuerdo con el derecho de pactos, tanto antes, como, sobre todo, después de haber sido destruida Sagunto. Mas, si la cuestión fuera discrepancia de términos tan sólo, en qué se debía haber comparado el tratado de Asdrúbal con el anterior de Lutacio. que fue modificado, cuando inteligentemente se había añadido en el tratado de Lutacio que se ratificaría siempre y cuando el pueblo diera su opinión; en el tratado de Asdrúbal no se había tocado nada de esto y en un silencio de tantos años de tal forma se pudo comprobar la integridad del tratado mientras vivió que ni aún siquiera después de muerto su autor se cambiara nada. Por lo demás, aunque se permaneciera en el anterior tratado, los saguntinos estaban bien salvaguardados, porque los aliados de unos y otros estaban exceptuados. Pues no se había añadido: para aquellos que entonces lo fuesen, ni «los que después se adoptaran». Y cuando les pareciera bien concertar nuevos aliados, ¿quién podría juzgar justo o que alguien sin méritos fuese recibido en amistad, o una vez así aceptados como leales no fuesen defendidos cuando los aliados de los cartagineses incitaran a la deserción o los disidentes voluntariamente se retiraran». Los legados romanos desde Cartago pasaron a Hispania, tal como les había sido ordenado, para visitar los pueblos y apartarlos de los cartagineses. Se dirigieron primero a los burgusios, por los que fueron recibidos benignamente, cansados como estaban del yugo cartaginés. Lo mismo intentaron con otros pueblos del otro lado del Ebro en su deseo de probar fortuna. Allí se dirigieron a los volcianos, y de ellos recibieron una respuesta célebre en Hispania, que apartó a los restantes pueblos de la alianza romana. Así, pues, les contestó en el consejo el mayor edad de ellos: «¿Cómo no os avergonzáis, romanos, de pedirnos que antepongamos nuestra amistad a la de los cartagineses, cuando lo que éstos hicieron recibieron de vosotros una traición mucho más cruel que la venganza de los cartagineses? «Idos a buscar aliados en donde se ignore la desgracia de Sagunto. Para los pueblos de Hispania las ruinas de Sagunto serán una lección tan triste como valiosa, para que nadie confíe en la fe ni en la amistad de los romanos». Después de esto se les intimidó para que saliesen del punto del territorio de los volcianos. Y desde entonces no volvieron a oír palabras gratas en ninguna asamblea de pueblo hispano. De esta forma, tras recorrer en vano Hispania, pasaron a la Galia……
COMENTARIO
Los legados romanos se retiran de Cartago, pasan a Hispania y tienen que marcharse a la Galia: Intentaron convencer a los nativos hispanos de que les interesaba la alianza con ellos, pero aquellos le respondieron con las palabras que merecían: habían abandonado a los saguntinos a su suerte ante un enemigo feroz como Aníbal. No merecían ningún apoyo. Los despreciaron hasta hacerlos marchar. Opinión y actitud que se extendió por toda Hispania. Aquí el reproche a la actitud romana esta muy clara: Roma había dejado a su suerte a los saguntinos, mal ejemplo que ahora pidan que el resto de Hispania los acepte.
Livio. 21.21.1 a 13. Aníbal, una vez tomada Sagunto, se retiró a Cartago Nova para invernar. Allí supo lo que se había dicho y hecho tanto en Roma como en Cartago: que él no sólo había dirigido la guerra sino que también había sido el causante. Repartíó y vendió lo que quedó del botín, y sin perder tiempo convoca a sus soldados españoles y les dice: «Creo, amigos, que vosotros mismos os dais cuenta de que, una vez pacificados los pueblos de Hispania, o bien debemos dar por terminadas nuestras campañas y licenciar los ejércitos, o traspasar la guerra a otras regiones;» de este modo, si partimos a buscar en otras naciones gloria y riquezas, los pueblos de este país se enriquecerían no sólo por la paz sino también por los frutos de la victoria». «Así, pues, como se presenta una campaña lejos de aquí, y no se sabe cuando volveréis a ver vuestras casas que os son queridas, doy permiso por si alguno quiere visitar a los suyos». «Pero quiero que estéis de regreso a comienzo de la primavera, para empezar, con la ayuda de los dioses, una guerra que ha de sernos de gran gloria y provecho». A todos fue grato este permiso espontáneo de visitar a sus familias, pues sentían ya la añoranza de los suyos, y preveían que habían de pasar aún mucho más tiempo sin verlos. El descanso a través de todo el invierno reanimó los ánimos, ya exhaustos y a punto de agotarse para soportar de nuevo toda clase de fatigas. Todos volvieron al comienzo de la primavera, según lo ordenado. Aníbal, después de revisar las tropas auxiliares de todas las naciones hispanas, marchó a Gades para cumplir los votos que había hecho a Hércules, y se comprometió con nuevas promesas si le era próspero el futuro. A continuación, dividiendo sus fuerzas entre ataque y defensa, para que durante su marcha a Italia, a través de Hispania y de la Galia, no quedase indefensa África, descubierta por el lado de Sicilia, decidió asegurarla con una fuerte guarnición». «Por otra parte, pidió de África un refuerzo de tropas ligeras, en especial lanceros, de forma que, sirviendo los africanos en Hispania y los hispanos en África, lejos de su país, fuesen todos mejores soldados y estuviesen atados por intereses mutuos. Envió a África trece mil ochocientos cincuenta infantes armados de cetra, con ochocientos setenta honderos baleares y mil doscientos jinetes de distintas tribus. Dispuso que estas tropas se quedasen, en parte para defensa de Cartago, y otras distribuidas por África. Al mismo tiempo, sus reclutadores, enviados a las ciudades, alistan cuatro mil jóvenes selectos, a los que manda conducir a Cartago en calidad, a su vez, de rehenes y defensores.
COMENTARIO
Aníbal comienza la preparación de sus fuerzas para marchar sobre Italia. Descansa a sus soldados y programa la estrategia para no dejar desprotegida ni Hispania ni Cartago. No se fía de su tropa y la sitúa de forma que los africanos defiendan Hispania y los hispanos África. Aquí nos muestra su actitud ante el ejército mercenario: es una tropa formada con distintas etnias, caracteres, formas de vivir, de pensar, y por ello no se fía de su actitud ni en Hispania ni en África, y por ello, los separa: su desconfianza es bien clara, pero normal según sus cálculos: su ejército no tiene patria, es mercenario y éste sólo piensa en lo crematístico de su contrato bélico.
Livio. 21.22.1 a 5. Pensando que no se podía descuidad Hispania, tanto menos cuanto estaba informado de que se encontraba inundada de embajadas romanas con la intención se soliviantar los ánimos de los reyezuelos, encarga a su hermano Asdrúbal aquella provincia y la guarnece con tropas africanas principalmente, con once mil setecientos cincuenta infantes, trescientos ligures y quinientos baleáricos. A estas tropas auxiliares de infantería se le sumaron cuatrocientos cincuenta jinetes libio-fenicios, raza púnica mezclada con africanos, númidas y moros habitantes del Océano alrededor de mil quinientos, y una pequeña tropa de ilergetes de Hispania, trescientos jinetes y, para que no fuera a faltar a los de tierra ninguna clase de ayuda, veintiún elefantes. Les fue entregada una escuadra para proteger las costas, porque, en el Mediterráneo en que habían vencido los romanos. se había podido creer que los romanos emprenderían la guerra, formada por cincuenta quinquerremes, dos cuadrirremes y cinco trirremes; pero, preparadas y equipadas de remos, había treinta y dos quinquerremes y cinco trirremes. Desde Gades, llevó los ejércitos a los campamentos de invierno de Cartago Nova; y, desde allí, marchando a través de la ciudad de Gaussa, se dirigió hacia el Ebro por la costa.
COMENTARIO
Aníbal hace los preparativos para emprender y llevar a cabo su proyecto de invadir el territorio italiano. Se prepara con cuerpos de ejércitos perfectamente equipados, no sólo para combatir por tierra, sino por mar. Pero a Italia sólo llevará ejército de tierra. Las escuadras quedan en la Península Ibérica y zona de dominio cartaginés.
Livio. 21.32.3. Sin embargo, para que Hispania no se quedara sin tropas auxiliares romanas, provincia que le había tocado en suerte, envió a Gneo Escipión, su hermano, con la mayor parte de las tropas contra Asdrúbal. No sólo para proteger a los antiguos aliados y ganarse a otros nuevos, sino incluso para expulsar a Asdrúbal de Hispania.
Aquí se inicia la SEGUNDA GUERRA PÚNICA, según T. Livio.
Livio. 21.60.1 a 9. «Mientras estas cosas tienen lugar en Italia, Gneo Cornelio Escipión, tras haber sido enviado a Hispania con una armada y su ejército,»marchando desde la desembocadura del Ródano y atravesando los Montes Pirineos, llevaba la armada a Emporion; «tras desembarcar allí su ejército, somete a su dominio toda la costa desde los layetanos hasta el río Ebro, en parte para renovar las alianzas y en parte para hacer nuevas. Desde aquí, ganada la fama de clementes, se extendió no sólo a la pueblos de la costa sino también entre las etnias mediterráneas y montañeras; pero no sólo formaron la paz entre ellos, sino también hicieron pactos de armas, e incluso reclutaron algunas cohortes entre ellos. La provincia de la parte de acá del Ebro estaba en poder de Hannón. Aníbal lo había dejado para la defensa de aquella región. Así, pues, antes de que se perdiera todo, considerando que se debía ir avanzando, puesto el campamento a la vista de los enemigos,, se dirigió al frente de combate. El romano pensaba que no se debía posponer el combate, porque sabía que se iba a combatir con Asdrúbal y Hannón, y prefería pelear con cada uno por separado antes que contra los dos a la vez. Aquel combate no fue de gran fuerza. Murieron seis mil enemigos; fueron capturados dos mil con la guarnición del campamento. Pues éste fue tomado al asalto y el propio general con algunos reyezuelos fueron hechos prisioneros, y, Cissis, fortificación próxima al campamento, fue asaltada. Por lo demás, el botín de la ciudad fue bastante pequeño: trajes bárbaros y esclavos débiles. Este campamento enriqueció a los soldados, no sólo a costa del ejército que había sido vencido, sino a costa del que combatía en Italia con Aníbal, porque había dejado todas las cosas de valor en la parte de acá de los Pirineos, para que no fueran para que no fueran un obstáculo en su marcha hacia Italia.
COMENTARIO
Ya se inicia la lucha entre cartagineses y romanos; Asbrúbal va a ser un objetivo fácil de eliminar, al igual que sus generales colaboradores. Los romanos inician con éxito sus luchas en Hispania. Aquí Roma fracasó y aquí Roma empezó la recuperación del dominio de la guerra. Aníbal triunfa en Italia, pero en Hispania se ve como un gigante con pies de barro: todo intento de ayuda va a fracasar; los Alpes y sus gentes van a ser el obstáculo que haga pensar que Aníbal no disponía de medios de retaguardia seguros. Ni desde Hispania, ni desde Cartago esperaba ya apoyo firme y seguro.
Livio. 21.61.1 a 11. Ya se inicia la lucha entre cartagineses y romanos, Asbrúbal va a ser un objetivo fácil de eliminar, al igual que sus generales colaboradores. Los romanos inician con éxito sus luchas en Hispania. Antes de que se diera noticia cierta de este combate, Asdrúbal, tras haber pasado el Ebro con ocho mil infantes, mil jinetes, como si a su primera llegada tuviera que enfrentarse a los romanos, después de que enteró de las pérdidas de Cissis y del campamento, se dirigió hacia la costa. No lejos de Tarragona, de una mayor huida, arrastra hacia la naves a los soldados de la armada y marineros aliados que andaban errantes y dispersos por los campos, lo que ocurre cuando los triunfos provocan el descuido, con los jinetes sueltos por todas partes y gran matanza de ellos. Para que no se acostumbraran demasiado a aquel lugar, tratando de evitar que Escipión los diezmara, se refugió al otro lado del Ebro. Pero Escipión, reunido precipitadamente el ejército ante el rumor de nuevos enemigos, habiendo advertido a unos cuantos prefectos de la armada, dejada una pequeña guarnición en Tarragona, se dirige con su armada hacia Emporion». Apenas se marchó Escipión, hizo su aparición Asdrúbal y forzando una defección al pueblo de los ilergetes, que había entregado rehenes a Escipión, destroza los propios campos de ellos con la juventud de los aliados fieles a los romanos. Saliendo rápidamente Escipión del campamento de invierno, abandona el campo de la parte de acá del Ebro (Asdrúbal). Escipión, tras haber invadido con su hostil ejército el pueblo de los ilergetes, abandonado por el autor de la defección, asedia la ciudad de Tanagro, que era la capital de aquel pueblo y, en pocos días, exigidos muchos más rehenes que antes, aceptó la sumisión incondicionada de los ilergetes con imposición incluso de un alto tributo monetario. Desde allí se dirige contra loa ausetanos, cercanos al Ebro, también aliados de los cartagineses y, asediada la ciudad, rechazó las emboscadas de los lacetanos que traían de noche ayuda a sus vecinos, no muy lejos de la ciudad, cuando pretendían entrar. Murieron alrededor de doce mil. Habiendo abandonado los armas, huyeron huyeron vagando por los campos dejando sus casas. A los asediados no les quedaba otra cosa que la defensa que supone la llegada del invierno». El asedio duró treinta días, durante los que, apenas la nieve caída alcanzó los cuatro pies de altura,, cubrió los manteletes y arietes de los romanos, de forma que les servía de protección contra el fuego que les arrojaban de vez en cuando los enemigos. Finalmente habiéndose refugiado Amusico, su jefe, en Asdrúbal, se someten con un pacto de veinte talentos y vuelve a Tarragona al campamento de invierno.
COMENTARIO
En este primer encuentro entre cartagineses y sus aliados, contra los romanos, van éstos, de forma progresiva, recuperando terreno y ganándose la amistad de los pueblos cercanos a la Tarraconense, antes aliados fieles de los cartagineses.
TEXTOS GRIEGOS
DOCUMENTOS DE POLIBIO SOBRE ANÍBAL BARCA
Año -237 a -218
Polibio 2,1,5-9 Los cartagineses, tan pronto como hubieron puesto en orden sus asuntos de África, alistaron tropas y enviaron rápidamente a Amílcar a los parajes ibéricos. Amílcar se puso al frente de este ejército y, con su hijo Aníbal, que entonces tenía nueve años, atravesó las columnas de Heracles y recobró para los cartagineses el dominio sobre Hispania (años -237 a -229). Pasó casi nueve años en los lugares citados y sometió a muchos iberos, unos por las armas y otros por la persuasión. Y acabó su vida de una manera digna de sus hazañas anteriores. En una refriega contra unos hombres muy fuertes, dotados de un gran vigor, se arrojó al peligro con audacia y sin pensárselo. Allí perdió la vida con gran coraje (Livio, XXIV,41,3). Entonces los cartagineses entregaron el mando a Asdrúbal, yerno de Amílcar y trierarco.
Asdrúbal en Hispania.
Polibio. 2,13,1-7. En esta misma época Asdrúbal ejercitaba su mandato con habilidad y realismo, y en conjunto logró un gran progreso cuando erigió la población que unos llaman Ciudad Nueva, y otros Cartago fundación que contribuyó muchísimo a favorecer la política de los cartagineses. Sobre todo por la situación estratégica del lugar, tanto por la se refiere a Ibería como a Libia. 2,13,3 Opinión de los romanos sobre la fundación de Cartago en Hispania. Establecimientos de un pacto entre Roma y Asdrúbal. 2,13,4 Los romanos constataron que allí se había establecido un poder mayor y temible y pasaron a preocuparse de Iberia se dieron cuenta cómo en los tiempos anteriores se habían descuidado y que los cartagineses se habían anticipado a construir un gran imperio e intentaron con todas sus fuerzas recuperar lo perdido.
Polibio. 2.36.1-7. Asdrúbal, general cartaginés, había ejercido ocho años el mando en Hispania cuando murió asesinado arteramente una noche en su propio aposento por un hombre de raza gala; fue un ajuste de cuentas particular. Había promovido un gran auge en la causa cartaginesa, no tanto mediante empresas guerreras como mediante tratos con los jefes del país. Entonces los cartagineses confirieron el mando de Hispania a Aníbal, aunque era joven, debido a la perspicacia y a la audacia que había mostrado en las acciones. Aníbal tomó el mando, y pronto evidenció el propósito de hacer la guerra a los romanos, aunque ahora lo difiriera algo. Desde aquella época, sospechas y fricciones constituían las relaciones mutuas entre romanos y cartagineses, Éstos maquinaban secretamente, pues querían vengar sus derrotas en Sicilia, y los romanos desconfiaban porque se daban Cuenta de las asechanzas. De ahí que los buenos observadores previeran que la guerra entre ellos iba a estallar tras no mucho tiempo.
Polibio. 3.6.1-3. Algunos tratadistas de la historia de Aníbal, al querer enseñarnos las causas de la guerra en cuestión entre romanos y cartagineses, aducen primero el asedio de Sagunto por parte de los cartagineses y, en segundo lugar, su paso, en contra de los tratados del río que los naturales del país llaman Ebro (se trata del Júcar). Yo podría afirmar que estos fueron los comienzos de la guerra, pero negaría rotundamente que fueran las causas. ¡ Nada de esto¡.
Polibio.3,8,3-10. Fabio, el historiador romano, afirma que la causa de la guerra contra Aníbal fue, además de la injusticia cometida contra los saguntinos, la avaricia y la ambición de Asdrúbal, ya que éste, tras adquirir un gran dominio de los territorios de Hispania, se presentó en el África, donde intentó derogar las leyes vigentes y convertir en monarquía la constitución de los cartagineses. Los prohombres de la ciudad, al apercibirse de su intento contra la constitución, se pusieron de acuerdo y se enemistaron con él. Cuando Asdrúbal lo comprendió, se marchó del África y, desde entonces, manejó a su antojo los asuntos hispanos, prescindiendo del Senado cartaginés. Aníbal, que desde niño había sido compañero de Asdrúbal y emulador de su manera de gobernar, luego que hubo recibido la dirección de los asuntos de Hispania, dirigió las empresas del mismo modo que él. Esto hizo que ahora la guerra contra los romanos estallara contra la voluntad de los cartagineses, por decisión de Aníbal. Porque ningún notable cartaginés había estado de acuerdo con el modo con que Aníbal trató a la ciudad de Sagunto. Fabio afirmaba esto, y luego asegura que, tras la caída de la plaza mencionada, los romanos acudieron y exigieron a los cartagineses que les entregasen a Aníbal o arrostraran la guerra. Ante su afirmación de que ya desde el principio los cartagineses estaban disgustados por la conducta de Aníbal, se podría preguntar a este autor si dispusieron de ocasión más propicia que ésta o de manera más justa y oportuna para avenirse a las pretensiones romanas y entregarles al causante de tales injusticias. Así se libraban discretamente, por medio de terceros, del enemigo común de la ciudad, lograban la seguridad del país y apartaban la guerra que se les venía encima y satisfacían, con solo un decreto, a los romanos.A todo esto, ¿qué podría decir Fabio? Nada, evidentemente. La verdad es que los cartagineses tanto distaron de hacer cualquier cosa de las indicadas, que, según las iniciativas de Aníbal, guerrearon continuamente durante dieciséis años, y no cesaron hasta que, tras poner a prueba todas sus esperanzas, al final vieron en peligro su país y sus vidas.
Polibio 3.9,6 En cuanto a la guerra entre romanos y cartagineses hay que considerar que la primera causa fue el resentimiento de Amílcar, el llamado Barca, que era padre natural de Aníbal….
Polibio. 3,10,5-7. Amílcar…después de las derrota de los mercenarios sublevados, puso luego todo su interés en los asuntos de Hispania, pues quería aprovechar estos recursos para la guerra contra los romanos. Hay que tener en cuenta una tercera causa, me refiero a éxito de los cartagineses en los asuntos de Hispania. Porque, por confiar en estas fuerzas entraron llenos de coraje en la guerra citada. Es innegable que Amílcar, aunque murió diez años antes del comienzo de esta segunda guerra, contribuyo decisivamente a su estallido. Ello se puede probar de muchas maneras, pero para merecer crédito bastará con considerar lo que se expone a continuación.
COMENTARIO
Las dudas sobre la fiabilidad por parte de Aníbal no se hacen esperar. Ya empezaba a tener sospechas de la poca lealtad de sus mercenarios. Y empieza a sentirse inseguro de sus hombres, porque le han provocado una rebelión interna. Nota que tendrá muy presente a la hora de configurar la posición de sus milicias cuando se enfrente a los enemigos. Desconfía de todos, y por ello su estrategia cambiará según las circunstancias. Y esto se podrá comprobar cuando se encuentre en terreno italiano.
Polibio. 3,11,1-5-6-7 En la época en que Aníbal, derrotado por los romanos, acabó por exiliarse de su patria y vivió en la corte de Antíoco… A medida que pasaba el tiempo, el rey recelaba cada vez más de Aníbal, surgió la oportunidad de explicarse acerca de la desconfianza creada entre ellos dos. En el diálogo, Aníbal se defendió de múltiple modos y, al final, cuando ya agotaba los argumentos, explicó lo que sigue: Cuando su padre iba a pasar a Hispania con sus tropas, Aníbal contaba nueve años y estaba junto a un altar en el que Amílcar ofrecía un sacrificio a Zeus. Una vez que obtuvo agüeros favorables, libó en honor de los dioses y cumplió los rotos prescritos, ordenó a los demás que asistían al sacrificio que se apartaran un poco, llamó junto a sí a Aníbal y le preguntó amablemente si quería acompañarle en la expedición. Aníbal asintió entusiasmado y aún se lo pidió como hacen los niños. Amílcar, entonces, le cogió por la mano derecha, lo llevó hasta el altar y le hizo jurar, tocando las ofrendas, que jamás sería amigo de los romanos.
Polibio,3,12,1-4 “De modo que debemos tener este testimonio como prueba irrefutable del odio de Amílcar y de sus intenciones que luego evidenciaron los mismos hechos: tan enemigo de los romanos hizo a Asdrúbal, que era el marido de su hija, y a su propio hijo Aníbal, que ese odio resultó insuperable. Pero Asdrúbal murió prematuramente y no pudo hacer notorias a todos sus intenciones; Aníbal, en cambio, tuvo la ocasión de demostrar, a carta cabal, el odio que contra los romanos había heredado de su padre.
Polibio. 3.13.1-8 “Los cartagineses soportaron a duras penas su descalabro en Sicilia; pero aumentaron su cólera, como dije antes, lo ocurrido en Cerdeña y la gran cantidad de dinero que, al final, les fue impuesta. Por ello, así que hubieron sometido la mayor parte de los territorios de Hispania, estuvieron dispuestos a todo lo que se presentara contra los romanos. Cuando les llegó la noticia de la muerte de Asdrúbal, a quien, tras la muerte de Amílcar, habían confiado sus asuntos hispanos, primero tantearon las preferencias de las tropas. Cuando desde los campamentos se les hizo saber que los soldaos habían elegido unánimemente a Aníbal como general, reunieron al instante la asamblea popular y ratificaron por unanimidad la decisión de sus tropas. Aníbal se hizo cargo del mando al instante e hizo una salida para someter a la tribu de los ólcades. Llegó a Altea, su ciudad más fuerte y acampó junto a ella. Luego la atacó de manera enérgica y formidable y la tomó en poco tiempo; ello hizo que las demás ciudades, espantadas, se entregaran a los cartagineses. En ellas Aníbal recaudó dinero; tras hacerse con una fuerte suma se presentó en Cartago Nova para pasar allí el invierno.Trató con liberalidad a sus súbditos, anticipó parte de sus soldadas a sus compañeros de armas y les prometió aumentarlas, con lo que infundió grandes esperanzas en sus tropas y al propio tiempo se hizo muy popular.
COMENTARIO
En este inciso, Polibio, introduce lo que ocurrió entre Aníbal y su padre, y lo que habían hecho ante los altares de los dioses. Ciertamente esto lo hizo cuando notó que el rey Antíoco iba perdiendo la confianza y fiabilidad de Aníbal, refugio tras su huida de Cartago después de la gran derrota de Zama y por otras razones de tipo económico. Pero es consecuencia que se veía venir. Se aprovechó de su situación como sufeta y su actitud fue despreciada de forma palmaria ante el Senado cartaginés y el pueblo. Antíoco. Conocía todas las artimañas que Aníbal venía haciendo con Roma -a la que Antíoco también quería combatir, pues de hecho lo hizo, pero con fracaso por su parte- y la forma de tratar a los pueblos sometidos, las cargas que les imponía que eran insoportables. Todo ello confluyó en el ánimo de Antíoco, y Aníbal se vio obligado a abandonar aquella corte y marchar a otras tierras.
Año -220
Polibio. 3.14.1-8. Al verano siguiente salió de nuevo, esta vez contra los vacceos; lanzó un ataque súbito contra Salamanca y la conquistó; tras pasar muchas fatigas en el asedio de Arbucala, debido a sus dimensiones y también a la bravura, la tomó por la fuerza. Ya se retiraba cuando se vio expuesto a los más graves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más poderoso de aquellos lugares; les acompañaban sus vecinos, que se les unieron excitados principalmente por los ólcades que habían logrado huir; les atacaban también, enardecidos, los salmantinos que se habían salvado. Si los cartagineses se hubiesen visto en la precisión de entablar con ellos una batalla campal, sin duda alguna habrían sido derrotados. Pero Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo, y trabó el combate en el momento en que el enemigo lo vadeaba, utilizando como auxiliar el mismo río y sus elefantes, ya que disponía de cuarenta de ellos. Todo le resultó de manera imprevista y contra todo cálculo. Pues los bárbaros intentaron forzar el paso por muchos lugares y cruzar el río, pero la mayoría de ellos murió al salir del agua ante los elefantes que recorrían la orilla y siempre se anticipaban a los hombres que iban saliendo. Muchos también sucumbieron dentro del río mismo a manos de los jinetes cartagineses, porque los caballos dominaban mejor la corriente, y los jinetes combatían contra los hombre de a pie desde una situación más elevada. Al final cruzó el río el mismo Aníbal con su escolta, atacó a los bárbaros y puso en fuga a más de cien mil hombres. Una vez derrotados, nadie de allá del Ebro se atrevió fácilmente a afrontarle, a excepción de Sagunto: Pero Aníbal, de momento, no atacaba en absoluto a la ciudad, porque no quería ofrecer ningún pretexto claro de guerra a los romanos hasta haberse asegurado el resto del país; en ello seguía sugerencias y consejos de su padre Amílcar.
COMENTARIO
En este episodio podemos observar una de las tácticas más comunes en las estrategias de Aníbal: combatir a las orillas de los ríos. La zona de Helmántica fue atacada, como otras de las muchas de la Iberia superior. Pero el Cartaginés supo llevarse al enemigo a las zonas por él preferidas: los ríos. Allí les tendió la trampa que tanto va a utilizar el Italia (Tesino, Trebia, lago Trasimeno…). y los bárbaros, como dice al autor, cayeron en la trampa a consecuencia del desconocimiento del combate sobre un lecho de río, y además, con un arma muy poderosa: el elefante. Pero fue la caballería númida la que mayor estrago causó a los nativos. Aníbal puso en retirada a un ejército ibero de más de cien mil hombres, hecho desconocido hasta entonces. Así que empezó a funcionar la estrategia de Aníbal: caballería númida, elefantes y el lugar por él elegido como más idóneo para combatir: un río.
Polibio 3.15.1-13. “Los saguntinos despachaban mensajeros a roma continuamente porque preveían el futuro y temían por ellos mismos. Querían, al propio tiempo, que los romanos no ignorasen los éxitos de los cartagineses en Hispania. Hasta entonces los romanos no les había hecho el menor caso, pero en aquella ocasión enviaron una embajada que investigara lo ocurrido. Era el tiempo en que Aníbal ya había sometido a los que quería y se había establecido de nuevo con sus tropas en Cartago Nova para pasar el invierno. Esta ciudad era algo así como el ornato y capital de los cartagineses en Hispania. Allí se encontró con la embajada romana, la recibió en audiencia y escuchó lo que decían acerca de la situación. Los romanos poniendo por testigos a los dioses, les exigieron que se mantuvieran alejados de los saguntinos (pues estaban bajo su protección) y no cruzaran el río Ebro, según el pacto establecido con Asdrúbal. Aníbal, como joven que era, embargado de ardor guerrero, que había tenido éxito en sus empresas, y dispuesto desde hacía tiempo a la enemistad con los romanos, les acusaba antes sus embajadores, como si fuera él el encargado de velar por los saguntinos, de que, aprovechando una revuelta que había estallado en la ciudad hacía muy poco,, habían efectuado un arbitraje para dirimir aquella turbulencia y habían mandado ejecutar injustamente a algunos prohombres. Dijo que no vería con indiferencia a los que había sido traicionados. Pues era algo innato en los cartagineses no pasar por alto ninguna injusticia. Pero el mismo tiempo Aníbal envió correos a Cartago para saber qué debía hacer, puesto que los saguntinos, fiados en su alianza con los romanos, dañaban a algunos pueblos de los sometidos a los cartagineses. Aníbal, en resumen, estaba poseído de la irreflexión y de coraje violento. Por eso no se servía de las causas verdaderas y se escapaba hacia pretextos absurdos. Es lo que suelen hacer quienes por estar aferrados a sus pasiones desprecian el deber. ¡Cuánto más le hubiera valido creer que los romanos debían devolverles Cerdeña y restituirles el importe de los tributos que, aprovechándose de las circunstancias, les habían impuesto y cobrado anteriormente, y afirmar que si no accedían, ello significaría la guerra! Pero ahora, al silenciar la causa verdadera y fingir una inexistente sobre los saguntinos, dio la impresión de empezar la guerra no sólo de un modo irracional, sino aún injusto. Los embajadores romanos, al comprobar que la guerra era inevitable, zarparon hacia Cartago, pues querían renovar allí sus advertencias. Evidentemente estaban seguros de que la guerra no se desarrollaría en Italia, sino en Hispania y de que utilizarían como base para esta guerra la ciudad de Sagunto.
Polibio 3.17.1-11 Aníbal levantó el campo y avanzó con sus tropas desde Cartago Nova, marchando hacia Sagunto. Esta ciudad no está lejos del mar y al pie mismo de una región montañosa que une los límites de la Iberia y de la Celtiberia. Dista de la costa unos siete estadios. Sus habitantes se alimentan del país, que es muy feraz. Y sobrepasa en fertilidad a todos los de Hispania. Aníbal, pues, acampó allí, y estableció un asedio muy activo, ya que reveía muchas ventajas para el futuro si conseguía tomar la ciudad por la fuerza. Creía en primer lugar que quitaría a los romanos la esperanza de trabar la guerra en Hispania, y después que, si intimidaba a todos, volvería más dóciles a los ya sometidos a los cartagineses, y más cautos a los iberos que conservaban todavía la independencia. Pero lo principal era que, al no dejar atrás a ningún enemigo, podría continuar su marcha sin ningún peligro. Además, suponía que iba a disfrutar de recursos en abundancia para sus empresas, que infundiría coraje a sus soldados con la ganancia que cada uno lograría y que con el botín que enviaría procuraría la prosperidad de los cartagineses residentes en la metrópoli. Haciendo tales cálculos, proseguía el asedio con firmeza: a veces daba ejemplo a sus tropas y participaba de las fatigas de las operaciones, otras, las arengaba y arrostraba audazmente los peligros Tras sostener penalidades y preocupaciones de todas clases, tomó la ciudad al asalto tras ocho meses. Se apoderó de muchas riquezas, de prisioneros y bagaje. El dinero, según su propósito inicial lo reservó para sus propios proyectos; los prisioneros los distribuyó entre sus propios soldados, según el merecimiento de cada uno y remitió el bagaje íntegro a Cartago sin pérdida de tiempo. Al obrar así, ni erró en sus cálculos, ni falló en su propósito inicial: aumentó en los soldados el ardor combativo y predispuso a los cartagineses para lo que les anunciaba. Y con tales pertrechos y provisiones, él mismo logró muchas cosas útiles después.
Polibio. 3,20, 1-10. Cuando llegó a los romanos la noticia de la toma de Sagunto, no celebraron ninguna asamblea!. no. por Júpiter¡ para tratar de la guerra, cosa que afirman algunos historiadores que llegan a incluir los discursos pronunciados por los rivales políticos, actuando de manera totalmente absurda-¿Cómo iba a ser posible que los romanos, que en el año anterior habían advertido a los cartagineses que si invadían el país de los saguntinos les declararían la guerra, se reunieran, tomada ya por la fuerza la ciudad de Sagunto,, para deliberar si debían pelear o no? ¿Cómo y de qué forma presentan éstos el extraño abatimiento del Senado romano y, al mismo tiempo, afirman que los padres llevaron a la asamblea a sus hijos de doce años, quienes participaron en las discusiones, y no revelaron a nadie, ni siquiera a los parientes, ningún secreto?Nada de esto es lógico ni verídico en absoluto a no ser que, ¡ por Júpiter !, la Fortuna hubiera proporcionado a los romanos, entre otras muchas cosas, ser juiciosos ya de nacimiento: Contra semejantes libros, como los que escriben Quereas y Sósilo, na hay que decir más; creo que tienen la disposición y la fuerza de una historia de cuentos de bárbaros o de charlatanes vulgares y no de una verdadera historia. Los romanos, al saber lo ocurrido con los saguntinos, eligieron unos embajadores y los enviaron sin dilación a Cartago. Debían proponer alternativamente dos cosas: si aceptaban la primera, los cartagineses sufrían a todas luces daño y vergüenza; la segunda les presentaba el inicio de problemas y de grandes peligros. en efecto, los romanos exigían la entrega de Aníbal y de sus consejeros; de lo contrario, habría guerra. Los romanos llegaron a Cartago, se presentaron al Senado cartaginés y expusieron sus condiciones. Los cartagineses escucharon con disgustos aquellas propuestas; sin embargo, eligieron como portavoz suyo al más hábil entre ellos y empezaron a justificarse.
Polibio, 3,21,1-10. El portavoz silenció los pactos establecidos como si no hubieran existidos, o bien, de existir, como si para ellos fueron nulos, ya que se habían convenido sin haberles sido consultado. En ello los cartagineses decían seguir el ejemplo dado por los propios romanos: en efecto, el tratado concluido en la guerra de Sicilia por Lutacio, decían fue convenido por él, y luego invalidado por el pueblo romano, porque se había hecho al margen de su parecer. Los cartagineses urgían y apoyaban toda su defensa en los pactos últimos establecidos en la guerra de Sicilia. Y negaban que en ellos constara algo escrito acerca de Hispania; lo único que se ordenaba específicamente era que los aliados de ambos bandos gozaran de seguridad. Y demostraron que entonces los saguntinos no eran aliados de los romanos; a este propósito leyeron mucho los tratados. Los romanos rechazaron de plano estas justificaciones, afirmando que si Sagunto se mantuviera aún intacta, tal justificación sería admisible, y se podrían tratar los puntos discutibles. Pero como la ciudad había sido violada, o había de entregar a los culpables (con lo cual quedaría claro para todos que ellos no habrían participado en la injusticia, sino que esta obra se había llevado a cabo contra su parecer) o, si se negaban a ello, reconocían que habían participado en la injuria y aceptaban la guerra. Tales fueron, en resumen, los argumentos que ellos utilizaron. Nos parece necesario el no dejar de lado este punto para que ni aquellos a quienes incumbe el deber y la necesidad de ser muy estrictos en este aspecto se aparten de la verdad en sus deliberaciones más indispensables, ni tampoco los estudiosos se confundan, inducidos a error por la ignorancia o la parcialidad de los historiadores: por el contrario, debe haber una visión de conjunto de las obligaciones mutuas que pactaron romanos y cartagineses desde el principio hasta la época actual.
Polibio, 3.22. 1-12. El primer pacto entre romanos y cartagineses se concluye en tiempos de Lucio Junio Bruto y Marco Horacio, los primeros cónsules romanos nombrados después del derrocamiento de la monarquía. Bajo su consulado se consagró el templo de Júpiter Capitolino. Esto ocurrió veintiocho años antes del paso de Jerjes a Grecia (año -480). Lo hemos transcrito traduciéndolo con la máxima exactitud posible, pues también entre los romanos es tan grande la diferencia entre la lengua actual y la antigua que, algunas cosas ni los más entendidos logran discernirlas claramente. Los pactos son del tenor siguiente: que haya paz entre los romanos y sus aliados y los cartagineses y sus aliados bajo las condiciones siguientes: que ni los romanos ni los aliados de los romanos naveguen más allá del cabo Hermoso si no les obliga una tempestad, o bien los enemigos. Si alguien es llevado allá por la fuerza, que no les sea permitido comprar ni tomar nada, excepción hecho del aprovisionamiento para el navío o para los sacrificios y que se vayan a los cinco días. Los que lleguen allí con fines comerciales no podrán concluir negocios si no es bajo la presencia de un heraldo o de un escribano. Lo que se venda en presencia de estos, sea garantizado al vendedor por fianza pública, tanto si se vende en África como en Cerdeña. si algún romano se presenta en Sicilia, en un paraje sometido al dominio cartaginés, gozará de los mismos derechos. que los cartagineses no comentan injusticias contra el pueblo de los ardeatinos, no contra el de Antio, ni contra el de Laurento, ni contra el de Circe, ni contra el de Terracina….
En estos párrafos de Polibio se entabla discusión sobre la verdadera cobertura del tratado o tratados entre los cartagineses y los romanos. Cada uno juega a su política y no se ponen de acuerdo. Al final todo llega a la decisión que se toma en el Senado cartaginés cuando los embajadores romanos plantean la paz o la guerra.
(Año -306. Tercer Tratado).
Polibio, 3.25.1-9, Los romanos establecieron todavía un último pacto en la época de la invasión de Pirro antes de que los cartagineses iniciaran la guerra de Sicilia. En este pacto se conservan todas las cláusulas de los acuerdos ya existentes, pero además, se añaden los siguientes: » Si hacen por escrito un pacto de alianza contra Pirro, que lo hagan ambos pueblos, para que les sea posible ayudarse mutuamente en el país de los atacados. Sea cual fuere de los dos el que necesite ayuda, sean los cartagineses los que proporcionen navíos para la ida y para la vuelta; cada pueblo se proporcionará los víveres. Los cartagineses ayudarán a los romanos por mar, si éstos lo necesitan. Nadie obligará a las dotaciones a desembarcar contra su voluntad». Siempre era obligado hacer un juramento. Se hicieron así: en los primeros pactos los cartagineses juraron por los dioses paternos y los romanos por unas piedras, según la costumbra antigua, y además por Aires y Enialio. el juramento por las piedras se efectúa así: el que lo formula con referencia a un tratado, toma en su mano una piedra y, tras jurar por la fe pública, dice lo siguiente: «Si cumplo este juramento, que todo me vaya bien, pero si obro y pienso de manera distinta, que todos los demás se salven en sus propias patrias, en sus propias leyes, en su propios bienes, templos sepulturas, y tan solo caiga así, como ahora esta piedra». Y tras decir esto, arroja la piedra de su mano.
Polibio, 3.26.1-7. (Últimos tratados). Las cosas eran así, y los pactos se conservan todavía en las tables de bronce en el templo de Júpiter Capitolino, en el archivo de los ediles. ¿Quién no se extrañara naturalmente del historiador Filino, no de que ignore estos pactos (lo cual no es de extrañar, pues incluso ahora los más ancianos romanos y cartagineses, incluso los que parecen que más se habían interesado por el tema, los ignoraban), sino que se atrevió, no sé con qué seguridades, a escribir lo contrario: dice que entre romanos y cartagineses había un pacto, según el cual los romanos no podían entrar en ningún puntos de Sicilia, ni los cartagineses en ningún punto de Italia. Según Filino los romanos pisotearon los pactos y juramentos, puesto que fueron los primeros en hacer una travesía a Sicilia. Pero tales pactos no existen, y no hay constancia escrita acerca de ellos. Filino los cita explícitamente en su segundo libro . De tal cosa hemos hecho mención en la introducción a nuestra obra histórica, dejamos ahora el tratarla con algún detalle, porque muchos en este tema se equivocan por fiarse de la obra de Filino. entendámonos: Si alguien reprocha a los romanos su paso a Sicilia, relacionándolo con el hecho de que habíase admitido sin reserva a los mamertinos en amistad, y cuando éstos se la pidieron, les prestaron ayuda, aunque los mamertinos habían traicionado no sólo a Mesina, sino también a Regio, desde esta perspectiva su indignación es explicable. Pero si éste supone que la travesía significó la transgresión de pactos y juramentos, aquí su ignorancia es manifiesta.
COMENTARIO
En estos documentos se habla de pactos ficticios y pactos reales. los historiadores no son de fiar porque no se ha detectado ningún documento escrito que lo testifique.
Polibio, 3.27.1-10. Porque, acabada la guerra de Sicilia, los romanos hacen unos pactos distintos, en los cuales las cláusulas contenidas eran las siguientes: «Los cartagineses evacuarán (toda Sicilia) todas las islas que hay ente Italia y Sicilia, que ambos bandos respeten la seguridad de los aliados respectivos. que nadie ordene nada que afecte a los dominios del otro, que no levanten edificios públicos en ellos ni recluten mercenarios y que no atraigan a su amistad a los aliados del otro bando. Los cartagineses pagarán en diez años dos mil doscientos talentos, y en aquel mismo momento abonarán mil. Los cartagineses devolverán sin rescate todos sus prisioneros a los romanos. Después de esto, al acabar la guerra de África, los romanos, tras amenazar con la guerra a los cartagineses hasta casi decretarla, añadieron al pacto lo siguiente: » Los cartagineses evacuarán Cerdeña y pagarán otros mil doscientos talentos», tal como explicamos más arriba. Y a todo lo dicho hay que añadir las últimas convenciones aceptadas por Asdrúbal en Hispania, según las cuales «los cartagineses no cruzarían el río Ebro en son de guerra». Estos fueron los tratados entre romanos y cartagineses desde el principio hasta los tiempos de Aníbal. hemos indicado ya las razones aducidas entonces por los cartagineses; ahora expondremos las de los romanos, no las que entonces manifestaron, indignados por la pérdida de Sagunto, aunque se habla de ellas con mucha frecuencia y por muchos. En primer lugar no se debían tener por nulos los pactos establecidos con Asdrúbal, como los cartagineses tienen la desfachatez de afirmar. en efecto: en ellos no constaba, como en los establecidos por Lutacio, «que serán vigentes si los ratifica el pueblo romano»; Asdrúbal había pactado con autoridad omnímoda un tratado en el que se decía «que los cartagineses no cruzarían el río Ebro en son de guerra». En los pactos de Sicilia consta, como reconocen también aquellos, «que cada parte garantizará la seguridad de los aliados de la otra, y no sólo a los aliados de aquel momento, que era la interpretación ofrecida por los cartagineses. Pues en tal caso se habría añadido «que no se aceptarían otros aliados que los que entonces tenían» o bien «que los aceptados posteriormente no se incluirían en el pacto». Pero no se hizo constar ninguna cláusula en este sentido, con lo cual quedó claro que la seguridad afectaba los aliados de ambas partes, a los de entonces y a los que se adhirieran posteriormente. Lo cual es muy lógico, pues, por descontado que se iban a hacer unos pactos que les privaran de la posibilidad de unirse, según las circunstancias, a aquellos que les parecieran amigos o aliados útiles, o bien que les forzaran, tras aceptar su lealtad, a abandonarles cuando alguien cometiera una injusticia contra ellos. Lo esencial en el pensamiento de ambas partes en los pactos era esto: no molestar a los aliados que entonces tenía cada parte, y que ninguna de ellas debía aceptar a los aliados de la otra. en cuanto a los adquiridos posteriormente se estipulaba «no reclutar mercenarios entre ellos; ninguna parte ordenaría nada que afectara los dominios de la otra o los de sus aliados; se garantizaba la seguridad de los ciudadanos de ambas partes».
COMENTARIO
Las dudas sobre nuevo tratado entre romanos y cartagineses gira en torno a la entrada de los romanos en territorio de Sicilia. Hay dudas sobre la autenticidad de este acuerdo porque los historiadores se plantean si existieron o no. Todo parece indicar su inexistencia y los romanos entran en Sicilia, lugar muy reservado para el mundo cartaginés.
Polibio, 3.30.1-4. Las cosas estaban así y era notorio que los saguntinos ya se habían aliado con los romanos muy anteriormente a la época de Aníbal. He aquí la máxima prueba de ello, reconocida por los mismos cartagineses: cuando los saguntinos se pelearon entre ellos, no se dirigieron a los cartagineses, a pesar de que los tenían muy cerca y disponían ya de los asuntos de Hispania, sino a los romanos, y gracias a ellos enderezaron su situación política. Conocido es también que los saguntinos, muchos años antes, se habían puesto bajo la protección de los romanos.
Polibio, 3. 33.1-8. Los embajadores romanos (de ahí arrancó nuestra digresión) escucharon el alegato cartaginés y no añadieron nada. El de mayor edad mostró su manto a los senadores cartagineses y les dijo que allí les llevaba la guerra y la paz; lo sacudiría y les soltaría lo que eligieran. El sufeta cartaginés les dijo que soltaran lo que a ellos les pareciera bien. cuando el romano dijo que les soltaba la guerra, la mayoría de los componentes del Senado alzó la vez y gritó que la aceptaban. Y con estas palabras los embajadores y el Senado cartaginés se separaron. Aníbal pasaba el invierno en Cartago Nova. Primero licenció a los iberos hacia sus ciudades respectivas, con la intención de tenerlos dispuestos y animosos para el futuro. A continuación dio instrucciones a su hermano Asdrúbal acerca de cómo debía ejercer el gobierno y la autoridad sobre los iberos. y de cómo debía hacer los preparativos contra los romanos en el caso de que él mismo se encontrara ausente en cualquier otro sitio. en tercer lugar se preocupó de la seguridad de los asuntos de África. con cálculo propio de un hombre prudente y experto, hizo pasar soldados de África a Hispania y de ésta al África, estrechando con semejante plan la lealtad mutua de ambas poblaciones. Los que pasaron al África fueron los tersitas y los mastios y además los oretanos iberos y los ólcades. Los soldados procedentes de estos pueblos sumaban mil doscientos jinetes y tres mil ochocientos cincuenta hombres de a pie. Además de éstos, había baleares (en número de ochocientos setenta, cuyo nombre significa propiamente «honderos». Los habitantes de estas islas usan principalmente hondas, y este uso ha dado nombre a las islas y a sus moradores. La mayoría de los citados fue acantonada en Metagonia del África, pero algunos lo fueron en la propia Cartago. A ella mandó también Aníbal cuatro mil infantes, en calidad a la vez de rehenes y de refuerzos, procedentes de las ciudades llamadas metagonitas. En Hispania dejó a su hermano Asdrúbal cincuenta quinquerremes, diez cuatrirremes y cinco trirremes. De estas naves treinta y dos quinquerremes y cinco trirremes tenían dotaciones. Le confió también como caballería cuatrocientos cincuenta libiofenicios y africanos, trescientos ilergetes (de Lérida y Huesca) y mil ochocientos hombre reclutados entre los númidas: los messalios, los macneos y los mauritanos que viven en la costa; como infantería, once mil ochocientos cincuenta soldados de a pie africanos, trescientos ligures, quinientos baleares y veintiún elefantes. Nadie debe extrañarse de la exactitud de esta enumeración acerca de las disposiciones de Aníbal en Hispania, aunque apenas la usaría uno que hubiera dispuesto personalmente las acciones en todas sus partes. Que nadie nos concede precipitadamente se hemos procedido de modo semejante a algunos historiadores que pretenden dar visos de verdad a sus falsedades. Pues nosotros hemos encontrado en el cabo Licinio esta enumeración grabada por orden de Aníbal en una tablilla de bronce en la época en que él se paseaba por Italia; hemos creído que, al menos en esta materia, la tablilla es totalmente fiable y por esto hemos decidido dar crédito a la inscripción.
Polibio. 3.35.1-2. Terminado durante el invierno lo que hemos dicho, y habiendo asegurado la defensa de África y de Hispania, el día señalado sacó su ejército, compuesto de noventa mil infantes y doce mil jinetes. Atravesando el Ebro sojuzgó a los ilergetes y bargusios, después a los airenosios y andosinos, tocando ya a los Pirineos.
COMENTARIO
Aquí Polibio comenta el episodio de la embajada romana ante el Senado cartaginés. Se repite el hecho de la declaración de guerra. Se recuenta con quien Cartago cuenta a la hora de emprender la guerra contra Roma, quienes son sus aliados, cómo ganarse el pueblo ibero en general con la dificulad de ser tan heterogéneo en todos los sentidos. En el Sur tienen a sus hermanos de sangre, conocidos como los comerciantes fenicios; pero el centro es más reticente y desconfiado. No lo tendrán fácil pero conseguirán atraerlos a su propósito.
Año -218.
Polibio, 3.41.2. Publio salió para Hispania con sesenta naves.
COMENTARIO
Aníbal inicia su viaje hacia los Pirineos y Alpes para atacar a Roma en su propio terreno. Pero Roma, quizá sin saber lo que se plantea a fondo, manda a un general romano hacia Iberia para atacar en sus orígenes, a los cartagineses establecidos en territorio ibérico. Hecho que Aníbal sospechaba, y por eso propuso dejarse la espaldas cubiertas con cuerpos de ejércitos tanto en la Península Ibérica como en África, pero con la suspicacia de dejar a africanos en Iberia y a iberos en África. Muy propio de la astucia de Aníbal.
Polibio narra los datos de la SEGUNDA GUERRA PÚNICA
Polibio 3.76.1-13. En la misma época Gneo Cornelio, nombrado por su hermano Publio comandante de las fuerzas navales, según dije más arriba, zarpó con toda la flota desde las bocas de Ródano y alcanzó Hispania por los parajes cercanos a la ciudad llamada Emporion. empezando desde alli hacía los desembarcos e iba asediando a los habitantes de la costa hasta el río Ebro, que le rechazaban; en cambio trató benignamente a los que le acogieron y los protegió de la mejor manera posible. Aseguró, pues, las poblaciones costeras que le habían pasado y avanzó con todo su ejército hacia los territorios del interior. Había reunido ya un gran número de aliados de entre los hispanos. A medida que avanzaba se atraía a las ciudades y sometía a otras. Los cartagineses dejados en estos parajes al mando de Hannón, acamparon frente a los romanos cerca de la ciudad llamada Cissa. Gneo Cornelio formó a sus tropas y libró un combate del cual salió victorioso, con lo que se adueñó de muchas riquezas, ya que las tropas cartaginesas que habían marchado a Italia,, había confiado sus bagajes a los cartagineses de aquí. Gneo Cornelio convirtió en amigos y aliados a todos los naturales del país que habitaban el norte del Ebro; cogió vivo al general de los cartagineses Hannón y al caudillo ibero Indíbil; éste detentaba el mando de aquellos lugares de tierras adentro, y había sido siempre muy amigo de los cartagineses. Enterado muy pronto de lo sucedido, Asdrúbal cruzó el río Ebro y acudió a prestar ayuda. Se enteró de que las tripulaciones de la flota romana, dejadas allí, al saber los triunfos de sus ejércitos de tierra, se habían dispersado de manera confiada y negligente; concentró, pues, unos ocho mil hombres de infantería de su propio ejército y mil jinetes, sorprendió diseminados por el país a los romanos de las naves, mató a muchos de ellos y obligó a los demás a huir hacia sus propias embarcaciones. Asdrúbal, entonces, se retiró, cruzó de nuevo el río Ebro y se preocupó de la guarnición y defensa de los parajes situados detrás del río; pasó el invierno en Cartago Nova; Gneo alcanzó de nuevo su flota, castigó según la usanza romana a los culpables de lo ocurrido, concentró en un sólo punto a sus fuerzas terrestres y navales y estableció su campamento de invierno en Tarragona. En previsión del futuro repartió en botín en partes iguales entre los soldados, lo cual les infundió gran ardor para el futuro y simpatías hacia él.
Año -217.
Polibio, 3.96.1-14. Asdrúbal y los suyos, al señalarles los vigías, ya de lejos, la navegación del enemigo, dispusieron que sus fuerzas de tierra se ordenaran junto a la costa, al tiempo que ordenaban a las dotaciones embarcar en sus naves. Los romanos estaban ya cerca. Los cartagineses dieron la señal de combate entonando un grito de guerra, decididos a librar la batalla naval. Se trabaron , pues, con el enemigo durante breve tiempo le disputaron la victoria. No mucho después comenzaron a replegarse. La reserva de infantería situada frente a las costas, no les aprovechó tanto, por infundirles valor en la batalla, como les perjudicó, ya que les infundía una cierta esperanza de salvación. Tras perder dos naves con sus tripulantes, y los remos y marinería de cuatro, huyeron, replegándose hacia tierra. Los romanos los persiguieron bravamente y ellos lanzaron las naves hacia la costa; sus tripulantes saltaron de ellas y se salvaron corriendo hacia sus formaciones. Los romanos se aproximaron audazmente a tierra firme y remolcaron a las naves enemigas que lograron remover; se hicieron al mar abierto con gran alegría: habían vencido al adversario en la primera embestida, se había hecho con el dominio del mar y habían arrebatado veinticinco naves al enemigo.
Las operaciones de Iberia adquirieron desde este momento perspectivas más brillantes, debido al éxito reseñado. Y los cartagineses, al enterarse de la derrota sufrida, dotaron al instante setenta naves y las despacharon, ya que estaban convencidos de que, para cualquier intento, les era indispensable el dominio del mar.
Esta flota tocó primero Cerdeña; desde aquí se dirigió a los territorios de Italia junto a Pisa; la marinería creía que allí establecería contacto con los hombre de Aníbal. Pero los romanos, desde la propia Roma, se hicieron a la mar con ciento veinte navíos penterremes, y los cartagineses, sabedores de esta salida, zarparon de nuevo hacia Cerdeña, y después, de nuevo, hacia Cartago Nova. Gneo Servilio, con la escuadra referida, persiguió a los cartagineses durante algún tiempo, convencido de que los alcanzaría, pero por ser mucha la distancia, renunció. Entonces ancló primero en Lilibeo, en Sicilia, después zarpó de nuevo hacia África, a la isla de Cercina, y cobró dinero a sus habitantes para no devastarles el país; de retorno se apoderó de la isla de Cosira, dejó una guarnición en la pequeña ciudad y se dirigió de nuevo a Lilibeo. Finalmente fondeó allí su flota. Y al cabo de poco tiempo se reintegró a su ejército de tierra.
Polibio, 3,97,1-8. Los del Senado se enteraron de la victoria de Gneo en la batalla naval, y convencidos de que era útil, y más aún, necesario, no desatender las operaciones de Iberia, sino oponerse a los cartagineses y extender la guerra, equiparon veinte naves, nombraron jefe, según su decisión inicial, a Publio Cornelio Escipión, y con gran celo lo mandaron junto a su hermano Gneo y codirigió colegiadamente los asuntos de Iberia. Angustiaba a los romanos la idea de que si los cartagineses dominaban tal país, adquirirían provisiones abundantes y muchos hombres, pugnarían más por dominar el mar y ayudarían a sus ejércitos de Italia, enviando tropas y dinero a Aníbal. Atribuyeron pues, gran importancia a esta guerra, y despacharon a las naves y a Publio, Éste llegó a Iberia, entró en contacto con su hermano y fue de una gran utilidad para las empresas conjuntas. En efecto, los romanos antes jamás se habían atrevido a cruzar el Ebro, sino que se contentaban con la amistad y confianza de los que habitaban al norte de este río. Pero, entonces, lo cruzaron, y por primera vez tuvieron el valor de operar en el otro lado. Y aquí les ayudó mucho una casualidad.
Cuando hubieron intimidado a los iberos que habitaban en las inmediaciones del vado, se llegaron hasta la ciudad de Sagunto, y acamparon a unos cuarenta estadios de distancia, junto al templo de Afrodita.
Ocupaban un lugar muy estratégico porque les ofrecía seguridad contra el enemigo y además era muy apto para que les aprovisionaran desde el mar. La flota iba costeando paralelamente a su avance.
Polibio, 3.98.1-11. Y entonces se dio el cambio de situación siguiente: cuando Aníbal emprendió su marcha hacia Italia, de cuantas ciudades ibéricas desconfiaba, tomó como rehenes a los hijos de los hombres más ilustres y los concentró, en su totalidad, en la ciudad de Sagunto, porque ésta era de acceso difícil, y además confiaba mucho en los hombres que dejaba allí. Había un ibero de nombre Abílix, no inferior ni en fama ni en situación a cualquier otro ibero, y encima daba la impresión de superar mucho a los otros en su buena disposición y lealtad hacia los cartagineses. Este hombre consideró la situación, juzgó que eran más brillantes las esperanzas depositadas en los romanos y reflexionó consigo mismo sobre la devolución de los rehenes, una estratagema digna de un ibero y de un bárbaro. Convencido de que entre los romanos podía llegar a ser un hombre de gran prestigio si les aportaba conjuntamente lealtad y utilidad, rompiendo sus pactos con los cartagineses se aprestó a entregar los rehenes a los romanos: se había percatado de Bóstar, general cartaginés enviado por Asdrúbal para impedir que los romanos cruzaran el río, pero que no se había atrevido a oponérseles, después de retirarse, acampaba en Sagunto, al lado del mar; era un hombre ingenuo y benigno por naturaleza, que le tenía una gran confianza: Abílix, entonces, habla de los rehenes de Bóstar, y le dice que los romanos han cruzado el río; los cartagineses ya no podrán retener por el miedo sus dominios en Iberia, pero las circunstancias exigen la benevolencia de los sometidos; ahora que los romanos se han aproximado y se han situado frente a Sagunto, amenazando la ciudad, si él, Bóstar, hace salir a los rehenes y los devuelve a sus padres y a sus ciudades, arruinaría las ambiciones de los romanos. Pues esto querían hacer precisamente lo mismo si eran ellos los que se apoderaban de los rehenes. Bóstar, pues, debía conciliarse la benevolencia de todos los iberos para con los cartagineses, prever el futuro y pensar también en la seguridad de los rehenes. Y si era él mismo, añadió, el que tratara personalmente el asunto, acrecentaría, multiplicándolo, el agradecimiento. En efecto, al restituir los muchachos a sus ciudades, no sólo se atraería la adhesión de los padres, sino también de la masa de las poblaciones, al poner bajo su vista con esta conducta la estima y la magnitud de los cartagineses para con sus aliados. Además les insinuó la cantidad de obsequios que él personalmente recibiría de los que hubieran recuperado a sus hijos: pues los padres, al verse inesperadamente en posesión de sus allegados más próximos, rivalizarían en mostrar su liberalidad hacia el autor de tal decisión. Abílix añadió, ademas, muchas más cosas por el estilo y con el mismo tono, y logró persuadir a Bóstar a seguir sus proposiciones.
Polibio, 3.99.1-9. Abílix señaló el día en que se presentaría con unos hombres de confianza para llevarse a los jóvenes, y se fue. Por la noche se presentó en el campamento romano, y juntándose con algunos iberos que luchaban al lado de los romanos, a través de ellos logró llegar hasta los generales. Les demostró con abundancia de pruebas la inclinación y conversión de los iberos hacia ellos si recuperaban a los jóvenes que habían entregado como rehenes, y se ofreció a entregarles a los jóvenes. Publio Cornelio y los suyos acogieron esta propuesta con mucho entusiasmo, y le prometieron grandes recompensas. Abílix entonces se retiró a su residencia, tras señalar día, tiempo y lugar en que deberían aguardarle los receptores. Tras esto, tomó consigo los jóvenes traídos desde Sagunto, y salió de noche, porque quería pasar desapercibido, pasó el atrincheramiento romano, llegó al lugar determinado en el momento preciso e hizo entrega de todos los rehenes a los generales romanos. Publio y los suyos honraron excepcionalmente a Abílix y lo emplearon para efectuar las restitución de los rehenes a sus ciudades de origen, haciendo que le acompañaran algunos amigos. Él iba recorriendo las villas y, mediante la entrega de los muchachos, ponía a la vista de todos la bondad y magnanimidad de los romanos, y junto a ellas, la desconfianza y la dureza de los cartagineses; poniendo como ejemplo su propia mudanza empujó a muchos iberos a hacerse amigos de los romanos.
Bóstar, que había entregado los rehenes al enemigo, de la manera más ingenua de lo que su edad permitía suponer, corrió riesgos muy superiores al normal. Pero como la estación estaba ya muy entrada, los dos bando esparcieron su fuerza para pasar el invierno. La fortuna había prestado una ayuda suficiente a los romanos, con el caso de estos muchachos para los proyectos futuros. Y esta es la situación en Iberia.
Año -216
COMENTARIO
Las primeras escaramuzas o intentos de los cartagineses tras la llegada a Emporion de la armada romana, los puso en guardia. El proyecto era poner en riesgo a la armada cartaginesa, en teoría superior a la romana, pero que no consiguieron frenar el intento de Roma de presentar un frente por mar que hiciera peligrar la llegado de refuerzos de Cartago para ayudar a Aníbal en sus operaciones militares en Italia. Los romanos consiguieron entrar en Sicilia a pesar de la fuerza cartaginesa.
Pos otra parte, Escipión consigue romper los lazos que hacían imposible conectar con los iberos. Mediante una actitud de política reconciliadora con las comunidades iberas al norte del Ebro, la confianza hacia los cartagineses empieza a resquebrajarse. La política de Aníbal de tomar rehenes ante su marcha contra Italia, exigiendo rehenes de categoría y dejándolos en Cartago Nova, frena cualquier intento de rebelión de los nativos ibéricos en un posible intento de rebelión mientras él esta en Italia. Pero esta táctica empieza a resquebrajarse, y los iberos, temerosos de que los romanos se ganen la simpatía de los naturales, optan por entregar los rehenes sus familias para ganarse su simpatía y apoyo en caso de que esta política les falle. Los romanos lo ven con buenos ojos y están de acuerdo. Ambos, romanos e iberos, sacarían buen partido de esta táctica y se lleva a cabo.
Polibio, 3.113. 6. Al mismo tiempo Aníbal hizo pasar el río a los baleares y lanceros y los dispuso al frente del ejército, y sacando del campo el resto de sus fuerzas, atravesó por dos lugares la corriente y las formó frente al enemigo. A su izquierda, junto al río, dispuso la caballería ibera y celta, dando frente a los jinetes romanos, inmediatamente la mitad de la infantería pesada africana, y a continuación de éstos, la infantería ibera y celta, A su espalda puso la otra mitad de los africanos, y finalmente, en el ala derecha formó la caballería reunida. Habiendo así extendido en una línea recta su ejército, tomando la mitad de los tropas iberas y celtas, avanzó, manteniendo el contacto entre ellos y los flancos, pero separándose de ellos gradualmente hasta formar una media luna, extremando sus extremos. Su intención era utilizar en la batalla como rehenes, a los africanos y entablar la lucha con los iberos y los celtas.
Polibio, 3.114.1. El armamento de los africanos era a la romana, ya que Aníbal los había equipado con los despojos de la batalla anterior. El escudo de los iberos y de los celtas era muy parecido; las espadas en cambio eran distintas; las de los iberos podían herir lo mismo de punta que de filo, pero la de los celtas servían únicamente para el tajo, y esto en una cierta distancia. Estando dispuestos en compañías alternadas, los celtas desnudos, los iberos cubiertos con túnicas de lino de color de púrpura a la costumbra de su país, ofrecían un aspecto extraño e impresionante. Los africanos del ala derecha hicieron un cambio a la izquierda, y, empezando el ataque por la derecha, cayeron sobre el flanco del enemigo; mientras que los de la izquierda, como su situación se le imponía, giraron a la derecha y atacaron por la izquierda.- De donde resultó lo que Aníbal había imaginado-. que los romanos, en su persecución de los celtas, fueron copados por los africanos; entonces ya no conservaron la formación compacta, sino que individualmente o por los bandos, combatían contra el enemigo que caían sobre sus flancos.
COMENTARIO
Aquí podemos observar la estrategia planificada por Aníbal en su proyecto de combate. Aníbal planifica un sistema de ataque de «embolsamiento» del enemigo, de manera que no pueda escapar. El ejército de Aníbal era invencible a campo abierto con este sistema de organización militar. A campo abierto, este plan era muy superior al romano, quien acabaría destrozado. Aquí demuestra Aníbal que su plan estratégico era eficaz. Era imposible vencerlo con el sistema «media luna».
Polibio. 3.117.6. Del ejército de Aníbal cayeron cuatro mil celtas, mil quinientos iberos y africanos, y unos doscientos soldados de a caballo. Los romanos hechos prisioneros, lo fueron fuera de la batalla por la razón siguiente.
Polibio, 9,11.1-3. (Fragmentos) Los generales cartagineses. tras haber vencido al enemigo, no lograron vencerse a sí mismos. Creían que la guerra contra los romanos había concluido y se enzarzaron en peleas entre ellos, acuciados por la ambición y el afán de dominio, verdaderamente innatos en los cartagineses. Asdrúbal, hijo de Gisgón, se apoyó en su autoridad y llegó a un extremo tal de sordidez que exigió una cantidad enorme de dinero al amigo más leal del que, a la sazón, disponían los cartagineses en Iberia. Se trataba de Indíbil, expulsado de su reino por los romanos y que por el afecto que profesaba a los cartagineses, pudo recuperar. en un principio Ibdíbil no le atendió, pues confiaba en la lealtad demostrada a los cartagineses, pero Asdrúbal le tildó de falso y le obligó a entregar como rehenes a sus propias hijas.
COMENTARIO
SegÚn este texto de Polibio, las guerras contra los romanos y el triunfo sobre ellos, demuestra que el sentido de patria no jugaba un papel importante en sus vidas; y aparece la ambición, que, con el tiempo se convertirá en un enemigo que destruirá su presencia en la Península Ibérica.
Polibio, 9.22,1-5. Para ambas naciones, me refiero a romanos y cartagineses, un hombre era la causa y el alma de lo que ocurría, quiero decir Aníbal. A todas luces él dirigía personalmente las operaciones de Italia, y las de Iberia a través del mayor de sus hermanos, Asdrúbal, y tras la muerte de éste, a través de Magón el Viejo. Entre los dos aniquilaron a los generales romanos (Publio y Gneo) destacados en la Península. También dirigía las operaciones de Sicilia, primero a través de Hipócrates, y después, a través del africano Mitón.
COMENTARIO
Asdrúbal, hermano de Aníbal, juntamente con Magón el viejo, fueron los que mantuvieron intacto el poder de los cartagineses en la Península. Aníbal confiaba plenamente en ellos, y lo cierto, es que acabarían con los dos Escipiones, mientras el estaba derrotando de forma continuada a las fuerzas romanas cada vez más debilitadas. Y Aníbal luchaba abiertamente en Italia sintiéndose con las espaldas cubiertas porque no sólo el ponía el jaque al ejército romano en Italia, sino que se sentía vencedor al saber que la guerra en Iberia iba a su favor. Pero no se olvide que un solo fallo estratégico de los Escipiones fue la causa del desastre romano en Iberia.
Polibio, 10.2. 1. Ahora vamos a historiar los hechos de Publio Cornelio Escipión en Iberia, y añadiremos todas las gestas de su vida. Nos parece, pues, indispensable que los lectores conozcan anticipadamente algo del carácter, de la manera de ser de este personaje. Fue quien gozó de más fama en los tiempos pasados y, por ello, todo el mundo se empeña en saber quien fue, en conocer su forma de ser y sus tendencias.
Polibio, 10, 6. En resumen, entonces reunió sus tropas y las exhortaba a que no se alarmaran por la derrota anterior, puesto que los romanos jamás habían sido vencidos por la potencia de los cartagineses, sino por la traición de los celtiberos, y también por la temeridad de los dos generales romanos, que se habían separado demasiado uno del otro, fiados en la alianza con aquellos de quienes he hecho mención. La dos cosas afirmo que ahora ocurrían al enemigo, porque éste había distanciado mucho sus campamentos y, además, había tratado con soberbia a sus aliados, enajenándolos y convirtiéndolos en amigos. Esto había hecho que algunos ya le hubieran enviado mensajeros y que otros cuando cobraran más confianza el ver que ellos, los romanos, había cruzado el río, se le presentaran espontáneamente no por sentimientos de adhesión hacia él, es cierto, pero sí por rechazar al máximo la insolencia de los cartagineses para con ellos. Afirmaba que, sin embargo, lo más importante era que los generales adversarios se habían enemistado y que se negaban a presentar batalla conjuntamente contra los romanos. Se si arriesgaban separadamente, eran fácilmente superables. Lo exhortaba a pensar eso y a atravesar el río con confianza; él y los demás comandantes les prometían cumplir la parte que les concernía a ellos. con estas palabras dejó a Marco Silano, su lugarteniente, con tres mil soldados de infantería y quinientos jinetes, para que patrullaran los lugares por donde se había hecho la travesía y vigilaran a los aliados de acá del río; él hizo pasar a las fuerzas restantes sin dejar prever sus intenciones. Su verdadera determinación era no hacer nada de lo que había dicho delante de todos; lo que se suponía era asediar de repente la ciudad hispana de Cartago Nova. Y he aquí la primera gran prueba de nuestra opinión, hace poco expuesta. Mas que nada porque a sus veintisiete años se entregó totalmente a empresas que la gente creía desesperado ante la magnitud de los desastres ocurridos y, además, porque en esta dedicación dejó a un lado los planes vulgares, que le podían venir a la mente a cualquiera, y pensó y se propuso hacer lo que (ni amigos) ni enemigos podían sospechar. Y todo lo realizaba con los cálculos más precisos. Ya de buenas a primeras, cuando todavía estaba en Roma, había hecho averiguaciones, había investigado con detalle la traición de los celtiberos y la separación de las legiones romanas y dedujo que en todo ello radicaba la causa de los desastres sufridos por los hombres de su padre; los cartagineses ni le impresionaron ni le desanimaron, como habían causado impacto y desaliento a sus gentes. Después supo que los aliados de más allá del Ebro se mantenían fieles a los romanos y, también, que los generales cartagineses andaban a la greña y que trataban desdeñosamente a los pueblos sometidos. Todo ello le hizo cobrar ánimo para la expedición en la que se fió no de la suerte, sino del cálculo.
Llegado ya a Iberia, lo removió todo para indagar sobre los enemigos. Pudo enterarse de que las fuerzas de los cartagineses se habían dividido en tres grupos: Magón estaba más allá de las Columnas de Herakles, entre el pueblo llamado de los conios; Asdrúbal, hijo de Gisgón, estaba en Lusitania, en la desembocadura del Tajo, y el segundo Asdrúbal (hermano pequeño de Aníbal) asediaba una ciudad en la región de los carpetanos; los tres se encontraban a mas de diez días de marcha de Cartago Nova. Se convenció de que si se decidía a presentar batalla al enemigo, enfrentarse a los tres en bloque le era altamente inseguro, ya que sus antecesores habían sido derrotados y el adversario era muy superior en número.
Polibio, 10,7,1-6. Por otro lado, si provocaba a batalla a un grupo solo, incluso si llegaba a hacerlo en fuga, acudirían las fuerzas cartaginesas restantes a él, de uno u otro modo, se vería rodeado; así que temía sucumbir a la misma desgracia que su tío Gneo Escipión y que su padre Publio. Por esto, ya desde el principio descartó una operación de este tipo. Sabía, en cambio, que la ciudad de Cartago Nova, que ya he citado, era muy útil al enemigo y que, precisamente en la guerra de entonces, perjudicaba mucho a los romanos. Durante el invierno había reunido informaciones de gente que conocía muy bien sus peculiaridades. Lo primero que supo fue que era prácticamente la única ciudad de Iberia dotada de un puerto capaz de albergar una flota, es decir, fuerzas navales. Averiguó, además, que su situación era excepcionalmente favorable para los cartagineses, para sus navegaciones desde el África y sus travesías por mar. en segundo lugar se enteró de que los cartagineses guardaban en este sitio prácticamente todos sus fondos y los bagajes de su ejército, demás de sus rehenes procedentes de toda Iberia. Lo más importante era que hombres verdaderamente expertos en la guerra, allí había sólo mil como guarnición de la ciudadela, porque jamás nadie llegó a sospechar que hubiera quien planeara asediar la plaza, dominando, como dominaban, prácticamente, los cartagineses toda Iberia.
COMENTARIO
Los cartagineses en Iberia eran prácticamente dueños de todo el territorio. Los romanos lo sabían. Pero los tres jefes se creían dueños y pensaron que todo estaba asegurado. El romano no lo dudó: vio que el enemigo se encontraba muy dividido en sus intereses locales y muy separados entre sí. La ocasión era de oro. No interesaba entablar combate con cada uno de ellos por separado. Ello disminuía sus posibilidades. Escipión optó por atacar el corazón del poder de cartaginés en Iberia: asaltar la ciudad de Cartago Nova. donde se encontraba prácticamente todo lo que Aníbal había dejado en Iberia para su seguridad en Italia: pertrechos, equipamientos, guarnición y lo más valioso: rehenes seleccionados de entre los poderosos iberos.
Tito Livio (continuación)
Livio, 22.11,6. que unas naves de transporte que, de Ostia llevaban provisiones para el ejército de Hispania, habían sido apresadas por la flota cartaginesa cerca del puerto de Cosano.
Livio, 22, 19,1-12. A comienzos del verano en que se habían producido una serie de acontecimientos, también en Hispania reanudose la guerra por tierra y mar. Asdrúbal añadió diez naves a las que, aparejadas y con su correspondiente dotación, le dejara su hermano, y confió el mando de aquella escuadra de cuarenta unidades a Himilcón. Salidos de Cartago Nova, hízoles avanzar costeando, en tanto que el ejército marchaba por el litoral: su intención era combatir con unas u otras fuerzas, según por donde se les presentara el enemigo.
Este mismo plan concibió primeramente Escipión, al enterarse de que el enemigo había salido de su acantonamiento; mas luego, viendo nuevas posibilidades en un combate terrestre, pues las noticias llegadas del campo adversario encarecían mucho los nuevos refuerzos recibidos, embarcó la infantería de marina y decidió ir al encuentro del enemigo con una flota de treinta y cinco unidades.
Hízose a la mar en Tarragona, y al día siguiente llegó a un abrigo que distaba diez millas de la desembocadura del Ebro. Desde allí envió dos naves exploradoras marsellesas, las cuales regresaron con la noticia de que la escuadra cartaginesa estaba anclada en la desembocadura y el campamento junto a la orilla.
En vista de ello, a fin de sorprenderlos desprevenidos y sobrecogidos de espanto todos a un tiempo, levó anclas y se dirigió hacia el enemigo.
Hay en Hispania muchas torres situadas en lugares elevados que sirven a los naturales de atalayas y a le vez de defensa contra los bandidos. Desde una de ellas se dio aviso a Asdrúbal de la proximidad de las naves romanas: se produjo en tierra y en el campamento un tumulto antes de que en la costa y junto a las naves, donde ni se había oído el golpe de remos ni otro ruido de la escuadra, ni había podido verlas por ocultárselas unos promontorios, cuando de repente un jinete enviado por Asdrúbal y tras él otro y otro -que se encontraban paseando por la costa, o tranquilos en sus tiendas y no teniendo nada tan lejos del pensamiento en aquel día, como el enemigo o un combate- les manda embarcar rápidamente y coger las armas; la escuadra romana se halla ya a escasa distancia del puerto.
Los jinetes que iban llegando daban esta orden por todos los lados; luego presentose el propio Asdrúbal con todo el ejército: el ruido de la general agitación lo arrastra todo, pues se arrojan hacia las naves a la vez remeros y soldados, y más parecen huir de tierra que ir a la lucha. Apenas están todos a bordo, ya unos sueltan las amarras y levan las anclas; otros, para evitar toda demora, cortan las cuerdas que las sujetan y en medio del desorden y agitación generales, la preparación de los soldados estorban los trabajos de los marinos, la zozobra de los marinos impide a los soldados coger y preparar sus armas. Y ya el romano no sólo estaba cerca, sino que había incluso alineado sus naves en formación de combate. De aquí que, desconcertados los cartagineses más por su propia confusión que por el enemigo y la lucha, e intentando más bien que emprendiendo el combate, diéronse a la fuga con su armada. Mas como no era fácil entrar en formación tan amplia y que avanzaba todo a la vez, por la desembocadura del río que tenían enfrente, llevaron desordenadamente las naves a la playa, y desembarcando: unos en vados, otros en tierra firme, huyeron, parte conservando las armas, parte desarmados, hacia su ejército desplegado en la costa; con todo, al primer encuentro, dos naves les fueron apresadas y otras cuatro hundidas.
Livio, 22.20.1-12. Los romanos, aunque la tierra firme estaba ya en poder del enemigo, cuyo ejército veían en armas, desplegado a lo largo de la costa, no vacilaron en perseguir a la desmoralizada flota adversaria, y amarrando por la popa a todas las naves que no había estrellado su proa contra la orilla y que estuvieren encalladas, las llevaron a alta mar: de cuarenta naves apresaron a unas veinticinco. Y no fue esto el mejor resultado de aquella victoria, sino el haberse hecho dueños absolutos del mar en aquella costa con una sola y ligera batalla.
Llevaron, pues, la escuadra a Onusa, y desembarcaron en tierra firme. tomaron la ciudad por asalto destruyéndola, y desde ella se dirigieron a Cartago Nova, donde después de asolar toda la campiña circundante, llegaron incluso a incendiar las casas extramuros. desde allí la escuadra, ya cargada de botín, llegó a Longuntica, donde había una gran cantidad de esparto almacenado por Asdrúbal para usos de sus navíos. Tomando cuanto hubieron menester, pegaron fuego a todo los restante. Y además de costear la Península, pasaron también a la isla de Ibiza. Allí, durante dos días atacaron la capital de la isla con gran cantidad de fuerzas, pero en vano, de modo que, comprendiendo que perdían el tiempo inútilmente dedicáronse a asolar la campiña; y destruidas e incendiadas algunas aldeas, con un botín mayor que el arrebatado en la Península, vinieron a las naves momento en que se presentaron a Escipión emisarios de las islas Baleares pidiendo la paz. Desde allí la flota tomó rumbo de retorno y regresó a la parte oriental de la provincia, a donde acudieron emisarios de todos los pueblos situados a esta parte del Ebro, y así mismo de otros muchos de las más apartadas regiones de Hispania. Pero pueblos que se sometieron de hecho a la dominación romana y pasaran a formar parte del Imperio, entregando rehenes en garantía, hubo más de ciento veinte. Por ello, teniendo ya suficiente confianza en el número de fuerzas de tierra, el romano avanzó hasta el desfiladero de Cazlona. Asdrúbal se retiró hacia Lusitania, a la parte más próxima al Océano.
COMENTARIO
Livio nos narra los episodios ocurridos a la llegada de los Escipiones tanto por tierra como por mar. los cartagineses pierden combates navales y los enemigos de Roma abandonan la zona de Cartago Nova sin pensar que el objetivo de Roma pretendía apoderarse del punto más importante de Cartago en Hispania. Asdrúbal se aleja de la zona y se desplaza hacia la Lusitania. Por ahora le allanan el terreno a los generales romanos.
Livio 22.21, 1-8. Tranquilo parecía que iba a ser el resto del verano, y lo habría sido por parte del adversario cartaginés; mas, a la natural propensión de los hispanos a los levantamientos, vino a añadirse el hecho concreto de que Mandonio e Indíbil, antiguo reyezuelo de los ilergetes. al retirarse los romanos del paso de Cazlona a la región costera, sublevaron a sus paisanos y se dirigieron hacia el territorio de unos aliados de Roma, que estaban en paz con ellos, para saquearlo. Escipión envió contra ellos a un tribuno con soldados auxiliares de infantería ligera, a quienes bastó un leve combate para poner en fuga a aquellas desorganizadas guerrillas, después de causarles mil bajas, cogerles algunos prisioneros y desarmar a la mayor parte. Mas esta refriega fue motivo de que Asdrúbal, que se retiraba en dirección al Atlántico, retrocediera a esta parte del Ebro para proteger a sus Aliados. Habrían acampado los cartagineses en el territorio de los ilergavones, y los romanos junto a Nova Clase, cuando una noticia imprevista llevó la guerra a otra región; los celtiberos que había enviado a los principales de su región como emisarios y habían entregado rehenes a los romanos, incitados por un mensajero mandado por Escipión, se levantan en armas y con un ejército respetable invaden el territorio sometido a los cartagineses. Toman al asalto tres plazas, libran luego con éxito dos batallas con el propio Asdrúbal; causan al enemigo cerca de quince mil bajas y le cogen cuatro mil prisioneros y muchas enseñas militares.
Livio, 22.22.1-21. [1] Así las cosas en Hispania, llegó a esta provincia Publio Escipión, al cual le había sido confiada, prorrogándosele el mando militar al terminar su consulado. Enviábale el Senado con treinta navíos de línea, y con ellos ocho mil soldados y gran cantidad de provisiones.[2] Esta flota, enorme a causa del número de naves de carga que de ella formaban parte, fue divisaba ya desde lejos y, en medio de la alegría de los romanos y de aliados, atracó en el puerto de Tarragona. [3] Desembarcada allí la tropa, Escipión fue a reunirse con su hermano y en lo sucesivo dirigieron ambos la guerra de común acuerdo.[4] Como los cartagineses estaban dedicados totalmente a su lucha contra los celtiberos, los dos caudillos romanos atraviesan sin demora el Ebro y, sin haber hallado enemigo alguno, se disponen a llegar hasta Sagunto, pues se sabía que en su ciudadela estaban encerrados, bajo la vigilancia de una módica guarnición, los rehenes de toda Hispania que Aníbal había dejado allí.[5] Esta era la única garantía que tenía a todos los pueblos hispanos de poner en práctica su deseo de aliarse con los romanos: temían, en efecto, pagar su defección con la sangre de sus hijos.[6] Un sólo hombre libró a Hispania entera de aquel dogal, con un procedimiento en que más brilla la astucia que la lealtad. Hallábase en Sagunto un hispano distinguido, Abélux, partidario durante un tiempo de los cartagineses, pero que entonces había cambiado de partido como la Fortuna, según suele ser mudable el favor de los autóctonos respecto a los ocupantes.[7] Con todo, convencido que un hombre que se pasa al enemigo y no entrega algo verdaderamente importante, no es considerado más que como un ser vil e infame, se afanaba en ser de la mayor utilidad para sus nuevos aliados.[8] y Así, consideradas todas las posibilidades que el azar podía dejar en sus manos, decidió poner todo el empeño en lograr el rescate de los rehenes, no dudando de que aquella ocasión era la que mejor podía granjear a los romanos la amistad de los jefes hispanos. [9]Mas como sabía bien que los guardias nada harían sin orden del oficial que estaba al frente de la guarnición, Bóstar, a él se dirige arteramente.[10] Tenía Bóstar su campamento en la misma costa con el fin de cerrar el paso a los romanos por aquella parte.[11] Llamándole allí aparte, simula descubrirle, como si él la ignorara, la verdad de la situación: «El temor había tenido sumisos hasta aquel día, a los hispanos, porque los romanos estaban lejos; ahora, en cambio, el campamento hallábase ya a esta parte del Ebro, ofreciendo buena defensa y refugio a los descontentos; por consiguiente había que reanudar con favores y beneficios unos lazos que el temor ya no estrechaba. [12] Sorprendido Bóstar, preguntó qué favor de rápida ejecución habría que pudiera lograr un efecto tan importante.»Devuelve» -contestó Abelux- sus rehenes a los ciudades». [13]Esta medida será doblemente bien vista: por sus propios padres, en particular, personas de elevada posición en sus respectivas ciudades y, en general, por los misos pueblos.[14] Todo el mundo quiere que se le tenga confianza, y el demostrársela previamente le obliga, muchas veces, a ser leal. El servicio de restituir los cautivos, pido que corra de mi cuenta, afín de que también con mi colaboración efectiva ayude yo a mi proyecto, y haga todavía más digna de gratitud una acción grata ya por sí misma». [15]Convencido de que la hubo -carecía el hombre de la sagacidad característica de su raza – por la noche dirigiose Abelux secretamente a las avanzadillas de los romanos y se puso en contacto de algunos soldados hispanos auxiliares. Conducido por éstos a presencia de Escipión.[16] Expuso su intento. Dadas por ambas partes palabras de lealtad y fijados fecha y lugar para la entrega de los rehenes, volvió a Sagunto. El día siguiente lo pasó con Bóstar para recibir sus órdenes respecto a la ejecución del proyecto. [17]Despidiose diciendo que había decidido ir de noche para burlar así la vigilancia enemiga; mas, en realidad, despertando a los carceleros de los muchachos a la hora convenida con los romanos, condújoles, cual si nada supiera, a la emboscada preparada por su propia falsía. [18] Lleváronles al campamento romano, y todas las demás formalidades de la entrega a sus familias las llevó a cabo según había proyectado con Bóstar, exactamente igual que hubiese hecho de haber obrado en nombre de los cartagineses. [19] El favor que por este hecho cobraron los romanos superó al que en el mismo acto habrían obtenido los cartagineses, Como éstos, mientras las cosas les fueron bien, se habían mostrados duros y soberbios, podía parecer que eran ahora el cambio de su suerte y el recelo lo que los había inducido a clemencia; [20] el romano, en cambio, recién llegado y desconocido hasta entonces, había empezado con muestras de indulgencia y liberalidad, con lo que Abelux había obrado avisadamente el cambiar los aliados. [21]Pensando así, todos aquellos pueblos, en unánime acuerdo, esperaban pasarse, y hubieran ido a las armas sin demora, de no haber llegado el invierno, que obligó también a romanos y cartagineses a acuartelarse.
Año -216. Según Livio, en esta fecha comienza en Hispania la Segunda Guerra Púnica.
Tito Livio 23.26. 1-11. [1]Mientras estas cosas son llevadas a cabo en Italia y se preparan otras, en Hispania la guerra no era mucho menos activa, sino más ventajosa para los romanos.[2]Habiéndose repartido entre ellos Publio y Gneo Escipión las fuerzas, se acordó que Gneo llevara a cabo su empresa por tierra, y Publio, por mar. Asdrúbal, jefe de los cartagineses, no teniendo confianza en ninguna de las dos partes de sus fuerzas, se mantenía en un lugar seguro, lejos del enemigo, con cierta distancia de separación; hasta que le fueron enviada desde África, después de rogar mucho y largo tiempo, una tropa de cuatro mil infantes y quinientos jinetes como refuerzo. [3]Finalmente, recuperada su esperanza, situó su ejército un poco más cerca del enemigo, y ordenó que la escuadra se equipara y se dispusiera para proteger las costas y las islas. [4] Al deseo de reanudar las operaciones se le sumó el abandono por parte de los prefectos de la escuadra, quienes, tras la deserción producida en la desembocadura del Ebro a causa del miedo, nunca más fueran de la confianza de su general en las operaciones cartaginesas. [5] Estos desertores habían provocado una revuelta entre los pueblos de los tartesios y algunas de sus ciudades se habían sumado a ellos; incluso una tuvo que ser sometida por la fuerza por los mismos. [6] Los romanos dirigieron la guerra contra aquella gente. Asdrúbal con un ejército hostil, penetrando en el territorio de los enemigos, ordenó dirigirse contra Calbo, importante jefe de los tartesios, colocándose delante de los muros de una ciudad capturada unos días antes, jefe que tenía en su campamento un fuerte ejército.[7]Tras enviar por delante una ligera expedición para provocar al enemigo al combate, envió una parte de la caballería a saquear los campos a todas partes y que mataran a los que se encontraran dispersos. [8] A la vez se produjo un tumulto en el campamento, las huidas y las muertes de los campos, y después por todos los lugares, y dirigiéndose al campamento por diversos lugares y caminos, hasta tal punto el miedo se apoderó de sus ánimos, que no tenía ya fuerza no sólo para emprender una defensa, sino incluso para rechazar al enemigo en combate. [9] Salen, pues, en formación del campamento, danzando según su costumbre, y una inesperada audacia infundió terror a un enemigo que poco antes atacaba sin precauciones. [10] De esta forma el propio Asdrúbal, asegurado además por la corriente de un río, condujo sus tropas a una colina bastante escarpada, y recuperó una ligera guarnición que había enviado por delante y a unos jinetes que andaban dispersos. Pero no confiado ni en la colina ni en el río, fortificó su campamento con una empalizada. [11]Mientras duró este miedo alternante, tuvieron lugar algunas escaramuzas; pero ni el númida (africano) igualó al hispano, ni el flechador Nauro, al armado escudo, similar en rapidez y un tanto superior en fuerza física y de ánimo.
Livio, 23.27.1-12. Viendo los sublevados que ni presentándose ante el campamento podían atraer a los cartagineses al combate, [2]ni era fácil el ataque a sus posiciones, se dirigen a asaltar Ascua, donde Asdrúbal, al entrar en aquel país, había dejado el grano y demás provisiones, y se apoderan del campo alrededor. Y ya no pudieron ser retenidos por ninguna orden ni en la marcha ni en el campamento. [3]Asdrúbal se enteró de esta negligencia, natural después del éxito; exhortó a sus soldados a atacar a los enemigos dispersos y sin enseña, y descendiendo de la colina, marcha derechamente con sus tropas formadas hacia el campamento.[4]Cuando los centinelas y fugitivos, desde las atalayas y puestos de guardia, llevaron la noticia de su presencia, se dio el grito de «a las armas». [5]Sin esperar órdenes, sin enseñas, toman las armas y en desorden se lanzan a la lucha; cuando los primeros había llegado ya a las manos, aún llegaban grupos corriendo, y otros no había salido del campamento. [6] Con todo, su audacia llegó a aterrorizar al enemigo; pero, viéndose aislados en su lucha contra un adversario ordenado, inseguros por su inferioridad numérica, comenzaron a mirarse los unos a los otros; rechazados por todas partes, forman un círculo, [7] aplican los cuerpos unos contra otros, unen las armas a las armas, y rechazados hacia un reducido espacio, donde apenas tienen sitio para mover las armas, quedan envueltos por un anillo de enemigos y son exterminados durante el día; [8]Un reducido número logra abrirse paso y huye a los montes y a los bosques; el mismo terror hizo que abandonaran el campamento, y al día siguiente toda la población se rindió.[9]Pero no permaneció fiel por mucho tiempo a su pacto, pues no tardó en recibir orden Asdrúbal de pasar en seguida con su ejército a Italia, noticia que, divulgada en Hispania, hizo volver hacia los romanos casi todos los ánimos. [10]Desde esto, Asdrúbal, rápidamente envía una carta a Cartago, notificando cuánto daño había provocado la noticia de su marcha a Italia; si llegar a marcharse de Hispania, antes de que atravesara el río Ebro, ésta caería en poder de los romanos, [11] porque, aparte de que no tenía ni guarnición ni jefe que dejar en su puesto, los generales romanos eran tales que apenas se les podía hacer frente con unas fuerzas paralelas. [12] En consecuencia, si Hispania les importaba algo, que le dejaran un sucesor con un ejército fuerte; a quien, si todo le salía bien, esta provincia no le iba a resultar tranquila.
COMENTARIO
El enfrentamiento entre las fuerzas romanas y cartaginesas pendía de la estabilidad entre Asdrúbal y Cartago. Ésta, al comunicarle que debía marchar en ayuda de Aníbal en Italia, provoca que Asdrúbal se dirija al Senado cartaginés con dureza y lógica estratégica, comunicándole que se ponía en peligro la preponderancia de Cartago en Hispania. Esto indica que la situación empezaba a socavar la situación estratégica del cartaginés frente a Roma. Si Asdrúbal marcha a Italia, la retaguardia que tenían en Hispania se vería muy mermada porque los romanos empezaban a hacerse fuertes; y si Asdrúbal se marcha, dejando un ejército inseguro e inestable, y los romanos cada vez mas firmes en sus acciones militares, pronto toda la Península Ibérica caería bajo el poder romano.
Año -215.
Livio, 23.28, 1-12. [1] Esta carta, aunque al principio preocupó bastante al Senado, sin embargo, no se tomó ninguna decisión, sobre lo de Asdrúbal, ni sobre las fuerzas perdidas, ya que lo que primaban eran los asuntos de Italia.[2] Himilcón fue enviado a defender Hispania por tierra y por mar, con un ejército completo y una crecentada escuadra.[3] -Este, tan pronto como hizo pasar las tropas marinas y terrestres, una vez fortificado el campamento, amarradas las naves y rodeados con una empalizada, con guarnición de soldados selectos, él mismo, lo más rápido que lo pudo hacer, a traves de dudosos y enconados pueblos, según su intención, llegó a la plaza de Asdrúbal. [4]Habiéndoles expuesto las órdenes y decretos del Senado, y habiendo sido informado él mismo, a su vez, de cómo había de realizar la guerra en Hispania, regresó a su campamento, no confiando en nada más que en la rapidez de volver por donde había venido antes de que se dieran cuenta y lo descubrieran. [5] Asdrúbal, antes de levantar el campamento, pidió dinero a todos los pueblos de su dominio [6] al saber que Aníbal había comprado ciertos pasos con dinero, y que no había conseguido tropas auxiliares galas, sino asalariadas; pues sabía que atravesar los Alpes sin dinero costaría un enorme trabajo. Reunido el dinero a la fuerza, se dirigió hacia el Ebro. [7] Cuando fueron conocidos por los romanos las órdenes de Cartago y la marcha de Asdrúbal, los dos generales. dejando todo lo demás,[8] unen sus tropas y se preparan a oponerse a la marcha emprendida por Asdrúbal, creyendo que si conseguía unirse a Aníbal el ejército de Hispania, la ruina del poderío romano sería inevitable. [9] Inquietos por esto, reunieron sus tropas junto al Ebro y, pasando el río, deliberaron si debían avanzar hasta acampar frente a Asdrúbal o limitarse a atacar a los aliados de Cartago, [10] cortando así el camino proyectado por el enemigo; decidieron, por fin, poner sitio de Ibera, ciudad entonces la más rica de aquella región y llamada así por la vecindad del río. [11]Lo supo Asdrúbal, pero, en vez de acudir en socorro de sus aliados, puso sitio a otra ciudad que acababa de someterse a los romanos. [12] De esta forma, una vez comenzado el asedio por los romanos, se dejó y se dirigió la guerra contra Asdrúbal.
COMENTARIO
Prevalece la opinión del Senado cartaginés. Envían a Himilcón para sumarse a las tropas de Asdrúbal. Pero esto no resolvió las dudas de éste y se vio obligado a partir hacia Italia, cosa que no se podría conseguir sin dinero. Se avecinaba un descalabro de las tropas cartaginesas en su viaje a Italia, como después de verá.
Livio, 23,29, 1-17. [1] Durante algunos días tuvieron los campamentos a cincuenta millas de distancia, trabándose escaramuzas, pero no batallas cerradas. [2] Al fin, en el mismo día y como por acuerdo, se dio por los dos lados la señal de combate, y los dos ejércitos bajaron al llano. [3] El romano se formó con tres cuerpos; parte de los vélites se dispuso mezclado con los soldados de primera fila; los demás se ordenaron detrás de la enseñas, y la caballería guarneció las alas. [4] Asdrúbal refuerza su centro con hispanos; a la derecha coloca a los cartagineses; a la izquierda, los africanos y los auxiliares mercenarios. La caballería se distribuyó en las alas, los númidas con la infantería cartaginesa, los otros con los africanos. [5] No todos los númidas se colocaron a la derecha sino solamente aquellos que, como los saltarines de oficio, acostumbraban llevar dos caballos en lo más recio de la pelea, saltando con todas sus armas del fatigado al fresco; tal es la agilidad y docilidad de aquella raza de caballos. [6]Dispuestos de esta forma, los generales de cada bando estaban muy confiados, ya que ninguno tenía notable superioridad en cuanto a número o calidad de las tropas; sin embargo, el ánimo de los soldados estaba muy lejos de ser el mismo. [7] Aunque los romanos combatían muy lejos de su patria, sus jefes los habían convencido de que combatían por Italia y por Roma; así, pues, dependiendo su regreso a la patria del resultado de aquella batalla, estaban completamente decididos a vencer o morir. [8] En el otro ejército la decisión era menor. Casi todos los soldados eran hispanos y preferían ser vencidos en Hispania a vencer para que los llevasen a Italia. [9]Así, pues, al primer choque, cuando apenas se habían lanzado los venablos, el centro de Asdrúbal retrocedió y volvió la espalda a los romanos, que avanzaban vigorosamente. El combate fue más encarnizado en las alas. [10] Los cartagineses por un lado, y por otro los africanos, estrechan al ejército romano, lo atacan por los dos flancos y lo rodean en el doble ataque. [11] Pero, reuniéndose en masa en el centro. tienen bastante fuerza para rechazar en cada lado las dos alas del enemigo. [12] Había, pues, dos combates en los que los romanos, que al fin habían derrotado el centro, se encontraban muy superiores en número y en fuerzas. La victoria no fue dudosa. [13]En el combate pereció mucha gente, y si los hispanos no hubiesen huido en desorden, apenas comenzada la batalla, pocos hubiesen sobrevivido de todo el ejército enemigo. [14]La caballería casi no combatió, porque los moros y los númidas, en cuanto vieron ceder al centro, huyeron en confusión, abandonando hasta los elefantes delante de ellos y dejando descubiertas las alas. [15]Asdrúbal permaneció allí hasta que quedó claramente pronunciada la derrota, escapando con muy pocos hombres de en medio de la matanza. Los romanos se apoderaron de su campamento y lo saquearon. [16] Este combate les atrajo a cuantos vacilaban aún en Hispania, y quitó a Asdrúbal toda esperanza, no solamente de llevar sus tropas a Italia, sino hasta de permanecer con tranquilidad en Hispania. [17] En roma, donde anunciaron esta noticia cartas de Escipión, no se regocijaron tanto de la victoria como de la imposibilidad de que se encontraría en adelante Asdrúbal para llegar a Italia.
Livio, 23,32,6. Llega la noticia del descalabro en Italia y de que casi todos los pueblos se habían pasado a los romanos. Turbados y excitados por estas noticias casi simultáneas, envían a Magón con su tropas y naves a Hispania.
Livio, 23.46. 6. Tres días después, mil doscientos setenta y dos jinetes númidas e hispanos se pasaron a Marcelo. Los romanos se aprovecharon muchas veces de su valor y de su lealtad. Terminada la guerra, los hispanos en Hispania, y los númidas en África, recibieron tierras en recompensa de su bravura.
Livio, 23,48, 4. Al fin de este verano, en el que sucedió todo lo que hemos relatado, se recibieron cartas de los dos Escipiones, Publio y Gneo, en las cuales anunciaban los éxitos tan importantes y felices que habían alcanzado en Hispania; pero, al mismo tiempo, decían que no tenían dinero para el estipendio, ni vestido, ni trigo para el ejército, y que la tripulación de las naves estaba falta de todo lo necesario.
Livio, 23,49, 5-14 [5] Cuando las provisiones llegaron, Asdrúbal, Magón y Amílcar, hijo de Bomílcar, sitiaban Iliturgis, que se había pasado a los romanos. [6]Entre estos tres campamentos de enemigos, los Escipiones, habiéndose dirigido contra la ciudad de los aliados, con una gran lucha y matanza por parte de los que ofrecían resistencia, se llevaron el trigo, del que había gran carestía, [7]y tras haber exhortado a los habitantes a que protegieran las murallas con el mismo ánimo con que habían visto al ejército romano luchar por ellas, lo llevan para asaltar el campamento mayor, al que mandaba Asdrúbal. [8] Allí mismo se juntaron dos generales y dos ejércitos cartagineses. viendo que allí se trataba un asunto de suma importancia. Así, pues, se entabló un combate tras una salida realizada desde el campamento. [9] Sesenta mil enemigos en aquel día intervinieron en el combate; por parte de los romanos, unos dieciséis mil; sin embargo, hasta tal punto la victoria fue segura [10] que murieron, siendo superiores en número, muchos más enemigos que romanos; [11] hicieron más de tres mil prisioneros, poco menos de mil caballos, cincuenta y nueve enseñas militares, siete elefantes, cinco de ellos muertos en el combate, y también en aquel día se apoderaron de tres campamentos. [12] El sitio de Iliturgis (Mengíbar) fue levantado, pero los ejércitos cartagineses sitiaron entonces Intíbilis. La provincia había sufrido sus bajas; era de todas la más ávida de guerra con tal de que hubiera esperanza de botín o de fuerte sueldo; y en esta época estaba muy poblada. [13] Un segundo encuentro tuvo lugar entre los dos ejércitos con la misma fortuna por parte de los dos bandos. Murieron más de trece mil enemigos; más de dos mil hechos prisioneros con dos enseñas y cuarenta y nueve elefantes. [14] Entonces casi todos los pueblos de Hispania se pasaron a los romanos. En esta campaña Hispania fue escenario de acciones muchos más importantes que las que tuvieron lugar en Italia.
COMENTARIO
La situación de los romanos empieza a vislumbrar que los romanos estaban dominando la situación en Hispania. Los cartagineses y su ejército mercenario sufren derrotas notables que hacen presagiar que Aníbal, por entonces en Italia, cada vez perdía más la esperanza de recibir refuerzos procedentes de de Cartago o Hispania. Los romanos les iban ganando terreno y simpatía de los nativos hispanos
Período -214-212.
Livio, 24,41. 1-11. En aquel año en Hispania, el resultado de las empresas fue distinto. Antes de que pasaran el Ebro los Romanos, Magón y Asdrúbal, desbarataron las numerosas tropas hispanas.[2] Los aliados de la Hispania ulterior estaban indecisos y se hubieran pasado a los cartagineses si Publio Cornelio, atravesando el Ebro rápidamente, no hubiese llegado a tiempo. [3] Los romanos establecieron primero el campamento en Castrum Album, famoso por la muerte de Amílcar el Grande. [4] Su ciudadela había sido fortificada y contenía una reserva de trigo; mas, la presencia de los enemigos que hostigaron impunemente con su caballería a los romanos, y la muerte de casi dos mil soldados que merodeaban o buscaban forrajes por el campo, les indujeron a retirarse a posiciones más seguras y fortificaron el campamento junto al monte Victoria. [5] Acudieron allí Gneo Escipióm con todas sus tropas, y Asdrúbal, hijo de Gisgón, tercer general cartaginés, con un ejército regular. Se establecieron al otro lado del río, frente al campamento romano. [6]Publio Escipión, con tropa ligera, examinó ocultamente los alrededores, cosa que no pasó inadvertida al enemigo, que lo hubiese copado a campo abierto, si él no se hubiera hecho fuerte en un montecillo cercano; también allí lo rodearon, y lo libró del asedio su hermano. [7] Cástulo, ciudad noble y fuerte hispana aliada de los cartagineses, hasta el punto de que era la patria de la esposa de Aníbal, hizo defección a los romanos.[8] Iliturgis, por contener una guarnición romana, fue atacada por los cartagineses, y parecía que el hambre iba a decidir sobre su caída. [9] Gneo Escipión salió en su ayuda con una legión, armada a la ligera, pasó entre los dos campamentos, y ocasionando numerosas bajas al enemigo, penetró en la ciudad, de donde al día siguiente hizo erupción con feliz éxito. [10] Hubo en los dos combates más de doce mil muertos, mil prisioneros, y se apoderaron de treinta y seis estandartes; así, dejaron Iliturgis. [11] Se dirigieron a Biguerra, ciudad aliada que era objeto de ataque por parte de los cartagineses, a los que la sola presencia de Gneo Escipión hizo levantar el sitio.
Livio,24,42,1-11.[1] Los cartagineses acamparon en Munda y los romanos fueron en pos te de ellos.[2] Puestos en orden de combate, pelearon durante casi cuatro horas. Aunque dominaban los romanos, dieron la señal de retirada, pues Gneo Escipión había sido herido en la pierna por una jabalina, y sus soldados temían que su herida fuese mortal. [3] De ser por este retraso, hubiera tomado el campamento cartaginés, pues ya los soldados y hasta los elefantes habían retrocedido hasta la empalizada y en las mismas trincheras habían caído heridos treinta y nueve elefantes. [4]Murieron doce mil hombres, se hicieron tres mil prisioneros y fueron capturados cincuenta y siete estandartes. [5]Los cartagineses se retiraron a Auringis, y les siguieron acosándolos los romanos. Gneo Escipión acudió al combate en una litera; la victoria romana no fue dudosa, pero con la mitad de bajas por parte del enemigo, puesto que eran pocos los supervivientes del combate anterior.[6] Mas es una raza nacida para la lucha. Magón recibió de su hermano la orden de movilizar tropas con las que completó su ejército y les dio ánimos. [7] Pero los refuerzos, en su mayoría, eran galos y combatían por un partido tantas veces derrotado en los últimos días; marcharon contra los enemigos con mejor disposición de ánimo que antes y con resultados también similares. [8] Se produjeron unos ocho mil muertos, cogieron mil prisioneros y capturaron cincuenta y ocho estandartes; abundantes collares galos, collares y brazaletes de oro en gran cantidad. Murieron dos reyezuelos galos, Menicapto y Vismaro. Fueron capturados ocho elefantes y muertos tres.
COMENTARIO
Hasta el momento los romanos llevan la iniciativa en todos los frentes del Sur, territorio afín a los cartagineses. Los romanos, a pesar de haber sufrido algún percance por parte de uno de sus generales, se repusieron y consiguieron derrotar en varios ocasiones a los enemigos. Cada vez se cerraba más la posibilidad de que Aníbal recibiera ayuda desde Hispania.
Año -212
[9]A la vista del éxito, los romanos se avergonzaron de haber dejado por ocho años ya, en poder del enemigo, la ciudad de Sagunto, primera causa de la guerra. [10]Después de expulsada la guarnición cartaginesa, recuperaron la ciudad y la devolvieron a aquellos habitantes antiguos que había escapado de las desgracias de la guerra. [11] A los turdetanos, que fueron causa de la guerra entre Sagunto y Cartago, los sometieron, los vendieron como esclavos y arrasaron su ciudad.
Livio, 24,47, 8,9,11, [8] También los españoles eran cerca de un millar, se pasaron al cónsul con la sola condición de que se dejase libre, sin maltratarla, la guarnición cartaginesa, entregaron al cónsul las enseñas. [9] Se abrieron las puertas a los cartagineses y dejados ir bajo promesa. Llegaron a Salaria ante Aníbal. [11]Se mandó a los hispanos doble ración y la república tuvo ocasión a menudo de apreciar su valor y su fidelidad.
Livio, 24, 48, 1-13. [1] Los éxitos obtenidos en Hispania, la renovación de antiguas alianzas y la obtención de nuevas, hicieron que Publio y Gneo Escipión extendieran hasta África sus pretensiones. [2] Sífax era rey de los númidas, de pronto convertido en enemigo del pueblo cartaginés; le enviaron una comisión compuesta por tres centuriones, [3] con la promesa del agradecimiento del Senado y del pueblo romano, si continuaba hostigando al enemigo, favor que le sería devuelto con creces, [4] Gustole al bárbaro; y hablando de guerra, comprendió su ignorancia frente a tan regular disciplina; les rogó, pues, que volvieran dos de ellos ante sus generales, para darles cuenta del resultado de su misión, y que el otro permaneciera junto a él para que le enseñara el arte militar. [5]»Los númidas somos gente ruda en arte de guerra de infantería; útiles sólo para la caballería, [6]desde el origen de nuestra nación así ha sucedido; así nos han educado desde niños; nuestro enemigo es hábil infante; pues, si queremos competir con él, es preciso que nosotros seamos también infantes hábiles.[7]Mi reino es rico en hombres, pero hace falta armarlo, equiparlo e instruirlo; con una tropa reunida casi al azar, es aventurado luchar». [8] Los legados se manifestaron dispuestos a complacerle, con la única condición de devolverle el rehén si sus generales no aprobaban el pacto. [9-10] Dicho rehén fue Quinto Estatorio. Partieron con los otros embajadores númidas, con la orden de impulsar a la defección a cuantos númidas hubiera en plazas cartaginesas. [11-12] Estatorio seleccionó jinetes entre la juventud númida; enseñoles a formar, a maniobrar, a seguir los estandartes, a guardar las filas; acostumbroles a todo trabajo y deber de la guerra. El rey confiaba tanto en sus jinetes como en sus infantes; y en terrenos llanos superaban éstos por igual, al cartaginés. [13] Para los romanos de Hispania, la llegada de los emisarios del rey fue de gran provecho, pues al circular el rumor, hubo numerosas defecciones de númidas. Así empezó la amistad de Roma con Sífax. Al advertirla Cartago, envió una embajada a Gaya, rey de los mesulos, región opuesta de la Numidia.
COMENTARIO
Los generales romanos, visto el éxito en el sur de Hispania, cobraron confianza y seguridad. Cuidaron que la ciudad más importante, Cartago Nova, no quedara en ningún momento a merced de los cartagineses y sus aliados, que no eran pocos en estos territorios. Y visto los resultados, buscaron la forma de conectar con territorio cercano al sur de Hispania. hicieron un pacto con el rey de los númidas Sífax, llegando a un acuerdo de ayuda mutua en protección y formación militar por parte de los romanos.
Livio, 24, 49, 1-8. [1] Tenía Gaya un hijo (Masinisa) de diecisiete años, joven de tal carácter que ya entonces se tenía en él grandes esperanzas de que transformaría el reino heredado en otro más extenso y rico. [2] Los embajadores le hicieron ver que, ante la unión entre Roma y Sífax frente a reyes y pueblos africanos, [3] le convenía unirse a Cartago lo más pronto posible, antes de que Sífax pasara a Hispania, o los romanos a África. «Es fácil vencer a Sífax ahora que no tiene de aliado romano más que el nombre». [4] Masinisa intercedió ante Gaya y envió su ejército que, unido a las legiones cartaginesas, derrotó a Sífax. Hubo treinta mil muertos. [5] Sífax, con pocos soldados, desde la línea de batalla huyó a los maurusios, habitantes de la región oceánica, frente a Gades. Por su fama, acudían a él bárbaros de todas partes [6] con los que formó un ejército numeroso para pasar a Hispania, separada por el Estrecho. Pero llegó Masinisa con su ejército vencedor y, solo, sin ayuda de Cartago, lo venció gloriosamente. [7] En Hispania nada sucedió digno de mención; tan solo que los generales romanos atrajeron a la juventud celtibera hacia sus banderas, con el mismo sueldo que les había ofrecido Cartago [8] y enviaron a más de trescientos nobles hispanos a Italia a captarse la voluntad de sus compatriotas. fue el único hecho notable de aquel año, por ser los celtiberos los primeros mercenarios que tuvo Roma.
COMENTARIO
Los cónsules romanos había entablado amistad con Sífax, pero no un compromiso de defensa mutua ante un posible conflicto. Masinisa, sin embargo , se encontraba en condiciones de desventaja y tuvo que claudicar ante los cartagineses para que se enfrentaran a Sífax, ante el temor de que los romanos tomaran ventaja en las alianzas bélicas que se avecinaban. Sífax acabaría vencido por la liga cartaginesa-Masinisa.
Año -211.
Livio, 25,32, 1-10. [1] Durante este mismo verano en Hispania, donde por espacio de dos años nada se había realizado digno de memoria, aunque la guerra se hacía más por medios diplomáticos que con las armas, los generales romanos abandonaron sus cuarteles de invierno y unieron sus tropas. [2] Se convocó allí una asamblea y las opiniones de todos coincidieron en afirmar que, si bien hasta este momento se había conformado con retener a Asdrúbal, que intentaba pasar a Italia, era ya tiempo de proponerse esto como objetivo: poner fin a la guerra en Hispania. [3] Y creían que con los veinte mil celtiberos llamados este invierno a las armas, se habían unido suficientes fuerzas para esta empresa. [4] Eran tres los ejércitos de enemigos: Asdrúbal, hijo de Gisgón y Magón que, con sus campamentos unidos, se hallaban a una distancia de los romanos de unos cinco días de camino. [5] Más próximo estaba el hijo de Amílcar, Asdrúbal, antiguo general en Hispania, que tenía su ejército junto a una ciudad llamada Astorgis. [6] Los generales romanos querían atacar antes a éste y querían contar con suficientes fuerzas para ello; tan sólo les preocupaba la posibilidad de que, derrotado éste, el otro Asdrúbal y Magón atemorizados, se retiraran a los bosques intransitables o a los montes, y de esta manera prolongara la guerra. [7] Por consiguiente pensaron que lo mejor era dividir sus tropas en dos partes y al mismo tiempo emprender la guerra en todos los frentes de Hispania. Las distribuyeron de modo que Publio Cornelio llevara dos partes del ejército romano y de las tropas aliadas, contra Magón y Asdrúbal. [8]Y Gneo Cornelio, con la tercera parte del antiguo ejército y la ayuda además de los celtiberos, hiciera la guerra contra Asdrúbal Barca. [9] Los dos generales salieron al mismo tiempo con sus ejércitos, precedidos de los celtiberos, y establecieron sus campamentos junto a la ciudad de Antorgis, a la vista de los enemigos y separados de ellos por un río. [10] Allí se detuvo Gneo Escipión con las tropas que antes hemos dicho, y Publio Escipión partió hacia el lugar que se le había asignado para hacer la guerra.
Livio, 25,33, 1-9. Asdrúbal, cuando advirtió que en el campamento había tan sólo un reducido ejército romano y que éste tenía todas sus esperanzas puesta en las tropas auxiliares de los celtiberos. [2] Conocedor de la deslealtad de os bárbaros y sobre todo de estas tribus, entre las que hacía tantos años guerreaba, [3]pactó con los jefes de los celtiberos mediante secretas conversaciones (la comunicación era fácil, puesto que uno y otro campamento estaban llenos de hispanos) que se llevasen de allí las tropas. [4] Por una parte, a éstos no les parecía desleal la proposición (no se trataba en efecto, de que volvieran sus tropas contra los romanos) y por otra, se les ofrecía, para que no hicieran la guerra, una recompensa tan grande como hubiera sido incluso suficiente para inducirlos a hacerla. Además, no sólo el descanso en sí, sino también el regreso a su patria y el placer de ver a los suyos y a sus cosas, eran en general gratos; [5] y así, no fue mucho más difícil convencer a la muchedumbre que a sus jefes; además, ni siquiera tenían miedo de que los romanos, tan escasos en número, intentaran retenerlos por la fuerza. [6] Los jefes romanos, en verdad, deberán prevenir siempre este peligro y estos hechos serviles, para que se confíen hasta tal punto en los auxiliares extranjeros, que no tengan en el campamento mayor número de tropa y sobre todo, de su propia patria. [7] De repente, cogiendo sus insignias, los celtiberos se marcharon sin responder otra cosa a los romanos, que les preguntaban el motivo y les rogaban que se quedasen, sino que se veían reclamados por la necesidad de su hogares . [8] Escipión, cuando vio que sus aliados no podían ser retenidos ni con suplicas ni con la fuerza y comprendió que sin ellos su situación era muy inferior a la del enemigo, como no podía reunirse de nuevo con su hermano ni encontraba ninguna otra solución favorable por el momento [9] determinó retroceder cuanto pudiera, concentrando toda su atención en esto: no enfrentarse en un lugar llano con el enemigo que, después de atravesar el río, iba persiguiéndole en su huida a muy corta distancia.
Livio, 25,34, 1-14. [1]Por estos mismos días un nuevo temor, pero de mayor peligro por parte de un enemigo, acosaba a Publio Escipión. [2] Era este nuevo enemigo el joven Masinisa, aliado en este momento de los cartagineses que, después con la amistad de roma, llegó a ser ilustre y poderoso. [3] Entonces, con su caballería númida, salió al encuentro de Publio Escipión cuando se acercaba, y después se presentaba asiduamente día y noche, hasta tal punto hostil, [4] que no sólo cogía prisioneros a los que, habiéndose alejado algo del campamento con el fin de recoger leña o forraje, sorprendía vagando de un lado para otro, sino que lanzándose con frecuencia en medio de los puestos de guardia, producía enorme confusión. [5]También por la noche sus repentinas incursiones producían alarma en las puertas y en la estacada, y los romanos en ningún lugar y momento se veían libres de temor o de inquietud. [6] Se veían obligados a permanecer dentro de la empalizada, privados de todas las cosas, puesto que el asedio era casi regular y parecía que iba a ser más estrecho, si Indíbil, que según se decía, se aproximaba con siete mil quinientos suesetanos, lograba unirse a los cartagineses. [7] Escipión, general prudente y previsor, obligado por la necesidad, tomó una decisión temeraria, esto es, salir por la noche al encuentro de Indíbil y trabar combate con él dondequiera que le encontrase. [8] Por consiguiente, dejando en el campamento una reducida guarnición y poniendo al frente de ella, como lugarteniente, a T. Fonteyo, salió a media noche y, encontrando a los enemigos, trabó combate con ellos. [9] Luchaban más formados en columna de marcha que en orden de batalla. Sin embargo, los romanos eran vencedores, aunque en una lucha tan confusa, resultaba difícil determinarlo. Pero de repente los jinetes númidas, a quienes pensaba el general haber burlado, desplegándose por los flancos, infundieron un gran terror. [10] Además, después de haberse entablado combate con los númidas, se sumó un nuevo enemigo: los jefes cartagineses atacaron por la espalda a los romanos que ya estaban luchando con la caballería númida y un combate indeciso se estableció alrededor de los romanos, que no sabían a qué enemigo mejor atacar, o por qué parte, reuniendo sus fuerzas, podrían romper el cerco. [11] El general luchaba y animaba él mismo a sus soldados y se presentaba donde más era la lucha, hasta que cayó, atravesado su costado derecho por una lanza. La columna de asalto enemiga cuando vio que Escipión caía muerto del caballo, se disperso corriendo por todo el frente saltando de gozo y anunciando a grandes gritos»que el general romano había caído». [12] Estas voces se difundieron enseguida por todas partes e hicieron que los enemigos se consideraran con toda seguridad vencedores y los romanos vencidos. [13]Perdido el jefe, los soldados comenzaron enseguida a huir del frente, pero, si bien era fácil abrirse paso entre las líneas de númidas y tropas auxiliares de armamento ligero, [14] sin embargo, a duras penas podían escapar de tan gran número de jinetes y de infantes, que igualaban en rapidez a los caballos. Casi muchos más murieron en la huida que en la lucha y ninguno hubiera sobrevivido si, habiéndose luchado cuando ya el día se inclinaba a su ocaso no hubiera llegado enseguida la noche.
Livio,25,35,1-9. [1] Inmediatamente los generales cartagineses, nada perezosos en aprovecharse de su fortuna, apenas dieron el descanso necesario a los soldados, se dirigieron con su columna en apresurada marcha hacia Asdrúbal el de Amílcar, con la firme convicción de que podrían terminar la guerra, si se unían. [2] Cuando llegaron allí, se produjeron grandes manifestaciones de alegría entre los dos ejércitos y sus respectivos generales, llenos de contento por la reciente victoria con la que había logrado aniquilar a tan ilustre general con todo su ejército, y además plenamente convencidos de obtener otra victoria semejante. [3] Aún no había llegado ciertamente a los romanos la noticia de tan enorme desastre, pero había entre ellos cierto triste aliento y oculto presentimiento, como suele ocurrir en aquellos que presagian un mal inminente. [4] El propio general se daba cuenta de que mientras él había sido abandonado por sus aliados las tropas de los enemigos habían aumentado en gran manera y además, por deducciones y conjeturas, se inclinaba más bien a sospechar la derrota sufrida que a concebir alguna halagüeña esperanza: [5] En efecto, ¿cómo Asdrúbal y Magón habían podido conducir hasta allí su ejército sin lucha, a no ser habiendo terminado ya su propia guerra? [6]Ahora bien, ¿cómo su hermano no le había cortado el paso o le había seguido al menos para unir las tropas con las suyas si no podía evitar que los ejércitos y los jefes enemigos se reagruparan en uno solo? [7] Angustiado por estas preocupaciones, creía que tan solo había por el momento una solución aceptable: retroceder de allí cuanto pudiera; y en una sola noche, sin que los enemigos lo advirtieran y libre por esto de persecución, recorrieron bastante camino. [8] Al amanecer, cuando los enemigos se dieron cuenta de su marcha, comenzaron a perseguirle con una columna de tropas lo más rápidamente posible, evitando por delante a los númidas. [9] Éstos les dieron alcance antes de la noche y atacándolos ya por los flancos, ya por retaguardia, los obligaron a detenerse y a proteger la columna. Sin embargo exhortaba a que combatieran y avanzaran al mismo tiempo cuando pudieran hacerlo sin riesgo, antes de que las tropas de a pie los alcanzaran.
Livio, 25.36. 1-16. [1] Durante algún tiempo no se consiguió avanzar mucho, puesto que la columna ya avanzaba, ya se detenía, y como ya la noche se aproximaba, [2] Escipión retiró a los suyos del combate y, reuniéndolos, los condujo a cierto montículo que no ofrecía, por cierto, mucha seguridad, y menos para un ejército tan desmoralizado; pero eran, no obstante, algo más elevados los restantes de alrededor. [3] Allí colocaron en el centro la impedimenta, la caballería y los infantes, situados alrededor, rechazaban fácilmente en un principio los ataques de los númidas asaltantes. [4] Pero después, cuando llegó el grueso de la columna, constituida por los tres ejércitos con sus respectivos jefes, se hizo patente que poco podrían defender tan sólo con las armas en un lugar sin fortificar. [5] El general comenzó a mirar a su alrededor y a reflexionar si podría, de algún modo, levantar en torno una empalizada. Pero la colina estaba hasta tal punto desprovista de vegetación y tan pedregoso era el suelo que ni se hallaban matorrales para cortar las estacas, ni tierra apropiada para obtener el revestimiento del césped del terraplén, ni para excavar la fosa o hacer trabajo alguno de fortificación. [6] El terreno, además, no era en absoluto escarpado, no abrupto de modo que pudiera ofrecer al enemigo acceso o subida difícil: todo estaba inclinado en suave pendiente. [7]No obstante, para oponer cierta apariencia de empalizada, pusieron alrededor las albardas entrelazadas con sus cargas, amontonándolas hasta la altura acostumbrada en las empalizadas y, entre los espacios que entre las albardas quedaban, arrojaron bagajes de todo género en montón. [8] Al llegar los ejércitos cartagineses emprendieron la subida del monte con toda facilidad, pero el aspecto inusitado de la fortificación los retuvo primeramente como sorprendidos, [9] mientras los jefes gritaban por todas partes:»¿porqué se detenían y no desbarataban y deshacían aquel juguete que apenas valdría para detener a las mujeres o a los niños? El enemigo, oculto tras los bagajes, era ya su prisionero». [10] Los jefes gritaban esto con desprecio, pero no era fácil ni saltar por encima, ni echar abajo los pesos acumulados, ni derribar los bagajes en montón y repletos con sus propias cargas. [11] Pasándose estaca de mano en mano, lograron deshacer los obstáculos y abrir paso a los soldados, y como esto se hizo por muchas partes a la vez, enseguida el campamento estuvo totalmente ocupado. Dominados por el mayor número, los romanos caían muertos por todas partes acribillados por los vencedores [12] Sin embargo, una gran parte de los soldados se refugió en los bosques próximos, y desde allí huyó al campamento de Publio Escipión, a cuyo frente estaba el lugarteniente T. Fonteyo. [13] Unos refieren que Gneo Escipión murió en la colina, al primer ataque de los enemigos; otros, que consiguió huir con algunos soldados a una torre próxima al campamento; que esta torre fue cercada de fuego, y de este modo tomada; al quemarse las puertas que no habían podido ser abatidas por ninguna violencia, todos murieron dentro con el propio general. [14] Gneo Escipión murió a los ocho años de haber llegado a Hispania, veintinueve días después de la muerte de su hermano. No fue mayor el sentimiento en Roma por la muerte de éstos que en Hispania entera, [15] porque entre sus conciudadanos, parte del dolor era debido a la pérdida de los ejércitos, la enajenación de la provincia y el desastre del Estado. [16] En Hispania lloraban y lamentaban la pérdida de estos generales por sí mismos. Más sentida fue la muerte de Gneo, porque su gobierno había durado más tiempo y había sido el primero en atraerse las simpatías de los hispanos y dar una prueba de la justicia y moderación romanas.
COMENTARIO
La estrategia de los dos Escipiones, tanto de Publio como de Gneo, se vino abajo. La suerte del enemigo con la muerte de Publio facilitó y cambió la actitud de los cartagineses y sus aliados. Error de previsión, desconocimiento del terreno, la lucha nocturna y la falta de medios, acabó con los dos cónsules romanos. La moral de Roma se vino abajo. Era muy difícil rehacer la situación catastrófica de un ejército derrotado y puesto en fuga. El camino se ponía fácil para que Aníbal pudiera recibir ayuda desde Hispania.
Libio, 26,37,1-19. [1] Cuando los ejércitos de Roma parecían aniquilados e Hispania perdida, un sólo hombre consiguió restablecer la situación. [2] Había en el ejército romano un activo joven, L. Marcio, caballero romano, hijo de Septimio, dotado de un valor e inteligencia bastante mayores de lo que correspondía a su posición social. [3] Las enseñanzas de Gneo Escipión, a cuyas órdenes había aprendido durante tantos años las artes de la milicia, habían venido a reforzar sus excelentes cualidades naturales. [4] Este joven, entonces, con los soldados que había logrado reunir de la huida y con otros que sacó de las guarniciones, había llegado a formar un ejército no despreciable y se había reunido con el lugarteniente de Escipión T. Fonteyo, [5] tanto prestigio alcanzó el caballero romano entre los soldados y tan grande era el respeto que le profesaban que, una vez fortificado el campamento, situado más acá del Ebro, y como pareciera oportuno designar en los comicios militares un jefe del ejército, [6] relevándose unos a otros en la vigilancia de la empalizada y de los puestos de guardia hasta que todos depositaron su sufragio, confirieron el mando supremo a Lucio Marcio. [7] Éste, inmediatamente, empleó todo el tiempo, que por cierto fue muy breve, en fortificar el campamento y transportar víveres. Los soldados ejecutaban todas sus órdenes no sólo con inteligencia sino con espíritu animoso. [8] Pero cuando llegó la noticia de que Asdrúbal el de Gisgón, había atravesado el Ebro y se aproximaba con la intención de aniquilar los restos del ejército, y los soldados vieron que el nuevo general daba la señal para la batalla, [9] recordando qué generales habían tenido poco antes y en qué jefes y en qué tropas habían puesto su confianza al marchar al combate, empezaron todos repentinamente a llorar golpeándose la cabeza, y unos elevaban sus manos al cielo haciendo reproches a los dioses, otros, tendidos en tierra, invocaban llorando cada uno a su respectivo general, llamándole por su nombre. [10] No se lograban acallar estas lamentaciones aunque los centuriones alentaban a los soldados de su respectivo manípulo y el propio Marcio intentaba calmarlos y les increpaba diciendo que «¿por qué se abandonaban a llantos femeniles e inútiles en lugar de enardecer sus ánimos para defenderse a sí mismo y con ello a la República?, y que no permitieran que sus generales quedaran sin venganza». [11] De repente se oyó el griterío y el sonido de las trompetas y, transformada súbitamente su pena en furia, los soldados se dispersan corriendo cada uno a sus armas y, como ardiendo en coraje, acuden en tropel a las puertas y se lanzan contra el enemigo que se acercaba descuidado y en desorden. [12] Al momento, el hecho imprevisto infundió terror a los cartagineses y, llenos de extrañeza se preguntaban de dónde habían surgido de repente tantos enemigos, estando el ejército casi aniquilado, de dónde habían recibido tan gran audacia, tan gran confianza en si mismos, unos soldados vencidos y puestos en fuga, quién se había proclamado general, muertos los dos Escipiones, quién era el jefe en el campamento, quién había dado la señal para la lucha?» [13] Ante estos hechos, todos tan inesperados, primeramente llenos de incertidumbre y atónitos, los cartagineses retrocedieron; después, rechazados por una acometida más vigorosa, se vieron obligados a volver las espaldas, [14] y si Marcio no hubiera dado apresuradamente la señal para la retirada, y colocándose junto a los primeros manípulos, reteniendo él con su propia mano a algunos, no hubiera logrado sujetar a sus exaltadas tropas, o hubieran hecho una tremenda carnicería entre los que huían, o los perseguidores se hubieran arriesgado en un impetuoso y arriesgado ataque. Enseguida los hizo volver al campamento, ávidos todavía de matanza y sangre. [15] Los cartagineses, rechazados primeramente en desorden desde la empalizada de los enemigos, cuando vieron que nadie les seguía, pensaron que los romanos se había detenido por temor, y se retiraron a su campamento respectivamente y con paso tranquilo. [16] Igual diligencia tuvieron en la vigilancia del campamento, pues, aunque el enemigo se hallaba próximo, no obstante pensaban que no eran más que los restos de los dos ejércitos aniquilados pocos días antes. [17] Por este motivo, Marcio, después de haber comprobado que la vigilancia estaba muy abandonada y descuidada en el campo enemigo, forjó un plan a primera vista más temerario que audaz, esto es, atacar a su vez a los enemigos, [18] pensando que sería más fácil tomar el campamento de un solo Asdrúbal, que defender el suyo si se reunían de nuevo los tres ejércitos y los tres generales. [19] Al mismo tiempo pensaba que, o lograría mejorar la apurada situación de los romanos si salía triunfador en el empeño, o si era rechazado, siendo suya la iniciativa de la lucha, podría al menos evitar el desprecio hacia su persona.
COMENTARIO
Después del desastre de los Escipiones surge un leve esperanza con la aparición de un rescatador de la situación. L. Marcio recupera lo que quedaba de los dos ejércitos y se enfrenta a los tres de los cartagineses. Empieza a surgir un atisbo de luz entre los soldados romanos dispersos y acobardados tras la calamidad bélica anterior.
Año -210.
Livio, 25.38.1-23. [1] No obstante, Marcio, pensando que debía alentar con una arenga a los soldados para que no decayera el ánimo, ante un proyecto tan repentino y poco adecuado a la situación en que se hallaban y que además había de realizarse aprovechando la oscuridad de la noche, los convocó a una asamblea y les habló así; [2] » Ya mi veneración hacia mis generales, tan firme después de su muerte como lo eran mientras vivían, ya la presente situación de todos nosotros, puede daros la seguridad, soldados, de que este mando que habéis concedido si bien glorioso a vuestro parecer, es, sin embargo, en realidad molesto y angustioso para mí. [3] En efecto, en unas circunstancias en que, a no ser que el miedo embotara mi tristeza, a duras penas lograría dominarme de modo que pudiera encontrar consuelo en mi desaliento, me veo obligado yo solo a ocuparme de la suerte de todos vosotros, cosa en verdad muy difícil en tan profunda aflicción. [4] Y ni siquiera en los momentos en que debo pensar de qué modo podría conservar para la patria estos restos de los dos ejércitos, me es posible arrojar de mi alma la continua tristeza, [5] porque constantemente tengo presente recuerdo y las imágenes de los dos Escipiones me agitan día y noche con preocupaciones y desvelos. Con frecuencia me despiertan de mi sueño, [6] y me ordenan que no permita que mis soldados vuestros compañeros de armas, invencibles en estas tierras durante ocho años, ni la República quede sin venganza. [7] Me mandan seguir sus enseñas y sus designios y así como mientras ellos vivían no hubo nadie más obediente que yo a sus mandatos; así, después de su muerte, consideré lo mejor aquello que en cada ocasión yo opine que ellos habrían hecho. [8] Quisiera también que vosotros, soldados, no prosiguierais llorándolos con lamentaciones y lágrimas como si hubieran muerto, puesto que continúan viviendo llenos de gloria en la fama de sus hazañas, sino que, cuantas veces se presente a vuestra imaginación su recuerdo, debéis empezar el combate como si fueran ellos en persona los que os arengan y dan la señal para combatir. [9] Y no otra imagen, en verdad, en la que ofreciéndose en el día de ayer ante vuestros ojos y a vuestro recuerdo, os impulsó a aquel combate memorable [10] en que disteis a los enemigos una prueba de que el nombre romano no se había extinguido con los Escipiones y que un pueblo cuya energía y valor no fueron hundidos en Cannas, resurgirá siempre de todas las calamidades que el destino le inflija. [11]Ahora, puesto que por vuestra propia voluntad os habéis atrevido a tanto, me complace poner a prueba hasta donde seréis capaces de llegar bajo la dirección de vuestro general. Ayer, cuando os dí la señal para la retirada, mientras perseguíais impetuosamente al enemigo en su desordenada huida, no quise reprimir vuestra audacia, sino diferirla, para que en mayor ocasión obtuvierais mayor gloria. [12] Así, ahora, preparados y en el momento oportuno podréis atacar a los enemigos desprevenidos, vosotros bien armados y ellos indefensos e incluso adormilados. Y no he concebido esta esperanza a la ligera, sino con un fundamento real. [13] Si alguien en verdad os preguntara cómo habéis podido defender vuestro campamento de un enemigo tan numeroso y engreído en su victoria, vosotros, tan escasos en número y abatidos por vuestra derrota, no podríais responder sino que os habíais preocupado de consolidar vuestras fortificaciones y vosotros mismos estabais equipados y dispuestos porque temíais el ataque. [14] Y así es la realidad. Los hombres se hallan indefensos, sobre todo contra los golpes imprevistos de la fortuna, porque no se adoptan precauciones ni protección alguna contra aquello que no produce inquietud. [15] Lo que menos pueden temer ahora los enemigos es que vosotros, hace poco situados y atacados asaltemos a su vez su campamento. Atrevámonos a hacer lo que nadie pueda creer que osaremos. Será tanto más fácil cuanto más difícil parece. Al llegar la media noche, os conduciré en silenciosa columna. [16] Tengo comprobado que el relevo de los centinelas no se hace con regularidad y que los puestos de guardia están medio abandonados. [17] El campamento podrá ser tomado al primer ataque y tan pronto suene en sus puertas el grito de guerra. entonces, entre los enemigos entorpecidos por el sueño y llenos de pavor ante el inesperado tumulto, atacándolos sin armas en sus propios lechos, podéis llevar a cabo aquella matanza de la que llevabais tan a mal que se os apartara en el día de ayer. [18] Sé que mi proyecto parece audaz, pero en las situaciones difíciles y casi desesperadas, las resoluciones más temerarias, son precisamente las más seguras, porque, si, al presentarse una ocasión cuya oportunidad pasa volando, se duda por un instante, en vano se la busca después, una vez perdida. [19] Un sólo ejército se encuentra próximo, otros dos se hallan no lejanos; podemos tener esperanza de triunfo si los atacamos ahora; y ya habéis probado vuestras fuerzas y las suyas. [20] Si aplazamos el día y nuestra salida de ayer hace que se fije en nosotros la atención del enemigo, existe el riesgo de que se reúnan todas las tropas y todos los generales; ¿Podremos después hacer frente a los tres ejércitos y a los tres jefes que Gneo Escipión no pudo resistir con su ejército intacto? [21] Lo mismo que nuestros jefes han perecido por dividir sus tropas, los enemigos pueden ser derrotados separadamente y divididos. No contamos con otros medios para hacer la guerra, por consiguiente nada debemos esperar sino la oportunidad de la noche próxima. [22] Marchad y que los dioses os ayuden. cuidad vuestros cuerpos para que, descansados y llenos de vigor, irrumpáis en el campamento de los enemigos con la misma vehemencia que habéis defendido el vuestro». [23] Los soldados no solo escucharon con alegría el nuevo plan de su nuevo jefe, sino que les agradó tanto más cuanto más audaz era. El resto del día se empleó en preparar las armas y en atender las necesidades corporales y la mayor parte de la noche se dedicó al descanso. De madrugada levantaron el campo.
Livio, 25,39. 1-18. [1] Más allá del campo próximo, a una distancia de seis mil pasos, estaban acampadas otras tropas cartaginesas. En el espacio intermedio había un espacio cubierto de espesa arboleda, y aproximadamente en el centro de este bosque, según el procedimiento común entre los cartagineses, se ocultó una cohorte romana y la caballería. [2] Así, después de haber interceptado el camino en su parte media, las restantes tropas, en silenciosa columna, fueron conducidas hacia el campamento más próximo, y como no había ningún puesto de guardia ante las puertas, ni centinelas en la empalizada, entraron como en su propio campamento sin que nadie se opusiera. [3] Enseguida resonaron las trompetas y los romanos lanzaron el grito de guerra. Unos matan a los enemigos medio dormidos, otros prenden fuego a las chozas, cubiertas de paja seca. Otros ocupan las puerta para impedir la huida. [4] El fuego, el griterío, la matanza, todo simultáneo, aturdieron a los enemigos hasta el punto de que, como privados de sentido, no pudieron ni escuchar ni adoptar precaución alguna. [5] Inermes se lanzan entre la multitud de enemigos bien armados: unos se precipitan hacia las puertas; otros, al encontrar interceptados los caminos, saltan sobre la empalizada, [6] y a medida que iban logrando escapar, huían inmediatamente hacia el otro campamento; pero, al atravesar el bosque, fueron rodeados por los jinetes, que salieron corriendo de su escondite, y perecieron allí absolutamente todos, [7] si bien, aunque alguno hubiera logrado escapar de esta matanza, los romanos pasaron tan apresuradamente desde este campamento, que había ya tomado, hasta el otro, que no podía haberles precedido un mensajero de la derrota. [8] Allí, como pensaban hallarse más alejados del enemigo y además algunos se habían dispersado al amanecer con el fin de recoger leña y forraje y hacer alguna presa, encontraron todo en mayor desorden y menos vigilado aún; en los puestos de guardia tan sólo estaban las armas; los soldados inermes, se hallaban sentados o echados en el suelo o pasando ante la estacada y las puertas. [9] Los romanos, todavía enardecidos por la reciente pelea y orgulloso con su victoria, empezaron a combatir con estos soldados tan confiados y desprevenidos. Y así, en vano intentaron ofrecer resistencia en las puertas. Al primer griterío y alarma, acudieron corriendo desde todos los puntos del campamento, y ya dentro del recinto, se entabló un encarnizado combate; [10] y la lucha se habría mantenido por más tiempo si, al volver los escudos romanos ensangrentados, no hubieran sospechado los cartagineses la otra derrota y no les habría infundido esto un enorme pánico. [11] El terror obligó a todos a emprender la huida y, dispersándose por donde encontraron camino libre, tan sólo quedaron en el campamento los cuerpos de aquellos que habían muerto en la lucha. Así, bajo las órdenes de L. Marcio, en un sólo día y en una sola noche, fueron ocupados los dos campamentos enemigos. [12] Claudio, que tradujo del griego al latín los anales de Acilio, refiere que los enemigos tuvieron unos treinta y siete mil muertos y dejaron cautivos unos mil doscientos treinta. Además se recogió un enorme botín, en el que, entre otras cosas, [13] figuraba una escudo de plata de ciento treinta y siete libras y siete libras de peso, con la efigie de Asdrúbal Barca. [14] Valerio Antia afirma que fue ocupado un sólo campamento y cayeron en el asalto siete mil enemigos. Después, en una salida, se entabló un segundo combate con Asdrúbal en el que murieron diez mil cartagineses y fueron capturados cuatro mil quinientos treinta. [15] Pisón escribe que, mientra Magón perseguía en desorden a los nuestros que se retiraban, cayó en una emboscada, donde murieron cinco mil hombres. [16] Todos consideran grande el nombre del general Marcio; e incluso algunos rodean de prodigios su gloria, afirmando que «mientras él pronunciaba su arenga, una llamarada surgió de su cabeza sin que él lo notara, y este hecho produjo un gran pavor en los soldados que lo rodeaban; [17] y como testimonio de la victoria que él había logrado sobre los cartagineses, estuvo en el templo hasta el incendio del Capitolio el escudo llamado Marcio con la efigie de Asdrúbal. [18] Después, por algún tiempo la situación permaneció tranquila en Hispania, porque ni uno ni otro se atrevían a arriesgar en un combate decisivo la solución de la guerra después de tan grandes derrotas recibidas e inferidas recíprocamente.
COMENTARIO
L. Marcio consigue derrotar y tomar dos campamentos cartagineses. Nadie se hubiera atrevido a pensar que un ejército romano derrotado levantara cabeza con tanta decisión. La confianza de los cartagineses y sus aliados despreciaron la posibilidad de que sus enemigos se repusieran de los dos desastres anteriores. La astucia, sagacidad, coraje y valentía infiltrada en los ánimos de los romanos por Marcio, hicieron crecer sus ánimos hasta llevarlos a la victoria que nunca habrían imaginado ni Asdrúbal Gisgón, ni Asdrúbal Barca, ni Magón.
Livio, 26.18.1-11. [1] Entre tanto en Hispania, después del desastre recibido, ninguno de los pueblos se pasaron al bando de los romanos ni ningunos nuevos desertaron. [2] Y en Roma. después del desastre de Capua, el Senado y el pueblo se preocuparon más por Italia que por Hispania. Estaban de acuerdo en que se incrementara el ejército y que se enviara un general. [3] Y no estaba suficientemente claro tanto el que se enviara a éste como el que se eligiera muy bien a aquel que iba a suceder en su puesto a aquellos dos que siendo extraordinarios generales habían caído hacía treinta días. [4] Proponiendo unos a uno y otros a otros, finalmente se llegó a la conclusión de que se celebraban comicios para la elección de procónsul en Hispania. Los cónsules fijaron fecha para la elección del mismo. [5] Primeramente esperaban que, quienes se consideraban dignos de tan gran mando, dijeran públicamente sus nombres. Cuando desapareció tal expectación, se les vino de nuevo encima el pesar de la derrota encajada y la añoranza de los generales muertos. [6] Así, pues, la ciudad se ensombreció y casi falta de decisión en el día de los comicios, no obstante se dirigió al Campo de Marte. Y dirigidas sus miradas hacia los magistrados, contemplan los semblantes de los principales que se miran entre sí, y empiezan a levantarse hasta tal puto que las derrotas sufridas por las pérdidas y situación desesperada de Roma, que nadie se atreviera a aceptar un cargo militar en Hispania, [7] cuando de forma inesperada, Publio Cornelio, hijo de Publio (tristemente famoso) que había muerto en Hispania, con una edad aproximada de veinticuatro años, habiendo dicho públicamente que él estaba dispuesto a ir, se situó en lo más alto, desde donde todo el mundo lo pudiera ver. [8] Después que todos los ojos se dirigieron hacia él, al instante, con favor clamoroso, le auguraron un mando feliz y favorable. [9] A continuación, todos a una fueron obligados a prestar sufragio no sólo las centurias, sino incluso los hombre de Escipión, y ordenaron que el mando estuviera en Hispania.[10] Después de realizado este acto, como quiera que se hubieran tranquilizado los ánimos y la euforia, se produjo un inesperado silencio y un pensamiento callado vagaba por las mentes: ¿ Valía más la razón que el favor despertado? [11] Preocupaba sobre todo la edad. Algunos sentían miedo a la suerte, a la casa y al nombre por las dos desgraciadas familias de quien iba a dirigirse a aquella tierra donde se debían desarrollar los acontecimientos entre las tumbas de padre y tío.
Livio, 26,19, 1-4,10-14. [1] Cuando notó, por la rapidez con que se realizaron los hechos, la gran preocupación de los hombres, convocada una asamblea, habló de tal forma sobre su edad, de su poder encomendado y de la guerra que debía emprender, [2] que levantó de nuevo el ardor que ya se había apagado, lo renovó y llenó a la gente de una esperanza tan segura como suele producir la fe de una promesa humana o el razonamiento nacido de una confianza cierta. [3] Escipión no fue precisamente admirable sólo por sus verdaderas cualidades, sino porque se encontraba dotado de cierta habilidad desde su infancia y hacía ostentación de ello, [4] y muchas veces, ante la multitud pareció verse entre sombras nocturnas o comportándose con una mente premonitora, o como dejado llevar por una mente inspirada por la divinidad…[10] A aquellas tropas pertenecientes al antiguo ejército que tenía en Hispania y a la que habían sido transportadas desde Puzol con Gayo Nerón, se suman diez mil soldados y mil jinetes y el propretor Marco Silano fue cedido como ayudante para llevar a cabo aquella empresa. [11] Así, con una armada de treinta naves -todas eran quinquerremes-, desde la desembocadura del Tíber, costeando las orillas del mar Tirreno, los Alpes, el golfo galo, y después el promontorio de los Pirineos, desembarcó sus tropas en Ampurias, ciudad griega, pues son oriundos de Fócea. [12] A continuación ordenó que las naves avanzaran y se dirigió a Tarragona con la infantería. Reunió a todos los aliados, pues a consecuencia de su fama se habían presentado numerosas legaciones de toda la provincia. [13] Ordenó que se vararan las embarcaciones allí, y que cuatro trirremes marsellesas que habían sido enviadas por delante desde Roma con una misión, se enviaran de nuevo a su lugar. [14] Después comenzó a dar respuestas a cada una de las legaciones inquietas por la variedad de tanto desastre, de forma que no se perdiera ninguna palabra audaz de su ánimo tan encendido, y que todo cuanto dijera inspirara tanta autoridad cuanta fidelidad.
Livio,26.20, 1-11. [1] Se marchó de Tarragona y el ejército se dirigió hacia las ciudades de los aliados y a los campamentos de invierno; elogió a los soldados porque había dominado a la provincia después de los reveses sufridos en dos encuentros sucesivos, [2] y porque, no consintiendo los que gozaban de las glorias del triunfo, tras haberlos hecho retroceder de los campos de la parte de acá del Ebro y haber defendido a los aliados con lealtad. [3] Tenía a Marcio a su lado con tan gran honra que fácilmente apareciera que no temía nada más que alguien le hiciera sombre a su fama. [4] Silano sucedió a Nerón y los nuevos soldados fueron llevado al campamento de invierno. Escipión, emprendidas y realizadas todas las cosas que debía hacer rápidamente, se dirigió a Tarragona. [5] Entre los enemigos la fama de Escipión no era mucho menor que entre los aliados y conciudadanos y una cierta intuición y previsión del futuro causaba un mayor recelo, de manera que podría convertirse, invertirse y convertirse en una causa de miedo nacido supersticiosamente. [6] Por distintos caminos se dirigieron al campamento. Asdrúbal Gisgón se extendía hasta el Océano y Gades; Magón, hasta el Mediterráneo y, principalmente, hasta del desfiladero de Cástulo; Asdrúbal, hijo de Amílcar, se situó junto al Ebro y paso el invierno en los alrededores de Sagunto. [7] Al final de aquel verano en el que fue tomada Capua, Escipión llego a Hispania; cuando se puso en marcha la armada púnica desde Sicilia a Tarento para evitar el abastecimiento de la guarnición romana que [8] había en la ciudadela tarentina, cerró todos los accesos desde el mar hacia la ciudadela, pero con el asedio prolongado, provocaba una carestía mucho más intensa para los aliados que para el enemigo, [9] pues no se podía ayudar a los ciudadanos a través de la tranquila playa y a puerto abierto con la ayuda de las naves púnica, con tan gran cantidad de trigo cuanta gastaba la propia multitud de naves formada por toda clase de hombres,[10] de forma que la guarnición de la ciudadela pudiese sustentarse sin abastecimientos de víveres nuevos, porque eran pocos, ya que estaban previstos de antes, y para los tarentinos y para la armada no era ni aún siquiera suficiente lo transportado. [11] Finalmente la armada fue despedida con mayor favor y agradecimiento del que había traído: el abastecimiento no les había aliviado mucho, al estar lejos la ayuda naval, no se había podido transportar el trigo.
Livio, 26,21,1-2. [1] Al final de aquel mismo verano, M. Marcelo había llegado a Roma desde la provincia de Sicilia, fue recibido en audiencia por el pretor C. Calpurnio en el templo de Belona. [2] Habiendo tratado allí de las operaciones realizadas por él, tras lamentarse ligeramente no tanto de su suerte como de la de los soldados, porque no le había gustado llevarse al ejército, estando la provincia en muy mal estado, pidió entrar en la ciudad con los honores del triunfo. No lo consiguió.
Livio, 26,41,1-9. [1] En Hispania, al principio de la primavera, P. Escipión, botadas las naves y convocadas mediante un edicto las tropas auxiliares de los aliados, ordenó enviar la armada y los navíos de carga hacia la desembocadura del río Ebro. [2]Habiendo ordenado que reunieran allí las legiones desde el campamento de invierno, él mismo con cinco mil aliados, se dirigió hacia el ejército desde Tarragona. Habiendo llegado allí, considerando que debía dirigir la palabra a los extraordinarios soldados veteranos que sobrevivieron en medio de tanto desastre militar, convocada una asamblea, les habló así: [3] «Ningún nuevo general antes que yo pudo dar con toda justicia y derecho las gracias a sus soldados antes de que se sirviera de ellos: [4]la suerte me obligó a vosotros antes de que viera la provincia y el campamento, en primer lugar por aquella piedad hacia mi padre y mi tío mientras estuvieron vivos y muertos, [5] en segundo lugar, porque, a causa de tan gran desastre de la provincia, habéis recuperado íntegramente las posesiones perdidas, por vuestro valor, para mí, como sucesor, y para el pueblo romano. [6] Pero, cuando tengamos los preparativos listos y emprendamos la acción, con los dioses favorables, no vamos a permanecer en Hispania como ellos, sino que vamos a hacer que no quede ni un púnico ante la desembocadura del Ebro; no vamos a evitar el paso de los enemigos, sino que pasaremos nosotros y le llevaremos la guerra. [7] Temo que a alguien parezca vuestra decisión mayor y más audaz de lo que corresponde al recuerdo de los desastres hace poco recibidos, o con relación a mi edad. [8] Nadie mejor que yo puede olvidarse de los reveses militares recibidos en Hispania, como de quien su padre y su tío, en un espacio de treinta días, fueron muertos, de tal modo que se acumulara sobre la misma familia muerte sobre muerte. [9] Pero como la orfandad familiar y la soledad quebrantan el ánimo, tanto la suerte del Estado como el valor personal prohíben caer en la desesperación extrema. Por un extraño hado se nos ha dado tal suerte que, vencido en grandes guerras, saldremos vencedores. [19] Mi ánimo, que en estos momentos es mi mayor inspiración, me augura que Hispania va a ser nuestra, y que todo nombre púnico será desterrado de aquí, y los mares y las tierras se llenarán de huidos a la desbandada. [20] Lo que la mente espontáneamente adivina, igualmente la razón certera lo acepta. Nuestros aliados, vejados por éstos, piden por medio de embajada nuestra lealtad. Tres jefes en desacuerdo, estando a punto de separarse uno de otro, dividieron el ejército en tres partes muy alejadas entre sí. [21] La misma fortuna que se cebó sobre nosotros cae ahora sobre ellos; efectivamente se separan de sus aliados como nosotros antes de los celtiberos, y dividieron los ejércitos, hecho que es la causa de la pérdida de mi padre y de mi tío. [22] La discordia interna no les deja ir juntos a una, ni podrán hacer frente a cada uno de nosotros separadamente. Vosotros, ahora, soldados, apoyad el nombre de los Escipiones, descendiente de vuestros generales, brotando de ramas cortadas. [23] Ea, soldados veteranos, haced pasar el Ebro a vuestro nuevo general; pasad a una tierras recorridas por vosotros con grandes éxitos de armas. [24] Rápidamente haré que, tal como ahora habéis reconocido en mí la figura, el rostro y el aspecto de mi padre y de mi tío, [25] se os dé una imagen de ingenio, lealtad y valor de forma que cualquiera de vosotros dirá que os ha renacido el Escipión general»
COMENTARIO
Publio Cornelio Escipión se hace cargo de las fuerzas romanas en Hispania. Viene con un nuevo ejército, que se sumará al que quedaba en la Península, y prestará atención a la organización territorial para controlar los movimientos de los cartagineses en toda Hispania con la intención de arrojarlos definitivamente al África. No se olvide que los generales enemigos son Asdrúbal Gisgón, Asdrúbal Barca y Magón. El objetivo principal era ocupar los puntos estratégicos de Sagunto, Cartago Nova y la zona de Cástulo e Iliturgis.
Livio, 26,42, 1-9. [1] Enardecidos los ánimos de los soldados con este discurso, dejando a M. Silano para la defensa de la región con tres mil infantes y trescientos jinetes, hizo pasar el Ebro a todas las restante tropas, -había entonces veinticinco mil infantes y dos mil quinientos jinetes-. [2] Aconsejando algunos que, teniendo en cuenta que los ejércitos púnicos se habían separado hasta tan diversas regiones, se atacara al más cercano, diciendo que era un peligro que por tal acción se agruparan todos en uno, y la cosa no era igual si se trataba de todos los ejércitos [3], determinó entre tanto asaltar a Cartago Nova, ciudad opulenta por sus grandes riquezas y llena de todo aparato militar, -había allí armas, dinero y rehenes de toda Hispania-, [4] situada además en una zona estratégica para pasar al África, como sobre un puerto bastante grande para una armada de gran escala, y no conozco ningún otro en las costas de Hispania que esté en nuestro mar. [5] Ninguno sabía por donde se iba a ir, salvo Gayo Lelio. Éste, situado en el centro de la armada, de tal modo había ordenado la marcha de las naves que, al mismo tiempo, Escipión, desde tierra, presentaba el ejército y la entrada de la armada en el puerto. [6] En siete días se llegó desde el Ebro a Cartago Nova, por tierra y por mar simultáneamente. El campamento fue instalado en la parte de la región de la ciudad que mira al norte; se le opuso una empalizada desde la parte de atrás porque la parte frontal se encontraba defendida por la propia naturaleza del terreno. [7] De esta forma se encuentra emplazada Cartago Nova: hay una ensenada en casi la mitad de la costa de Hispania, sobre todo el frente al viento africano, con unos dos mil quinientos pasos hacia el interior, y con una anchura un poco más extensa. [8] En la desembocadura de éste, una enseñada en una pequeña isla que sobresale del mar, forma un puerto protegido de todos los vientos, sobre todo el africano, Desde el interior de la ensenada se extiende una península y sobre esta misma colina ha sido construida la ciudad, por levante y por el sur protegida del mar. [9] Una colina que se extiende en unos doscientos cincuenta pasos, une la ciudad con tierra firme, Desde allí, puesto que la defensa de la ciudad es de tan escasa importancia, el general romano no levantó defensa, bien haciendo alarde de confianza ante el enemigo, o para que el acceso a las murallas quedara abierto.
Libio, 26,43, 1-8. [1] Habiéndose terminado las obras de la partes que se tenían que fortificar, puso las naves en orden en el puerto, colocándolas en posición de asedio naval. Tras haber pasado revista a la armada, recomendando a los prefectos de la armada que mantuvieran guardias nocturnas en prevención, ya que el enemigo lo intentaría todo tan pronto como se encontrara asediado, [2] habiendo regresado al campamento para informar del plan de su proyecto a sus soldados, ya que se iba a comenzar una guerra en una ciudad que debía ser asaltada, y dando esperanzas con exhortaciones, de que se apoderaría de la ciudad, tras convocar una asamblea, habló en los siguientes términos: [3]» Si alguno cree que vosotros sois llevados para asaltar una sola ciudad, este tal tiene aún más un motivo exacto de vuestro trabajo que de beneficio. Verdaderamente vais a asaltar los muros de una ciudad, pero con una sola ciudad vais a apoderaros de toda Hispania. Aquí está todo el dinero de los enemigos [4] «Aquí están todos los rehenes de todos los nobles de los reyes y pueblos que al mismo tiempo caerán en vuestro poder. Inmediatamente, todo cuanto se encuentra en poder de los cartagineses, lo encontrarán cuando se rindan. [5] Aquí está todo el dinero de los enemigos, sin el que ellos no pueden emprender ninguna clase de guerra, porque mantienen un ejército de mercenarios; y este dinero nos será de gran utilidad para ganarnos los ánimos de los bárbaros. [6] Aquí están las catapultas y todas las armas, que al mismo tiempo servirán para nuestra instrucción y dejarán desnudos a los enemigos. [7] Nos apoderaremos además de una rica ciudad con un puerto tan excelente, desde donde se nos proporcionarán todos los medios de guerra por tierra y por mar que exige la contienda. Cuando tengamos estas grandes cosas, entonces arrebataremos al enemigo otras mucho mayores. [8] Esta es su ciudadela, este granero es su arsenal de armas de bronce, este es el escondite de todas sus cosas; por aquí se encuentra la línea recta desde África; esta es una de las plazas desde los Montes Pirineos y Gades; desde aquí África amenaza a todas Hispania.
Livio, 26, 44, 1-10. [1] Los había armado. Al ver que por tierra y por mar se preparaba el asalto, él mismo dispuso [2] las tropas. Dos mil ciudadanos pone delante por aquella parte en la que se encontraba el campamento romano. Asedia a la ciudadela con quinientos soldados, sitúa a otros quinientos e una colina de la ciudad hacia levante. Ordena que la restante multitud se dirija allí done se produzca clamor o donde una desesperada situación lo exigiera atenta a todo. [3] Una vez abierta la puerta envía a aquellos que habían previamente preparado, por el camino que conduce al campamento de los enemigos. Los romanos, al tomar la iniciativa su propio jefe, se retrajeron un poco con el fin de que tomaran sitio en el combate los más apropiados para tal cometido. [4] Al principio, el combate fue equilibrado; las tropas de ayuda enviadas después desde el campamento, no hicieron solamente huir al enemigo, sino que, hasta tal punto, atosigaron a los desparramados que, si no hubiera tocado retirada, pareciera que había caído sobre la ciudad mezclados con fugitivos. [5] El lugar no fue mucho mayor en la ciudad que en el combate. Muchos puestos de guardia, a causa del pavor y el miedo, fueron abandonados y las murallas fueron abandonadas tras saltar por donde a cada uno le vino más cerca. [6] Cuando al entrar Escipión se dio cuenta de que la colina que llaman de Mercurio había sido abandonada en muchas partes por los defensores, ordena que todos, saliendo del campamento vayan a asaltar la ciudad y que lleven escaleras. [7] -El mismo se acerca a la ciudad protegido con los escudos de tres fuertes jóvenes delante de él, -una enorme fuerza de toda clase de armas arrojadiza era lanzada desde los muros-, y exhorta y ordena lo que es oportuno-, [8] y lo que sobre todo era conveniente para encender los ánimos de los soldados; era testigo y espectador del valor y de la pereza de cada uno. [9] Así, pues, se lanza contra los golpes y las armas; no pueden rechazarlos ni los que se encontraban encima de los muros armados, porque avanza a porfía. Y al mismo tiempo desde la naves, toda la parte de la ciudad que se encontraba bañada por el mar, es capturada. Por ello se produjo un tumulto mayor que la propia violencia. [10] Mientras se aplica a ello y despliegan apresuradamente las escaleras, mientras cada uno se apresta a saltar a tierra por donde le viene más cerca, con la propia precipitación, unos se estorban a otros.
Livio, 26,45, 1-9. [1] Mientras ocurren estas cosas, el cartaginés llena los muros de soldados armados y una gran violencia se producía a causa de la enorme congestión de armas. [2] Pero ni los hombres ni las armas ni ninguna otra cosa podía defenderse como una muralla. Pocas escaleras pudieron igualar la altura de las murallas, y por donde eran más altas, por allí eran más débiles. [3] De esta forma, al no poderse escapar el que se encontraba en lo alto, si intentaban atacarlos subiendo por las escaleras, se rompían por su propio peso. A unos que habían subido con escaleras, el humo los cegó y cayeron a tierra. [4] Hombres y escaleras caían por todas partes y como quiera que a la llegada misma creciera el empuje y ánimo de los enemigos, se dio la señal de retirada. [5] Esto les dio no sólo una esperanza ante la intranquilidad presente, sino incluso que, en adelante, la ciudad no podía ser tomada no con escaleras ni con cercos, -a causa de la obsesión de tanta derrota- ;las obras de reparación serían difíciles y darían tiempo para llevar ayuda a sus generales. [6] Cuando apenas había cesado el anterior tumulto, Escipión ordenó que soldados de refresco y con nuevos bríos tomara las escaleras de los fatigado y heridos y que atacaran la ciudad con mayor ímpetu. [7] Cuando le fue anunciada a Escipión que la marea bajaba, por en medio de unos pescadores, bien valiéndose de unas barcas pequeñas, bien encallando las mismas en los vados al recorrer los marinos la laguna, se dio cuenta de que era fácil abrirse paso hacia la muralla, y condujo allí, con él, a quinientos soldados armados. [8] Era casi medio día y en esos momentos en que el agua se repliega hacia el mar de forma espontánea deslizada por su propia corriente. Entonces se levantó un fuerte viento norte que empujaba a las aguas de la laguna hacia donde iba la corriente, y hasta tal punto había dejado vacíos los vados que en algunos sitios el agua llegaba hasta el ombligo; en otras partes, apenas si llegaba a las rodillas. [9] Con cuidado y razón, esto fue interpretado como un prodigio. Escipión, dirigiéndose a los dioses quienes le habían apartado las aguas del mar para el paso de los romanos, y había rebajado el nivel de la laguna, ordenó que Neptuno fuera delante como jefe de la expedición y que pasara por medio de la laguna hacia la muralla.
Livio, 26,46,1-10. [1] Un enorme trabajo les quedaba a quienes permanecían en tierra firme. No era un obstáculo tanto la altura de las murallas, sino que, incluso, los que avanzaban, se encontraban entre dos fuegos, hasta el punto de que los ataques laterales eran más peligrosos para los que atacaban que poner los cuerpos ante las armas de los enemigos. [2] En otra parte, para unos quinientos, el paso a través de la laguna fue fácil, y desde allí, la subida a las murallas; pues no estaban protegidos con obra fuerte hasta el punto de haber confiado excesivamente en la defensa natural del propio lugar como la laguna, y no hubiera ningún puesto de guardia, ni guarnición armada apostada, ya que se encontraban todos ocupados en prestar ayuda allí donde se producía peligro. [3] Una vez que entraron en la ciudad sin luchar, desde allí se dirigen lo más rápido que pueden a la puerta en torno a la que se desarrollaba el combate. [4] Los ánimos de éstos no sólo estuvieron atentos a la lucha, sino que incluso eran oídos y vistos [5] de los que luchaban, mirando y animando a los luchadores para que nadie se diera cuenta de que la ciudad había sido tomada por la espalda, antes de que las flechas cayeran contra los enemigos y tuvieran un doble enemigo por ambas partes. [6] Entonces, desordenados los defensores por el miedo, las murallas comenzaron a ser tomadas y la puerta a ser derribada por dentro y por fuera; y enseguida, a causa de la matanza, muertos y apartados para que no estorbaran el paso en las puertas, el ejército atacó. [7] Gran cantidad de soldados pasaron por encima de las murallas. Éstos por todas partes de dedicaron a matar a los ciudadanos. El escuadrón que había pasado por la puerta con sus jefes, en orden de batalla por medio de la ciudad, llegó hasta el foro. [8] Desde allí, al ver que los enemigos huían por dos caminos, unos se dirigieron hacia la colina que se extendía hacia levante, ocupada y guarnecida con quinientos soldados; otros hacia la misma ciudadela, en la que el propio Magón con casi todo su ejército se había refugiado tras ser expulsados de los muros. envía una parte del ejército contra la colina para asaltarla, y él mismo conduce la otra parte contra la ciudadela. [9] La colina fue tomada al primer ataque, y Magón, al intentar defenderla y ver que todo estaba lleno de enemigos y que no había esperanza alguna, se entregó juntamente con la ciudadela y la guarnición. [10] En el momento en que la ciudadela se rindió, se produjo una tremenda matanza en toda la ciudad y no se perdonaba a ningún joven que salía al paso. Dada entonces la señal, se puso fin a la matanza. Los vencedores se dedicaron al pillaje que tuvo como resultado un enorme y variado botín.
COMENTARIO
La ciudad de Cartago Nova es asediada a ultranza. Se estudia metro a metro el espacio por donde pueda ser atacada. Finalmente Magón se rinde ante la imposibilidad de ofrecer resistencia a un pertinaz ataque de los romanos. Gran botín, pero enorme matanza. Los rehenes son liberados y se van usar como moneda de cambio para conseguir el apoyo de las ciudades donde residían sus familias.
Livio, 26,47,1-10. [1] De hijos varones de la nobleza ibérica se recuperaron alrededor de diez mil. Dejó en libertad a los que eran ciudadanos de Cartago Nova. Los devolvió a la ciudad y todo cuanto como restos les había dejado la guerra. [2] Había alrededor de dos mil artesanos. Les comunicó que serían esclavos del pueblo romano con la cercana esperanza de libertad si se portaban bien en los menesteres de la guerra. [3] El resto de la multitud de jóvenes y de esclavos fuertes se destinó como ayuda para los remeros de la armada. Incrementó el número de naves en ocho, equipadas con prisioneros. [4] Aparte de esta multitud de hispanos había rehenes, por lo que se tuvo el cuidado de tratarlos como hijos de aliados. [5] Igualmente se incautó una gran cantidad de equipo bélico: más de ciento veinte catapultas de gran tamaño, y doscientas ochenta y una pequeña; [6] veintitrés ballestas grandes, cincuenta y dos pequeñas y un gran número de escorpiones grandes y pequeños, de armas y de lanzas; sesenta y cuatro enseñas militares. [7] Gran cantidad de oro y de plata fue enviada al general: doscientas sesenta y seis copas de oro, casi todas de una libra de peso; de plata bruta y labrada dieciocho mil trescientas, de una libra y gran cantidad de vasos de plata. [8] todas estas piezas fueron contadas y pesadas por el cuestor Gayo Flaminio. Se cogieron cuarenta mil modios de trigo y doscientos setenta mil de cebada. [9] fueron asaltadas y capturadas setenta y tres naves de carga en el puerto, algunas incluso con la mercancía: trigo, armas, bronce, hierro, lienzos, esparto y otros objetos destinados para la construcción naval, [10] de forma que la propia Cartago fuera poca cosa ante tan gran cantidad de armamento bélico capturado.
Livio,26,48,1-14. [1] Aquel mismo día se le ordenó a Gayo Lelio, juntamente con los aliados navales, proteger la ciudad, [2] y él mismo llevó las legiones al campamento y ordenó que los soldados, cansados por todas las operaciones bélicas del día, puesto que habían combatido y habían sufrido tanto riesgo en la toma de la ciudad, y después de tomada habían tenido que pelear duramente contra los que se habían refugiado en la ciudadela, ordenó, digo, que dieran descanso a sus cuerpos. [3] Al día siguiente, convocados los soldados marinos y los aliados, en primer lugar dio gracias a los dioses inmortales, quienes no sólo se había solidarizado colaborando en la toma de una riquísima ciudad en un sólo día, sino que incluso antes había colaborado con todas las fuerzas de África y de Hispania, de forma que no les quedara nada en absoluto a los enemigos y a ellos le había quedado todo intacto. [4] Elogió a continuación el valor de los soldados porque no les había asustado ni la salida impetuosa de los enemigos, ni la altura de las murallas, ni los desconocidos vados de la laguna, ni el fortín situado en lo alto de la colina, ni la fortificada ciudadela, de forma que la sobrepasaron y la destrozaron. [5] Así, pues, aunque estaba en deuda con todos, la principal manifestación de homenaje público en el cerco de las murallas se debía a aquel que había sido el primero en pasarlas: galardonaría a aquel que se había hecho merecedor de tal encomio. [6] Fueron propuestos dos: Quinto Trebelio, centurión de la legión cuarta, y Sexto Digitio, aliado marino. Y ellos mismos entre sí no competían tanto como habían expuesto sus vidas frente al enemigo. [7] Gayo Lelio, prefecto de la armada, había estado con los aliados, y Marco Sempronio Tuditano, con los legionarios. [8] Habiendo llegado esta disputa casi hasta la sedición, indicando Escipión a tres jueces de litigio, quienes, oídos los testigos, juzgaron con conocimiento de causa cual de los dos había traspasado en primer lugar las murallas de la ciudad, [9] siendo Gayo Lelio y Marco Sempronio abogados de uno y otro bando, sacando de entre ellos otro, añadió a Publio Cornelio Gaudino y ordenó que los tres litigantes se sentaran e hicieran su exposición. [10] Como quiera que este asunto se tratara y desarrollara en medio de una disputa mayor que un combate, porque los privados de tan gran cargo no habían sido llamados tanto como abogados como moderadores de estas ambiciones, Gayo Lelio, tras abandonar el consejo, se dirigió a Escipión ante el tribunal, [11] y le informa que el asunto se desarrolla sin moderación ni control, y que estaban a punto de llegar a las manos entre los dos; por lo demás, eliminada cierta violencia, el asunto se desarrollaba como en cualquier otra situación de este tipo de cosas odiosas, a saber: la gloria del valor se busca con engaño y mentiras. [12] Aquí se encontraban igualmente los soldados legionarios, los soldados de la armada dispuestos a jurar por todos los dioses, más lo que querían que lo que sabían que era cierto, y a comprometer con perjurio no sólo su vida sino las enseñas militares, las águilas y el compromiso de juramento. [13] Ante él exponía estas cosas de parte de P. Cornelio y M. Sempronio. Escipión. Tras felicitar a Gayo Lelio, convocó una asamblea y declaró que él estaba bastante seguro de que Quinto Trebolio y Sexto Digitio habían traspasado el muro a la vez y de que él premiaba a los dos por su valor, con la guirnalda mural. [14] A continuación premió a los restantes según el mérito del valor de cada uno: antes que a nadie, a Gayo Lelio prefecto de la armada, a quien igualó a sí mismo, con toda clase de elogios, lo premió con una corona de oro y treinta bueyes.
Livio, 26,49, 1-16. [1] A continuación ordenó llamar a los rehenes hispanos, de los que da vergüenza citar el número; pues se diría por unos que ascendían a trescientos y por otros, a tres mil setecientos veinticuatro. [2] Igualmente las cifras difieren entre los autores: unos dicen que la guarnición púnica era de diez mil hombres, otros de siete mil, y otros por encima de los veinticinco mil. [3] Se ha escrito que los escorpiones mayores y menores capturados ascienden a sesenta, según el autor griego Sileno. Según Valerio Antias eran seis mil los escorpiones mayores, y los menores trece mil; a la hora de imaginar, no existe control alguno. [4] Ni aun siquiera se está de acuerdo en el número de jefes. La mayoría dice que Gayo Lelio estaba al frente de las naves; otros, que era M. Silano. [5] Valerio Antias dice que Aris estaba al frente de la guarnición púnica, entregándose a los romanos; otros dicen que fue Magón. [6] Tampoco se está de acuerdo en el número de naves capturadas, ni en la cantidad de oro o plata, ni en el dinero; si hay que creer a alguien, lo mejor es quedarse en la mitad. [7] Por lo demás, una vez llamados los rehenes, se les pidió que tuvieran buen ánimo, pues habían venido a caer en el poder del pueblo romano [8] quien prefiere atraerse más a los hombre más por favores que por miedo, y entablar pactos con los pueblos extranjeros más por medio de la lealtad que con una triste esclavitud. [9] A continuación, dando los nombres de sus respectivas ciudades, pasó revista a los cautivos, cuantos y de qué ciudad eran, y envió mensajeros a sus casas para que cada uno viniera a recoger a los suyos. [10] Si se presentaban algunos legados de las ciudades, los despedía con presentes. Al cuestor Gayo Flaminio le encomendó el cuidado de los demás. [11] Entre estas cosas, de en medio de la multitud de rehenes, una mujer, poseída de gran temor, esposa de Mandonio, que era hermano de Indíbil, príncipes de los ilergetes, llorando se arrojó a los pies del general y comenzó a rogarle que pusiera un gran cuidado en los guardianes destinados a los mujeres. [12] Diciéndoles Escipión que no les faltaría de nada, entonces la mujer de nuevo replicó:»No le damos importancia a esas cosas; porque, para ésta ¿qué clase de suerte no es suficiente? Es otro tipo de preocupación la que me embarga al mirar a estas mujeres , pues yo ya estoy fuera del riesgo del ultraje femenino». [13] Exuberantes por su edad y por su belleza en torno a ella estaban las hijas de Indíbil y otras similares en nobleza, todas ellas teniéndola como madre. [14] Entonces Escipión dijo:»Yo haría en defensa de mi disciplina y de la del pueblo romano que no se viole jamás nada de lo que entre vosotras sea considerado sagrado; [15] y ahora, para tomar las debidas precauciones, vuestra virtud y dignidad hace que seáis dignas del cuidado propio de una matrona incluso en los peligros». [16] A continuación las entregó a un hombre de probada integridad y le ordenó que las cuidara con el mismo respeto que se daba a las madres y esposas de los huéspedes.
Livio, 26,50, 1. [1] Una doncella de edad madura, cautiva, es llevada por los soldados ante él, dotada de tal belleza que hacía volver la mirada a su paso…
Livio, 26,51. 1-14. [1] Escipión retuvo consigo a Lelio hasta que situara a los cautivos y rehenes y el botín, según su opinión. [2] Dispuestas todas las cosas según su parecer, una vez preparada una quinquerreme, envía a Roma un mensajero para comunicar la victoria, tras embarcar en seis naves los cautivos juntamente con Magón y quince senadores que con él habían sido hechos prisioneros. [3] Él mismo se tomó unos cuantos días, durante los cuales había decidido permanecer en Cartago Nova, para entrenar a los soldados del mar y a la infantería. [4] En el primer día las legiones recorrieron con las armas un espacio de cuatro millas; en el segundo fueron obligados a limpiar las armas y a asear las tiendas de campaña; al tercer día se enfrentaron entre sí con varas, fingiendo un combate real, y se entrenaron con varas con nudos. El cuarto día se destinó al descanso, el quinto se trabajó. [5] Mantuvieron este orden de trabajo y descansó mientras estuvieron en Cartago Nova. [6] Los soldados de la armada llevados a alta mar eran ejercitados en el manejo de la habilidad naval y en arte de asaltar una nave. [7] Todas estas operaciones, fuera de la ciudad, por tierra y por mar, ejercitaban los cuerpos y los ánimos para el combate. La propia ciudad resonaba con los dispositivos de la guerra, llenos los arsenales con toda clase de artesanos en artes de la guerra. [8] El general visitaba todas estas cosas con similar cuidado, ya se encontraba con la escuadra naval, ya con la infantería, ya se dedicaba a la inspección de las cosas y obras, tanto los objetos que se fabricaban en los talleres las de los armeros y arsenales; cada día una multitud de operarios se dedicaba a estos quehaceres. [9] De esta forma iniciada y realizadas las operaciones de reposición de averías en los muros, y colocadas guarniciones para custodia de la ciudad, se marchó a Tarragona, recibiendo muchas legaciones en el camino, a las que despidió en marcha, después de darles una respuesta [10], a una parte la llevó hasta Tarragona, en donde había dicho que se reuniría con todos los nuevos y viejos aliados. [11] Y casi todos cuantos viven en la parte de acá del Ebro, muchos pueblos incluso de la provincia ulterior se reunieron aquí. Los jefes de los cartagineses al principio ocultaron intencionadamente el rumor de la ciudad tomada; después, como la situación era bastante clara que impidieran ocultar y fingir la situación, moderaban la realidad con palabras. [12] Con una llegada inesperada y casi llegado el día, sólo una ciudad hispana había sido tomada que un joven engreído, con el premio de un triunfo insignificante había impuesto una especie de gran victoria con demasiado gozo: [13] pero cuando había oído que se acercaban tres generales, tres vencedores del ejército enemigo, en seguida le llegaron los recuerdos de la muerte de los propios paisanos. [14] Estas cosas lanzaban al público, sin que ellos ignoraran cuánto se había perdido en todas las fuerzas, una vez perdida Cartago Nova.
Año -208.
Livio, 27,14, 5. [5] Los hispanos ocupaban por decisión de Aníbal la primera línea, y esta era la principal fuerza de todo el ejército.
Livio, 27, 17, 1-17. [1] Al principio del verano en que se realizaban estas cosas, Publio Escipión, habiendo pasado el invierno en ganarse a los bárbaros, a unos con dinero, a otros con la devolución de los rehenes y cautivos, Edesco, uno de los famosos caudillos hispanos, vino ante él. [2] Su esposa e hijos estaban en poder de los romanos; pero, aparte de este motivo, la atrajo hacia él aquella fortuita inclinación de ánimos que había arrastrado a toda Hispania del dominio púnico al romano. [3] Por el mismo motivo se presentaron Indíbil y Mandonio, ciertamente los principales de toda Hispania, con toda su tropa popular, después de abandonar a Asdrúbal para dirigirse hacia las colinas que se asomaban sobre su campamento, en donde se encontraba seguro en medio de los montañas que le rodeaban, sería recibido por los romanos. [4] Asdrúbal, al darse cuenta de que el ejército enemigo se encontraba con la adición de tan grandes tropas, que las suyas disminuían y que se perderían por donde pudieran, si no se apresurara para incrementarlas algo, determinó entablar combate cuanto antes. [5] Escipión deseaba mucho más la lucha ya por la esperanza que incrementaba la buena marcha de las operaciones militares, ya porque antes de que se agruparan los ejércitos de los enemigos, prefería luchar con un solo general y un ejército, a hacerlo con todos. [6] Pero incluso si hubiera que luchar al mismo tiempo con varios, por ello incrementó con cierta habilidad las tropas. Pues al darse cuenta de que no se utilizaba en absoluto el material de guerra naval, ya que toda la costa hispana se encontraba desprovista de armas púnicas, habiendo varado las naves en Tarragona, sumó al ejército de tierra las tropas navales. [7] Había gran cantidad de armas de las que fueron capturadas en Cartago Nova y las que fueron fabricadas después de la toma de la ciudad, por los artesanos de la misma. [8] Al inicio de la primavera, Escipión, saliendo con sus tropas desde Tarragona -pues ya había regresado Lelio de Roma sin el que no quería hacer ningún movimiento de tropas- emprendió la marcha contra el enemigo. [9] Cuando iba atravesando por lugares pacificados, cuando pasaba por el territorio de cada pueblo, para añadirse y sumar aliados, Indíbil y Mandonio le salieron al encuentro con sus tropas. [10] Indíbil habló por los dos en modo alguno como un bárbaro inculto, sino más bien con respeto y autoridad, más excusando su paso como obligado que felicitándolo como una primera ocasión perdida; [11] pues sabía que él había recibido el exsecrable nombre de tránsfuga por los viejos aliados y aceptado por los nuevos; y que él no reprochaba aquella costumbre de los hombres si la causa es el odio dudoso, no el nombre. [12] Después recordó los méritos contra los jefes cartagineses, la avaricia contra el orgullo de aquellos y los ultrajes de todo tipo cometidos contra él y contra sus ciudadanos. [13] De esta forma tan sólo su cuerpo había estado en poder de ellos hasta aquel momento; y que su espíritu se encontraba desde hace tiempo allí donde creían que el derecho y la justicia eran honrados; y suplicantes recurrían también a los dioses para que no permitieran que la violencia y el ultraje causado por los hombres, se sufriera. [14] Ellos pedían a Escipión que su paso no les causara ni honra ni engaño. Al conocerlos personalmente desde aquel día, por sus obras se los debería valorar, [15] De esta forma el romano respondió que lo haría, que no los consideraría como tránsfugas porque ellos no firmarían un pacto firme allí donde nada ni divino ni humano se considerara sagrado. [16] Después, habiéndoles puesto a la vista a sus esposas y a sus hijos, se los devolvió en medio de lágrimas y alegría, y en aquel día fueron recibidos en hospitalidad. [17] Al día siguiente se aceptó el compromiso de fidelidad por medio de un pacto y fueron enviados para conducir sus tropas. A continuación, desde aquel campamento se desplegaron hasta que se llegó frente al enemigo con aquellos generales.
COMENTARIO
El éxito de Escipión se extendió por toda la Penínula. Y la estrategia de los romanos no fue el enfrentarse irreflexivamente a los enemigos cartagineses. Sino que decidió enfrentarse a ellos por separado y evitar cualquier contratiempo. Esperó información de Roma. Además, se le unieron antiguos aliados de los cartagineses: Indíbil y Mandonio, con quienes firmaron pactos. Objetivo: dividir a los cartagineses para combatir por separado, y que no ocurriera lo que paso con su padre y tío.
Livio, 27,18.1-20. [1] El próximo ejército cartaginés, al mando de Asdrúbal, se encontraba junto a la ciudad de Baeula (Bailén, Jaén). Delante del campamento tenían montados puestos de guardia con jinetes. [2] En ella soldados a la ligera y los que llegaban desde vanguardia, antes de que se les asignara un lugar en el campamento, se tomaron con tal desprecio el ataque que fácilmente se podía saber cuál era el ánimo en ambos bandos. [3] Los jinetes fueron rechazados hacia el campamento en estrepitosa huida y las enseñas romanas fueron llevadas hasta casi las propias puertas. [4] Y ciertamente en aquel mismo día, con los ánimos tan exaltados para el combate, los romanos [5] montaron su campamento. De noche, Asdrúbal se llevo las tropas a una colina que tenía una llanura en su parte más alta; por la espalda, delante y alrededor un río la rodeaba como una playa a toda la orilla. [6] Debajo también una planicie inferior con gran extensión. También estaba rodeada por una pendiente difícil de subir. [7] Hacia esta llanura inferior, al día siguiente, Asdrúbal, después que vio que el enemigo se encontraba en línea de batalla delante del campamento, envió a la caballería númida, a los baleáricos de armas ligeras y a los africanos. [8] Escipión, recorriendo las filas mostraba las enseñas al enemigo que intentaba apoderarse de las colinas, con la esperanza perdida de combatir a campo abierto; estaba a la vista que había de confiar más en la naturaleza del lugar que en el valor y en las armas. Pero murallas más altas tenía Cartago Nova y el soldado romano las había superado. [9] No constituían un obstáculo para su armas, ni las colinas, ni la ciudadela, ni mucho menos el mar. Las alturas que había arrebatado al enemigo habían servido para que, saltando por escollos y precipicios, huyeran; pero también les cortaría esta huida. [10] Ordena que dos cohortes ocupen el desfiladero del valle por donde discurre el río, una en la parte de acá y la otra que corte el camino que desde la ciudad, a través de atajos, lleva al campo. Él mismo conduce a los soldados preparados, que el día anterior habían despejado de enemigos los puestos de guardia, que se encontraba sobre un alero inferior. [11] En primer lugar avanzaron por lugares ásperos, obstaculizados no por otra cosa que por la vía. Después, cuando llegaron a la distancia de disparo, se lanzo sobre ellos una enorme cantidad de armas de todo tipo; [12] por contra, ordena que utilicen como armas arrojadizas las piedra que se encuentran en cualquier parte del camino, y que haga esto no sólo el soldado sino también la multitud de siervos de carga mezclados con los soldados. [13] pero, aunque el ascenso era difícil, y casi eran repelidos hacia abajo por los dardos y las piedras, sin embargo de ánimo y por la costumbre de escalar muros, consiguieron subir. [14] Tan pronto como éstos tomaron algún terreno parejo, y pudieron pisar suelo firme y seguro, se burló a la infantería ligera protegida con un espacio intermedio, en un combate a base de disparos con piedras, incitándolos a una lucha de soldados cuerpo a cuerpo; los hicieron abandonar el lugar y causando una gran matanza, los obligaron a retroceder hasta la línea de batalla situada en una colina más elevada. [15] Entonces Escipión divide con Lelio las restantes tropas después de ordenar a los vencedores avanzar contra el centro del grueso del combate y ordena que él dé un rodeo por la parte derecha de la colina hasta que encuentre una vía de acceso más suave: él mismo por la parte izquierda, dando un pequeño rodeo, corta el paso a los enemigos que se le cruzan. [16] Por esto, al principio, se dislocó el combate mientras pretendían dirigir las alas del ejército contra el griterío que les rodeaba por todas partes y romper el orden de combate. [17] Lelio, a pesar el griterío, cumplió con esto, y mientras hacen retroceder a la infantería para que no sean atacados por la espalda, pues la vanguardia se encontraba un poco debilitada, se abrió un espacio para andar por medio del terreno. [18] Éstos nunca habrían podido escapar por un lugar tan desigual estando las filas intactas y los elefantes colocados delante de sus enseñas. [Como se produjeran muertes por uno y otro lado, Escipión, que se había dirigido del ala izquierda a la derecha, peleaba en un lado muy desguarnecido de enemigos. [20] Y ya ni siquiera se abría una brecha para la huida, pues los puestos de guardia por ambos lados, por la derecha y por la izquierda se habían situado sobre las vías ocupándolas y la puerta del campamento estaba taponada por la huida del general y de los príncipes, incrementada por el miedo de los elefantes a los que los enemigos tenían incluso asustados. Murieron aproximadamente ocho mil hombres.
Livio, 27,19, 1-12. [1] Asdrúbal, ya antes de que emprendieran el combate, perdido su dinero y enviados por delante los elefantes, habiendo reunido de la huida el mayor número que pudo, a través del río Tajo se dirigió hacia los Pirineos. [2] Escipión, habiéndose apoderado del campamento de los enemigos, tras dar a sus soldados todo el botín, salvo los hombre libres, para pasar revista a los cautivos en número de diez mil infantes, encontró a dos mil jinetes. De entre éstos, mandó a sus casas a todos los hispanos sin rescate, y ordenó que el cuestor pusiera en venta a los africanos. [3] A continuación, la diluida multitud de hispanos, anteriormente en propiedad de los rendidos, y el día precedente de los cautivos, llamó a él rey con gran aclamación. [4] Entonces Escipión, mandando silencio por medio de un heraldo, dijo que el nombre de general supremo le correspondía a él, con el que le solían nombrar sus soldados; pero el gran nombre real, considerado por algunos, no se aceptaba en Roma en absoluto. [5] En silencio pensarían que la opinión con respecto a él sería considerada como real, si lo pensaron como lo mejor dentro del ingenio de los hombres. Por ello se abstendrían del incorrecto uso del término. [6] Los bárbaros se percataron de su grandeza de espíritu, de cuyo nombre otros hombres se admirarían ante el desprecio de tan alto rango. [7] Se realizaron donaciones a los reyezuelos y príncipes hispanos, y de la gran cantidad de caballos capturados, ordenó que Indíbil eligiera los trescientos que quisiera. [8] Cuando por orden del general el cuestor comenzara a vender a los africanos, al enterarse de que un joven de forma excepcional se encontraba entre ellos, y que era de carácter real, lo envió ante Escipión. [9]Como Escipíón le preguntara a éste quién era, cuál era su naturaleza y por qué se encontraba en el ejército a aquella edad, dijo que era númida y que sus paisanos le llamaban Masiva: tras haber quedado huérfano de padre, había estado en casa de su abuelo materno Gala, rey de los númidas, y que, sacado juntamente con su abuelo Masinisa, quien hacía poco tiempo había venido con la caballería en ayuda de los cartagineses, había pasado a Hispania. [10] Y que a causa de su edad le había sido prohibido por Masinisa que tomara parte en ninguna guerra;; y que allí, tras habérsele desbocado el caballo en una pendiente, había caído en manos de los romanos. [11] Escipión, tras haber ordenado que el númida fuera protegido, cumplió con las órdenes que se debían cumplimentar por el tribunal; desde aquí, tras dirigirse al pretorio, habiéndolo llamado a su presencia, le preguntó si quería o no regresar con Masinisa. [12] Como quiera que, después de llorar de alegría, dijera que quería marcharse, entonces entregó al joven un anillo de oro, un manto hispano, una fíbula de oro y un caballo enjaezado hasta donde quisiera con caballería.
COMENTARIO
El encuentro bélico entre romanos y cartagineses en Baecula tuvo un resultado calamitoso para los segundos. La estrategia de Asdrúbal tuvo un resultado muy negativo para sus intenciones. Visto lo cual, se marcho hacia el norte camino de los Pirineos. Escipión continúa ganándose la simpatía y el apoyo de los hispanos. Y planea también atraerse la atención del rey Masinisa en el norte de África, devolviéndole a su nieto que se encontraba entre los cautivos de la batalla contra los cartagineses.
Livio, 27.20, 1-8. [1] Se deliberó también sobre la marcha de la guerra. Algunos autores dicen que al instante sale en persecución de Asdrúbal, [2] pensado que era dudoso que Magón y el otro Asdrúbal juntaran las tropas con él; enviada una guarnición que tan sólo se situara en los Pirineos, él se dedicó el resto del verano a recibir como leales a los pueblos de Hispania. [3] Pocos días después de la batalla de Baecula, cuando Escipión al volver a Tarragona pasase por el desfiladero de Cástulo, Asdrúbal Gisgón y Magón, vinieron ante Asdrúbal desde la Hispania ulterior, ayuda tardía después de desastre recibido, con el proyecto de seguir el resto de las operaciones de una guerra no poco desfavorable. [4] Informándose allí sobre cuál era el estado de ánimo entre los hispanos en la región de cada provincia, sólo Asdrúbal Gisgón pensaba que las costas últimas de Hispania que miran hacia el Océano y Gades, todavía no estaban al corriente sobre la presencia romana y que por ello permanecía fiel a los cartagineses. [5] entre el otro Asdrúbal y Magón era claro que los ánimos de todos habían sido ganados públicamente y privadamente por los favores de Escipión y que no se pondría fin a las deserciones hasta que todos los soldados hispanos fuesen transportados a los confines de Hispania y llevados a la Galia.[6] Así, pues, aunque el Senado cartaginés no tomara una determinación, sin embargo Asdrúbal tendría que marcharse a Italia donde el peso de la guerra y la situación bélica más importante se encontraba, y al miso tiempo, con el fin de apartar a todos los soldados hispanos de Hispania, lejos del nombre de Escipión. [7] Su ejército, menguado ya por las deserciones ya por los desastres recibidos, lo completaba con soldados hispanos, e hizo pasar al propio Magón, una vez entregado su ejército a Asdrúbal Gisgón, a las Baleares con gran cantidad de dinero y regalos para transportar las tropas auxiliares. [8] Asdrúbal Gisgón machó hacia el interior de Lusitania con su ejército y no quiso entrar en combate con los romanos. Tres mil jinetes completaron la fuerza que componía el ejército de Masinisa. Y éste, transitando por la Hispania citerior, llevaba ayuda a sus aliados y saqueaba las ciudades y los campos de sus enemigos. Una vez acordados estos presupuestos, los generales partieron para dar cumplimiento a lo establecido. En aquel año esto fue lo que ocurrió en Hispania.
Año -207.
Livio, 28,1,1-9. [1] Con el paso de Asdrúbal a Italia, tanto parecía que había disminuido la guerra aquí, como se había aliviado la situación en Hispania; pero volvió a empezar allí de repente una lucha similar a la anterior. [2] Los romanos y cartagineses ocupaban los siguientes territorios en aquellas circunstancias: Asdrúbal Gisgón se había situado en la parte del [3] Océano y en Gades; las costas de nuestro mar y casi toda la Hispania oriental estaban en poder de Escipión y del dominio romano. [4] Un nuevo general, Hannón, atravesó el Estrecho desde África con nuevo ejército, para sustituir a Asdrúbal Barca. Unido a Magón, en breve tiempo puso en pie de guerra en la Celtiberia, región situada entre dos mares, un gran número de hombres. [5] Escipión mandó contra él a Marco Silano con mas de diez mil infantes y quinientos jinetes. [6] Silano, a marchas forzadas, le obstaculizaban las asperezas del terreno y las estrecheces de los frecuentes desfiladeros, como es muy frecuente en la mayor parte de Espania- a pesar de todo tras enviar no sólo mensajeros, sino incluso la noticia de su llegada, valiéndose por ello de los jefes desertores, llegó desde la Celtiberia hasta el enemigo. [7] Valiéndose de estos mismos elementos, descubrió estando a diez millas de distancia del enemigo, que había dos campamentos junto al camino por donde iban a pasar; en la parte izquierda había un ejército nuevo con más de nueve mil hombres y a la derecha se encontraba el campamento púnico; [8] Este campamento se encontraba debidamente protegidos y seguro, con puestos de guardia y guarniciones militares; el otro se encontraba muy desguarnecido y descuidado, como era natural en los bárbaros y novatos, y no tenían miedo al no encontrarse en su patria. [9] Silano, pensando que este debía ser el primero en ser atacado, ordenó que se llevaran las banderas lo más posible hacia la izquierda y que de esta forma fueran vistos por los puestos de vigilancia de los púnicos; él mismo, enviando por delante espías avanza hacia el enemigo con su ejército en movimiento.
Libio, 28,2,1-16. [1] Estaban a tres millas cuando todavía no se habían percatado ninguno de los enemigos. Los lugares eran muy quebrados y las colinas se encontraban cubiertas de matorral. [2] Allí, en un ondulado valle y por este detalle resguardado, ordena que se sitúen los soldados y que coman. Mientras tanto los espías llegaron comunicando las palabras de los desertores; [3] entonces, dejando los romanos los bagajes por medio, toman las armas y en línea de combate marchan a la lucha. Se encontraban a mil pasos de distancia cuando fueron vistos por los enemigos y de pronto comenzaron a temblar; y Magón, espoleando su caballo sale del campamento al primer grito y tumulto. [4] Había en el ejército de los celtiberos cuatro mil soldados con escudos y doscientos jinetes. Sitúa a esta legión completa -y ello constituía casi toda su fuerza- en primera línea de combate; a los restantes que estaban armados a la ligera los puso de apoyo. [5] Tras haberlos sacado del campamento en formación, al instando los romanos lanzaron sus armas atravesando la empalizada. [6] Se parapetan los hispanos para defenderse contra las armas que se les vienen encima lanzadas por el enemigo y, a continuación, se levantan para replicarles lanzando las suyas; como es habitual,habiendo rechazado los romanos tales disparos con sus escudos, conjuntados unos contra otros; entonces, avanzando pie con pie, comenzó el combate espadas en manos. [7] Por lo demás, la aspereza de los lugares hacía inútil la rapidez de los celtiberos con la que acostumbraban a enfrentarse en los combates, cosa que no era igual para los romanos, acostumbrados a un combate en tierra firme, [8] a no ser que las estrechuras y los matorrales que obstaculizaban, trastornaran las filas y se vieran obligados a combatir de uno a uno y de dos en dos, con sus adversarios. [9] Esto era un obstáculo para la huida del enemigo, cosa que los presentaba como dirigidos hacia la muerte, [10] y una vez muertos todos los escudados celtiberos, la infantería ligera y los cartagineses, que había venido en ayuda desde otro campamento, caían abatidos. [11] No mas de dos mil infantes y toda la caballería, apenas iniciado el combate, escaparon con Magón. Hannón y el otro general, con aquellos que habían llegado los últimos al destrozado combate, son capturados vivos. [12] Casi toda la caballería y el resto de la antigua, siguiendo a Magón en su huida, al décimo día, llegaron a la provincia gaditana ante Asdrúbal: los celtiberos, soldados novatos, dispersados hacia los bosques cercanos de allí, regresaron a sus casas. [13] Esta oportuna victoria no había puesto fin a una guerra ya avanzada, ya que era pábulo de guerra futura, si aquellos hubiesen querido llamar a las armas a otros pueblos, proclamando para ello a las tribus celtiberas. [14]. Así, pues, habiendo elogiado debidamente a Silano, Escipión, con la esperanza de guerrear, si no se detuviera sin vacilar, se dirigió contra aquel resto de guerra que quedaba en la última región hispana, contra Asdrúbal. [15] El cartaginés, habiendo montado casualmente el campamento en la bética para mantener los ánimos de los aliados en la lealtad, levantadas repentinamente las banderas con la idea de huir más que de emprender el viaje, se dirige a Gades y a la parte costera del Océano. [16] Por lo demás, mientras retenía al ejército, pensando que él estaba preparado para el combate, antes que desde Gades atravesara el Estrecho, dividió a todo el ejército por todas las ciudades para que ellos mismos con muros y con armas se defendieran.
COMENTARIO
Se acerca el momento supremo de la derrota definitiva de los cartagineses en Hispania. En Baecula se dio un paso decisivo para demostrar que las fuerzas romanas estaban más preparadas para el combate de las cartagineses. El romano era un elemento bien informado y seguro de cómo se debe combatir a un enemigos que da señales de debilidad e inseguridad para el combate. El cartaginés es un elemento mercenario y apátrida. Lucha por ser mercenario y percibir un premio y no un éxito de su patria. Cada vez se ven más arrinconados en la zona suroeste de Hispania, y con las miras puestas en que se les acercaba el momento de, o desertar los que son hispanos, o escapar hacia el norte de África.
Livio, 28,3,1-16. [1] Cuando Escipión se dio cuenta de que la guerra se había detenido por todas partes y que era de un trabajo muy largo más que grande al llevar las armas a cada una de las ciudades, dio marcha atrás. [2] Para no dejar en manos del enemigo aquella región, envía a Lucio Escipión, su hermano, con diez mil infantes y mil jinetes para tomar la rica ciudad, en aquellos lugares, a la que los bárbaros llaman Orongis. [Está emplazada en el territorio de los Maesos, tribu de Hispania, campo fértil; sus habitantes extraen incluso plata. Asdrúbal había poseído aquella ciudadela para realizar salidas a los pueblos del interior de estas tierras. [4] Escipión, emplazado el campamento cerca de la ciudad, antes de que levantara una empalizada en torno a la misma, envió gentes hasta las puertas para que de cerca probaran los ánimos mediante el diálogo y les persuadieron para que aceptaran mejor la amistad de los romanos que la violencia de las armas. [5] Cuando se respondió que nada se había apaciguado tras rodear la ciudad con una doble empalizada, divide al ejército en tres partes, con el fin de que una estuviera descansada y dispuesta de refresco y las otras dos combatiendo. [6] Cuando la primera parte comenzó a combatir, se inició una lucha encarnizada y dudosa; no era fácil escalar y arrimar la escalera a los muros a causa de las flechas que caían sobre ellos. [7] Incluso quienes había arrimado las escaleras contra los muros, unos caían rechazados con horcas fabricadas a propósito, contra otros desde arriba eran lanzados ganchos de hierro de forma que se creara una situación de peligro si colgados sobre el muro no eran rechazados. [8] Cuando Escipión se dio cuenta de esto, que la lucha se encontraba igualada con un corto número de los suyos y de que ya superaba al enemigo, puesto que se luchaba desde la muralla, comenzó a atacar a la vez desde dos partes de la ciudad, una vez conquistada la primera. [9] Esta acción causó tan gran terror a los que estaban combatiendo con los de vanguardia, que se encontraban agotados, que los ciudadanos en repentina escapada abandonaron el combate desertando, y la guarnición púnica, por miedo a que la ciudad se rindiera, y se coaligaran todos a una, una vez abandonados los puestos de vigilancia. [10] A causa de esto invadió a los ciudadanos el temor de que, si el enemigo entraba en la ciudad, tanto los cartagineses como los hispanos que salieran al paso de los enemigos, fuesen asesinados indiscriminadamente. [11] Así, pues, abierta de repente la puerta, en tropel se escaparon de la ciudad, manteniendo los escudos por delante para que las armas arrojadizas no les dieran de frente, mostrando las diestras desnudas para dar la impresión de que habían dejado sus espadas. [12] Como quiera que aquello pareciera poco claro a causa de la distancia, o estuviese dudoso o se sospechara fuera un engaño, no se supo aclarar; tras haber realizado un avance hostil contra los transfugas, murieron tantos como en el combate perdido. [13] Por las mismas puertas se introdujeron las hostiles enseñas de la ciudad. Por otras partes eran muertos con segures y picos, y las puertas eran golpeadas, y cualquier jinete que entraba para ocupar el foro se precipitaba con el caballo al galope, -así se había ordenado-.[14] Se había sumado también una guarnición de triarios a la caballería; los legionarios invaden las tres partes restantes de la ciudad. Evitaron la muerte de quienes les salían al encuentro y el saqueo, a no ser que alguno se defendiera con los armas. [15] Todos los cartagineses se entregaron para ser vigilados y también casi trescientos ciudadanos que habían cerrado las puertas; la ciudad fue entregada a los restantes y sus bienes les fueron devueltos. [16] Cayeron muertos casi dos mil enemigos en el asalto de la ciudad; entre los romanos no murieron más de noventa.
COMENTARIO
La ciudad de Aurgi (Orongis) al final cae en manos de los romanos con la misma facilidad que antes habían derrotados a los cartagineses en Baecula. El final de Ilipa se acerca e, incluso, las fuerzas mercenarias se dividen porque ven que no tienen salida por ninguna parte. La superioridad de Escipión, tanto anímica como militar se hace patente y eso infunde terror a sus enemigos.
Livio, 28,4, 1-4. [1] El asalto tuvo éxito, incluso para aquellos que llevaron el peso de la toma de la ciudad, para el general y para el ejército; los que llevaban delante de sí a la enorme cantidad de cautivos, hicieron vistosa su entrada. [2] Escipión habiendo elogiado a su hermano, lo hizo con tal honra de palabra que le dio a entender que la ciudad de Orongis (Jaen, Auringis>Orongis) tomada por él, había igualado a la que él en persona había capturado: Cartago Nova, [3] y porque se avecinaba el invierno y no pudiera intentar la toma de Gades ni perseguir al ejército disperso de Asdrúbal, por todas partes de la provincia, se llevó todas sus tropas hacia Hispania citerior. [4] Enviada las legiones al campamento de invierno y Lucio Escipión a Roma, y quedando Hannón como jefe de los enemigos, y los restantes nobles como cautivos, él se dirigió a Tarragona.
Livio, 28,12,10-15. [10] En Hispania, en cierto modo, la situación era favorable, pero, por otra, era muy al contrario; la una, porque los cartagineses vencidos en la batalla, con la pérdida de su capitán, habían sido arrinconados hacia la costa extrema de Hispania hasta el Océano; [11] la otra, muy dispar, porque Hispania no era como Italia, sino como ninguna otra parte de las tierras, propicia para reponerse con la guerra, gracias al ingenio de los hombres y al terreno. [12] En consecuencia, fue la primera de las provincias iniciadas por los romanos, aunque son todas del continente, pero fue la última de todas en ser dominada bajo la mano y auspicio de César Augusto. [13] Por entonces, allí Asdrúbal Gisgón el general de mayor grado y fama entre los Bárquidas, tras regresar de Gades con las esperanzas de reemprender la guerra, con la ayuda de Magón hijo de Amílcar, tras haber hecho levas en la Hispania ulterior, con un número aproximado de cincuenta mil infantes, armó cuatro mil quinientos jinetes. [14] Sobre las fuerzas ecuestres, el resto de los autores casi están de acuerdo: algunos afirman que fueron enviados hacia la ciudad de Silpia en número de sesenta mil infantes. [15] Allí, dos generales cartagineses se asentaron en llanuras abiertas con la idea de que no rehusaran el combate.
Livio, 28,13, 1-10. [1] Escipión, llegado el rumor de que se había preparado un ejército tan grande, pensando que con sus legiones romanas no se podía igualar a aquella multitud, de forma que no pudiera ni en apariencia hacer frente a unas tropas auxiliares de bárbaros, [2] y que tampoco se debía confiar tan gran fuerza en ellos para que, cambiando de opinión, hecho que fue la causa de la perdición de su padre y de su tío, ofrecieran una gran ocasión, tras haber enviado a Culcas Silano, quien estaba al frente de veintiocho ciudades, [3] para que cogiera a los jinetes e infantes de aquel, a quienes había prometido que él reclutaría durante el invierno. [4] Él, Saliendo de Tarragona y tras haber reunido una mediana cantidad de tropas auxiliares de entre los aliados que habitan a través de la vía, llegó a Cástulo. [5] Llevadas las tropas allí por Silano fueron en número de quinientos infantes y jinetes. Desde allí se avanzó hasta la ciudad de Baecula con todo el ejército de ciudadanos, aliados, infantes y jinetes, con un total de cuarenta y cinco mil. [6] Magón y Masinisa lo atacaron con toda la caballería cuando estaban montando el campamento y los que levantaban las fortificaciones se habrían desparramado si no hubiera sido por unos jinetes apostados adrede detrás de una colina por el propio Escipión, por si ocurría precisamente esto, saliesen al encuentro de improviso contra los desparramados. [7] Aquellos, apenas iniciado el combate derribaron al que se encontraba a mano, a los cercanos a la empalizada y, en primer lugar, se realizó en combate contra los fortificadores; con los restantes que habían avanzado bajo las enseñas y en orden de combate, la lucha fue bastante más larga y dudosa. [8] Pero, como quiera que salieran de sus puestos las cohortes debidamente preparadas a continuación fuesen retirados de las obras de fortificación los soldados y muchos hasta obligados a tomar las armas y de refresco atacaran a otras que se encontraban agotadas y se lanzaran al combate desde el campamento el grueso del ejército armado, tanto cartagineses como los númidas vuelven ciertamente las espaldas. [9] Primeramente acometían contra las formaciones de compañías, en nada perturbadas las filas a causa del temor y la precipitación; en segundo lugar, cuando los romanos atacaron duramente contra los últimos y no podían soportar el ataque, olvidándose totalmente de las filas, cada uno busca escaparse por donde puede y le viene más cerca. [10] y aunque con aquel combate, por una parte los ánimos de los romanos se habían crecido un poco y el de los enemigos había decaído, sin embargo, durante algunos días que siguieron, no pasaron las escaramuzas provocadas por las salidas de la caballería ligera.
Livio, 28, 14, 1-20. [1] Cuando fueron sometidas a prueba las respectivas fuerzas por medio de estas escaramuzas, Asdrúbal fue el primero en sacar a línea combate a sus tropas. A continuación los romanos hicieron otro tanto. [2] Pero tanto uno como otro ejército se detuvo en formación frente a la empalizada, y no atreviéndose ninguno a ser el primero en entablar combate, estando ya el día a punto de caer, los cartagineses fueron los primeros en hacer regresar el ejército al campamento; a continuación, los romanos. [3] Esto mismo se hizo durante algunos días. el cartaginés era el primero en sacar las tropas del campamento; también era el primero en dar la señal de retirada a causa del cansancio provocado por la permanencia en pie de los soldados: ni uno ni otro bando se atrevía a avanzar, ni a disparar ni a dar ninguna voz. [4] De un bando, los romanos ocupaban la mitad del frente; de otro, los cartagineses, mezclados con los africanos. Los aliados ocupaban las alas -los bandos tenían hispanos en sus filas -; delante de las alas, al frente de la línea de combate púnica, los elefantes, de lejos, daban la impresión de ser castillos. [5] Ya comenzaban las arengas en uno y otro bando de tal forma que en línea de combate estaban en posición de combate; ocupaban el centro de la línea de combate el romano y el cartaginés, entre quienes se daba un motivo de guerra, dispuestos a combatir con igualdad de fuerzas y de ánimo. [6] Cuando Escipión se dio cuenta de que se confiaba obstinadamente en esto,cambió todo el plan intencionadamente para la fecha en que se había decidido entablar combate. [7] Por la tarde, a través del campamento se dio la orden de que antes del amanecer, tanto hombres como caballeros estuviesen curados y comidos, y de que los jinetes tuviesen los caballos descubiertos y con sus bocados puestos. [8] Apenas hubo suficiente luz, lanzó toda la caballería con la infantería ligera contra los puestos de guardia púnicos; [9] a continuación, sin dilación, él mismo avanza con el grueso armado de las legiones, una vez robustecidas las alas con soldados romanos en contra de lo que pensaban los suyos y los propios enemigos y colocados los aliados en medio de la línea de combate. [10] Asdrúbal, nervioso por el clamor de los jinetes, hasta el punto de que saltó desde su tienda y vio la revuelta ante la empalizada, el miedo de los propios soldados y las enseñas de las legiones resplandecientes y la llanura repleta de enemigos. Al instante envía a toda la caballería contra los jinetes; [11] el mismo con el ejército de infantería sale del campamento y en alineamiento de combate no cambia nada del orden tradicional. [12] Ya hacía rato que el combate de jinetes era dudoso y por sí mismo no se podía juzgar, porque a los que eran rechazados, se les daba refugio en el frente de la infantería, cosa que ocurría casi alternativamente; [13] pero cuando los frentes se encontraban a no más de quinientos pasos, dada la señal de retirada, Escipión, abiertas las líneas de la caballería, coloca a toda la infantería ligera en medio, cogida y dividida en dos partes en la retaguardia detrás de las alas. [14] A partir de este momento, cuando llegó la hora de iniciar el combate, ordena que los hispanos avancen con paso apretado -era la mitad de la línea de combate -; [15] él mismo, desde el ala derecha -al frente de la cual se encontraba- envía un mensajero a Silano y Marcio para que dirigieran el ala hacia la parte izquierda según viesen que él de dirigía a la derecha. [16] y que entablaran combate con la parte bien armada de la infantería y caballería antes de que el centro del combate pudiese reunirse entre sí. [17] De esta forma, extendidas las alas con tres cohortes de infantes y tres escuadrones de caballería, soldados armados a la ligera para este fin, se dirigían contra el enemigo a gran velocidad, siguiendo las alas en sentido oblicuo; [18] en el centro había un embolsamiento por donde las enseñas de los hispanos avanzaban bastante lentamente. [19] Y ya habían entrado en combate las alas con el grueso de la fuerza enemiga de vanguardia. Los cartagineses veteranos y los africanos aún no se había puesto a tiro, ni tampoco hasta las alas para ayudar a los que combatían y se atrevieran a correr de un lado para otro con el fin de que no quedara a descubierto el centro del combate para cualquier enemigo que viniera de frente. [20] Las alas eran estrechadas por dos frentes; la caballería, la infantería ligera, los vélites corrían hacia los lados una vez rodeadas las alas: las cohortes atacaban de frente para romper las alas desde otra línea de batalla;
Livio, 28,15, 1-16. [1] y como quiera que por parte de ambos lados la lucha era desigual, esto fue motivado porque se había presentado contra el soldado latino y romano una multitud de baleáricos y soldados inexpertos hispanos. [2] Y cayendo ya la luz del día, las fuerzas del ejército de Asdrúbal comenzaron a fallar, al salir apresuradamente al combate agobiados por el tumulto de la mañana y forzados a ello antes de que pudieran tomar fuerzas comiendo; [3] y precisamente con este fin Escipión había alargado el tiempo cuidadosamente para prolongar el combate hasta bien tarde, pues finalmente a final de la hora séptima las enseñas de infantería atacaron contra las alas; [4] en medio de la batalla la lucha se hizo un tanto más lenta, de manera que el calor del sol de mediodía, el sufrimiento de estar de pie bajo las armas y al mismo tiempo el hambre y la sed debilitaron los cuerpos antes de que se entrara en combate con el enemigo. [5] De esta forma se mantuvieron de pie apoyados sobre los escudos. Y demás de esto, los elefantes, asustados por este tumultuoso tipo de combate de jinetes, de vélites y de infantería ligera, se habían metido en medio del combate desde las alas. [6] Cansados en su cuerpos y en sus ánimos dieron marcha atrás; sin embargo mantuvieron el orden de sus filas como si el frente en su totalidad se retirara a la orden de un general. [7] Pero atacando por todas partes por esta razón mucho más duramente, cuando los vencedores se dieron cuenta de la situación se inclinaba a su favor y que fácilmente no se podía soportar aquel ataque, [8] Asdrúbal, aunque trataba de retener insistentemente a los que cedían, diciendo a voces que por la espalda había colinas y un lugar seguro si serenamente se refugiaban, [9] sin embargo, como el miedo venciera toda clase de respeto, abandonando cada uno por su arte al enemigo, volviendo rápidamente la espalda, todos se desparramaron en la huida. [10] En primer lugar comenzaron a situar las enseñas al pie de las colinas y a llamar a orden militar a los soldados, dudando los romanos levantar un frente de combate en la colina opuesta; después, cuando vieron que las enseñas avanzaban valerosamente, asustados, se ven obligados a refugiarse en el campamento, iniciada de nuevo la huida. [11] El romano se encontraba cerca de la empalizada; hubiese tomado el campamento con tan fuerte ataque si no hubiera sido porque, a causa del fuerte sol cual suele brillar entre las nubes cargadas de humedad, hubiera caído el agua con gran violencia que apenas los vencedores habrían podido retirarse a su campamento, e incluso de algunos se apoderó el escrúpulo de no intentar ninguna otra cosa en aquel día. [12] Los cartagineses, aunque la noche y la lluvia los forzaba al descanso obligado, cansados por el sufrimiento y las heridas, [13] sin embargo, porque el miedo y el peligro no ofrecían ocasión de parar para los que estaban dispuestos a asaltar el campamento al amanecer, una vez reunidas por todas partes alrededor piedras de los valles cercanos, refuerzan la empalizada con cuya defensa intentarían defenderse cuando ya no existiera medio de defenderse con las armas. [14] Pero la deserción de los aliados hizo que la huida pareciera más segura que el quedarse. El comienzo de la deserción tuvo, lugar por parte del régulo Atteno, de los turdetanos. [15] Éste desertó con gran cantidad de tropas de conciudadanos; a causa de esto, dos fortificadas ciudades con guarniciones fueron entregadas por los prefectos al romano; [16]y para que el hecho no se extendiera más a los ánimos inclinados a la deserción, con el silencio del principio de la noche, Asdrúbal levanta el campamento.
Livio, 28,16, 1-14. [1] Escipión, cuando al amanecer los soldados que estaban de guardia le informaron de que los enemigos se habían marchado, ordena que se lleven las enseñas al frente de la caballería que iría por delante, [2] y por ello, con el ejército en movimiento, de forma que fueran llevados adelante, con la condición de que las huellas les guiaran directamente hacia los huidos: los generales creyeron que existía un camino más corto hacia el río Betis, de forma que pudieran atacar a los que intentaran atravesarlo, sin duda los perseguirían. [3] Asdrúbal, cerrado el paso del río, se dirige al Océano y se retira de forma dispersa como si fueran fugitivos. De esta forma se distanciaron de las legiones romanas. [4]La caballería ligera, bien por la espalda, bien por los flancos, no dejaba de inquietarlos saliéndoles al encuentro y haciendo paradas. [5] Pero, habiéndose detenido la vanguardia ante los frecuentes choques y a causa de que entablaran escaramuzas el ejército ecuestre con vélites y con tropas auxiliares de infantería, se sumaron las legiones. [6] A partir de entonces, no era ya un combate sino una matanza, como si se tratara de ganado, hasta que el propio general instigador a la huida, escapó hacia las colinas cercanas con casi seis mil soldados semidesarmados. Lo restantes o fueron hechos prisioneros o muertos. [7] Los cartagineses fortificaron y defendieron a aquella multitud desordenada por la precipitación en una colina defendida de forma natural; y por eso, como el enemigo intentara inútilmente atacar por la empinada pendiente, no sin dificultad se pudieron defender, [8] Pero el asedio practicado en un pasaje desnudo y pobre, difícilmente era soportable durante algunos días; por ello se producían deserciones hacia el enemigo. Finalmente el propio general, tras haber hecho venir las naves, – pues no estaban lejos de allí – huyó de noche tras dejar el ejército abandonado. [9] Escipión, enterado de la huida del jefe de los enemigos, dejó a Silano diez mil infantes y mil jinetes para el asedio del campamento. [10] Él mismo, con las restantes tropas, en sesenta jornadas, con el fin de conocer más seriamente las causas de los reyezuelos y de las ciudades, y con el propósito de dar premio al verdadero valor de los méritos, se dirigió a Tarragona. [11] Habiéndose reunido Masinisa a escondidas con Silano tras su marcha, para tener a su propio pueblo obediente a nuevos consejos, pasó a África con unos pocos conciudadanos. [12] Algún motivo fuerte y digno de aprobación debió moverle a un cambio tan súbito, no porque en este tiempo apareciese alguna causa evidente, sino por su fidelidad mantenida muy firme hasta su vejez, sirviendo de prueba para ello. [13] También Magón, con las naves que regresaron enviadas por Asdrúbal, se dirigió a Gades, Los demás, abandonados por los jefes, unos pasándose a los romanos, otros huyendo, se dispersaron por las ciudades próximas. No quedó ninguna fuerza de número ni tropa considerable. [14] Fue así como bajo las órdenes de Publio Escipión fueron expulsados los cartagineses de Hispania a los trece años de empezar la guerra, y a los cuatro de haber Publio Escipión recibido la provincia y el ejército.
COMENTARIO
Esta batalla (Alalia, -206), con todas sus características, pone de manifiesto que las fuerzas cartaginesas se vieron abandonadas oir su general. Su ejército quedo completamente a la deriva. Huyeron, se entregaron o murieron.
Livio, 28,19,1-18. [1] Aunque las Hispanias se habían quedado al margen de las guerras púnicas, de algunos pueblos podía verse claramente que, si se mantenían en paz, era más por el miedo, sabedores como eran de su culpabilidad, que por fidelidad. Entre ellos los más destacados por su fuerza y por los agravios, eran Iliturgis (Andújar) y Cástulo (Cazlona) . [2] Los habitantes de Cástulo fueron aliados en los momentos de prosperidad, pero cuando murieran los Escipiones con sus respectivos ejércitos, se pasaron a los cartagineses. Los iliturgitanos entregaron y degollaron a los fugitivos de aquel desastre, añadiendo así a la defección un crimen. [3] El castigo de estos pueblos cuando llegó Escipión, y en los momentos en que la situación política de Hispania era dudosa, habría sido más merecido que útil. [4] Pero ahora que había llegado la paz, parecía haber llegado el momento de aplicar las debidas represalias. Así, mandó venir de Tarragona a Lucio Marcio y lo envió a poner cerco a Cástulo con una tercera parte del ejército. Él, por su parte, llegó en cinco jornadas con su ejército a Iliturgis. [5] Sus puertas estaban cerradas y todo estaba preparado par iniciar el asedio y asalto. Hasta ese punto existía la conciencia de que ellos se sabían merecedores por la guerra no declarada contra ellos. [6] Por esto, Escipión comenzó a exhortar a sus soldados: los hispanos, al cerrar sus puertas, habían declarado su temor. De esta forma se tenía que emprender una guerra contra ellos con unos ánimos muchos más débiles hacia ellos que contra los cartagineses. [7] Porque contra ellos (los cartagineses) se luchaba sin rabia por conseguir la gloria y el poder; pero a éstos (los hispanos) había que pedir cuenta de su perfidia y crímenes. [8] Había llegado la hora de que se pagara la nefanda muerte de sus camaradas y del engaño montado contra ellos mismos si de la misma manera se dieran a la fuga dispersándose, y que, para que de aquí en adelante castigaran con duro ejemplo de forma que nadie nunca jamás causara grave ultraje a un ciudadano romano o soldado desafortunado por alguna desgracia. [9] Incitados por las palabras de su general se distribuyen las escalas entre los soldados previamente seleccionados, tras dividir el ejército de forma que el legado Lelio estuviese al frente de una parte. Por dos lugares a la vez atacaron la ciudad, llenándola de terror e indecisión. [10] No solamente el general o la mayoría de los cabecillas exhortan a que se defienda valientemente la ciudad, sino el propio miedo de cada uno, nacido de su conciencia de culpabilidad. [11] Recordaban y se aconsejaban mutuamente que buscaran una muerte y no la victoria por sí misma: cuando alguien afrontara la muerte se recordaría tanto si, en la lucha y en la línea de combate, cuando Marte común a menudo encubra al vencido y denigre al vencedor, [12] como después del incendio y destrucción de la ciudad, murieran tras haber sufrido las mas afrentadas indignidades entre cadenas y azotes ante la mirada de las esposas cautivas y los hijos. [13] Así, no sólo la fuerza de la edad militar sino también las mujeres y niños añaden su fuerza física y psíquica, proporcionan armas a los combatientes y llevan piedras a los que defienden muros fortificándolos. [14] No se trataba sólo de una libertad que tan sólo fortalece los pechos de los varones, sino que tenían ante sus ojos los últimos suplicios para todos y una denigrante muerte. Los ánimos se encendían no sólo por la lucha contra el sufrimiento y riesgo, sino también por la propia mirada entre ellos. [15] Así, pues, se inició el combate con tal ardor que el famoso conquistador de la Hispania, con frecuencia rechazado por la juventud de una sola ciudad, se apartara de los muros tras un combate deshonroso. [16] Cuando Escipión se dio cuenta de esto, temiendo que el ánimo de los enemigos se creciera tras tantos intentos vanos por parte de los suyos, y sus soldados se desmoralizaran, pensando que él debía intentarlo y tomar parte en el riesgo, y reprendida la pereza de sus soldados, ordena que avancen las escalera y él mismo intenta subir si los demás sienten temor. [17] Cuando había empezado a escalar las murallas con ánimo decidido, tras levantarse un griterío o por todas partes entre los solícitos soldados en respuesta a su general, comenzaron a arribarse las escaleras por todas partes a la vez. [18] Lelio dio la orden de ataque desde otra parte. Entonces, vencida la resistencia de los defensores de la ciudad y desalojados de sus paramentos, las murallas fueron ocupadas. Incluso la ciudadela es tomada por aquella parte que parecía inexpugnable entre el tumulto.
Livio, 28, 20, 1-12. [1] Los desertores africanos que entonces estaban en las tropas auxiliares romanas, marchando los ciudadanos para defender aquellos lugares donde se veía peligro, [2] y los romanos, allí donde pudieron tener acceso, dirigieron su mirada hacia la parte más alta de la ciudad que estaba protegida por una elevada roca, sin ninguna parte de fortificación y libre de defensores. [3] Hombre delgados y preparados físicamente, llevando consigo clavos de hierro, escalan la roca a través de los salientes de la misma. [4] Si se encontraba una roca demasiado difícil y ligera, tras colocar clavos a corta distancia, habiendo hecho sus escaleras, los delanteros extendiendo las manos a los de atrás, los últimos empujando a los que iban delante, llegan a la cumbre. [5] Desde allí se lanzan corriendo con griterío hacia la ciudad ya tomada por los romanos. [6] Entonces dio la sensación de que la ciudad había sido tomada por la ira y por el odio. Nadie se acordó de que debían ser capturados vivos, nadie, estando todo abierto pensó en no saquear. Matan tanto a los armados como a los inermes, lo mismo a hombre que a mujeres. La cruel ira llegó hasta el asesinato de los niños. [7] A continuación prenden fuego a las casas y derriban lo que el fuego no puede destruir. hasta tal punto se les puso en su ánimo barrer las huellas de una ciudad y destruir la memoria de una sede de enemigos. [9] Pero la noticia de la matanza de Iliturgis precedió la llegada de Escipión, y el temor y la desesperación cundieron entre los defensores. [10] Y por causas diversas, pretendiendo cada parte velar por sí, sin pensar en la otra, primero calladas suspicacias, más tarde una discordia abierta, dividieron a los cartagineses de los hispanos. [11] Cerdubelo fue quien aconsejó abiertamente a estos últimos la rendición. Himilcón estaba al frente de los auxiliares cartagineses. -Cerdubelo entregó a los romanos por medio de un pacto secreto, a los cartagineses juntamente con la ciudad. [12] Esta victoria fue más benigna. No era tanto el agravio recibido y la rendición voluntaria había hecho más ligera la ira.
COMENTARIO
CAE ILITURGIS (Andújar). Los romanos llegar a no distinguir entre soldados, ciudadanos, mujeres y niños. Se cometen crímenes injustificables por parte del ejército. Escipión calla, por ahora.
Livio, 28,21,1-10. [1] Desde allí Marcio fue enviado a someter al imperio y obediencia de los romanos a los bárbaros que aún no estuviesen sometidos. Escipión volvió a Cartago Nova para cumplir los votos a los dioses y celebrar los juegos de gladiadores preparados con motivo de la muerte de su padre y de su tío. [2] El espectáculo de gladiadores no estuvo a cargo de hombres de aquella clase donde reclutan los lenistas a los esclavos, ni de gente de sangre venal. El trabajo de todos los luchadores fue voluntario y gratuito. [3] Pues unos fueron enviados por los reyezuelos para ejemplo del valor innato de su pueblo, [4] otros declararon espontáneamente que querían luchar en honor de su jefe; otros su espíritu de emulación y lucha los llevó a retar y a aceptar el reto. [5] Los hubo que, no pudiendo o no queriendo terminar amistosamente sus pleitos, lo decidieron por la espada, pactando entre sí que el fallo sería del vencedor. [6] Y no hombres de oscuro linaje, sino famosos e ilustres, entre ellos Corbis y Orsus, primos hermanos que luchaba entre sí por el principado de la ciudad de Ibes, se declararon dispuestos a disputárselo por el hierro.[7] Corbis era mayor que Orsus. El padre de éste había sido recientemente príncipe, tras haber recibido el poder de su hermano mayor después de su muerte, [8] Queriendo Escipión que se discutiera con palabras y tranquilizar sus iras, ambos parientes se negaron a ello y no querían tener otro juez de contienda que no fuera Marte entre dioses y hombre. [9] El mayor físicamente, el menor en la flor de su juventud, anteponiendo la muerte en combate antes de que cualquiera de ellos mandara sobre el otro, no queriendo apartarse de tan gran odio, dieron un famoso espectáculo ante el ejército y todo un documento de cuanto la ambición de poder puede significar entre los hombres. [10] El mayor, por su práctica en las armas y por su astucia, fácilmente dominó las débiles fuerzas del menor. A este espectáculo de luchadores siguieron los juegos fúnebres en pro de la abundancia de la provincia y los dispositivos castrenses.
Livio,28,22,1-15. [1] La marcha de la guerra continuaba entre tanto bajo el mando de los legados. Marcio, pasado el Betis, al que los indígenas llaman Certis, recibió sin lucha la sumisión de dos opulentas ciudades. Astapa era una ciudad que siempre había seguido el partido de Cartago. [2] Y esto no hubiera producido tanta indignación a no ser por el odio singular que, aparte de las necesidades de la guerra, mostraban contra los romanos. [3] Y no es que la ciudad fuese fuerte por su situación ni la hicieran arrogante sus defensas, pero su gusto por el bandidaje los impulsaba a hacer incursiones por los campos de los pueblos vecinos, aliados de los romanos, capturando a los soldados, sirvientes de armas y mercaderes perdidos. [4] Y hasta una caravana que, considerando poco seguro el camino, marchaba con fuerte escolta y pasaba a través de su territorio, fue envuelta en una emboscada y a favor de su poca ventajosa posición, fue pasada a cuchillo. [5] A la llegada del ejército enviado a la ciudad, los habitantes conscientes de su crímenes, no juzgando segura su sumisión a tal enemigo y desconfiando de la eficacia de las murallas y de sus armas, imaginan contra sí mismas un feroz atentado.[6] Designan un lugar en el foro, donde amontonan todo lo que en sus casa tenían de más valor. Mandan que sus esposas se sitúen entre este montón juntamente con sus hijos; levantan a su alrededor piras de leña echando en ellas haces de ramas secas. [7] Eligen después cincuenta jóvenes armados y les ordenan «que mientras fuera incierto el éxito de la lucha, fuesen guardianes de aquel lugar, de sus bienes y de las personas que eran más queridas que estas cosas. [8] Si la suerte se inclinaba contra ellos, cuando viesen la ciudad a punto de ser tomada, supiesen que todos los que hubiesen visto marchar a la lucha, morirían en ella». [9] A ellos les rogaba que los dioses de los cielos y de los infiernos que acordándose de la libertad que aquel día, debía morir o con una hermosa muerte o con una infame servidumbre, nada dejase que pudiera servir de objeto al furor de los enemigos. [10] En sus manos tenía el hierro y el fuego. Los que tuviesen que morir, muriesen por manos amigas y fieles antes que sufrir los ultrajes de la arrogancia enemiga». [11] A estas exhortaciones añadieron un terrible precaución contra el que por esperanza o cobardía se apartase de lo mandado. Inmediatamente en rápida columna se lanzan en confuso griterío por las puertas abiertas. [12] No había ningún puesto de guardia que ofreciera seguridad ni resistencia, porque nada se podía temer menos que el que se atreviera a salir por las murallas. Unos cuantos escuadrones de caballería y de soldados armados a la ligera inesperadamente salen del campamento enviados precisamente a esto. [13] El combate fue tanto más duro por su ímpetu y animosidad que ordenado. Así, la caballería rechazada, que había sido la primera en enfrentarse al enemigo, infundió terror a la infantería ligera. y se habría combatido bajo el propio foso si la fuerza de las legiones no hubiera enderezado el combate, conseguido un corto espacio de tiempo para reorganizarlo. [14] Allí se sintió pavor durante algún tiempo en torno a las enseñas, al precipitarse ciegos por la rabia y con enconada audacia a herirse y contra el hierro. Después, los soldados veteranos, constantes contra los ataques temerarios, con la muerte de los de cabeza, eliminó a los e atrás. [15] Poco después se intentó hacer avanzar a la infantería, cuando vio que nadie retrocedía, y que cada uno de forma obstinada, persistía en morir sobre sus propias huellas, abierto el frente de combate, para que la multitud de gente armada pudiese conseguir lo que faltaba por hacer, embolsando a las alas del ejército de los enemigos, los mató a todos juntamente combatiendo en círculo.
Livio, 28, 23, 1-8. [1] Estas alas del ejército, no obstante, a modo de soldados enemigos airados y que luchaban duramente, eran aniquilados aplicando el derecho de guerra contra la gente armada y que se resiste. [2] La matanza fue mucho más espeluznante en otra ciudad cuando a una multitud de mujeres y niños pacíficos, y desarmados sus propios conciudadanos los mataron y arrojaron a la mayoría de sus cuerpos medio vivos a una pira encendida y los arroyos de sangre apagaban las llamas que se encendían. Finalmente, ellos mismos, impulsados por la desgraciada muerte de los suyos, se arrojaron con sus armas en medio de las llamas. [3] Los romanos vencedores llegaron cuando la matanza estaba ya consumada y, atónitos a la vista de tan atroz espectáculo, quedaron algún tiempo inmóviles. [4] pero el oro y la plata que entre el cúmulo de otros objetos brillaban, excitaron la codicia natural del común de los hombres, y queriendo arrebatarlos del fuego, fueron unos cogidos por las llamas, otros medio quemados por el vapor ardiente al no poder retirar los primeros a causa de la enorme multitud que tenían a sus espaldas empujando. [5] Así, Astapa fue destruida por el hierro y el fuego sin dejar botín a los soldados. Marcio, sometidos por el terror de estos hechos todos los pueblos de la región, condujo a Cartago Nova, donde estaba Escipión, al ejército vencedor. [6] Por aquellos mismos días llegaron unos fugitivos de Gades ofreciendo la ciudad y la guarnición púnica que existía en la misma, y que entregarían a su general juntamente con su armada. [7] Magón se había refugiado allí después de la huida, y reagrupadas naves en el mar, había reunido por medio del prefecto algunas tropas auxiliares al otro lado del Estrecho desde las costas de África y desde los lugares próximos a Hispania. [8] habiéndose dado crédito a las palabras de los fugitivos. Marcio se dirigió hacia allá con cohortes bien dispuestas y Lelio con siete trirremes y una quinquerreme para que emprendieran la hazaña de común acuerdo por tierra y por mar.
COMENTARIO
Astapa fue aniquilada con todos sus habitantes dentro: suicidio colectivo.
Livio, 28,24, 1. [1] El propio Escipión, afectado por una grave enfermedad, más grave sin embargo, cuando la fama, siguiendo la tendencia general de los hombres en incrementar intencionadamente los rumores, añade algo a lo que se ha oído; esto perturbó a toda la provincia y principalmente a la parte más alejada. [2] Entonces se comprobó el grave peligro que habría levantado si esta desgracia hubiera sido cierta cuando un falso rumor había despertado tan grandes tempestades. Faltaron los aliados a su fidelidad y los soldados a su deber. [3] A Mandonio y a Indíbil, que ya en sus mentes se habían asignado el trono de las Hispanias para cuando fuesen expulsados los cartagineses, nada les sucedió según sus esperanzas. [4] Levantando sus pueblos (eran pues lacetanos) y excitando a la juventud de los celtiberos, devastan con ensañamiento los campos de los suesetanos y de los sedetanos, aliados del pueblo romano. [5] Otra discordia se levantó entre los romanos del campamento de Sucrón. Allí había ocho mil soldados, guarnición impuesta a aquellos pueblos que habitan al lado de acá del Ebro. [6] Las mentes de aquellos cambiaron no tan sólo por los rumores dudosos sobre la vida del general, sino incluso ya antes, a causa del desenfreno acumulado, como ocurre, a consecuencia de la inactividad diaria.
Livio, 28,25,6 [6] Se les reprochaba generalmente el no haber sido pagado en su día el estipendio, y que habiendo defendido con su valor, cuando la sublevación de Iliturgis, el nombre romano y conservado la provincia, a los iliturgitanos se les había dado la pena merecida por su culpa, pero nadie había para pagar la recompensa debida a sus méritos. [11] La sedición ya de por sí desfalleciente fue aplacada por la repentina quietud de los rebeldes hispanos. Pues Indíbil y Mandonio, cuando se dijo que vivía Escipión, volvieron a su país, abandonando su intento. [12] Y ya no había ni romano ni extranjero a quien poder asociar a su locura.
Livio, 28,30,1-12. [1] Por aquel miso tiempo Hannón, prefecto de Magón, enviado hacia el río Betis desde Gades, con pocos soldados africanos, armó aproximadamente a cuatro mil hispanos atrayéndoselos con regalos. [2] Después, despojado el campamento por Lucio Marcio y de la mayor parte de soldados, entre el tumulto del campamento capturado, perdidos incluso algunos en la huida, persiguiendo la caballería a los dispersos, él escapó con unos pocos. [3] Mientras estos hechos ocurren junto al río Betis, Lelio, entre tanto, con su armada se dirigió a Carteia, navegando desde el estrecho hacia el Océano, la ciudad se encontraba emplazada en la costa del Océano, donde se abre el mar por primera vez desde el paso estrecho. [4] Gades fue recuperada sin lucha, por traición. Como antes se ha dicho, los que vinieron al campamento romano habían tenido la esperanza de que prometieran aquello espontáneamente. Pero esta improvisada traición fue descubierta y Magón entregó todos los apresados a Adherbal, pretor, para que se los llevara a Cartago. [5] Adherbal, tras ser embarcados los traidores en una quinquerreme y enviarla por delante, porque era más lenta que las trirreme, él a corta distancia la sigue con ocho trirremes. [6] Cuando ya atravesaban el Estrecho con las quinquerremes, Lelio, en una quinquerreme desde el puerto de Carteia, persiguiendo a las siete trirremes que iban por delante, se dirige contra Adherbal y sus naves, muy confiado en que una vez capturada la quinquerreme en la corriente del Estrecho no podría navegar de un lado para otro contra un mar opuesto. [7] El cartaginés, ante una situación tan inesperada, sin saber qué hacer, dudó si seguir a la quinquerreme o dirigir su proa contra el enemigo. Esta misma duda provocó la ocasión de evitar la lucha. [8] Ya se encontraban bajo el fuego de las armas y los enemigos los acosaban por todas partes. El acaloramiento y el deseo de controlar las naves, los anulaba. No era un combate naval, ya que no se hacía nada por propio deseo, ni había conocimientos sobre la guerra naval, ni opinión alguna. [9] La propia naturaleza del mar y el ardor de toda la lucha que tenían su fuerza en las naves propias, impulsaban a los que atacaban a las naves contrarias en sentido contrario por culpa de los remeros. Se veía a la nave que huía navegando con la proa hacia atrás, impulsada por los vencedores, y a la perseguidora, como si hubiese caído en una corriente contraria de mar, retirarse huyendo. [10] Ya en la propia lucha, la nave, dirigiéndose hostilmente con su espolón contra la nave de los enemigos, ella misma, de costado, volviéndose rápidamente la envolvía por la proa. [11] Al entablarse un combate dudoso entre las trirremes, bajo el arbitraje de la suerte, la quinquerreme romana, como quiera que se gobernara más fácilmente bien por ser más consistente por su peso, bien por el mayor número de filas de remos que cortaban las aguas, hundió a dos trirremes, y empujada por esta fuerza cortó los remos de un costado de un navío. [12] A las restantes que hubiese alcanzado, las habría castigado si no hubiese sido porque Adherbal con las cinco restantes trirremes se hubiese dirigido a África.
Livio, 28, 31. 1-4. [1] Lelio regresó vencedor a Carteia, enterado de lo que había ocurrido en Gades -que había sido descubierta la conspiración y que los conjurados habían sido enviados a Cartago y que la esperanza que había supuesto, se había disipado-. [2] Enviada una delegación a Lucio Marcio, le dijeron que si quería que se regresara ante el general para malgastar el tiempo, permaneciendo en Gades. Estuvo de acuerdo Marcio y ambos regresaron tras pocos días a Cartago Nova. [3] Ante la marcha de éstos, no solamente no respiró Magón al verse agobiado tanto por tierra como por mar, sino que, incluso, al enterarse de la rebelión de los ilergetes, con la esperanza de recuperar Hispania, envió una embajada a Cartago ante el Senado, [4] para que al mismo tiempo, exagerando la sedición pública del campamento romano y a la vez la defección, exhortaran a que le enviaran tropas con las que pudieran recuperar el dominio de Hispania entregado por sus antepasados.
Livio, 28, 32, 8. [8] Magón, quien con unas pocas naves se escapó del orbe de las tierras a una isla circundada por el Océano, es lo que le preocupa, no los ilergetes. [9] En efecto, allí se trataba de un general cartaginés y de tropas cartaginesas, por pocas que fuesen. Aquí, nada más que bandidos y jefes de bandidos, que, si algún valor tenían para devastar los campos vecinos, incendiar poblados y robar ganados, nada valían formados en ejército y en un combate regular. Lucharán más confiados en su velocidad en huir que en sus armas.
Livio, 28, 35, 1-13.[1] Las negociaciones ya antes empezadas con Masinisa por unas y otras causas habían ido difiriéndose, porque el númida sólo con Escipión en persona quería entrevistarse y sólo por su diestra quería ver sancionada la alianza. [2] Esta fue entonces la causa del viaje tan largo y apartado de Escipión. Encontrándose Masinisa en Gades y enterado por Marcio de que se acercaba Escipión, empezó a quejarse de que los caballos se consumían encerrados en la isla, agotando las provisiones de todos y comiendo ellos mismos con penuria, además de que los caballeros, con la inercia languidecían. [3] Con estos pretextos indujo a Magón a que le dejase pasar al continente para devastar los campos vecinos. [4] Una vez pasado, envió delante tres príncipes númidas para convenir el tiempo y lugar de la conferencia; ordena que dos sean retenidos como rehenes por Escipión. Vuelto el tercero para conducir a Masinisa al lugar mandado, con una pequeña escolta llegaron a la entrevista. [5] Ya antes la fama de las hazañas de Escipión había llenado de admiración al númida y le había inducido a imaginárselo de aspecto espléndido y majestuoso. pero a su presencia, creció su veneración. [6] Pues, a parte de que por naturaleza era grande su majestad, una larga cabellera le embellecía, y el porte de su cuerpo con cuidadados y afeites, sino realmente viril y militar, y su edad en el completo vigor de sus fuerzas. [7] La flor de su juventud, como renacida después de la enfermedad, hacía este vigor más pleno y más espléndido. [8] Al primer encuentro, estupefacto el númida,, dio las gracias a Escipíon por haberle devuelto a su sobrino…[13] Masinisa, con el permiso de los romanos, para que no pareciese haber pasado sin motivos al continente, devastó los campos vecinos y regresó a Gades.
Livio, 28, 36,1-13. [1] Magón, dada la situación desesperada en Hispania a causa de que la sedición militar primero y la defección de Indíbil después había parecido mejorar, se disponía pasar a África cuando se le notificó desde Cartago que el Senado le ordenaba llevar a Italia la escuadra que tenían en Gades, [2] y que reuniendo allí la mayor cantidad de jóvenes galos y ligures que pudiese, se uniese con Aníbal, y que no dejase desfallecer una guerra emprendida con el mayor empuje y la mayor fortuna. [3] Para ello le fue enviado dinero de Cartago; además del cual arrancó todo lo que pudo a los gaditanos, expoliando no sólo su erario, sino también sus templos, obligando a todos los particulares a entregarle su oro y su plata. [4] Costeando el litoral de Hispania, no lejos de Cartagon Nova, desembarca una de soldados y tala los campos vecinos. Después aborda con su escuadra la ciudad. [5] Allí, durante el día, mantuvo a bordo a sus soldados. De noche los desembarca y los lleva a aquella parte de la muralla por donde tomaron los romanos Cartago Nova. No creía que la ciudad fuese guardada por una guarnición lo suficientemente fuerte y esperaba que algunos ciudadanos se alzarían con la esperanza de cambiar la situación. [6] Pero mensajeros aterrorizados habían traído, al mismo tiempo, del campo, la noticia del saqueo, de la huida de los labradores, y de la llegado de los enemigos. [7] Y ya de día había sido vista la escuadra y no se creía un azar el haber tomado posición ante la ciudad. Así, la guarnición estaba preparada y armada junto a la puerta que da a la laguna y al mar. [8] Cuando los enemigos, desparramados, mezclados los soldados con la chusma marinera, se lanzaron contra las murallas con un tumulto superior a su fuerza, se abrió de repente la puerta y los romanos salieron con gran griterío. [9] Al primer ataque y a la primera descarga de proyectiles rechazan a los enemigos turbados y los persiguen con gran carnicería hasta el mar. [10] Ninguno hubiera escapado del combate o de la persecución si las naves no se hubieran acercado para recoger a los fugitivos. [11] hasta las naves llegó el terror. Para impedir que los enemigos suban mezclados con los suyos tiran las escaleras y cortan cables y anclas para no retardar las maniobras. [12] Muchos, nadando hacia las naves, no pudiendo a causa de la oscuridad distinguir qué era lo que tenían que evitar, dónde debían cogerse, perecieron miserablemente. [13] Al día siguiente, cuando la flota había huido hacia el Océano, de donde había venido, se encontraron hasta ochocientos hombres muertos entre los muros y la costa y cerca de dos mil armaduras.
Livio, 28, 37 1-9. [1] Magón, a su regreso a Gades, encontró cerradas las puertas de la ciudad, abordó a Cimbis, lugar no lejano de Gades. Rechazada su armada, envió legados para que preguntaran por qué a él, que era amigo y aliado, le habían sido cerradas las puertas. [2] Ellos se excusaron diciendo que se había hecho a causa de los saqueos realizados por una multitud desenfrenada que las naves habían desembarcado. Entonces se atrajo a una entrevista a los sufetes, que era la máxima magistratura entres los cartagineses, y al cuestor; los hizo azotar y los crucificó. [3] Después, con las naves, paso a la islas Pitiusas, a unas cien millas del continente, entonces habitadas por cartagineses. [4] Así, la flota fue amistosamente recibida, y no sólo se les aprovisionó abundantemente, sino que, para completar la tripulación, les proporcionaron hombres y armas. Seguro, con estos refuerzos el cartaginés, pasó a las Baleares, distantes de allí cincuenta millas. [5] Las islas baleares son dos, mayor la una y más rica en armas y gentes, provista con un puerto con el cual creía Magón poder atravesar cómodamente, pues era ya el fin del otoño. [6] Pero no de otro modo que los romanos habitaren las isla, fueron atacadas las naves en son de guerra. Así somo ahora el pueblo utiliza principalmente la honda, entonces era esta la arma sola que conocían y nadie de otra nación ha sobresalido tanto en su manejo como los baleares sobresalen sobre todos los demás pueblos. [7] Y así, una tal lluvia de piedras, a manera de granizo espesísimo, cayo sobre la armada que se acercaba a tierra que, no atreviéndose a entrar en puerto, volvieron las naves hacia alta mar. [8] De allí pasaron a la isla menor de las Baleares, de fértil suelo, pero no igualmente fuerte en hombres y armas. [9] Desembarcaron y fijaron el campamento en un lugar fuerte dominando el puerto; y apoderándose sin lucha de la ciudad y del campo, reclutaron dos mil auxiliares. Los enviaron a Cartago y pusieron sus naves en seco para invernar. Después de la partida de Magón de la costa del Océano, los gaditanos se sometieron a Roma .
POLIBIO (Continuacón)
Año -209
Polibio, 10, 9, 1-8. [1] A su edad, que he apuntado un poco más arriba, ya abrigaba estos proyectos, pero los ocultó a todo el mundo, a excepción de Gayo Lelio, hasta que creyó oportuno hacerlos públicos. [2] Los historiadores están de acuerdo en todas estas previsiones, pero siempre que llegan al final de sus hazañas, no alcanzo a entender por qué no atribuyen al hombre y a su prudencia el éxito obtenido, sino a los dioses y a la suerte, [3] eso sin el testimonio de sus íntimos y de los que convivieron con él, incluso cuando existe una carta del propio Publio Escipión a Filipo, en la cual aquel expone claramente que fue con la ayuda de las previsiones citadas arriba como él emprendió las operaciones y, principalmente el asedio de Cartago Nova. [4] Entonces dio secretamente órdenes de navegar hacia la ciudad citada al almirante de la escuadra, Gayo Lelio, que era el único que conocía los planes, [5] como se indicó más arriba; [6] él tomó las fuerzas de infantería e hizo la marcha muy rápidamente. El número de soldados de infantería era de unos veinticinco mil; los jinetes eran dos mil quinientos. [7] llegó al lugar en siete días y puso su campamento en las afueras, al lado norte de la ciudad. Al lado opuesto del perímetro del campamento trazó un foso y una empalizada doble, que iban de mar a mar. Por el lado que daba a la ciudad no puso nada, pues la misma configuración del lugar le ofrecía seguridad suficiente. [8] Puesto que nos disponemos a narrar el asedio y la toma de la ciudad en cuestión, nos parece indispensable describir a los lectores, con algún detalle, el paraje en que está la población y la disposición de éste.
Polibio, 10, 10, 1-12. [1] Está situada hacia el punto medio del litoral hispano en un golfo orientado hacia el suroeste. La profundidad del golfo es de unos veinte estadios y la distancia entre ambos extremos es de diez; el golfo, pus, es muy semejante a un puerto. En la boca del golfo hay una isla que estrecha enormemente el paso de penetración hacia adentro, por sus flancos. La isla está de rompiente del oleaje marino, de modo que dentro del golfo hay siempre una gran calma, interrumpida solo cuando los vientos africanos se precipitan por las dos entradas y encrespan el oleaje. Los otros, en cambio, jamás remueven las aguas, debido a la tierra firme que la circunda. En el fondo del golfo hay un tómbolo, encima del cual está la ciudad rodeada del mar por el Este y por el Sur, aislada por el lago al Oeste, y en parte, por el Norte, de modo que el brazo de tierra que alcanza al otro lado del mar, que es el que enlaza la ciudad con tierra firme, no alcanza una anchura mayor de dos estadios.
El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto; el que viene a continuación, el de Altes, personaje que, al parecer obtuvo honores divinos por haber descubierto una mina de plata. El tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo de los que se ocupan de las cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar, se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior del país, los suministros necesarios.
Polibio, 10, 11.1-8. [1] Esta es, pues, la configuración del lugar. Por el lado que daba al mar los romanos no dispusieron nada, pues el estanque aseguraba su campamento y él completaba su defensa. En el espacio abierto entre el mar y el estanque, el que unía la ciudad con la tierra firme, Escipión no erigió ningún atrincheramiento; este espacio era el centro de su propio campamento. Lo hizo o bien para alarmar al enemigo o porque convenía a sus planes, para disponer lo más libremente posible de las entradas y salidas de la acampada. Inicialmente el perímetro de la ciudad medía no más de veinte estadios, aunque sé muy bien que no faltan quienes han hablado de cuarenta, pero no es verdad. Lo afirmamos no de oídas, sino porque lo hemos examinados personalmente y con atención; hoy es aún más reducido. La flota romana llegó en el momento preciso y Escipión congregó a aquella muchedumbre y la arengó y echó manos de los argumentos en que él confiaba y no de otros: los hemos expuesto detalladamente algo mas arriba, en lugar oportuno. Demostró que la empresa era factible; resumió las pérdidas que experimentaría el enemigo, si ellos alcanzaban la victoria y cómo progresaría su propia causa; por lo demás prometió coronas de oro a los primeros que escalaran los muros y los premios habituales a los que se distinguieran por su coraje; acabó señalando que ya desde el principio Poseidón se le había aparecido en sueños y que le había sugerido este intento; además le había declarado que, cuando la acción se llevara a cabo, su ayuda sería tan manifiesta que nadie del ejército podía dudar de su cooperación. Mereció pues argumentos irrefutables con palabras de exhortación, prometió coronas de oro y mencionó la providencia del dios, con lo cual infundió a toda aquella juventud gran empuje y ardor,
Polibio, 10, 12, 1-10. [1] Al día siguiente hizo fondear las naves, al mando de Gayo Lelio, delante del litoral; llegaban proyectiles de todas clases. Por tierra seleccionó a dos mil hombre, los más fornidos y los apostó conjuntamente con los que llevaban las escaleras. El asalto empezó a tercera hora del día. Magón, el comandante de la ciudad, dividió su cohorte de mil hombres; dejó la mitad en la acrópolis y situó a los restantes al pie de la colina oriental. Tomó a los demás y armó a los más robustos, unos dos mil con las armas que quedaban en la ciudad. A éstos los situó en la puerta que conducía al brazo de tierra y hacia el campamento enemigo. Y mandó a los que quedaban socorrer con todas sus fuerzas donde fuera preciso de la muralla. en el mismo momento en que Escipión a toque de corneta ordenó el asalto, Magón hizo salir por la puerta su gente armada, creído que así aterrorizaría al enemigo y haría fracasar totalmente su tentativa. Estos hombre arremetieron vigorosamente contra los romanos que salían de su acampada y que se iban alineando a lo largo del istmo. Se entabló un combate encarnizado y en los dos bandos se podían oír la exhortaciones propias de la guerra. Las mismas salían de los que se encontraban en el campamento que los que quedaban en la ciudad; todo el mudo animaba a los suyos. sin embargo, la eficacia de los refuerzos que afluían no era la misma, porque a los cartagineses sólo les llegaba a través de un portón, y además, debían recorrer casi dos estadios; los romanos, en cambio, los tenían al alcance de la mano y, además, por muchos sitios. Esto convertía la lucha en desigual. Publio Escipión había colocado intencionadamente a sus hombres al lado mismo del campamento, para atraer lejos al enemigo: veía claramente que si lograba aniquilar a éstos, la flor y nata de la guarnición de la ciudad, lo desorganizaría todo y, desde entonces nadie se atrevería a salir por aquella puerta. Durante largo rato la pugna fue indecisa, ya que luchaban por ambos lados la propia escogida, pero al final, el empuje de los refuerzos que afluían desde el campamento rechazó a los cartagineses, que se volvieron de espaladas. Ya durante la batalla muchos de ellos habían perecido, pero cuando se precipitaron huyendo hacia la portezuela, murieron aún más, al pisotearse mutuamente.. Esto desatinó tanto a los de la ciudad, que los que guarnecían la muralla, llegaron a abandonarla. Poco faltó para que, en su acoso, los romanos entraran en la plaza junto con los que huían delante de ellos. Pero lograron apoyar las escaleras en el muro sin correr peligro.
Polibio, 10, 13, 1-11. [1] Escipión, personalmente no rehuyó el riesgo, pero lo hizo con la máxima seguridad posible. Llevaba con él tres escuderos que le cubrían con sus adargas y, así le protegían del lado del muro. Se presentaba personalmente en los flancos, y subía a los lugares más elevados, con lo cual colaboraba grandemente en la acción, comprobaba lo ya realizado y, ademas, el hecho de que los otros lo vieran en persona, influía coraje a los combatientes, y a eso se debió el que en aquella batalla no se omitiese nada de lo necesario, ya que siempre que se mostraba la urgencia de algo para la ocasión, todo se hacía al punto, según correspondiera. Los primeros empezaron a trepar por las escaleras con coraje, pero aquella invasión se convirtió en muy arriesgada, no tanto por lo nutrido de los defensores como por las grandes dimensiones de las murallas. cuando vieron que los atacantes se veían en dificultades, los de arriba cobraron ánimo. en efecto, bastantes escaleras se rompían porque eran muy altas y subían por ellas muchos a la vez. Los que guiaban la escala debían ascender casi en vertical, y esto los mareaba: para arrojarlos al vacío bastaba una mínima resistencia por parte de los defensores. Cuando éstos, apostados en las almenas disparaban vigas o palos, los asaltantes eran rechazados y devueltos al suelo. Pero ni estas contrariedades bastaron para atajar el ataque vigoroso de los romanos; cuando los primeros eran rechazados, ya los siguientes subían por el sitio que cada vez quedaba libre. El día había avanzado mucho, los soldados estaban rendidos por las penalidades y el general de los asaltantes, mandó tocar a retirada.
Polibio, 10, 14, 1-14. [1] La guarnición de la plaza exultaba, creída de que ya había anulado el peligro, pero Publio Escipión esperaba la hora de reflujo. dispuso en la orilla del lago quinientos hombres con sus correspondientes escaleras e hizo descansar al resto cerca e la puerta y el istmo. Tras una arenga les entregó mas escaleras que las que tenían antes, de manera que en el muro pulularan asaltantes por todas partes. Así que se dio la orden de combate y los romanos hubieron aplicado sus escalas al muro, subiendo al punto con gran atrevimiento, los de dentro de la ciudad experimentaron una gran confusión y desánimo. Creían haber alejado el riesgo, y ahora veían cómo se les iniciaba otra vez por este segundo asalto. Andaban escasos de proyectiles y además, les descorazonaba el gran número de bajas que sufrían. Contrariados por lo sucedido, ofrecían, sin embargo, gran resistencia. Precisamente cuando la lucha en las escaleras alcanzó su máxima intensidad, se inició en reflujo. Poco a poco el agua iba desalojando los niveles más altos del lago y se producía una corriente fuerte e intensa por la desembocadura hacia el mar inmediato; a los que miraban aquel fenómeno sin reflexionar, la cosa les debía parecer increíble. Cornelio Escipión había dispuesto unos guías; ordenó a sus hombres meterse en el agua; dijo, por encima de todo, a los que había encomendado la misión, que no tuvieran miedo. Si había algo en lo que tenía una habilidad innata, era en infundir coraje y en transmitir su estado de ánimo a aquellos a quienes arengaba. Los hombre obedecieron y atacaron corriendo a través de la marisma; todo el ejército creyó que ello se hacía por la providencia de un dios: les recordó lo de Poseidón y el anuncio de Publio en su primer parlamento. Se excitaron tanto en sus espíritus, que se apretujaron, forzaron el paso hacia un portal e intentaron, desde fuera, astillar las puertas con hachas y machetes. Los que se había apresurado al muro a través del estanque, encontraron unas almenas desguarnecidas y, no sólo aplicaron sus escalas sin ningún peligro sino que subieron y ocuparon aquel lienzo de muralla sin necesidad de combatir. Los defensores se había diseminado por otros lugares, principalmente por el istmo, y por la puerta no podía esperar que el enemigo los asaltara desde el estanque. El conjunto de sucesos hacía que, entre los defensores, nadie pudiera oír ni ver nada de lo necesario, a lo que contribuía el desorden, el griterío y la confusión de aquella mezcla de combatientes.
Polibio, 10, 15, 1-11. [1] Los romanos, pues, conquistaron el muro. Recorrieron su cresta y la limpiaron de enemigos. Para este tipo de operaciones les ayudaba mucho sus armas. Cuando llegaron a la altura de los portales, unos bajaron para astillar los barrotes, los de fuera penetraron por allí y los que habían forzado el paso por medio de escaleras en el paraje del istmo, derrotados ya los defensores, tomaron las almenas. Así fue la conquista de la muralla; los que habían entrado por la puerta se dirigieron a la colina oriental, expulsaron a los defensores y las ocuparon. Cuando Publio Escipión creyó que el número de los suyos que había entrado era ya respetable, envió, según la costumbre de los romanos, a la mayoría contra la ciudad, con la orden de matar a todo el mundo que encontraran, sin perdonar a nadie; no podían lanzarse a recoger botín hasta oír la señal correspondiente. Creo que la finalidad de esto es sembrar el pánico. en las ciudades conquistadas por los romanos se puede ver con frecuencia no sólo las personas descuartizadas, sino perros y otras bestias. Aquí esto se dio sobremanera, pues el número de los atrapados era enorme. Publio Cornelio se dirigió personalmente contra la acrópolis, al frente de un millar de hombres. Estaba ya cerca y Magón inicialmente se resistió. Sin embargo comprobó que la ciudad había caído ya totalmente, envió mensajeros que cuidaran de su propia seguridad y rindió la fortaleza. Ante esto, Publio Cornelio mandó dar la señal de cesar en la matanza y los romanos se lanzaron al botín. Llegó la noche y los romanos que tenían orden de ello se quedaron en la acampada. Publio Cornelio y sus mil hombre vivaquearon en la acrópolis de Cartago Nova y, a través de los oficiales, mandó a los demás salir de las casas, reunir el botín en el ágora, el que correspondía a cada manípulo, y pernoctar a su lado. Ordenó que vélites salieran del campamento y los apostó en la colina de la parte oriental. Y esta es la manera como los romanos, en Iberia, conquistaron Cartago Nova.
COMENTARIO
Descripción paralela de la toma por asalto de Cartago Nova según la información de Polibio. Quizá T. Livio sea más preciso porque habla de la situación del personal de los rehenes que Aníbal había dejado en la ciudad como garantia de su seguridad ante la inseguridad que le presentaba la población ibérica en aquellos momentos en los que él andaba por Italia.
Polibio, 10,16, 1-9. Al día siguiente los romanos amontonaron en el ágora los bagajes de los soldados cartagineses, así como los ajuares de los ciudadanos y de los obreros. Según el uso romano, los tribunos los distribuyeron entre sus legiones. Cunado toman una ciudad obran como sigue: de cada unidad eligen un número fijo de hombre según la importancia de la plaza, para coger el botín; algunas veces seleccionan manípulos enteros; sin embargo, nunca escogen a más de la mitad; los restantes permanecen en sus líneas, vigilantes, ya dentro, ya fuera de la plaza, de modo tal, sin embargo, que sean vistos por todos. como sus ejércitos, las más de la veces se componen de dos legiones romanas y otras dos aliadas, y las cuatro legiones resultantes rara vez se juntan, todos los que han sido enviados a reunir botín regresan con éste, cada hombre a su propia legión y, después de la venta de lo aprehendido, los tribunos reparten sus productos a partes iguales entre todos, no sólo entre los que habían permanecido como fuerza protectora, sino incluyen también a los vigilantes de las tiendas, a los enfermos y a los enviados a cualquier servicio. Ya describimos detalladamente, cuando tratamos la constitución, que nadie puede escamotear nada del botín, sino que han de ser fieles al juramento que prestan cuando se juntan por primera vez en el campamento. La consecuencia es que cuando la mitad va en busca del botín y la otra mitad, conservando la formación, realiza una misión de cobertura, a los romanos la avaricia no les hace peligrar la situación. Sus esperanzas de obtener lucro no les infunden recelos mutuos sino que son exactamente las mismas en los que quedan a la expectativa y en los que se dedican a la rapiña. Nunca abandona nadie su lugar y esto perjudica normalmente al enemigo..
Polibio, 10,17,1-16. La mayoría de los hombres soportan riesgos y penalidades de cara a las ganancias. Es natural que, cuando llega una oportunidad, los que quedan en campamentos y guarniciones permanezcan allí de mala gana, ya que en la mayoría de las naciones el botín queda en poder del que lo captura. aunque los reyes y los generales pongan gran empeño en ordenar que todo el mundo entregue sus presas, sin embargo la creencia general es que lo que uno logre escamotear le pertenece. De ahí que, cuando son muchos los que se dirigen a reunir botín, si no se ejerce sobre ellos un dominio férreo, peligre la empresa íntegra. Son muchos los que han visto cómo un éxito inicial corona totalmente sus propósitos, ya sena éstos el asalto de un campamento enemigo o la toma de una ciudad, y, sin embargo, acabaron fracasando y lo perdieron todo; la causa es la codicia. Este es el aspecto, pues, que más deben velar los generales, para que, en la medida de lo posible, todos tengan la certeza del que el botín, si llega la oportunidad, será repartido entre todos por igual. Mientras los tribunos estaban repartiendo los despojos, el general romano mandó concentrar a los prisioneros, que eran muchos, casi diez mil. Puso aparte a los habitantes de la ciudad, con sus mujeres e hijos, e hizo también un grupo con los artesanos. A los primeros les exhortó a ser amigos de Roma, a que no olvidaran aquel beneficio, y los despachó a sus casas. Ante la salvación tan inesperada, éstos rompieron a llorar y se fueron dando vivas muestras de veneración para con el general. A los artesanos, de momento les dijo que eran esclavos públicos de Roma. Pero prometió la libertad a todos los que evidenciaran prácticamente su adhesión e interés para con los romanos, esto si la guerra contra los cartagineses se desarrollaba según sus designios. Les ordenó a todos inscribirse en la lista del cuestor y, para cada grupo de treinta, nombró un procurador romano. El número total era de unos dos mil. Seleccionó a los más fornidos de los prisioneros restantes, a los más distinguidos por su edad y por su figura, y los mezcló con sus tripulaciones. Así duplicó los efectivos de su marinería y tripuló también las naves capturadas. Faltó poco para que cada nave tuviera una dotación doble de la anterior. Las naves apresadas fueron dieciocho, que sumó a las treinta y cinco de que ya disponía. Publio Cornelio prometió la libertad también a estos hombres para que después, tras la victoria definitiva sobre los cartagineses, si colaboraban con interés y buenas intenciones. Con estos tratos dados a los prisioneros infundió confianza entre los ciudadanos, que se le adhirieron, tanto a su persona como a las operaciones generales. También los artesanos se interesaron mucho, dadas las esperanzas de libertad con sus previsiones, Publio Cornelio aprovecho la oportunidad de aumentar su escuadra casi en un cincuenta por ciento.
Polibio, 10,18, 1-14. A continuación separó a Magón y a los cartagineses que éste mandaba. Dos de estos prisioneros pertenecían al Consejo de Ancianos cartaginés y cinco eran senadores. Los colocó bajo la custodia de Gayo Lelio, a quien ordenó que vigilara adecuadamente a aquellos hombres. Luego llamó a los rehenes, más de trescientos en número. Hizo que los niños se le acercaran, uno por uno, los acarició y les dijo que no tuvieran miedo: no tardarían mucho en volver a ver a sus padres. También exhortó a los demás a tener confianza. Les dijo que escribiera cada uno a sus parientes de su propia ciudad. Debían comunicarle en primer lugar, que estaban a salvo, que no les había pasado nada, y, a continuación que los romanos se avenían a restituirlos a todos a sus patrias, con toda seguridad, si las ciudades aceptaban su alianza. Esto fue lo que dijo. Previamente había dispuesto del botín. Lo más práctico para sus fines y, entonces, repartió obsequios correspondientes a las edades y a los sexos: regaló a las niñas joyas y brazaletes, y a los niños espadas y puñales. La mujer de Mandonio, hermano de Indíbil, rey de los ilérgetes salió del grupo de mujeres rehenes para arrodillarse a los pies; le rogaba entre lágrimas que respetara su dignidad mejor de lo que la habían respetado los cartagineses. El romano, compadecido, le preguntó si le faltaba algo necesario; ella era una mujer ya madura, de evidente preeminencia y majestad; a tal demanda se mantuvo en silencio. Publio Cornelio mandó llamar a los cartagineses que habían cuidado a aquellas mujeres; los reclamados arguyeron que les habían dado en abundancia lo que necesitaban. La matrona se aferró más que antes a las rodillas de Publio Escipión repitiendo las mismas palabras, lo que ponía al romano en un aprieto mayor. Empezó a sospechar negligencia por parte de los cartagineses y los encargados de ellas a quienes había interrogado, le había respondido falsamente. Por consiguiente dijo a las mujeres que cobraran ánimo, porque él personalmente nombraría a unos que cuidaran que no les faltara nada necesario. La mujer guardó un breve silencio y luego exclamó:»General, si crees que pedimos algo para nuestro estómago es que no has comprendido correctamente mis palabras». Entonces Publio Cornelio entendió cabalmente lo que quería decir la mujer. Recorrió con la mirada la espléndida belleza de las hijas de Indíbil y de las de muchos otros reyes, y se le saltaron las lágrimas tras aquella tímida insinuación, por parte de la ibera, de sus afrentas. Y entonces demostró haber adivinado: tomó a la mujer por la mano y le dijo que ni ella ni las demás debían desconfiar: él velaría por ellas como si les fueran hermanas e hijas y que, tal cual ya había manifestado, nombraría para esto a unos hombres de confianza.
Polibio, 10, 19, 1-9. Después, Publio Cornelio entregó a los cuestores el dinero que había constituido el erario público de los cartagineses. Éste rebasaba los seiscientos talentos, que sumados a los cuatrocientos que él llevaba consigo desde Roma, arrojaron un total de más de mil: constituían los fondos de que disponía. Fue en aquella ocasión cuando unos soldados romanos muy jóvenes encontraron a una muchacha en flor de la edad y que en belleza superaba a las demás mujeres. Sabían que Publio Cornelio era mujeriego, y fueron s su encuentro con la joven, diciéndole que se la entregaban. Él se sorprendió; admirado de aquella beldad, les dijo que de ser soldado raso, no hubiera habido regalo que hubiese aceptado más complacido. Sin embargo, él era el general, y no había obsequio que pudiera aceptar menos. con ello dio a entender -al menos a mí me lo parece- que estas cosas proporcionan a los jóvenes un gusto y un pasatiempo alguna vez, a saber en tiempos de ocio y relajación; en cambio, en época de acción son un gran obstáculo tanto temporal como espiritual para los que las llevan a cabo. As sus soldados les dijo que les quedaba agradecido; mandó llamar al padre de la joven y se la entregó con la recomendación y que la casara con el ciudadano que le pareciera bien. con tal mesura y continencia, se ganó la estima de sus subordinados. Así lo administró todo. confió a los tribunos los prisioneros restantes y remitió a Gayo Lelio a Roma en una pentera con los prisioneros más insignes.Debía proclamar aquellos éxitos en su patria, en la que casi nadie confiaba, por lo que se refería a las operaciones en Iberia. Publio Cornelio sabía bien que ante tamañas noticias, los romanos se repondrían y se entregarían con más ardor a las operaciones.
Polibio, 10, 20, 1-8. Él se quedó todavía algún tiempo en Cartago Nova, donde ejercitó intensamente a las fuerzas navales romanas y adiestró a los tribunos acerca de cómo debían instruir a las fuerzas de tierra. El primer día hizo correr a sus hombres, armados, unos treinta estadios, el segundo día les hizo limpiar las armas, custodiarlas y vigilar sus panoplias al aire libre. Al día siguiente les concedió un descanso para que se relajaran. En la cuarta jornada dispuso que unos lucharan con espadas de madera emboladas y recubiertas de cuero. mientras el resto disparaba dardos también embolados. Al quinto día repitió las carreras y todo lo que se había ido haciendo. Le preocupaban muchos los artesanos para que no fallara nada en el cuidado de los armas ni en los mismos combates. De modo que dispuso a unos hombres adecuados que debían velar sobre lo que he indicado antes; él hacía un recorrido diario y disponía personalmente el material para todos. Alrededor de la ciudad las fuerzas terrestres se ejercitaban en maniobras militares, las marinas en el mar, remaban y se disponían a otras prácticas. La gente de la ciudad afilaban armas, trabajaban el bronce y construían utensilios. Todo el mundo se afanaba en preparativos bélicos; cualquiera que lo hubiera observado se habría visto forzado a considerar la ciudad, según el dicho de Jenofonte, como un taller de guerra. Cuando le pareció que todo el mundo se había entrenado de modo suficiente con vistas a la prosecución de las operaciones, aseguró la ciudad con una guarnición y con diversas reparaciones en los muros. Mandó alzar el campo, tanto a sus fuerzas de tierra como a las de mar, y emprender la marcha en dirección a Tarragona. Consigo llevaba los rehenes.
Polibio 10,34,1-11. Ya se ha explicado antes que en Iberia, el general supremo de los romanos, pasó el invierno en Tarragona. Primero logró la amistad y confianza de los iberos mediante la devolución de los rehenes. En esto encontró un colaborador espontáneo en Edecón, rey de los edetanos, quien, así que supo de la caída de Cartago Nova y que Escipión retenía a su mujer y a sus hijos, calculó al punto que los iberos cambiarían de mando y resolvió convertirse en adalid de aquel movimiento: confiaba mucho en que si recuperaría a los suyos y que daba la impresión de que había abrazado la causa romana por principio y no por necesidad. Y dio ciertamente en el clavo. Poco después de que las fuerzas romanas hubieran sido enviadas al campamento de invierno, se presentó en Tarragona con un cortejo de parientes y amigos. Allí se entrevistó con Escipión y le dijo que daba muchas gracias a los dioses por el hecho de que había podido ser él el primero del país que había acudido a verle: los demás iberos se entendían todavía con los cartagineses y les enviaban embajadas; él, en cambio, se dirigía a los romanos; había ido allí a entregarse a su lealtad, y no él sólo, sino con parientes y amigos. De modo que si aceptaba su amistad y alianza, le iba a ser muy útil tanto en el presente como en el futuro, porque los iberos restantes, al ver que había sido admitido como amigo y que había sido atendido en sus demandas, actuarían de manera semejante. También ellos deseaban recobrar a sus familiares y aliarse con Roma; para el futuro, el honor y la humanidad romanos le obligarían, y así les serían aliados incondicionales en lo que quedaba de operaciones. Por eso pedía que le fueran restituidos hijos y esposa, y poder volver a su casa con el título de amigo, para demostrar al máximo posible, un motivo razonable de su adhesión a Publio Cornelio en persona y en la causa romana. Edecón dijo esto y luego guardó silencio.
Polibio, 10, 35.1-8. Escipión, ya dispuesto a ello y que ya había pensado, más o menos, lo mismo que lo había hecho Edecón, le devolvió la mujer y los hijos y le confirmó su amistad. Y no se limitó a eso, sino que durante los días que permanecieron con él, se ganó al ibero y a sus acompañantes de múltiples maneras; les infundió grandes esperanzas para el futuro y los despidió hacia sus casas. El hecho se difundió rápidamente y todos los habitantes al norte del Ebro adoptaron de golpe, como movidos por un resorte, la causa de Roma; me refiero a los que no le eran todavía amigos. A Escipión le salió todo según sus cálculos. Cuando los cartagineses hubieron partido, comprobó que por mar no tenía adversarios y disolvió sus fuerzas navales; escogió de su marinería a los hombre más dotados y los distribuyo en manípulos, con lo que aumentó sus efectivos terrestres, Indíbil y Mandonio eran los príncipes más importantes de entre los iberos y eran considerados los amigos más leales de los cartagineses. Sin embargo, hacía tiempo que se sentían molestos. y desde que Asdrúbal fingió desconfiar de ellos y, como ya narré más arriba, les exigió mujeres e hijos en calidad de rehenes, además de una fuerte suma de dinero, buscaban ocasión para dejarle. Creyeron que entonces era el momento; hicieron salir a sus fuerzas del campamento de los cartagineses y, de noche, se retiraron a unas fragosidades que les ofrecían seguridad. Esto hizo que la mayoría de los iberos desertara del partido cartaginés. Hacía mucho tiempo que se sentían ofendidos por la soberbia de los cartagineses, pero hasta entonces no había dado con una oportunidad de hacer evidente su decisión.
Polibio, 10 36, 1-7. Algo así ha sucedido ya a muchos. Es, en efecto, importante -lo hemos repetido insistentemente- coronar con éxito las operaciones y superar al enemigo en las tentativas, pero para explotar los éxitos se necesita gran atención y experiencia. Podemos decir que son más los que han alcanzado victorias que los que las han aprovechado debidamente. En este punto los cartagineses fueron del primer grupo. Empezaron por derrotar a los romanos e, incluso, dieron muerte a sus dos generales, Publio y Gneo Escipión, lo que les hizo suponer que se apoderarían de Iberia sin combatir; de ahí que trataran desdeñosamente a los nativos, a los que con tal conducta convirtieron en unos enemigos sometidos, no en aliados ni en amigos. Tal resultado fue lógico: pensaban que una es la manera de conquistar un imperio, y otra, la de conservarlo. No habían asimilado que los que conservan mejor su supremacía son los que se mantienen en los mismos principios por los cuales la establecieron. Se ha demostrado muchas veces, y muy claramente, que los hombres logran el poder si tratan con benignidad e infunden esperanzas a sus vecinos; si, tras conseguir lo que se deseaba, estos mismo hombres observan una mala conducta y gobiernan despóticamente a los que sometieron, es natural que un cambio así en los dominadores haga cambiar de partido a los dominados. Es lo que ocurrió a los cartagineses.
Polibio, 10,37,1-10. En tales circunstancias, Asdrúbal planeó muchos y diversos proyectos referente a lo que se le echaba encima. Le acongojaba la deserción de Indíbil, también la enemistad y hostilidad hacia su persona que sus mismos generales no disimilaban, y le ponía en aprieto la presencia de Escipión. Recelaba que éste acudiría con su ejército y, al ver que los iberos le habían abandonado y que se habían pasado a la vez a los romanos, llegó a la conclusión siguiente: pensó que era lo más atinado prepararse lo mejor posible y presentar batalla al enemigo. Si la suerte le daba la victoria, reflexionaría sin peligro acerca de lo que debería hacerse luego, pero si le era adversa se retiraría, con los que lograra salvar, a la Galia, donde reclutaría el máximo numero posible de bárbaros, para dirigirse a Italia, donde reforzaría a su hermano Aníbal y participaría en sus mismas esperanzas. Estos eran los planes y las ocupaciones de Asdrúbal. Escipión recibió a Gayo Lelio, atendió las órdenes del Senado, hizo salir sus fuerzas del campamento de invierno y se puso en marcha con ellas. En la ruta, los iberos le salieron al encuentro y se incorporaron gustosamente y con todo interés a la campaña. Ibdíbil hacía tiempo que había mandado legados a Escipión; cuando éste se aproximaba a su territorio, él acudió desde su propio campo acompañado por sus amigos. En una entrevista justificó su amistad anterior con los cartagineses y explicó la confianza que había depositado en ellos, y sus logros. A continuación relató las injusticias y desprecios que les habían inferido los cartagineses. Ahora Indíbil pretendía que el mismo Publio se erigiera en juez de lo narrado. Si se demostraba que había injustamente calumniado a los cartagineses, esto evidenciaría que tampoco sería leal para con los romanos; pero si tantas injurias como las enumeradas le forzaban a admitir la enemistad cartaginesa, en tal caso Escipión debía tener fundada esperanza de que, si él ahora se acogía al bando de los romanos, les sería firme y leal en su adhesión.
Polibio, 10, 38. 1-10. Hablaron todavía más prolijamente del tema; cuando acabaron tomó la palabra Escipión y le aseguró que daba crédito a sus palabras, que conocía muy bien la soberbia de los cartagineses por la crueldad con que había tratado a los otros iberos, principalmente a las mujeres y a las hijas, a quienes encontró no con el aspecto de rehenes, sino de prisioneras y de esclavas; añadió que él, en cambio, las había respetado de tal modo que, no ya ellos, sino sus mismos padres no lo hubieran igualado. Los iberos reconocieron que estaban de acuerdo con ello, y empezaron a adorarle y a llamarle «rey». Los presentes aplaudieron ante tal palabra, y Escipión, conmovido, les exhortó a tener confianza; les aseguró que los romanos los tratarían muy bien. Les entregó sus hijas inmediatamente y, al día siguiente, concluyó un pacto con ellos. Lo esencial con este pacto fue que los iberos seguirían a los jefes romanos y que obedecerían sus órdenes. Tras esto los jefes iberos se retiraron a sus campamentos, tomaron sus fuerzas respectivas y se incorporaron al ejército de Escipión. Acamparon junto a los romanos y marcharon contra Asdrúbal.
COMENTARIO
Los hechos que se narran por Polibio en estas situaciones después de la toma de Cartago Nova, reflejan una situación muy similar, hasta el punto de no saber quién os original en sus explicaciones o si uno copia los textos del otro. Lo cierto es que tan solo se producen matices diferenciales entre las palabras de Livio y Polibio. Pero da la sensación de que se leen el uno al otro, o bien reciben esta información por medio de terceros.
Año -208.
Polibio, 10, 38,7-10. El jefe cartaginés recorría por entonces los parajes de Cástulo, los alrededores de la ciudad de Baecula, no lejos de sus minas de plata. Informado de la proximidad de los romanos, cambió de lugar su campamento y se procuró seguridad en un río que fluía a sus espaldas. Delante de la empalizada había un llano defendido por un escollo lo suficientemente hondo para ofrecer protección; el llano era tan ancho que cabía en él el ejército cartaginés formado. Asdrúbal permaneció en este sitio; apostó día y noche centinelas en el escollo. Escipión se acerco empeñado en trabar combate, pero comprobó que las posiciones del enemigo eran estratégicas y seguras, lo que le tenía indeciso. Esperó dos días, pero temía la llegada de los hombres de Magón y del otro Asdrúbal, el hijo de Gisgón, con lo que se vería rodeado de enemigos. Decidió, pues, probar su suerte y tantear al adversario.
Polibio, 10,39.1-9. Una vez preparado su ejército, hizo salir del campamento a los vélites y a una tropa escogida de infantería; dispuso también el restos de su fuerza, pero de momento la retuvo dentro del campamento. Sus órdenes fueron cumplidas con decisión. Primeramente el jefe cartaginés permaneció a la expectativa de los que iba acaeciendo. Cuando comprobó que el empuje de los romanos ponía a los suyos en posición desventajosa, hizo salir a su ejército y lo aproximó a los escollos, fiado en aquel paraje. En aquel mismo momento Escipíón hizo entrar en combate a su infantería ligera que debía apoyar a los que iniciaron la acción. El resto de sus fuerzas lo tenía ya dispuesto: la mitad directamente a sus órdenes. Con estos hombres dio un rodeo por el escollo y arremetió contra los cartagineses. El mando de la segunda mitad lo confió a Lelio, con la orden de marchar contra el flanco derecho del enemigo. Estas operaciones se encontraban ya en pleno desarrollo, cuando Asdrúbal hizo salir todavía a sus hombres del campamento. Confiado en su posición no se había movido de él, convencido de que el enemigo no se atrevería a atacar. Pero éste atacó, contra las previsiones del cartaginés, quien desplegó sus fuerzas demasiado tarde. Los romanos acometieron por las alas en lugares donde el enemigo no había establecido posiciones, de modo que no sólo treparon sin riesgo por el escollo, sino que se establecieron en formación, se lanzaron contra los que les agredían sesgadamente y los mataron. Los cartagineses, que a su vez entraban también en formación, se vieron forzados a revolverse y a emprender la huida. Según sus propósitos iniciales, Asdrúbal no luchó hasta el final, cuando vio a sus fuerzas huir derrotadas, tomo su dinero y sus fieras, reunió el máximo de fugitivos que le fue posible y se retiró siguiendo el río Tajo, aguas arriba, en dirección a los puertos pirenaicos y a los galos que allí viven. Escipión no creyó oportuno acosar de cerca a los hombres de Asdrúbal, ya que él mismo temía el ataque de los otros dos generales, por lo que envió a sus soldados a saquear el campamento enemigo.
Polibio, 10, 40, 1-12. Al día siguiente reunió a todos los prisioneros, unos diez mil soldados de infantería y más de dos mil jinetes, y dispuso personalmente de ellos. Los iberos que, en las regiones citadas, anteriormente habían sido aliados de los cartagineses, fueron y se entregaron a la lealtad de los romanos. A medida que se iban encontrando con Escipión le llamaban «rey». El primero que lo hizo, que lo veneró, fue Edecón, Indíbil y los suyos. Hasta aquel momento Escipión no hizo caso de la palabra, pero después de la batalla le llamaba «rey» ya todo el mundo, y la cosa llegó a sus oídos. Entonces congregó a los iberos y les comunicó su deseo de tener la fama real en todas partes por el hecho de serlo, pero no quería ser rey, y mucho menos que le llamaran así. Luego ordenó que todo el mundo le llamara «general». Indudablemente es de justicia subrayar aquí la grandeza de ánimo de este hombre; era aún muy joven, pero la suerte le había acompañado hasta tal punto que sus subordinados se vieron inducidos a tal estimación y a darle este nombre. Él, en cambio, no se ensoberbeció y rechazó la tendencia a tales fantasías. Y, a pesar de ello, resulta aún más admirable la excepcional magnanimidad de este hombre en su vejez, cuando sumaba a sus triunfos en Hispania la destrucción de los cartagineses, el sometimiento de la mayor parte de las regiones de África, precisamente las más bellas, desde los altares Filenio a las Columnas de Heracles, y el derrocamiento de los reyes de Siria, en Asia. En resumen: había uncido a la obediencia romana la parte mayor y más hermosa del universo. Tampoco de aquí tomó pretexto para aspirar a una dinastía real en algunos de los lugares del mundo que había invadido. Cuando se puede decir todo esto, uno puede presumir ya no de una naturaleza humana, sino incluso divina. Escipión, en cambio, superó en moderación a los demás hombres hasta tal punto que, cuando la fortuna se le ofrecía, rechazó lo máximo que nadie se atrevería a pedir a los dioses: me refiero a la dignidad real. Escipión en mucho más la patria y la lealtad que le es debida, que un poder monárquico, centro de todas las miradas y considerado fuente de felicidad. Puso aparte a los prisioneros iberos y los expidió sin rescate a sus ciudades. Mandó que los hombres de Indíbil se quedaran con trescientos caballos y repartió en resto entre los que carecían de ellos. Por lo demás, él personalmente ocupó el campamento de los cartagineses, por la configuración tan estratégica del terreno y se quedó allí: esperaba la llegada de los otros dos generales adversarios. sin embargo, mandó a alguno de los suyos a observar el paso de los Pirineos por parte de Asdrúbal. Pero el fin del verano ya se echaba encima. y, entonces, se retiró con sus tropas a Tarragona, en cuyo territorio quería pasar el invierno.
Año -207.
Polibio, 11,1, 1-11. La llegada de Asdrúbal a Italia resultó muy fácil y rápida. Todo esto desagradó a Asdrúbal. Pero las circunstancias ya no le concedían ninguna tregua: vio que el enemigo avanzaba, dispuesto en orden de combate y se vio forzado a ordenar también a los iberos y a los galos que se le habían alistado. Colocó en primera línea a sus diez elefantes, aumentó la profundidad de sus filas, aprestó todas sus tropas en un espacio reducido y él mismo se situó en el centro de su formación, en vanguardia, a la altura de los elefantes. Decidido ya de antemano a vencer o morir en aquel choque, arremetió contra el flanco izquierdo del adversario. Pero el asalto de Livio fue también formidable: atacó con sus hombres y la refriega se tornó encarnizada. Claudio se había ordenado en la lucha por la parte derecha, pero las dificultades del terreno le impedían avanzar y envolver al enemigo; era porque confiaba en ellas por lo que Asdrúbal se había lanzado contra el ala izquierda adversaria. A Claudio le apuraba el no poder cooperar en nada, pero los mismos acontecimientos le enseñaron qué podía hacer. Por detrás del lugar donde se combatía recogió a sus soldados del ala derecha, rebaso el muro izquierdo de su propio campamento y atacó de flanco a los cartagineses a la altura de los elefantes. Hasta aquel momento la lucha había sido indecisa, porque en ambos bando los hombres luchaban con un arrojo idéntico. Si salían vencidos, a los romanos no les quedaba esperanza de salvación, pero tampoco, en el mismo caso, ni a iberos ni a cartagineses. Los elefantes prestaron un mismo servicio a los dos bandos en lucha: abandonados en medio y heridos por los tiros, habían desbaratado tanto las filas romanas como las cartaginesas. Cuando al frente de los suyos, Claudio cayó sobre la retaguardia enemiga, la lucha se convirtió en desigual, porque los iberos se vieron atacados de frente y por la espalda. La mayor parte de ellos pereció en la misma batalla. Murieron también seis elefantes junto con los hombre que los conducían; los cuatro restantes se abrieron paso a través de las hileras y los romanos los capturaron más tarde, pero no a los indios que cuidaban de ellos. Asdrúbal fue siempre un hombre valiente y lo fue también en esta ocasión suprema. Murió también en este choque y no merece que los dejemos sin una palabra de alabanza. Ya se expuso antes que era hermano de Aníbal y que, cuando éste marchó a Italia, dejó a su cargo las operaciones de Iberia. También se han reseñado sus últimos combates contra los romanos. Debido a los generales que desde Cartago le remitían a Iberia en calidad de colaboradores, tuvo que vérselas con circunstancias muy diversas, que siempre afrontó de una manera digna de su padre Barca, es decir, con nobleza y coraje; me refiero a las adversidades y derrotas que sufrió. Todo esto se ha consignado en capítulos anteriores. Ahora trataré de las últimas acciones en las que me parece particularmente digno de respeto y emulación. Se puede comprobar que, en su mayoría, los reyes y generales que llegan a afrontar una batalla decisiva, se ponen sin cesar ante los ojos la gloria y el provecho que le reportará la victoria, y monologan de cada punto si la operación progresa según sus cálculos. En cambio, no colocan en absoluto ante su vista la derrota, ni piensan qué deberán hacer después de ella. Lo uno es muy sencillo, y lo otro requiere gran atención. Son muchos los que por cobardía o por abulia innata han convertido en infame unos reveses, cubriendo así de deshonor sus gestas anteriores. Sus soldados había luchado noblemente, pero ellos transformaron en ignominioso el resto de su vida. Aquí han fallado muchos jefes militares; quienes quieran darse cuenta de ello verán que en este punto es máxima la diferencia que va de hombre a hombre. El tiempo pretérito nos ha ofrecido muchos ejemplos. Mientras tuvo una esperanza razonable de realizar una gesta a la altura de su vida anterior, Asdrúbal cuidó no menos que nadie de su seguridad en la batalla, pero cuando la fortuna le retiró, cualquier esperanza para el futuro y le ató a aquella circunstancia extrema, ciertamente no omitió preparativo alguno de cara a la victoria que tal riesgo. Pero, previendo igualmente la derrota, trató de afrontar esta eventualidad de modo que no se viera obligado a tolerar algo indigno de su vida pasada. Hemos dicho todo esto en atención a los que se ocupan de los asuntos públicos. No deben arriesgarse temerariamente ni deben defraudar la confianza de los que creen en ellos, pero no deben estimar su vida más de lo conveniente y convertir así en vergonzosos y reprochables sus desastres.
COMENTARIO
Asdrúbal, hermano de Aníbal no pudo cumplir su misión de sumarse a su ejército. Hubo una encarnizada lucha y salieron derrotados y muchos muertos. Esto constituirá un duro golpe para las pretendidas intenciones de Aníbal. Estamos en la antesala de lo que pronto ocurrirá entre los espacios de Tarento y Roma. La autosufuciencia de Aníbal se pondrá en entredicho cuando se vea frente la ciudad símbolo de la patria romana.
Polibio, 11,3, 1-7. Tras su victoria, los romanos saquearon en el acto el campamento enemigo, y mataron a muchos galos tendidos, ebrios, en sus literas; parecían que degollaran víctimas para el sacrificio. Luego reunieron el resto de los prisioneros, de los cuales el erario ingresó mas de trescientos talentos. Entre cartagineses y galos, en la batalla murieron no menos de diez mil hombres; los muertos romanos fueron dos mil. Algunos próceres cartagineses fueron castigados vivos; el resto murió. cuando la noticia llegó a Roma, Primero no fue creída: tan grande era el deseo de ver el triunfo consumado. Pero se presentaron otros que refirieron lo ocurrido y con detalle; entonces la ciudad se llenó de una alegría loca. Se adornaron los templos, los santuarios se llenaron de holocaustos, de tartas de oblación y libaciones. Los romanos cobraron tal ánimo y confianza que ni tan siquiera les importaba ya que Aníbal, hasta entonces su máximo terror, estuviera todavía en Italia
Polibio, 11,19,1-3. Dice Polibio: (según comentario sobre Aníbal en Italia)¿ Quién no alabaría el saber militar, el coraje y el vigor de Aníbal en sus campañas, si considera el largo tiempo que duraron, si piensa en las batallas que libró de menor a mayor envergadura, en los asedios que emprendió, en las ciudades que desertaron de uno y otro bando y reflexiona, ademas, sobre el alcance del conjunto de sus planes, sobre su gesta, en la que Aníbal guerreó ininterrumpidamente durante dieciséis años contra Roma en tierras de Italia, sin licenciar jamás las tropas de sus campamentos? Las retuvo, como un buen piloto, bajo su mando personal. Y unas multitudes tan enorme jamás se les sublevaron ni se pelearon entre ellas, por más que echaba mano de hombres que no eran ni del mismo linaje ni de la misma nacionalidad. En efecto, militaban en su campo africanos, iberos, galos fenicios, italianos, griegos, gentes que nada tenían en común a excepción de su naturaleza humana, ni las leyes, ni las costumbres, ni el idioma. A pesar de todo, la habilidad de Aníbal hacía que le obedecieran, a una sola orden, gentes tan enormemente distintas, que se sometieran a su juicio aunque las circunstancia fueran complicadas o inseguras, y ahora la fortuna soplara estupendamente a su favor, y en otra ocasión al revés. desde este punto de vista es lógico que admiremos la eficiencia de este general en el arte militar. Sin temor a equivocarnos podemos decir que si hubiera empezado atacando las otras partes del mundo y hubiera acabado por Roma, no habría fallado en sus propósitos. Pero empezó dirigiéndose contra los que hubieran debido ser los últimos: inició y acabó su gesta peleando contra los romanos.
COMENTRARIO
En este capítulo, Polibio, dejando de lado su misión de relatar los episodios de Aníbal en Italia, expresa su opinión personal sobre los valores y conocimientos militares de un hombre que estuvo a punto de cambiar el rumbo de la historia del mundo antiguo. Si Anibal hubiera tomado Roma, tal vez algo hubiera cambiado el desarrollo de la historia. Pero no se olvide que Roma, en esos momentos, tenía estrategos que podían haber afrontado la derrota de Roma in situ, pero no ocurrió. Lo que no adelanta ningún posible cambio en el orden mundial del mundo occidental. Por esos momentos, los generales romanos prácticamente eran dueños de la Península Ibérica, y nadie puede aventurar el futuro del resto del mundo antiguo sin tener en cuenta que los mejores estrategos romanos podían haber tomado no sólo Iberia sino también el Norte de Africa y de camino Cartago. Aníbal podía haberse quedado solo como «rey» de Roma, nada más.
Polibio, 11,20, 1-9. Asdrúbal es derrotado en Ilipa (-206). Asdrúbal concentró las tropas cartaginesas desde las ciudades donde pasaba el invierno. Avanzó y acampó en las cercanías de la población llamada Ilipa (cercana a Cádiz); mandó excavar un foso al pie de sus montañas. Disponía de una llanura muy favorable para un choque o una batalla campal. Contaba con setenta mil soldados de infantería, cuatro mil jinetes y treinta y dos elefantes. Escipión mandó a Marco Junio a Cólicas a recoger las fuerzas que había reclutado para él, tres mil hombre de a pie y quinientos de a caballo. Él personalmente tomó a los aliados e inició la marcha: avanzaba hacia la realización de sus planes. Se aproximaba ya a Cástulo por los parajes de Bécula (Bailén), donde proyectaba reunirse con sus tropas de Cólicas, al frente de las cuales iba Marco Junio. Pero allí las circunstancias le pusieron en una situación difícil. Las fuerzas romanas que tenía no le bastaban para arriesgar por sí solas el choque, sin el apoyo de los aliados; por otra parte le parecía inseguro y absurdo empeñar una batalla decisiva en la que debía depositar íntegramente sus esperanzas en los aliados. Pero en medio de sus vacilaciones las circunstancias le apremiaban y se vio obligado a echar mano de sus iberos para causar impresión al enemigo. Sin embargo la lucha la entablaría con sus propias legiones. Tal era su proyecto. Alzó el campo con todos sus hombres, unos cuarenta y cinco mil infantes y tres mil jinetes. Aproximó a los cartagineses y, cuando los tuvo a la vista, acampó delante de ellos, en una lomas. Magón creyó que les ofrecía una oportunidad magnífica para atacar a los romanos cuando todavía acampaban. Tomó consigo la mayor parte de su caballería y, además, a Masinisa con sus africanos, y se lanzó contra la acampada romana, convencido que cogería desprevenido a Escipión. Ése, sin embargo, había adivinado el futuro y había apostado detrás de una loma un número de jinetes no inferior al de los cartagineses, que se vieron atacados cuando no lo esperaban. ante lo imprevisto de aquella aparición romana, muchos cartagineses se dieron a la fuga y cayeron de los caballos, aunque otros establecieron contacto con el enemigo y lucharon bravamente, pero los jinetes romanos eran muy hábiles y descabalgaban, por lo que los jinetes cartagineses, que sufrían muchas bajas, cedieron tras una breve resistencia. Primero se retiraban sin romper su formación, pero, cuando los romanos apretaron, disolvieron sus escuadrones y huyeron desordenadamente a su campamento. Esto hizo que los romanos cobraran más ánimos para la lucha, mientras que entre los cartagineses cundía el desánimo. Luego, durante unos días, ambos bandos hacía salir sus tropas a la llanura que mediaba entre los dos campamentos; se tanteaban mutuamente con escaramuzas de caballería y de infantería, y así acabaron por lanzarse a la batalla campal decisiva.
Polibio, 11, 22, 1-11. Parece que en aquella ocasión Escipión unió dos estratagemas. Había observado que Asdrúbal hacía salir a sus fuerzas ya bastante entrado el día, situaba en medio a sus africanos y distribuía a los elefantes por las dos alas. Él hacía salir a sus tropas más tarde todavía, situaba a los romanos en el centro de la formación enfrentados a los africanos y, en el extremo de ambas alas, emplazaba a los iberos. El día en que había decido dar la batalla hizo todo lo contrario de lo reseñado, con lo que facilitó mucho el triunfo de sus hombres, al poner en inferioridad al enemigo. Apenas alboreó, mandó a sus ayudantes con la orden, impartida a tribunos y soldados, de que tomaran un rancho y, luego, salieran al campo con las armas; debían colocarse delante del foso. Naturalmente fue obedecido, y aún con buen ánimo, porque todo el mundo se imaginaba lo que iba a suceder. Entonces mandó avanzar a su caballería y a su infantería ligera; debían aproximarse al campamento enemigo e iniciar una escaramuza audaz. Así que hubo salido el sol, apareció él personalmente con la infantería pesada, avanzó y, cuando alcanzó el centro de la llanura, allí formó a los suyos, pero con un dispositivo distinto al habitual: colocó en medio a los iberos y a los romanos en las alas. Los cartagineses apenas si tuvieron tiempo de armarse: la caballería enemiga se había acercado súbitamente al foso, y el restos de las tropas romanas había ya formado. Todo esto forzó a los oficiales de Asdrúbal, cuyos hombres estaban todavía en ayunas, a enviar, sin ningún otro tipo de preparación para tal eventualidad, a la llanura, a enfrentarse con la caballería romana, a su propia caballería y a la infantería ligera, mientras que Asdrúbal ordenó para el combate a la infantería pesada cartaginesa en el llano no muy distante del pie de las lomas, que era donde habitualmente se colocaba. Pasó algún tiempo hasta que los romanos se movieran. Ya entrado el día, el choque de las dos infanterías ligeras seguía indeciso y equilibrado, porque los que se encontraban en apuros se replegaban hacia sus falanges y, allí, se revolvían para regresar al combate. Entonces, Escipión empezó a recoger en los espacios libres que quedaban entre los destacamentos a los que se retiraban de las escaramuzas, los distribuyó detrás de los que habían formado en las dos alas, primero los vélites y detrás de éstos los jinetes, y empezó el ataque en toda regla avanzando en una fila que trazaba una línea recta. cuando estaba a un estadio de distancia del enemigo ordenó avanzar también a los iberos dispuestos del mismo modo.En el ala derecha las unidades de infantería y los escuadrones de caballería debían girar hacia su derecha, y en el ala izquierda, las tropas correspondientes, a la izquierda.
Polibio, 11,23,1-9. Él en persona tomó a su mando, en el ala derecha los tres escuadrones de caballería que abrían la marcha; Lucio Marco y Marco Junio mandaban los de la izquierda; delante avanzaban, como es normal, los vélites y tres secciones, que entre los romanos se llaman cohortes. Así pues los romanos avanzaron a paso ligero en columna contra el enemigo: Escipión giraba hacia la derecha y los otros hacia la izquierda; las líneas de detrás seguían siempre la inflexión de las de delante.Cunado los romanos estaban ya casi tocando al enemigo, la primera línea frontal de los iberos, que avanzaban al paso, quedaba todavía lejos. Las dos alas romanas enfilaron contra las rivales, que era lo que respondía a los cálculos iniciales de Escipión. Los movimientos siguientes, que posibilitaron a los que iban detrás alinearse a la misma altura de los que les precedían, y establecer contacto con el enemigo en vistas a la batalla, fueron en direcciones contrarias tanto en las dos alas como en la caballería y en la infantería. en efecto, la caballería y la infantería ligera del ala derecha viraron en su misma dirección, procurando envolver al adversario; en la infantería pesada, al revés, giró a la izquierda. en el ala izquierda los manípulos torcieron hacia la derecha y la caballería y los vélites a la izquierda. Este último movimiento hizo que, en ambas alas, la derecha dela caballería y de la infantería ligera se convirtiera en la izquierda. A este detalle, Escipión no le prestaba demasiada importancia; preveía algo más decisivo, que era desplegarse en una línea que rebasaría los flancos enemigos.Su cálculo resultó exacto. Un general debe saber siempre lo que ha sucedido y utilizar unas maniobras tácticas que favorezcan su acción.
Polibio, 11,24, 1-9. Como consecuencia de este choque, los elefantes, heridos por los tiros de la caballería y de los vélites, hostigados desde ambos frentes, lo pasaron muy mal, y dañaron por igual a romanos y cartagineses; corrían al azar por ambos bandos y aplastaban a todos los que hollaban. En las alas, la infantería cartaginesa estaba en situación difícil y el centro, donde formaban los africanos, la flor y nata de aquel ejército, no podía hacer nada: no podía ir en socorro de las alas porque así habría dejado un espacio libre para la arremetida de los iberos, ni, si permanecían en su sitio,llegaban a ser útiles, porque el enemigo que tenían delante no estaba a su alcance. Con todo, durante algún tiempo, las alas cartaginesas lucharon bravamente, ya que en ambas el choque era decisivo. sin embargo, cuando el calor llegó a su grado máximo, los cartagineses ya estaban extenuados, porque habían salido no por propia iniciativa y no se habían podido preparar debidamente. Los romanos, con una moral más alta, eran superiores también físicamente, con más razón aún porque sus soldados mejores peleaban contra los más flojos del adversario, debido a la presión de su general. Los hombres de Asdrúbal empezaron a retroceder lentamente a pesar del apuro en que se hallaban; después giraron todos en redondo y se retiraron hacia el pie de la montaña; cuando el ataque romano se generalizó huyeron en desorden hacia el foso. De no salvarles un dios, los romanos los hubieran echado incluso del campamento. Pero precisamente entonces se formó en la atmósfera un aguacero extraordinario, descargaban lluvias continuas y torrenciales, tanto, que los romanos se las vieron y se las desearon para alcanzar su campamento.
La mayor parte de las muertes romanas se debieron a quemaduras recibidas mientras buscaban oro y plata fundidos.
Cuando hubo expulsado a los cartagineses de España, todo el mundo felicitaba a Escipión y le rogaba que descansara y que se entregara al ocio, puesto que había concluido la guerra. El repuso que los envidiaba ya que creían esto; él, sin embargo, pensaba ahora más que nunca cómo podría empezar ahora la guerra contra Cartago, ya que hasta entonces eran los cartagineses los que había hecho la guerra a los romanos, pero, en el presente, la suerte había concedido a éstos la iniciativa en la guerra contra los cartagineses. Escipión dialogó con Sifax y fue tan noble, habló con tanta humildad y acierto que, días mas tarde Asdrúbal le dijo a Sifax que Escipión le parecía más temible aún en la conversación que en el campo de batalla.
COMENTARIO
La batalla de Alalia (-206), en las cercanías de Gades, prácticamente puso fin a la guerra de los cartagineses y romanos en Iberia. Desde aquí se va a producir un nuevo proyecto: atacar decisivamente a los cartagineses en su propio terreno: Cartago. Y va a ser lo que va a poner punto y final a la guerra de Aníbal contra Roma. Los cartagineses, derrotados en Ilipa, buscan la forma de que los gaditados les abran sus puertas para refugiarse del ataque romano e intentar reponerse. Pero se negaron muy diplomáticamente para evitar que los romanos emprendieran ataques contra ellos. Tal rechazo hizo que el resto de los supervivientes del combate emprendieran la retirada definitiva hacia el Norte de Árfrica.
Polibio, 11,26, 1-7. Con esta intención, los tribunos, al día siguiente, empezaron a recaudar fondos. Cuando los tribunos comunicaron la decisión a Escipión, éste se dio por enterado y participó al consejo lo que procedía. Se señaló el día en que se debían presentar los soldados. Se perdonaría a la masa, pero los promotores serían castigados severamente. Eran en, número, unos treinta y cinco. Llegó el día fijado y los amotinados acudieron para reconciliarse y percibir su soldada. Escipión había ordenado secretamente a los tribunos, a los que se había encomendado este cometido, que precedieran personalmente a los sediciosos y que cada uno de ellos eligiera a cinco cabecillas de los amotinados: debía tratarlos cordialmente e invitarlos a que los acompañaran, si podían lograrlo, a sus tiendas respectivas o, de lo contrario, al menos a una cena con la correspondiente sobremesa. Tres días antes ordenó a los de su propio campamento que dispusieran víveres para bastante tiempo, con el pretexto de dirigirse, bajo las órdenes de Marco Silano, contra el desertor Indíbil. Esto hizo que los amotinados cobraran más confianza; creyeron que cuando trataran con el general, lo harían desde una situación de fuerza, dado que las tropas del otro campamento se habían ausentado.
Polibio, 11,27, 1-8. Llegaron cerca de la ciudad, cuando Escipión ordenó a los demás soldados que al día siguiente se pusieran en marcha al alborear, con sus bagajes; a los tribunos y a los oficiales les mandó que, así que hubieran salido de la ciudad, hicieran que la tropa se descargara del equipaje y quedara, armada, junto a las puertas; después ellos mismos debían repartirse por ellas y vigilar que no saliese por allí ningún revoltoso. Los tribunos encargados de recibir a los amotinados, cuando éstos se llegaron a ellos, los trataron afablemente, según las órdenes recibidas. Se les había mandado también detener, después de la cena, a los treinta y cinco hombre, y custodiarlos atados; nadie podría salir del recinto, excepción hecha de un hombre por oficial, que iría a notificar al general que ya se había llevado a cabo todo. Cuando los tribunos hubieron cumplido las órdenes, al día siguiente Escipión comprobó que al alborear los soldados que habían llegado ya estaban concentrados en el ágora, por lo que convocó la asamblea. Se dio la señal y todos concurrieron a la junta como era costumbre, pero perplejos en su pensamiento acerca de cómo verían al general y sobre lo que les diría en aquellas circunstancias. Escipión, entonces, mandó mensajeros a los centuriones de las puertas con la orden de hacer entrar las fuerzas armadas que debían rodear la asamblea. Luego avanzó, y así que apareció, los pensamientos de todos cambiaron. Casi todos creían que se encontraban aún en una situación de inferioridad; entonces, cuando de manera súbita e inesperada, lo vieron firme, el pánico se apoderó de todos con sólo contemplarlo.
Polibio, 11,28,1-11. Y él empezó a hablar; les manifestó que encontraba extraño que se hubieran amotinado, tanto si era por descontento, como porque esperaban extraer algún provecho. Ya que tres son las causas, dijo, por las cuales los hombres se atreven a rebelarse contra su patria y sus gobernantes: cuando deben reprocharle algo con enfado, cuando los tratan duramente y, por lo tanto, cunde un descontento general, o !Por Zeus¡ Cuando se ven elevados a las esperanzas más altas y más bellas. «yo ahora me pregunto: ¿Cuál de estas cosas os ha pasado? Es evidente que estabais descontentos de mí porque no habíais cobrado vuestro salario. Pero de esto yo no tengo la culpa, en lo que depende de mi mando, jamás os faltó nada de sueldo. Luego estáis descontentos de Roma porque no os ha liquidado lo que os debe desde hace mucho tiempo.¿Pero era imprescindible que para reclamarlo os convirtierais en desertores de la patria, en enemigo de la que os ha nutrido?¿No podíais acudir a mí, por lo que toca a esto, y pedir a otros amigos que apoyaran vuestra gestión y os ayudaran? Esta, me parece, había sido la mejor solución. A los que pelean en calidad de mercenarios de alguien, se les puede perdonar si se amotinan a causa de los sueldos, pero para los que luchan en pro de sí mismos, de sus mujeres e hijos, no hay indulgencia posible. Hacen, poco más o menos lo que un hijo que dijera que su padre le ha engañado en cuestiones de dinero y se fuera contra él, armado, para matar a aquel a quien debe la vida. ! Por Zeus ¡ ¿Es que os he impuesto fatigas y peligros superiores a vosotros que a los demás?¿Es que he distribuido a los otros más ganancias, más botín? No os atreveréis a decirlo, y si os atrevierais, no lo podríais demostrar. ¿Cuál es, pues, la causa de este descontento que ha hecho que os amotinéis contra mí? Esto es lo que exijo saber. Pero creo que nadie de vosotros puede decir nada, ni tan siquiera imaginarlo……
Polibio, 11,30,1-5 [… ]Escipión, pues, reprimió con acierto el principio de grandes males que habían empezado a enraizar y restituyó a sus tropas el estado de ánimo anterior.
Polibio, 11.31. 1-4. Escipión congregó sin pérdida de tiempo la asamblea de sus fuerzas en la misma ciudad de Cartago Nova y les habló de la desvergüenza de Indíbil y de su deslealtad en contra de ellos; adujo multitud de detalles y estimuló a su ejército para la campaña contra los reyes citados. Enumeró, a continuación, las batallas libradas ya contra los cartagineses e iberos juntos, éstos, bajo mando cartaginés: si los romanos siempre habían salido victoriosos, argumentó, no era natural que ahora ellos desconfiaran, ni aún en el caso de sufrir alguna derrota contra los iberos que mandaba Indíbil. Por eso se negaba rotundamente a aceptar por aliado a ibero alguno y afrontaría el riesgo con sólo los romanos, para que quedara muy claro que éstos no habían derrotado a los cartagineses por la ayuda de los iberos, como sostienen algunos, echándolos así de Iberia, «hemos vencidos a los cartagineses e iberos por el coraje de los romanos, por nuestra propia fuerza». Dijo esto y los exhortó a la concordia; debía enfrentarse a aquella guerra con la misma confianza con que habían hecho frente a otras. Añadió que, con ayuda de los dioses, pensaría en lo que le llevara a la victoria. sus gentes cobraron tal ánimo y esperanza que, sólo con mirarlas, parecería que ya avistaban al enemigo y se aprestaban para el combate.
Polibio, 11,32,1-7. Tras la arenga, Escipión disolvió la asamblea. Al día siguiente levantó el campo e inició la marcha. Al cabo de diez días, alcanzó el río Ebro y acampó delante del enemigo, luego de cuatro jornada más de camino. Al día siguiente envió a un valle que había allí algunas cabezas de ganado de las que seguían a su ejército; previamente había ordenado a Lelio que tuviera dispuestos sus jinetes; también mandó a unos tribunos que prepararan a los vélites. Lo iberos se lanzaron inmediatamente a la captura de las bestias y Escipión envió contra ellos algunos vélites y esto ocasionó un choque: soldados de ambos bandos corrieron en apoyo de los suyos y hubo una fuerte escaramuza de infantería en medio del valle. La ocasión era oportuna y favorable, por lo que Lelio que, en cumplimiento de las órdenes recibidas, tenía dispuesta la caballería, arremetió contra la infantería enemiga y la aisló al pie de la montaña; la mayor parte de los infantes cartagineses se diseminó por el valle y murió a manos de los jinetes romanos. Los bárbaros exasperados, y temerosos de que aquella derrota pudiera hacer creer que estaban aterrados, salieron con el alba y dispusieron todas sus fuerzas en orden de batalla. Escipión ya había previsto esta emergencia. Al ver que los iberos bajaban absurdamente en masa hacia el valle y que alineaban en la llanura no sólo a la caballería, sino también a la infantería, dejó pasar algún tiempo: quería que adoptaran aquella formación el máximo número posible de enemigos. Teniendo gran confianza en su caballería, confiaba más en su infantería, porque en una batalla campal, cuerpo a cuerpo, sus hombres, ellos personalmente, y sus armamentos eran muy superiores a los iberos.
Polibio, 11,33,1-8. Cuando creyó que era ya el momento, opuso sus vélites al enemigo alineado al pie del monte contra los que habían descendido hasta el valle, envió desde el campamento cuatro cohortes en formación cerrada, a pelear contra la infantería enemiga. Simultáneamente Gayo Lelio, que mandaba la caballería romana, avanzó a través de las lomas que bajaban del campamento romano al valle, y cargó contra la retaguardia de la caballería ibera, con lo que la distrajo en un combate contra él. Privada del apoyo de sus jinetes, la infantería ibera, que había bajado al valle confiada en su caballería, se vio en situación dificultosa y apurada en el combate. Y algo no distinto experimentó la caballería ibera: atrapada en una angostura, no podía maniobrar. Allí murieron más jinetes iberos a manos de sus propios camaradas que por la acción de los romanos; su propia infantería los oprimían por un flanco, por el frente, la infantería enemiga, y por detrás, la caballería romana. Tal fue el desarrollo del combate. Los iberos que habían bajado a la llanura habían muerto prácticamente todos; los que quedaron al pie del monte, lograron huir. Constituían la infantería ligera una tercera parte de todo el ejército. Indíbil se salvo con ella y se escapó hacia un lugar fortificado. Cumplidos los objetivos en Iberia, Escipión se dirigió exultante a Tarragona; llevaba para su patria un triunfo espléndido, una bellísima victoria. Y como estaba muy interesado en no perderse la elecciones a cónsul, ya próximas en Roma, dispuso debidamente todo los de Iberia, confió el campamento romano a Junio y a Marco, y él, con Gayo Lelio y otros amigos, zarpó en dirección a la capital del Lacio.
ANÍBAL SE PREPARA Y DISPONE A INVADIR ITALAIA
Documentos.
Polibio, III, 34, 1-9. Aníbal, después de tomar sus previsiones acerca de la seguridad de las operaciones en África y en España, esperaba con impaciencia la llegada de los mensajeros que le habían enviado los galos. En efecto: había investigado exhaustivamente la fertilidad de la tierra situada al pie de los Alpes y alrededor del Po, el número de sus habitantes, la audacia bélica de estos hombres, y lo que le importaba más, la aversión que abrigaban contra los romanos como consecuencia de la guerra que tratamos antes. Por esto Aníbal se aferraba a esta esperanza y hacia toda clase de promesas; enviaba con gran interés legados a los jefes de los galos que habitaban en la parte de acá de los Alpes y a los de los mismos Alpes. Suponía que sólo entablaría en Italia la guerra contra los romanos si podía superar las dificultades del terreno y llegar a los lugares antecichos, y si podía usar a los galos como aliados y colaboradores para el plan que tenía fijado. al llegar los mensajeros y anunciar la buena disposisión y las esperanzas de los galos, diciendo, además, que el paso de los Alpes sería muy duro y difícil, pero no imposible, Aníbal congregó a sus tropas desde los lugares donde habían invernado (año -218) al comienzo de la primavera. Acababa de saber lo ocurrido en Cartago, y esto le infundió ánimos. Confiado en la buena disposición de sus conciudadanos exhortaba abiertamente a sus tropas para la guerra contra los romanos. Expuso muy claramente de qué modo los romanos había exigido la entrega de su persona y la de todos sus oficiales de su campamento; les indicó, además, la fertilidad del país al que iban a marchar; y también la buena disposición y alianza de los galos. Al ofrecérsele para el combate las tropas entusiásticamente, las felicitó, les indicó el día en que iniciaría la marcha y disolvió la asamblea.
COMENTARIO
Como buen estratego, Aníbal plantea primero cómo están los ánimos de los galos y tribus por los que va a pasar camino hacia Roma. Qué situación económica tienen esos posibles aliados de su guerra. Se asegura de que formen parte de su estrategia al introducirse en un terreno que desconoce. Cuál es la disposición de las tribus galas con respecto a los romanos. Cómo son las vías que conducen a Roma. Es una estrategia elemental antes de decidirse a pasar por un territorio totalmente desconocido.
Polibio, III, 35, 1-8. Aníbal realizó los mencionados preparativos durante el invierno, dispuso una seguridad suficiente para los asuntos de África y de España, y cuando llegó el día señalado, se puso en marcha con noventa mil soldados de a pie y alrededor de doce mil de caballería. Cruzó el río Ebro y sometió a las tribus de ilergetes, bargusios, también a los ernesios y a los endosinos, hasta llegar a los llamados Pirineos. Redujo a todos estos pueblos, tomó por la fuerza algunas ciudades más pronto de lo que hubiera esperado, pero le costaron numerosas y duras luchas en las que perdió no pocos hombres. Dejó a Hannón como gobernante de todo el territorio desde el río (¿Ebro?) hasta los Pirineos, y de los bargusios, pues desconfiaba mucho de ellos porque eran amigos de los romanos. Del ejército de que dispuso separó para Hannón diez mil hombres de infantería y mil jinetes, y también dejó la impedimenta de los que marchaban con él. Licenció y mandó a sus hogares a un número de soldados igual al mencionado, con la intención de dejarles bien dispuestos hacia él, y dejar entrever a los restantes la esperanza de retorno a la patria, no sólo a los iberos que marchaba a la campaña con él, sino también a los del país que se quedaban en sus casas. Quería que todos se pusieran en movimiento con buen ánimo por si eventualmente precisaba de su ayuda. Tomando, pues, el resto de las tropas ligeras, cincuenta mil soldados de a pie y unos nueve mil jinetes, los condujo a través de los montes llamados Pirineos para pasar el río que se llama Ródano. Tenía una ejército no tan numeroso con útil y excepcionalmente entrenado por lo continuo de sus luchas en España.
COMENTARIO
Aníbal se asegura de la fiabilidad de las tribus que se van encontrando. y pone en práctica una decisión acertada; sabe que se va a enfrentar a un ejército que tiene una influencia grande sobre toda la península italiana. Pero si surge algún contratiempo irreparable y tiene que dar marcha atrás, qué hacer. Decide mandar a sus ciudades respectivas a aquellos soldados que por sus circunstancia especiales no les eran muy útiles, y los manda a sus casas. De esta forma intenta guardarse las espaldas si tiene que volver y no encontrarse de nuevo con una resistencia de los los aborígenes del territorio de retorno. Idea y decisión que tuvo buena acogida por parte des los soldados licenciados.
Polibio, III, 37 y 38: Descripción geográfica de los territorios conocidos hasta entonces, de forma genérica hasta llegar a: … He explicado todo esto para que mi narración no sea totalmente oscura para los que ignoran los lugares, sino que puedan considerar, al menos, las divisiones generales y guiarse en mis afirmaciones por algún conocimiento, tomando como punto de partida los espacios celestes. Igual que al mirar solemos volver siempre el rostro hacia lo que nos muestran, es preciso volver nuestros pensamientos y dirigirlos a los parajes que sin interrupción se nos muestran a lo largo de la exposición.
Polibio III, 39, 1-12. Pero dejemos estas consideraciones y sigamos el hilo de la narración que hemos propuesto. En esta época los cartagineses dominaban todas las partes de África que miran al Mar Interior, des las Altares de Fileno (entre Cartago y Cirene), que están en la sirte Mayor, hasta las columnas de Hércules. La longitud de esta costa es de más de dieciséis mil estadios. Habían cruzado la entrada de las Columnas de Hércules y se habían apoderado de toda España hasta el promontorio que, en el Mar Mediterráneo, es el final de los Montes Pirineos (Creus). Estos montes separan a los españoles de los galos. Desde este lugar a la entrada de las Columnas de Hércules, hay unos ocho mil estadios. Desde las Columnas de Hércules a Cartagena hay unos tres mil; en esta ciudad inició Aníbal su expedición contra Italia. Desde esta ciudad hasta el río Ebro hay dos mil seiscientos estadios, y desde este río a Ampurias, mil seiscientos estadios (desde Emporio hasta Narbona, unos seiscientos). Y desde aquí hasta el paso del Ródano alrededor de mil seiscientos estadios [Los romanos han medido y señalado cuidadosamente esta distancia emplazando mojones cada ocho estadios] Desde el vado del Ródano, marchando junto al río remontando su curso, hasta el lugar en que las vertientes de los Alpes dan ya a Italia, hay mil cuatrocientos estadios. Pero queda el paso mismo de los alpes, unos mil doscientos estadios, que Aníbal debía recorrer para llegar a las llanuras del río Po, en Italia. De modo que, contando desde Cartagena, la cifra total de estadios que debía recorrer era de unos nueve mil. De todos estos lugares, por lo que se refiere a distancias, había ya recorrido casi la mitad, pero si se considera la dificultad, le restaba la mayor parte del camino.
Plobio, III,40, 1-14. Paso por la Galia Cisalpina. Aníbal atacó los desfiladeros pirenaicos con un gran temor a los galos, porque aquellos parajes son sumamente escarpados. Los romanos, en ese mismo tiempo, ya habían oído de boca de los embajadores enviados a Cartago lo decidido allí y los discursos que se pronunciaron. Supieron que Aníbal había cruzado el río Ebro con su ejército más pronto de lo que ellos suponían, y decidieron enviar a España a Publio Cornelio Escipión con sus legiones (-218), y a Tiberio Sempronio a África. Mientras éstos reclutaban las tropas y hacían los preparativos restantes, los romanos se apresuraron a organizar las colonias que ya había planeado enviar a la Galia (Cisalpina). Pusieron gran ardor en amurallar las ciudades, y ordenaron a sus futuros habitantes que se personaran en ellas en el plazo de treinta días. Cada ciudad iba a tener unos seis mil. Fundaron la primera colonia en la parte de acá del río Po y la llamaron Placentia; la segunda, en la parte de allá del río, y la llamaron Cremona. Apenas fundadas estas ciudades, los galos llamados boyos (que desde hacía tiempo buscaban, sin encontrarla, una ocasión para deshacerse de la amistad de los romanos), se envanecieron fiados, por las declaraciones de sus mensajeros,, en la llegada de los cartagineses, y desertaron de los romanos, abandonando los rehenes entregados al final de la guerra pasada que se ha citado antes. Llamaron a los insubres que compartían con ellos la cólera por los hechos de antes, y devastaron las tierras que los romanos habían distribuido en lotes. Persiguieron a los fugitivos hasta Mutina, que era colonia romana, y la asediaron. Entre los que encerraron allí había tres hombres notables que habían sido enviados para repartir las tierras; uno de ellos era Gayo Lutacio, que anteriormente había sido cónsul, y dos antiguos pretores. Los tres creyeron oportuno parlamentar con los boyos, a lo que éstos accedieron. Pero cuando los romanos hubieron salido, lo boyos, menospreciando cualquier derecho, los cogieron prisioneros; esperaban que así recuperarían sus propios rehenes. Lucio Manlio, al que habían nombrado pretor, y estaba en aquellos parajes con sus fuerzas, cuando oyó lo ocurrido, acudió en su socorro a marchas forzadas.. Pero los boyos se enteraron de su llegada y le tendieron una celada en unos encinares, y al tiempo de llegar los romanos en el paraje boscoso se vieron a la vez asaltados desde dos partes; lo boyos les infligieron muchas bajas. Los supervivientes emprendieron la huida, pero cuando alcanzaron unas alturas, allí se reagruparon como para poder efectuar con dificultad una honrosa retirada. Los boyos persistieron en su persecución y los cercaron en la aldea llamada Tannes. Cuando en Roma se enteraron de que los boyos habían atrapado la legión cuarta y la asediaban enérgicamente, enviaron al punto en su ayuda las legiones puestas a disposición de Publio Cornelio Escipión, al mando de un pretor; ordenaron a aquel reclutar y concentrar más legiones de entre los aliados.
Polibio, III, 41, 1-9. [Aníbal cruza el Ródano] Esto fue lo que pasó en la Galia Cisalpina desde el principio hasta la llegada de Aníbal…Los cónsules romanos, cuando terminaron los preparativos para sus operaciones, zarparon a principios de verano para las actuaciones que tenían asignadas. Publio puso rumbo a Iberia con sesenta naves quinquerremes. Y se aplicó a la guerra de manera tan importante y hacía tales preparativos en Lilibeo, juntando todo lo que podía desde cualquier parte, que daba la impresión de que nada más desembarcar asediaría Cartago. Publio Cornelio Escipión costeó la Liguria, y en cinco días llegó de Pisa a la región de Marsella. Fondeó junto a la primera boca del Ródano, la llamada Masaliota, e hizo desembarcar a sus fuerzas, pues le llegaba la voz de que Aníbal cruzaba ya los Pirineos. Sin embargo, estaba convencido de tenerle todavía a gran distancia, tanto por las dificultades de los lugares como por la multitud de galos que había de por medio. Pero Aníbal, que había sobornado a unos galos con dinero y sometido a otros por la fuerza, se presentó inesperadamente con su ejército y se dispuso a cruzar el Ródano; el Mar de Cerdeña le quedaba a la derecha. Cuando Escipión tuvo noticia de la presencia del enemigo, no acababa de creerlo, por la prontitud de aquella llegada, así que quiso averiguar la verdad. Concedió un descanso a las tropas que habían arribado por mar y deliberó con sus oficiales acerca de qué clase de terreno debían elegir para presentar batalla al enemigo. Mandó como avanzadilla a sus trecientos jinetes más bravos, dándoles como guías y auxiliares a unos galos que casualmente estaban a sueldo de los masaliotas.
Polibio, III, 42, 1-11. Aníbal, así que llegó a los parajes próximos al río, intentó cruzarlo allí donde su curso es todavía único, a una distancia del mar, que un ejército haría en unos cuatro días. Se concilió de todas las formas imaginables la amistad de los pueblos ribereños: les compró las barcas y los esquifes, suficientes en número, puesto que muchos de los que habitan la región del Ródano se dedican al tráfico marítimo. Adquirió de ellos también la madera necesaria para fabricar barcas, por lo cual, al cabo de dos días, tenía construidas muchísimas, pues sus hombres se empeñaban en no depender del vecino y en depositar en si mismo la esperanza de cruzar el río. pero entonces se concentró en la otra orilla una gran multitud de bárbaros con la intención de impedir el paso del río a los cartagineses. Aníbal se percató muy bien de que en aquellas circunstancias no podría forzar por la violencia el paso del río, porque el número de enemigos apostados era incalculable, no podría aguantar allí sin que el adversario le atacara por todas partes. A la tercera noche envía parte de sus fuerzas, con unos guías naturales del país, bajo el mando de Hannón, el hijo del sufeta Bomílcar. El contingente marcho unos doscientos estadios curso arriba del río hasta llegar a un lugar en el que la corriente se divide y forma una pequeña isla, y se quedaron allí. Fijando y atando troncos de un bosque vecino, en breve tiempo armaron muchas balsas, suficientes para lo que entonces necesitaban; en ellas cruzaron el río con seguridad y sin que nadie les estorbara. Tomaron un lugar abrupto, y aquel día permanecieron allí tanto para descansar de las penalidades anteriores como para prepararse para la operación siguiente, según las órdenes que tenían. Aníbal hizo algo muy parecido con las tropas que habían quedado con él. Lo que le ofrecía más dificultades era hacer cruzar el río a los elefantes, que eran treinta y siete.
COMENTARIO
Anibal iba muy bien equipado para afrontar los contratiempos que se le presentaban por parte de los enemigos inesperados que se le presentaban. Llega al río que pretende atravesar y se encuentra con grandes dificultades por el rechazo de los naturales del terreno. Pero lo de admirar es el cuidado que puso en llevar bien equipado de personal adiestrado en la construcción de barcos y lo que hoy llamaríamos ingenieros de caminos. Su equipo iba completo. Hizo acopio de materiales para construir embarcaciones y atravesar sin problemas los ríos. Su equipo bélico era completo y eficaz. Punto muy importante en las operaciones militares.
Polibio, III, 43, 1-12. De todos modos, al llegar la quinta noche, los que habían cruzado el río por la parte superior de su curso, al amanecer avanzaron por la orilla contra los bárbaros apostados en ella. Aníbal, que tenía ya dispuestos sus propios soldados, esperaba el momento de cruzar. Había llenado los esquifes con caballería ligera, y las barcas con infantería más ligera. Los esquifes estaban situados arriba y contra corriente; a continuación los transportes ligeros. Así serían los esquifes los que soportaran la fuerza mayor de la corriente, y el paso de las demás embarcaciones sería más seguro durante la travesía. Idearon también arrastrar los caballos a popa de los esquifes, para que nadaran. Un sólo hombre conducía por las riendas tres o cuatro a la vez, a cada lado de la popa, de modo que ya inmediatamente, en el primer paso, trasladaron un buen número de caballos. Los bárbaros al ver el intento de los enemigos, salieron desordenadamente de sus atrincheramientos, convencidos de que frustrarían con facilidad el desembarco cartaginés. Aníbal vio que en la orilla opuesta sus soldados estaban ya cerca, pues, según lo convenido, le había señalado su presencia mediante humaredas. Ordenó a todos los hombre embarcar a la vez, y a los que dirigían las embarcaciones navegar contra corriente. La operación se hizo rápidamente, porque los que estaban en las embarcaciones rivalizaban entre ellos, con gran griterío, en su pugna contra la fuerza del río. Ambos ejércitos estaban frente a frente, en las dos orillas: unos se asociaban a las dificultad de sus camaradas, y les seguían con gritos en sus esfuerzos, mientras que los bárbaros entonaban cantos de guerra y llamaban al combate. El espectáculo era sobrecogedor y despertaba angustia. en el momento en que los bárbaros abandonaron sus barracas, los cartagineses que estaban en aquella orilla los acometieron de manera súbita e inesperada. Algunos prendieron fuego al campamento, pero la mayoría atacó directamente a los que acechaban la travesía. Los bárbaros, sorprendidos por aquella inesperada maniobra, unos retrocedieron para proteger sus barracas, otros se defendieron y entablaron combate con los atacantes. Cuando comprendió que la acción se desarrollaba según sus cálculos, Aníbal, rápidamente organizó a los que habían desembarcado, los arengó y trabó pelea contra los bárbaros. Los galos, ante aquel desorden y ante un hecho tan inesperado, volvieron pronto la espalda y se dieron a la fuga.
Polibio, III, 44. 1-13. El general cartaginés, pues, dominó a la vez el paso del río y a los enemigos. Luego se dedicó inmediatamente a hacer pasar a los hombres que quedaban en la otra orilla. Tras pasar a todas sus fuerzas en poco tiempo, aquella noche acampó en la misma orilla del río. Al enterarse, al día siguiente, de que una flota romana había fondeado en la desembocadura, envió quinientos jinetes nómadas a inspeccionar dónde esteban, cuántos eran y qué hacían los enemigos. Al mismo tiempo dispuso que unos hombres adiestrados pasaran los elefantes.
Él reunió sus fuerzas y les presentó a Mágilo y a otros reyezuelos, que habían acudido allí desde las llanuras del Po. A través de un intérprete hizo saber a sus tropas los planes que habían acordado. Lo que infundió más ánimos a aquella masa de hombres fue, primero, el ver con sus propios ojos a aquellos que les incitaban y que les decían que ellos mismos colaborarían en una guerra contra los romanos. En segundo lugar, la seguridad y la promesa de que les guiarían por unos lugares por donde no les iba a faltar nada necesario para marchar contra Italia con toda seguridad y en poco tiempo. Hablaban, además, de la fertilidad del país al que iban a llegar, de su extensión, del coraje de los hombres en compañía de los cuales iban a combatir contra las fuerzas romanas. Los galos, después de hablar así, se retiraron. Tras ellos se destacó Aníbal, y en persona en primer lugar recordó a aquella multitud de gestas ya cumplidas, en las que, afirmó, ellos mismos habían afrontado muchos peligros y empresas azarosas, sin fracasar en ninguna por haber seguido su parecer y consejo. De modo que los incitó a estar confiados, al ver que lo más arduo de la empresa estaba superado; pues habían vencido el paso del río y habían visto por sí mismo la adhesión y la predisposición de los aliados. Por eso creía que podían despreocuparse de cada una de las operaciones porque caían bajo su incumbencia personal. En cambio, debían cumplir las órdenes, ser hombres valientes y a la altura de las gestas pasadas. La muchedumbre aplaudió y evidenció gran empuje y ardor. Aníbal los felicitó, y tras rogar a los dioses por todos sus planes, los despidió diciéndoles que se cuidaran y que se prepararan con empeño; la marcha iba a iniciarse a la aurora siguiente.
COMENTARIO
Las tareas de Aníbal como estratego quedaban patente ante su comportamiento con los nuevos aliados. Su plan de pasar el río con cierta corriente, fue arriesgada, pero resultó bien, a pesar de que las embarcaciones usadas para hacer pasar a los caballos fue complicada porque una nave como un esquife para tirar de los caballos nadando, sin duda fue atrevida, precisamente por la debilidad de ese tipo de barco, que es un elemento auxiliar de los barcos grandes. También cumplió los objetivos de atraerse la simpatía y apoyo de las tribus que se iba encontrando en su camino hacia Roma, llegando a firmar pactos con ellos.
Polibio, III, 45, 1-6. Ya se había disuelto aquella asamblea cuando llegaron los númidas enviados en misión de reconocimiento. La mayoría de los que habían salido habían muerto y los restantes habían huido precipitadamente, porque no lejos de su propio campo se habían tropezado con la caballería romana, enviada por Publio con la misma finalidad, y ambos destacamentos habían puesto tal coraje en la escaramuza que murieron en ella ciento cuarenta jinetes entre galos y romanos, y más de doscientos jinetes númidas. Después de la refriega los romanos siguieron la persecución y se acercaron al atrincheramiento carteginés, que examinaron; dieron la vuelta y regresaron para explicar a su general la presencia del enemigo. Escipión transportó inmediatamente los bagajes a las naves, levantó todo su campamento y avanzó hacia el río, deseando establecer contacto con el enemigo. Al día siguiente de la asamblea, Aníbal, al amanecer, hizo levantar toda la caballería en dirección al mar, en situación de observadora, e iba haciendo salir del atrincheramiento a sus fuerzas de a pie para emprender la marcha. Él personalmente se quedó en espera de los elefantes y de los hombres que había dejado a su cuidado. El paso de los elefantes se efectuó como sigue:
Polibio, III, 46, 1-11. Construyeron un gran número de balsas muy sólidas, ataron fuertemente entre sí a dos de ellas y las adosaron a tierra firme, a la orilla misma del río; entre ambas tenían una anchura de cincuenta pies. Por la parte externa de éstas ataron otras que encajaran con ellas, y alargaron así la plataforma hacia el curso del río. Consolidaron el lado de la corriente con cables fijados en tierra, atándolos a los árboles que se crecían en la orilla, para que toda la obra resistiera y no cediera, yéndose río abajo. Cuando hubieron construido el conjunto de esta plataforma proyectada hacia adelante, de una anchura de dos pletros añadieron a la última balsa dos más excepcionalmente resistentes, atadas estrechamente, y a éstas otras, de la misma manera, de modo tal que las amarras fueran fáciles de cortar. Además, había fijado a las balsas muchas correas: con ellas los esquifes que iban a remolcar las balsas, impedirían que fueran arrastradas por el río, y al retenerlas con fuerza contra la corriente, permitirían transportar y pasar a los elefantes sobre tales artilugios. Recubrieron las balsas con mucha tierra, que echaron encima hasta nivelarlas; las allanaron y les dieron el mismo color del camino que conducía al vado a través de la tierra firme. Los elefantes están acostumbrados a obedecer a los indios hasta llegar al agua, pero en modo alguno se atreven a penetrar en ella. Los indios hicieron avanzar por la tierra apisonada a un par de hembras, que los elefantes siguieron. Así que situaron en las últimas balsas a los elefantes, cortaron las amarras que las unían a las otras, tiraron con los esquifes de los cables y pronto separaron de la tierra apisonada los elefantes y las balsas que los transportaban. Tras esta operación de animales, al principio se pusieron a dar vueltas y embestían hacia todas partes; pero, rodeados por la corriente, se acobardaron y se vieron forzados a permanecer en su sitio. De esta manera, atando cada vez dos balsas, hicieron cruzar encima de ellas la mayoría de los elefantes. Algunos, con todo, se lanzaron aterrorizados al río a mitad de la travesía, y ocurrió que sus indios murieron todos, pero los elefantes se salvaron, pues, gracias a fuerza y longitud de sus trompas, que levantaban por encima del agua, inspirando y exhalando a la vez, resistieron la corriente, haciendo erguidos la mayor parte de la travesía.
COMENTARIO
Sin duda la operación del paso de los elefantes de una orilla a otra del río, fue una obra no de Aníbal, sino de sus guías indios que los conducían. Pero no deja de ser un éxito del cartaginés en la marcha de su ejército hacia Roma. el planteamiento de construir las plataformas para cruzar el río sí fue un éxito de la ingeniería cartaginesa: cómo convencer a unos enormes animales a posarse sobre unas especies de terrazas cubiertas de tierra para disimular que se movían sobre una superficie natural y no sobre unas balsas hechas con troncos madera de los bosques cercanos. Mérito de estrategia militar cartaginesa y, en definitiva, de Aníbal.
Polibio, III, 49, 1-13. Cuando hacía tres días que los cartagineses habían iniciado la marcha, el general romano llegó al paso del río. Comprobó que el adversario ya había partido, y se maravilló a más no poder, ya que estaba persuadido de que jamás osaría efectuar la marcha hacia Italia por aquellos lugares, entre otras razones porque los bárbaros de aquellos parajes eran muchos y muy traidores. Pero al ver que los cartagineses se habían arriesgado, regresó rápidamente hacia las naves, llegó donde estaban y embarcó a sus tropas. Envió a su hermano a las operaciones de España, y él, personalmente, viró en redondo y navegó hacia Italia, con el afán de adelantarse al adversario y, a través de Etruria, encontrarlo al pie de los Alpes.
Aníbal marchó ininterrumpidamente durante cuatro días desde que cruzara el río, y llegó a un lugar llamado la Isla (río Isère), país muy poblado y rico en trigo, cuyo nombre se debía a su misma forma: por un lado fluye el río Ródano y por el otro el Isère; cuando confluyen dan a este lugar la figura de una punta. Tanto en dimensiones como en forma, es un un ligar parecido al que en Egipto se llama El Delta, sólo que en éste el mar forma uno de los lados que ciñe la desembocadura de los ríos; aquí el lado correspondiente los forman las montañas difícilmente practicables, de penetración penosa y casi, por así decir, inaccesible.
Aníbal, pues, llegó a este lugar, y se encontró en el con dos hermanos que se disputaban la realeza, y que se habían enfrentado ya con sus dos ejércitos. El mayor de estos hermanos se atrajo a Aníbal y le pidió colaboración y ayuda para hacerse con el poder. El cartaginés accedió, pues era claro el provecho que en aquel momento iba a obtener. De modo que le ayudó militarmente, y tras expulsar al otro, obtuvo muy buena colaboración por parte del vencedor; pues no sólo abasteció abundantemente de trigo y otras provisiones a su ejército, sino que al cambiarle las armas viejas y gastadas renovó así una fuerza de manera muy oportuna. Además, como avitualló a la mayoría con vestidos y calzados, les procuró la mayor facilidad para cruzar los montes. Y lo que es más importante: los cartagineses temían su paso por la región de los galos llamados alóbroges, y este rey les cubrió la retaguardia con su propio ejército; así dispuso que los cartagineses avanzaran sin peligro hasta llegar al paso de los Alpes.
Paso de Aníbal por los Alpes
Polibio, III,59, 1-9. Tras una marcha de diez días a lo largo del río, unos ochocientos estadios, Anibal inició la ascensión de los Alpes, y cayó en los mayores riesgos. Pues mientras los cartagineses se encontraban aún en la llanura, los jefes de las tribus de los alóbroges se mantuvieron distanciados de ellos. tanto por temor a la caballería como a los bárbaros que cerraban la marcha. Pero cuando éstos se hubieron retirado a sus tierras y los hombre de Aníbal empezaban el avance por terrenos difíciles, entonces los jefes alóbroges concentraron un número de tropas suficientes y se adelantaron a ocupar lugares estratégicos, por los cuales los hombre de Aníbal debían efectuar inevitablemente la ascensión. Si hubieran logrado mantener oculta su intención, hubieran podido destruir totalmente el ejército de los cartagineses; pero como fueron descubiertos, aunque causaron grandes estragos en los hombres de Aníbal, no fueron menores los que se infirieron a sí mismos. El general cartaginés, en efecto, sabedor de que los bárbaros se habían anticipado a ocupar posiciones estratégicas, acampó en sus mismas estribaciones y permaneció allí. Envió a algunos galos de los que actuaban como guías para que indagaran las intenciones del adversario y toda su disposición. Los enviados cumplieron las órdenes, y Aníbal pudo saber que el enemigo observaba cuidadosamente el orden y custodiaba los parajes, pero que de noche se retiraban a una ciudad no lejana, Se ajustó, pues, a esta táctica, y dispuso la acción como sigue: tomó sus fuerzas, avanzó a la vista de todos, se aproximó a los lugares abruptos y acampó no lejos del enemigo. Cuando sobrevino la noche, ordenó encender hogueras, y dejó allí la mayor parte de sus tropas. Equipó a los hombre más aptos como soldados de infantería ligera, durante la noche pasó los desfiladeros y tomó las posiciones que habían sido ocupadas antes por el adversario, puesto que los bárbaros se habían retirado, según su costumbre, a la ciudad.
Polibio, III, 51, 1-13. Logrado esto, cuando vino el día, los bárbaros, apercibidos de lo ocurrido, primero desistieron de sus intenciones. Pero después, al ver la gran cantidad de acémilas y a los jinetes que marchaban con dificultad y lentamente por aquellas fragosidades, se decidieron por esta circunstancia a cortar la marcha. Cuando llegó el momento, los bárbaros atacaron por todas partes, y el desastre de los cartagineses fue muy grande, no tanto por los hombres, sino por aquellos parajes. La vereda, en efecto, no sólo era estrecha y pedregosa, sino también empinada, de manera que cualquier movimiento, o cualquier perturbación hacía que se despeñaran por los precipicios muchas acémilas con sus cargas. Los que provocaban más este desorden eran los caballos heridos; cada vez que una herida los desbocaba, unos caían de bruces sobre las acémilas, y otros se precipitaban hacia adelante y arrastraban consigo todo los que en la aspereza se les presentaba; se producía una confusión enorme. Al ver esto Aníbal, y calcular que si se perdían todos los bagajes ni aún los que consiguieran eludir el riesgo se salvarían, recogió a los que de noche habían tomado las posiciones estratégicas y se lanzó en ayuda de los suyos que abrían la marcha. Allí murieron muchos bárbaros, puesto que Aníbal atacaba desde lugares más altos, pero no menos cartagineses. En efecto, la confusión que ya acompañaba a la marcha se acrecentó por el griterío y el combate de los citados. Sólo cuando hubo matado a la mayoría de los alóbroges y obligado a replegarse a los restantes y a huir a sus tierras, Aníbal logró que, a duras penas, atravesaran aquellos lugares difíciles las acémilas y los acemileros supervivientes. él mismo, pasado el peligro, reunió a todos los hombre que pudo y atacó la ciudad desde la que el enemigo le había agredido. La sorprendió casi desierta, pues las posibles ganancias habían atraído a sus habitantes, y se adueñó de ella. En este lugar Aníbal obtuvo muchas cosas útiles, tanto para el presente como para el futuro. De momento se hizo con una gran cantidad de caballos y de acémilas, junto con muchos hombres suyos que habían caído prisioneros. Tuvo, además, gran abundancia de trigo y de ganado para dos o tres días, y, sobre todo, infundió temor a las tribus vecinas, de manera que los habitantes de las proximidades ya no se atrevieron sin más a molestarle durante la ascensión.
COMENTARIO
No fue un camino de rosas para Aníbal pasar los Alpes. Pero a pesar de la dificultad consiguó sobreponerse. Los alóbroges fueron un serio obstáculo para cruzar estas montañas tan escarpadas y estrechas. Perdió bastante de lo que llevaba debido a los ataques de los enemigos alpinos. fue atacado severamente, pero su estrategia fue muy superior a pesar de la dificultad del desconocimiento del terreno. Hizo huir al enemigo venciéndolo y saqueando su ciudad, cosa que le proporciono un respiro en el equipamiento de su ejército y abastecimiento de víveres y animales tanto de carga como de caballería. Los bárbaros no volvieron a molestar. Fue un éxito de buen estratego.
Polibio, III,52, 1-8. Aníbal estableció allí su campamento, aguardó un día y se puso de nuevo en marcha. En las jornadas siguientes condujo con seguridad su ejército hasta cierto punto, pero en el día cuarto se volvió a ver expuesto a grandes riesgos. en efecto, los que habitaban los lugares por donde pasaba, tramaron de común acuerdo un engaño y le salieron al encuentro con coronas y ramos de olivo, lo cual entre casi todos los bárbaros es señal de amistad, al igual que el caduceo entre los griegos. Tales lealtades no acababan de convencer a Aníbal, e intentaba con sumo cuidado averiguar sus intenciones y su entero propósito. Ellos afirmaron que conocían bien la toma de la ciudad y la ruina de los que habían intentado dañarle, y le aclararon que estaban allí por esto, porque no querían hacer ni sufrir nada malo; le prometieron, además, que le entregarían rehenes. Durante mucho tiempo Aníbal anduvo precavido y desconfiaba de lo que le iban diciendo. Con todo, calculó ( que si aceptaba) aquellos ofrecimientos, quizás convertiría en más cautos y pacíficos a los que se les habían presentado pero, si no los aceptaba, los tendría por enemigos declarados. Se avino, pues, a lo que le decían, y simuló aceptar aquellas amistades. Los bárbaros entregaron los rehenes, aportaron rebaños en abundancia y, en suma, se entregaron sin reservas ellos mismos en sus manos, de modo que Aníbal y los suyos acabaron por creer tanto en ellos que los tomaron por guías en los lugares difíciles que iban a seguir. Los bárbaros, pues, los guiaron durante dos días, y entonces una masa de bárbaros que los iba siguiendo los atacan cuando iban cruzando un desfiladero difícil y escarpado.
Polibio, III,53, 1-10. En aquella ocasión se hubiera perdido completamente todo el ejército de Aníbal. Pero éste guardaba todavía un punto de desconfianza, y, en previsión del futuro, había situado bagajes y caballería abriendo la marcha; la infantería marchaba, cerrándola a retaguardia. Éste, pues, estaba al acecho, lo cual aminoró el desastre, pues los soldados de a pie contuvieron el ataque de los bárbaros, sin embargo, y a pesar de que salió del trance, perdió gran cantidad de hombres, de acémilas y de caballos. El enemigo, en efecto, había ocupado las alturas; los bárbaros, avanzando por las cumbres, hacían caer peñascos, que rodaban contra unos, lanzaban a mano piedras contra otros, y así les causaron tanto riesgo y confusión que Áníbal se vio forzado a pernoctar con la mitad de su ejército en un lugar yermo, rocoso y pelado, separado de los caballos y de las acémilas; les iba cubriendo, hasta que a duras penas logró, durante la noche, salvar el desfiladero, Al día siguiente, cuando el enemigo se hubo ya retirado, estableció contacto con jinetes y acémilas, y progresó hacia los pasos más avanzados de los Alpes, sin encontrarse ya ningún grupo organizado de bárbaros, y hostigado sólo por pequeñas bandas y en ciertos parajes, unos por retaguardia y otros por vanguardia, le privaron de algunas acémilas con asaltos bien calculados. En todas estas acciones, a Aníbal le fueron de gran utilidad los elefantes: el enemigo no osaba atacar por los lugares por los cuales éstos pasaban, ya que la extraña figura de estos animales les resultaba imponente.
Al cabo de nueve días llegó a la cumbre, donde acampó y aguardó dos, con la intención de hacer descansar a los que se habían salvado y recobrar a los rezagados. En esta ocasión, muchos de los caballos que habían perdido el tino y muchas de las bestias de carga que la habían arrojado de sí siguieron sorprendentemente el rastro, lo recorrieron y volvieron a establecer contacto con el campamento.
COMENTARIO
Aníbal continúa su viaje hacia su objetivo. Otras tribus del lugar se le acercaron ofreciéndole amistad y ayuda. Ante esto, Aníbal quedó muy dudoso de su sinceridad amistosa y decidió aceptar la oferta de los bárbaros; pero no se fiaba de ellos. «Timeo Danaos et dona ferentes» tal vez sería la frase más apropiada para entender los planes ofrecidos por los naturales. Desconfía absolutamente de ellos. Así que iba prevenido contra un probable intento de ataque de estos bienhechores ofrecidos por el azar. Y avanza, pero con los cinco sentidos en cada movimiento de estos enemigos disfrazados de bondad de bondadosos. El estratego sigue siéndolo muy discretamente pero los aborígenes vuelven a atacarlo en su marcha aprovechando la configuración del terreno.
Polibio, III, 56, 1-6. Aníbal, cuando hubo reunido toda su fuerza, emprendió el descenso, y al tercer día de su partida de los precipicios citados, llegó a la llanura. Había perdido muchos combatientes, unos a manos de los enemigos, o a causa de los ríos, durante la marcha, y muchos hombres en los barrancos y lugares difíciles de los Alpes, y no sólo hombres, sino aún acémilas y caballos en cantidad superior. Al final, toda la marcha desde Cartagena duró cinco meses, y el paso de los Alpes, quince días. Llegó, pues, audazmente a las llanuras del Po, al pueblo de los insubres. Había salvado parte de los soldados de África, doce mil de a pie y ocho mil iberos; la cifra de caballos de que disponía, en conjunto, no iba mucho más allá de los seis mil, como el mismo Aníbal señala en la estela que, en el cabo Lacinio, contiene un recuento de sus tropas.
Por aquel mismo tiempo, como dije más arriba, Escipión había confiado fuerzas a su hermano Gneo, con el encargo de que atendiera los asuntos de Iberia e hiciera enérgicamente la guerra a Asdrúbal. Él zarpó con unos pocos hombres hacia Pisa. Hizo la marcha a través de la Etruria, y tomó de los pretores el mando de los ejércitos que, a sus órdenes, hacían la guerra a los boyos. Acudió a las llenuras del Po y acampó allí, ansioso de trabar batalla.
Escipión y Aníbal se ven en Italia frente a frente.
Polibio, III, 60, 1-13. Ya hemos precisado el número de soldados con que Aníbal llegó a Italia. Tras su entrada, acampó en los mismas estribaciones de los Alpes y, de momento procuró que sus tropas se recuperaran. Todo su ejército estaba en una situación lamentable no sólo por las ascensos y descensos y por las penalidades de la travesía, la escasez de víveres y los nulos cuidados corporales lo habían deteriorado enormemente. Ante estas privaciones y lo continuo de las calamidades muchos se habían desmoralizado por completo. Las dificultades del terreno habían imposibilitado a los cartagineses transportar provisiones abundantes para tantas decenas de millares de hombre, e incluso se perdió la mayor parte de lo que acarreaban cuando perdieron las acémilas. Cuando cruzó el Ródano, Anibal tenía unos treinta y ocho mil hombres de infantería, y más de cho mil jinetes, pero en los pasos perdió casi la mitad de las fuerzas, como apunté más arriba. Los supervivientes tenían algo de salvajes en su aspecto y en su comportamiento, como consecuencia de la continuidad de las penalidades aludidas. Aníbal puso mucha atención en su cuidado y recuperó a sus hombres tanto en sus cuerpos como en sus espíritus. Hizo igualmente que se repusieran los caballos.
Tras esto, rehechas ya sus tropas, los turineses, que viven al pie de los Alpes, andaban peleando con los insubres, pero recelaban de los cartagineses; primero Aníbal les había ofrecido su amistad y alianza. Pero al serle rechazadas, acampó junto a la ciudad, que era muy fuerte, y en tres días la rindió por asedio. Mandó decapitar a sus oponentes, con lo cual infundió tal pavor a los bárbaros que habitaban en las cercanías que acudieron todos inmediatamente a ofrecerle su lealtad y sus personas. El resto de los galos que habitaban las llanuras se apresuró a asociarse a las empresas de los cartagineses, según el acuerdo anterior. Pero debido a que las legiones romanas habían rebasado a la mayor parte de los galos y los habían interceptado, permanecían inactivos; algunos incluso se vieron forzados a militar con los ejércitos romanos. Al ver esto Aníbal, decidió no perder tiempo, sino seguir adelante y hacer algo para infundir confianza a los que estaban dispuestos a participar en sus esperanzas.
Polibio, III, 61, 1-12. Tales eran sus propósitos. Sabía, además, que Escipión había cruzado el Po con sus tropas y que estaba cerca. Al principio no hacía caso a los mensajeros: no dejaba de pensar que días antes le habían dejado en los pasos del Ródano, y calculaba cuán larga y difícil sería la navegación desde Marsella a Etruria. Sabía, además, por sus informadores, cuán enorme y dura era para un ejército la marcha desde el mar Tirreno a través de Italia hasta los Alpes. Pero como las informaciones que llegaban eran cada vez más frecuentes y claras, se admiró y quedó sobrecogido ante los planes y la gesta del cónsul. Y Escipión experimentó algo semejante. Primero creyó que Aníbal ni tan siquiera iba a intentar el paso por los Alpes con un ejército tan heterogéneo. Si llegaba a atreverse, Escipión suponía que, evidentemente, la ruina de Aníbal iba a ser total. Calculando así, cuando se enteró de que Aníbal había salvado el obstáculo, y se encontraba ya en Italia, asediando algunas ciudades, quedó pasmado de la audacia del hombre y de su coraje. Lo mismo sintieron los habitantes de Roma ante lo que se les venía encima. Apenas si acababa de cesar el rumor de que los cartagineses había tomado Sagunto y, tras haber deliberado sobre ello, habían mandado uno de los cónsules al África a asediar la propia ciudad de Cartago, y al otro a Iberia, para que allí guerreara contra Aníbal, cuando les llega la noticia de que Aníbal está allí con su ejército y de que está ya asediando algunas ciudades en Italia. Lo ocurrido les pareció increíble, y perturbados mandaron inmediatamente mensajeros a Tiberio, que se encontraba en Lilibeo, a señalarle la presencia del enemigo; debía abandonar sus planes y correr a toda prisa en socorro de su país. Tiberio concentró inmediatamente a los hombres de su flota y los envió con la orden de que navegaran en dirección a la patria. A través de los tribunos tomó juramento a sus fuerzas de tierra, y les señaló el día en que debían presentarse en Rímini para pernoctar allí. Ésta es una ciudad junto al Mar Adriático, situada en el límite meridional de la llanura del Po. Había movimientos simultáneos en todas partes, lo que ocurría eran noticias inesperadas para todos, y ello producía en cada uno una inquietud acerca del futuro que no se podía tomar a la ligera.
COMENTARIO
Escipión y Aníbal se encontraron frente a frente. Y sin esperárselo, Escipión no podía entender cómo Aníbal había podido hacer pasar su enorme ejército a través de un territorio tan problemático como los Alpes. El hecho era que Aníbal se encontraba de pleno en Italia y estaba empezando a sitiar ciudades. Escipión empezó a mandar mensajes a los militares romanos que se encontraban lejos de Roma, como Sicilia. Ordenó que se movilizara todo en previsión de lo que se podía avecinar. Roma estaba consternada y se imaginaba lo peor, pero esto aún no se había producido: Anibal se encontraba como en casa: dispuesto a acabar con Roma.
Polibio, III,62, 1-11. En este momento, Aníbal y Escipión ya estaban uno cerca del otro, y se propusieron arengar a sus propias fuerzas, exponiendo cada uno lo adecuado a las circunstancias presentes.
Polibio, III, 64, 1-11. Escpión había cruzado en aquellos mismos días el río Po, y pensaba pasar también el río Tesino. Ordenó a los pontoneros que tendieran puentes, y concentrando al resto de las fuerzas, las arengó. La mayoría de las cosas que se dijo se referían al honor de la patria y de las gestas de los antepasados; en cuanto a la situación presente, les habló de esta manera: afirmó que, aunque de momento ellos no tenían ninguna experiencia del enemigo, el mero hecho de saber que iban a luchar contra cartagineses les debía hacer tener una esperanza indiscutible de victoria. Debían pensar, sin la menor duda. que era cosa absurda e indigna que los cartagineses se opusieran a los romanos, cuando habían sido derrotados por ellos tantas veces y les habían pagado muchos tributos, y casi habían sido sus esclavos durante tanto tiempo ya. Y cuando, además de lo dicho, hemos aprendido a conocer a estos hombres hasta el punto de que no se atreven a mirarnos cara a cara, ¿qué debemos pensar acerca del futuro si hacemos una previsión correcta? «Ni aún su propia caballería que trabó combate con la nuestra junto al Ródano, se salió con honor, antes bien, tras sufrir grandes pérdidas, huyó vergonzosamente hasta alcanzar su propio campamento; su general, con todo su ejército, cuando supo la presencia de nuestros soldados, se retiró de una manera muy parecida a una desbandada, y fue por su propia decisión, por miedo, por lo que utilizó la ruta de los Alpes». (?) Y añadió que ahora Aníbal estaba allí, tras haber perdido la mayor parte de su ejército, y lo que le quedaba era impotente e inútil por las malas condiciones en que estaba. Había perdido también la mayor parte de sus caballos y el resto no servía para nada debido a la duración de la marcha y a sus dificultades. Con todo esto Escipión intentaba demostrarles que les bastaría con mostrarse al enemigo. Lo que más les pedía era que cobraran ánimo al ver que él estaba allí; puesto que jamás habría abandonado la flota y las acciones en Iberia, a las que había sido enviado, y no habría acudido tan aprisa si no se hubiera convencido, de manera absolutamente lógica, de que esta acción era necesaria para la patria, y de que era cosa clara en ella la victoria.
La autoridad del orador y la verdad de lo que les decía hizo que todos cobraran ánimo para la lucha. Escipión les felicitó por su empuje y les despidió con la recomendación de que estuvieran prestos a las órdenes.
Primer enfrentamiento entre romanos y cartagineses en el río Tesino (año -218)
Polibio, III, 65, 1-11. Al día siguiente ambos jefes avanzaron por la orilla del río (Tesino) que da a los alpes; los romanos tenían la corriente a la izquierda y los cartagineses a la derecha. Al cabo de dos jornadas supieron por los forrajeadores que los dos ejércitos estaban cerca el uno del otro; se quedaron en el lugar en que estaban y acamparon. Al amanecer, tomando ambos generales toda su caballería, y Escipión también a sus infantes armados de jabalina, se adelantaron por la llanura, con el deseo de inspeccionarse mutuamente las fuerzas. Así que se aproximaron y vieron la polvareda levantada, al instante se alinearon para la batalla. Escipión situó delante a los infantes armados de jabalinas, y con ellos a los jinetes galos; dispuso el resto de frente y avanzaba lentamente. Anibal colocó al frente su caballería bridada, y el resto de ella sin freno, y así se enfrentó al enemigo. Había dispuesto a ambas alas la caballería númida, en vista a una operación envolvente. Los dos jefes y los jinetes de los dos bandos estaban con gran moral para la pelea, y el primer choque fue tal que la infantería ligera romana no consiguió disparar con antelación sus jabalinas, y se replegaron rápidamente a través de los huecos que entre sí dejaban los escuadrones, pasmados ante la arremetida enemiga y temiendo acabar pateados por los jinetes que se echaban encima. Entonces, pues, las caballerías chocaron frontalmente, y su encuentro fue indeciso durante muco tiempo. Lo que había a la vez era un combate de de caballería y de infantería, porque durante la misma lucha descabalgó una gran cantidad de combatientes. Pero, tras la operación envolvente de los númidas, que atacaban por la espalda, los infantes romanos armados de jabalina que antes habían rehuido el choque contra la caballería cartaginesa se vieron aplastados por el número y violencia de los númidas. Y la caballería que primero luchaba de frente contra los cartagineses, perdió muchos hombres, pero infligió pérdidas aún mayores al enemigo. Mas cuando los númidas cargaron por la espalda se dio a la fuga; unos se dispersaron y otros se agruparon en torno a su comandante.
Polibio, III, 66, 1-11. Escipión, pues, levantó el campo y avanzó, a través de la llanura, hacia el puente tendido sobre el río Po; quería que sus fuerzas se anticiparan a cruzarlo primero; veía que los terrenos eran llanos y que el enemigo era superior en caballería. Además, él mismo estaba gravemente herido; por esto decidió apostar sus fuerzas en un lugar seguro. Durante algún tiempo Aníbal supuso que los romanos le presentarían batalla con sus fuerzas de infantería, pero al ver que habían levantado el campamento, los persiguió hasta la primera orilla y hasta el puente tendido encima, encontró que la mayoría de las tablas habían sido arrancadas, pero hizo prisioneros a los custodios del puente que estaban todavía allí. Sin embargo, cuando se enteró que el resto de los romanos estaba ya muy lejos, dio la vuelta e hizo marcha por las márgenes del río, deseoso de encontrar un lugar donde se pudiera tender fácilmente un puente sobre el Po. Al cabo de dos días se detuvo, y sirviéndose, a modo de puente, de embarcaciones fluviales para el paso, encargó a Asdrúbal el traslado de las tropas; él mismo, después de cruzar, inmediatamente entabló negociaciones con unos embajadores de lugares próximos que se habían presentado. Pues así que se produjo su victoria, todos los galos limítrofes se presentaron, según el propósito inicial, a hacerse amigos de los cartagineses, a ayudarles a salir a campaña con ellos. Aníbal, pues, recibió amablemente a los presentes, y cuando se le hubieron juntado las tropas de la otra orilla, avanzó paralelamente al río, en una marcha opuesta a la anterior, pues ahora la hacia río abajo, ansioso de establecer contacto con el enemigo. Escipión, que había cruzado el río Po y había acampado junto a la ciudad de Placencia, colonia romana, se curaba a sí mismo y a los demás heridos y, creyendo haber apostado a su ejército en un lugar seguro, permanecía inactivo. Pero Aníbal, que al cabo de dos días de haber cruzado el río, llegó cerca del enemigo, al tercer día, situó sus tropas a la vista de los romanos. Mas nadie salía al encuentro, y acampó, dejando unos cincuenta estadios de intervalo entre ambos campamentos.
COMENTARIO
La batalla de Tesino fue muy favorable a Aníbal. Éste supo jugar muy bien el papel de los númidas, y acabó el enfrentamiento con una huida por parte de los romanos que quedaron maheridos y temerosos de un nuevo enfrentamiento entre los dós ejércitos. Pero se van a enfrentar de nuevo. La estrategia de Aníbal fue muy positiva para sus objetivos. Ello le valió que los galos se pasaran al bando de los cartagineses.
Segundo enfrentamiento entre cartagineses y romanos: Trebia.
Polibio. III.67, 1-9. Los galos que combatían entre los romanos, al ver que las esperanzas de los cartagineses eran más brillantes, tramaron un complot, y aguardaban una ocasión para atacar a los romanos; entre tanto permanecían en sus tiendas. Cuando los soldados que estaban junto a la misma empalizada cenaron y se retiraron a descansar, los galos dejaron pasar la mayor parte de la noche hasta la tercera guardia; entonces atacaron a los romanos acampados junto a ellos. Mataron a muchos e hirieron a no pocos; al final decapitaron a los muertos y se pasaron a los cartagineses; eran dos mil, y poco menos de doscientos jinetes. Aníbal los acogió benévolamente a su presencia, los estimuló y prometió a todos recompensas adecuadas: luego los remitió a sus ciudades de origen, para que explicaran a sus conciudadanos cómo los había tratado y los animaran a aliarse a él. Sabía que todos, cuando se hubieran enterado de la traición que sus propios conciudadanos habían cometido contra los romanos, se aliarían, sin duda, alguna, a sus empresas. Al tiempo que éstos, se presentaron también los boyos y entregaron a Aníbal aquellos tres hombres enviados por los romanos para proceder a la distribución de tierras, de los que se habían apoderado por traición al principio de la guerra, como más arriba dije. Aníbal acogió su lealtad y estableció también con ellos amistad y alianza, pero les devolvió a los hombres con el encargo de que los custodiaran para poder recibir a cambio de ellos a sus propios rehenes, según sus planes iniciales. Escipión, indignado por la traición sufrida, calculó que si ya antes los galos les habían sido hostiles, ahora ocurriría que todos los de alrededor se inclinarían por los cartagineses. Creyó, pues, indispensable precaverse ante el futuro; llegó la noche, y al amanecer, levantó el campo y marchó en dirección al río Trebia y a las colinas que se levantan junto a él, confiando tanto en la aspereza de aquella región como en los aliados que habitaban en sus inmediaciones.
Polibio, III, 68, 1-15. Aníbal, tras conocer su marcha, envió sin dilaciones a los jinetes númidas, y no mucho después a los restantes. El ejército mandado por él mismo, seguía inmediatamente detrás. Los númidas cayeron sobre el campamento abandonado y lo incendiaron. Ello favoreció enormemente a los romanos, ya que si la caballería cartaginesa, que los perseguía muy de cerca, los hubiera atrapado con los bagajes en el terreno llano, muchos habrían muerto a manos de los jinetes. Pero entonces la mayoría consiguió cruzar el río Trebia; de los que quedaron atrás en la retaguardia, unos murieron y otros cayeron vivos en manos de los cartagineses.
Escipión cruzo el río y acampó junto a las primeras colinas, y tras rodear el campamento de un foso y de una empalizada, recibió a Tiberio Sempronio con las fuerzas que traía; cuidaba su propia herida con gran interés, pues deseaba estar en condiciones de participar en el próximo combate. Aníbal estableció su campamento a unos cuarenta estadios de distancia del enemigo. La gran masa de galos que habitaba aquellas llanuras se había sumado a las esperanzas de los cartagineses; aprovisionaba en abundancia y estaba dispuesto a colabor con los hombres de Aníbal en cualquier trabajo y empresa.
En Roma, cuando se supo lo ocurrido en el combate de caballería, hubo sorpresa, porque el hecho era algo imprevisto, pero no faltaron pretextos para creer que lo sucedido no era una derrota: unos culpaban la precipitación del general, otros, la perversa voluntad de los galos, a juzgar por la deserción reciente. en suma, puesto que sus tropas de a pie estaban intactas, se suponía que, en conjunto, también las esperanzas continuaban íntegras. Así, cuando Tiberio Sempronio llegó y cruzó Roma con sus tropas, creyeron que con su sola presencia decidirían la contienda. A los soldados concentrados en Rímini, según su juramento, su general los recogió y avanzó, deseoso de juntarse con las fuerzas de Escipión. Unidos ya ambos ejércitos, hizo acampar a los suyos junto a sus compatriotas, quería que sus hombres se recuperaran, pues durante cuarenta días habían marchado ininterrumpidamente desde Lilibeo hasta Rímini. Al propio tiempo iba haciendo los preparativos para la batalla. Deliberaba con gran interés con Escipión, preguntándole acerca de lo ya sucedido, y discutía con él la situación presente.
Polibio, III, 69, 1-14. En aquellos mismos días Aníbal había tomado por traición la ciudad de Clastidio: se la entregó un hombre de Bríndisi a quien la habían confiado los romanos. Dueño de la fortaleza y de su depósito de trigo, lo utilizó para aquella oportunidad, y se llevó consigo a los hombre hechos prisioneros sin inferirle ningún daño: quería proporcionar una prueba en sus disposiciones para que los que se vieran atrapados por las circunstancias no desesperaran, temerosos de su salvación junto a él. Al traidor lo honró de manera magnificente, confiando en que la esperanza depositada en los cartagineses atrajera a los que ejercían algún gobierno. Pero después observó que algunos galos que habitaban entre el río Po y el Trabia y que habían pactado amistad con él, enviaban mensajeros también a los romanos; creían que de esta manera estarían seguros igualmente junto a los dos contrincantes. Aníbal, pues, envió dos mil soldados de infantería y unos mil de caballería, ente galos y númidas, con la orden de hacer un pillaje en las tierras de aquellos. Estas tropas enviadas cumplieron su misión y recogieron botín en abundancia; rápidamente los galos se presentaron ante la empalizada romana en demanda de ayuda. Tiberio Sempronio buscaba desfe hacía tiempo una ocasión para intervenir; tomó esto como pretexto y envió la mayor parte de su caballería, y con ella un millar de soldados de a pie, armados de jabalinas. Éstos combatieron con gran ardor al otro lado del Trebia y disputaron el botín a los enemigos; lograron que los galos y los númidas se retiraran a su propio vallado. Los jefes de campamento cartaginés comprendieron al instante lo que ocurría, ayudaban con sus reservas desde sus posiciones a los que estaban en situación difícil; al ocurrir esto, fueron los romanos los que volvieron la espalda y se retiraron, a su vez, a su propia empalizada. Tiberio Sempronio, al verlo, envió a todos sus jinetes y a los lanceros. Ante su ataque, los galos cedieron de nuevo y se fueron retirando en vista a su propia seguridad. El general cartaginés no estaba preparado para jugárselo todo en una batalla. Juzgaba que una batalla decisiva no debe librarse sin un plan preconcebido ni por cualquier oportunidad, lo que hay que reconocer que es propio de un buen general. De momento retuvo a los que estaban junto a él en la empalizada, y los obligó a revolverse y a afrontar al enemigo, pero les impidió que salieran en su persecución y lo afrontaran; les reclamaba por medio de sus oficiales y de trompeteros. Los romanos aguardaron un breve tiempo y se retiraron: habían perdido algunos de los suyos, pero habían causado mucho más bajas a los cartagineses
Polibio, III, 70, 1-12. Tiberio, exaltado y alborozado por aquel triunfo, ansiaba entablar lo antes posible una acción decisiva. Debido a la enfermedad de Escipión, tenia la ocasión de tratar aquella situación según sus criterios personales. Pero, con todo, quería saber también la opinión de su colega en el mando y dialogaba con él acerca de estos temas. En cuanto a la situación de entonces, Escipión creía lo contrario; suponía que las legiones, si durante el invierno se ejercitaban, mejorarían su preparación. Creía, además, que la versatilidad de los galos no le mantendrían leales a los cartagineses cuando éstos estuvieran inactivos y se vieran obligados a permanecer ociosos, sino que harían alguna cosas nueva contra ellos. Y por encima de todo esperaba que él, personalmente, curado ya de la herida sería de una utilidad positiva para los intereses comunes. Por todas estas previsiones, pedía a Sempronio que se atuviera a los planeado. Éste sabía que todo aquello había sido dicho de modo acertado y oportuno, pero, empujado por su amor a la gloria y confiando en la situación, se apresuró, de un modo irracional, a jugarse él mismo el todo por el todo, sin que Escipión pudiera participar en la batalla, ni los cónsules nombrado pudieran tomar el mando, aunque era ya el tiempo de hacerlo. Evidentemente, Tiberio Sempronio no cumplía con su deber, ya que escogía no lo oportuno en aquella situación, sino su propia oportunidad.
Aníbal tenía una idea muy semejante a la de Escipión en cuento a la situación de entonces y deseaba todo lo contrario, entablar batalla con el enemigo. Pretendía, antes que nada, aprovechar el ardor de los galos cuando todavía estaba intacto. Además, iba a pelear contra unas tropas romanas bisoñas, todavía no experimentadas. En tercer lugar, quería combatir mientras duraba todavía la invalidez de Escipión. Y lo que pretendía, por encima de todo, era hacer algo y no perder el tiempo inútilmente: quien ha situado sus ejércitos en un país extranjero, y se expone a empresas increíbles , sólo tiene una manera de salir adelante: renovar constantemente las esperanzas de los aliados. Aníbal, pues, sabedor del ataque inmediato de Tiberio Sempronio, estaba en estas condiciones.
COMENTARIO
Podemos decir que la situación, antes del trance final de los encuentros esporádicos entre Escipión y sus aliados, amo la de Aníbal y los suyos, se encontraba un un interim. Aníbal conocía muy bien sus posibilidades. Conocía la estrategia planeada por Escipión. Tanto uno como otros se temían, pero el romano se encontraba en una situación delicada por sus estado de salud, lo que jugaba en favor de Aníbal. La situación el estado físico de los ejércitos era similar. Los romanos planificaron su proyecto de combate siguiendo la estrategia de Escipión. Tiberio Sempronio daba la razón al plan de Escipión, pero en su mente tenía una idea diferente de llevar a cabo el encuentro contra los cartagineses. Y esto provocará el descalabro de las tropas romanas cuando lleguen a enfrentarse.
Polibio, III, 71, 1-11. Desde hacía tiempo se había fijado en que entre los campamentos había un lugar llano y pelado, que era muy propio para una emboscada: corría por él un riachuelo en cuyas orillas había zarzas y espinos que las recubrían totalmente; Aníbal se propuso tender allí una trampa al enemigo y aplastarle. En efecto: iba a pasar fácilmente desapercibido, ya que los romanos desconfiaban de los lugares boscosos, puesto que los galos preparaban sus celadas en ellos; en cambio, no sospechaban de lugares llanos y sin vegetación: no se daban cuenta de que para ocultarse sin sufrir daños los emboscados, son más adecuados estos lugares que los boscosos: en ellos se puede divisar desde muy lejos; en la mayoría de estos parajes hay escondrijos suficientes. Un riachuelo cualquiera con una ligera escarpadura, a veces unas cañas, unos helechos o cualquier planta espinosa es suficiente para ocultar no sólo la infantería sino con frecuencia incluso la caballería, con tal de que se tenga la mínima precaución de colocar las armas debajo, pegadas al suelo, y de esconder los cascos debajo de los escudos. Entonces el general cartaginés deliberó con su hermano Magón y los demás consejeros acerca de la batalla inminente, y todos aprobaron sus planes. Durante la cena del ejército, Aníbal llamó a Magón, su hermano, joven lleno de ardor e instruido desde su infancia en el arte de la guerra, y reunió asimismo a cien hombre de caballería e igual número de infantería. Todavía no había caído la noche cuando eligió a los hombres más vigorosos de todo el campamento y les dijo que en concluyendo la cena se presentaran en su tienda. Los incitó y les infundió el coraje que la ocasión requería, tras lo cual hizo que ellos mismos seleccionaran de sus propias formaciones a los diez soldados más valientes, y que se dirigieran con ellos a un lugar de la acampada. Ellos cumplieron la orden, y a éstos, que eran mil soldados de caballería y otros tantos de infantería, Aníbal, los mandó de noche a la emboscada; a su cabeza puso unos guías, y dio instrucciones a su hermano en cuanto al momento del ataque. Él mismo, al rayar el día, concentró a la caballería númida, hombres excepcionalmente sufridos, los exhortó, prometió recompensas a los más valientes, y les mandó que se aproximaran al atrincheramiento enemigo, que cruzaran rápidamente el río y que, provocando escaramuzas, hicieran mover a los romanos; intentaba coger al adversario en ayunas y no preparado para lo que se le echaba encima. Juntó también a los demás comandantes, los arengó también de modo semejante para la refriega, dispuso que todos tomaran alimento y que se pusieran muy a punto armas y caballos.
Polibio, III, 72, 1-13. Cuando vio que la caballería númida se aproximaba, Tiberio envió al punto a la suya propia, con la oren de establecer contacto con el enemigo y atacarlo. A continuación hizo salir a sus lanceros de a pie, unos seis mil, e iba moviendo también desde el vallado al resto de sus tropas, como si su aparición fuera a decidir todo; pues estaba excitado por el número de sus hombres y por lo sucedido la víspera con sus jinetes. La estación era ya el solsticio de invierno y el día era muy nevoso y extremadamente frío. Los hombres y caballos romanos había salido prácticamente todos en ayunas, por así decirlo. Inicialmente el ardor y el afán sostuvieron a las tropas romanas. Pero, al atravesar el río Trebia, cuyo caudal había crecido debido a las lluvias caídas por la noche en los lugares situados encima de los campamentos, la infantería realizó la travesía a duras penas, porque el agua les llegaba al pecho. Esto, y el hambre y el frío, produjo grandes penalidades al ejército romano, pues el día había avanzado mucho. Los cartagineses había comido y bebido dentro de sus tiendas, tenían bien dispuestos a sus caballos, se untaban con grasa y se armaban alrededor de los fogatas.
Aníbal acechaba la ocasión, y así que vio que los romanos se habían puesto a cruzar el río, mandó por delante, como cobertura, a sus lanceros de a pie y los baleares, en conjunto unos ocho mil hombres, y luego hizo salir al grueso de su ejército. Avanzó ocho estadios frente a sus propio campamento, y formó una sola línea con su infantería, veinte mil hombres en número, iberos, galos y africanos. Distribuyó su caballería por las alas, en número de más de diez mil, contando la de los aliados galos; dividió a sus elefantes y los situó delante de las dos alas.
En aquel momento Tiberio llamaba hacia a sí a su propia caballería, al ver que no tenían nada que hacer contra aquel enemigo, ya que los númidas se retiraban con facilidad, dispersándose, pero se revolvían y atacaban de nuevo con audacia y temeridad; los númidas acostumbraban a pelear de este modo. Sempronio alineó su infantería según la táctica habitual romana. Los romanos propiamente dichos eran dieciséis mil, y sus aliados unos veinte mil. entre los romanos un ejército completo para las operaciones de envergadura cuenta con este número de hombres, esto cuando las circunstancias llevan a pelear conjuntamente a los dos cónsules. A continuación distribuyó su caballería por las alas, unos cuatro mil hombres, y avanzó contra el enemigo altaneramente, en orden y haciendo la progresión paso a paso.
Polibio, III, 73, 1-8. Cuando los dos bandos estaban ya cerca uno de otro, la infantería ligera que precedía ambas formaciones trabó combate. Los romanos se vieron en inferioridad en muchos lugares; a los cartagineses, por el contrario, la acción les era ventajosa, porque los lanceros romanos sufrían penalidades ya desde la aurora. Y había disparado la mayoría de sus dardos en la refriega contra los númidas; las jabalinas que les restaban habían quedado inutilizadas por la persistencia de la humedad. Y lo mismo ocurría a la caballería y a todo el ejército. Los cartagineses totalmente al revés: formados, y con un vigor intacto, sin experimentar fatiga, eran siempre efectivos y se afanaban siempre allí donde fuera necesario. Por eso, cuando en los espacios vacíos recogieron a los que habían iniciado el combate y se enzarzaron las tropas de la infantería pesada, la caballería de los cartagineses presionó en el acto desde ambas alas al enemigo; era muy superior en número de caballos y la fatiga no había hecho mella en ella, pues acababa de entrar en acción. La caballería romana retrocedió, y al quedar desguarnecidas las alas de su formación, los lanceros cartagineses y la masa de los númidas rebasaron las avanzadillas propias, cayeron sobre los flancos romanos, en los que causaron grandes estragos, y no les permitieron combatir a los que les atacaban de frente. Las infanterías pesadas, que en ambos bandos ocupaban el frente y el centro de las formaciones respectivas, sostuvieron durante largo tempo un cuerpo a cuerpo, con lo cual la pugna no se decidía.
Polibio, III, 74, 1-11. En aquel momento se levantaron los númidas que estaban en la emboscada y atacaron súbitamente por la espalda a los romanos que luchaban en el centro; en las tropas romanas se produjo una gran confusión y dificultad. Al final, las dos alas de las fuerzas de Tiberio, presionadas fuertemente por los elefantes y en los flancos por la infantería ligera, volvieron la espalda, y en su huida se vieron empujados hasta el río que tenían a retaguardia. Al ocurrir esto, de los romanos colocados en el entro del combate, los que formaban detrás morían por el ataque de los emboscados y lo pasaron mal; los que estaban en primera línea, forzados, derrotaron a los galos y a una parte de los africanos: mataron a muchos de ellos y rompieron las líneas cartaginesas. Pero al ver que sus camaradas de las alas habían sido derrotados, renunciaron tanto a prestarles ayuda, como a regresar a su campamento: pensaron que la caballería cartaginesa era demasiado numerosa. Además, el río era un obstáculo, y la lluvia caía continua y pesadamente sobre sus cabezas. Se mantuvieron, pues, en formación, y se retiraron agrupados en seguridad hacia Placencia, en número no inferior a diez mil. La mayoría de los restantes murió junto al río por la acción de los elefantes y de la caballería cartaginesa. Los soldados de infantería que lograron escapar y la mayoría de la caballería se retiraron también, como se dijo antes, y llegaron con los demás a Placencia.
El ejército de los cartagineses, que había acosado hasta el río al enemigo, ya no pudo progresar más debido a la lluvia, y se retiró a su campamento. Todos estaban contentos sobremanera, porque las cosas les habían salido a derechas.. en total habían muerto unos pocos iberos y africanos: la mayoría de bajas eran de galos. Pero la lluvia y una nevada que cayó posteriormente los puso también en tan mala situación que se les murieron todos los elefantes menos uno, y también perecieron de frío muchos hombres y caballos.
COMENTARIO
Por último tiene lugar el encuentro de cartagineses y romanos. El enfrentamiento fue de desastre para los romanos. La estrategia de Aníbal dio buenos resultados. la batalla se desarrolló en media de un mal tiempo de lluvia y nieve. Los romanos no contaban con la agilidad de los númidas ni con la emboscada que les tendió Aníbal antes del combate. Las mermas romanas fueron muy numerosas. Los cartagineses estaban eufóricos ante los resultados conseguidos. Evidentemente las bajas romanas fueron muy numerosas. Las cartaginesas no muy cuantiosas. Quienes más sufrieron fueron los elefantes de los que tan sólo quedó vivo uno. No era el proyecto que tenía Escipión y que ambos acordaron llevar a cabo. Sempronio sufrió una humillación vergonzosa. No cumplió lo acordado con los planes de Escipión. El segundo desastre romano tiene lugar también junto a un río. Pero fue la astucia de Aníbal lo que llevó a los cartagineses al triunfo: una emboscada donde nadie se lo esperaba acabó con las esperanzas de triunfo de los romanos.
Polibio, III, 75, 1-8. Tiberio Sempronio, aunque sabía lo ocurrido, quería ocultarlo lo más posible a los de Roma, y envió unos mensajeros que explicaran que se había librado una batalla, pero que el tiempo invernal les había frustrado la victoria. Los romanos, primero, dieron fe a tales anuncios, pero poco después se enteraron de que los cartagineses les habían llegado a acechar el campamento, de que todos los galos se habían decidido por su amistad, de que los suyos habían abandonado el campamento, que después de la batalla se habían retirado y se habían concentrado todos en las ciudades y de que eran aprovisionados desde el mar remontando el curso del Po; supieron en suma, con demasiada claridad lo ocurrido en la batalla. A pesar de que les parecía un hecho paradójico, se dedicaron con gran intensidad a custodiar los puntos peligrosos y a efectuar otros preparativos. Enviaron legiones a Cerdeña y a Sicilia y, además, guarniciones a Tarento y a otros lugares estratégicos; equiparon también sesenta naves quinquerremes. Gneo Emilio y Gayo Flaminio que acababan de ser nombrados cónsules, concentraron a los aliados y reclutaron legiones nuevas para ellos. Establecieron, además, depósitos de víveres, unos en Rímini y otros en Etruria, porque pensaban hacer la marcha por estos lugares. Enviaron legados a Hierón en demanda de ayuda, y éste les mandó quinientos cretenses y mil peltastas; los romanos lo iban disponiendo activamente todo, porque siempre que los rodea un peligro real son muy temibles, tanto particular como colectivamente.
Polibio, III, 76, 1-13. En la misma época Gneo Cornelio, nombrado por su hermano Publio comandante de las fuerzas navales, según dije más arriba, zarpó con toda la flota desde las bocas del Ródano y alcanzó Iberia por los parajes cercano a la ciudad llamada Ampurias. Empezando desde allí, hacía desembarcos e iba asediando a los habitantes de la costa hasta el río Ebro que lo rechazaban; en cambio, trató benignamente a los que lo acogieron, y los protegió de la mejor manera posible. Aseguró, pues, las poblaciones costeras que se le había pasado, y avanzó con todo su ejército hacia los territorios del interior. Había reunido ya un gran número de aliados de entre los españoles. A medida que avanzaba, se atraía a unas ciudades y sometía a otras. Los cartagineses dejados en estos parajes al mando de Hannón, acamparon frente a los romanos cerca de una ciudad llamada Cissa. Gneo Cornelio formó a sus tropas y libró un combate del cual salió victorioso, con lo que se adueñó de muchas riquezas, ya que las tropas cartagineses que habían marchado a Italia habían confiado sus bagajes a los cartagineses de aquí. Gneo Cornelio convirtió en amigos y aliados a todos los naturales del país que habitaban al norte del Ebro; cogió vivo al general de los cartagineses Hannón y al caudillo ibero Indíbil; éste detentada el mando de aquellos lugares de tierra adentro, y había sido siempre muy amigo de los cartagineses. Enterado muy pronto de los sucedido, Asdrúbal cruzó el río Ebro y acudió a prestar ayuda. Se enteró de que las tripulaciones de la flota romana, dejadas, allí, al saber los triunfos de sus ejércitos de tierra, se habían dispersado de manera confiada y negligente; encontró, pues, unos ocho mil hombres de infantería de su propio ejército y mil jinetes, sorprendió diseminados por el país a los romanos de las naves, mató a muchos de ellos y obligó a los demás a huir hacia sus propias embarcaciones. Asdrúbal, entonces, se retiró, cruzó de nuevo el río Ebro y se preocupó de la guarnición y defensa de los parajes situados detrás del río. Pasó el invierno en Cartagena; Gneo alcanzó de nuevo a su flota, castigó según la usanza romana a los culpables de lo sucedido, concentró en un solo punto a sus fuerzas terrestres y navales y estableció su campamento de invierno en Tarragona. En previsión del futuro repartió el botín en partes iguales entre sus soldados, lo cual les infundió gran ardor para el futuro y simpatía para él.
COMENTARIO
Los comentarios de Sempronio en Roma sobre lo sucedido, pronto quedaron desmentidos sobre la realidad de lo ocurrido en el río Trebia. En Roma se supo la verdad y se planificó una estrategia rápida. Cambiamos de escenario en el que Polibio cuenta los episodios de los romanos en Hispania, como hizo antes ya T. Livio, pero con detalles particulares y algunos puntos de vista diferentes como se verá. Las falsas noticias sobre el resultado de la batalla de Trebia cundió también entre los marinos de la flota romana, llegando a creerse los resultados, cosas que les dejó como seguros de su éxito y empezaron a divagar a campo abierto. Los cartagineses, al darse cuenta de ello, arremetiron contra ellos y los cogieron tan desprevenidos que tuvieron que o enfrentarse a ellos, o huir hacia las naves para escapar del desastre.
Polibio, III, 77, 1-7. Tal era la situación en Iberia. Llegada la primavera (año -217), Gayo Flaminio recogió sus fuerzas, avanzó a través de Etruria y acampó junto a la ciudad de los arretinos. Gayo Servilio, a su vez, se dirigió a Rímini, para vigilar por aquí la invasión de los enemigos. Aníbal, que pasaba el invierno en territorio galo, retenía en custodia a los romanos que habían cogido prisioneros en la batalla, y les suministraba los víveres justos para sobrevivir; a los aliados de los romanos, en cambio, ya de buenas a primeras, los trató con humanidad; después los reunió y les dijo en todo exhortatorio, que no se había presentado a pelear contra ellos, sino a su favor, y contra los romanos, por lo cual era indispensable, afirmó, que si estaban en su sano juicio, se hicieran amigos de él, ya que se encontraba allí, ante todo, para lograr la libertad de los italianos, y al propio tiempo para salvar las ciudades y al país que cada uno de ellos había perdido a manos de los romanos. Tras estas afirmaciones los remitió a todos a sus países sin exigir rescate, con la intención, a la vez, de atraerse de este modo a los que habitaban Italia, y de que éstos se enajenaran de su simpatía hacia los romanos; pretendía, además, excitar a los que pensaban que la dominación romana había causado algún daño a sus ciudades o a sus puertos.
COMENTRARIO
Aníbal no daba «puntada sin hilo», como se suele decir. Ganó el combate y apresó a los vencidos que pudo, entre ellos había nativos y romanos. A los nativos trató de ganárselos con un buen trato, como realmente hizo; los atrajo a su favor por todos los medios; le interesaba ganarse la simpatía de los italianos que no estaban de acuerdo con Roma. A los prisioneros romanos los trató con lo indispensable para sobrevivir. Y de esta forma no dar la sensación de que apareciera como realmente era: un hombre cruel. Era una forma indirecta de atraerse la simpatía de los nativos en general: no dar la sensación de lo que realmente era: cruel con los vencidos, y más si éstos eran romanos. Esto formaba parte de la estrategia general en territorio romano.
Polibio, III, 78, 1-8. Además, durante el período invernal, usó de esta estratagema. ciertamente fenicia. Temía la inconstancia de los galos, e incluso algún atentado contra su persona, porque sus relaciones con ellos eran muy recientes, de modo que se preparó una pelucas, adaptadas a las diversas edades de la vida y a sus distintos aspectos, y las utilizó cambiándolas constantemente; también se mudaba los vestidos, adecuándolos a aquellos. Todo esto lo hizo difícil de reconocer no sólo a los que lo habían visto alguna vez de pasada, sino incluso a los que lo trataban habitualmente. Veía también que los galos estaban molestos porque la guerra se desarrollaba en su propio territorio, y que estaban impacientes y deseosos de llevarla a tierras enemigas, aparentemente por su odio a los romanos, pero en realidad más por el provecho a obtener. Aníbal, pues, tomó la decisión de levantar el campo lo más pronto posible y satisfacer los deseos de sus tropas. Por eso, al tiempo de cambiar la estación, se informó por los que parecían que conocían mejor el país y supo que las rutas que llevaban a tierra enemiga eran largas y familiares al adversario; en cambio, había un camino que, a través de las marismas, conducía a la Etruria. La marcha iba a ser penosa, pero breve, y, además, inesperada para Flaminio y los suyos. Como por natural estas empresas le eran habituales, Aníbal determinó avanzar por esta ruta. Por el campamento corrió el rumor de que el general los iba a conducir por terrenos pantanosos, y todo el mundo mostró sus reservas ante tal itinerario, porque se imaginaban las ciénagas y los atolladeros de aquellos parajes.
Polibio, III, 79, 1-12. Cuando se hubo asegurado cuidadosamente de que los lugares de la ruta eran cenagosos, pero firmes, Aníbal levantó el campo. Situó en vanguardia a los africanos y a los iberos, y, además, al contingente más útil de todo su ejército. Y entre éstos colocó el bagaje para que, de momento, disfrutaran de provisiones; para el futuro ya no le importaba en absoluto el aprovisionamiento; pensaba que, al llegar al territorio enemigo, si era vencido, ya no precisaría nada indispensable, y si triunfaba en una batalla campal, no carecería de provisiones. Detrás de los hombres citados colocó a los galos y, cerrando la formación, a la caballería. Puso a su hermano Magón como jefe de la retaguardia, más que nada porque los galos eran blandos y aborrecían las penalidades; si, al sufrirlas, intentaban retroceder, Magón podría impedírselo con la caballería, que se les echaría encima. Los iberos y los africanos hicieron la marcha por las marismas aún no removidas, y la concluyeron con penalidades soportables, puestos que todos eran gente sufrida y habituada a tales dificultades, pero los galos avanzaban difícilmente, ya que el fondo de las marismas había sido revuelto y hollado. No soportaron aquella dificultad penosa y difícilmente, como hombres que no estaban acostumbrados a aquellas molestias. No lograron retroceder por los jinetes que tenían detrás. Todos lo pasaron muy mal, principalmente porque no podían dormir, ya que marcharon continuamente durante cuatro días y tres noches a través del agua; los que lo sufrieron más, y perecieron en número mayor que los restantes, fueron precisamente los galos. La mayoría de las acémilas cayo en los lodazales y murió; su caída, con todo, prestaba una utilidad a los hombres, porque , si se sentaban encima de ellas y de los bagajes, lograban emerger del agua y descansar un breve sueño durante la noche. No pocos caballos perdieron las pezuñas debido a la marcha continua encima del lodo. Y el mismo Aníbal se salvó con dificultad a lomos del único elefante superviviente, pasando muchas penalidades. Sufría, además, dolores terribles por una fuerte inflamación ocular que padecía y que acabó privándole de la visión en un ojo, ya que en aquella situación no se podía detener ni cuidar.
COMENTARIO
Los textos de Polibio son los que con más detalle nos narran los momentos más difíciles de Aníbal en Italia. Su propuesta y ejecución de atravesar las zonas pantanosas desde el territorio de los galos hasta la Etruria, tuvo un alto coste: perdieron hombres, acémilas, provisiones… El propio Aníbal lo pagó bien caro: una infección ocular lo dejó tuerto a causa de las insalubridad de los pantanos y charcas. Y como se dijo en otra ocasión, cada día se vestía de un modo diferente por la desconfianza que tenía sobre los aliados principalmente y eludía ser identificado: no se fiaba de nadie. Y no era una estrategia baladí: cualquiera, harto de los tremendos sacrificios a los que los sometió, podía acabar con su vida. Los sufrimientos desde los Alpes hasta la zona norte de Italia no fueron pocos ni normales. Pero Aníbal pensaba que lo que no le mataba, lo hacía más fuerte. Y así ocurrió hasta el momento.
Polibio, III, 80, 1-5. Aníbal atravesó, pues, increiblemente aquellos lugares pantanosos, y tras sorprender en la Etruria a Flaminio, que había acampado delante de la ciudad de los arretinos, entonces lo hizo él mismo a la salida de las marismas; quería que sus fuerzas se recuperaran, e informarse al propio tiempo sobre el enemigo y los territorios que tenía delante. Supo que aquel país rebosaba de recursos de toda clase, y que Flaminio era un hombre ávido de popularidad y un demagogo total, desconocedor absoluto de cómo se dirigen las empresas bélicas; además, tenía una confianza ciega en sus propias fuerzas. Aníbal, pues, pensó que si lograba rebasar el campamento romano y establecerse él mismo en el país que tenía a la vista, Flaminio, recelando la burla de sus tropas, no podría contemplar con indiferencia que el país fuera devastado; herido en su orgullo, Flaminio estaría dispuesto a seguirle a cualquier lugar, afanoso de triunfar él solo, sin esperar la llegada del que compartía el mando con él. Por todo ello, Aníbal supuso que Flaminio le daría muchas oportunidades de atacarlo. Todo esto lo calculaba con lógica y sentido práctico.
Psicología de los generales.
Polibio, III, 81, 1-12. No sería natural decir otras cosas: si alguien cree que en el arte de la guerra hay algo más importante que conocer las preferencias y el carácter del general enemigo, es un ignorante y está cegado por la soberbia. Así como en los duelos personales o en las luchas cuerpo a cuerpo, el que pretende vencer y examinar cómo podrá alcanzar su objetivo y qué parte de sus antagonistas se muestra desnuda y desarmable, igualmente es indispensable que los responsables máximos de una empresa guerrera examinen no qué parte del cuero está al descubierto, sino qué parte del espíritu del general adversario se muestra vulnerable. Porque muchos por su indolencia y por una inoperancia total arruinan no sólo las empresas del estado, sino que, simplemente, pierden sus propias vidas por la pasión que sienten por el vino muchos, no logran conciliar el sueño si no se enajenan y emborrachan; otros, en su afán de placeres venéreos, por el transporte que éstos importan, no sólo arruínan sus ciudades y haciendas, sino que pusieron incluso su vida con deshonor. La cobardía y la flojedad de la vida privada reportan oprobio a quienes las tienen, pero si se dan en un comandante en jefe, constituyen una calamidad pública y el mayor de los desastres. Pues no sólo convierten en ineficaces a los esclavizados por ellas, sino que muchas veces exponen a los mayores riesgos a los que les están confiados. La temeridad, la audacia y el coraje irracional, e incluso la vanagloria y la soberbia son cosas que van muy bien al enemigo, pero muy peligrosas para los amigos; un hombre así es accesible a cualquier acechanza, emboscada o engaño. Si alguien pudiera apercibirse de los errores de los demás y atacar al adversario allí por donde el general enemigo es principalmente vulnerable, su triunfo total sería inmediato. Si alguien priva a una nave de su timonel, toda la embarcación y sus hombres caerán en manos del enemigo: de la misma manera, si alguien en la guerra es capaz de manipular la previsión y el cálculo al general enemigo, muchas veces logrará vencer totalmente, hombre por hombre, a sus oponentes. En aquella ocasión Aníbal, por haber previsto y calculado en lo que se refería al general enemigo, no se engañó en su plan.
COMENTARIO
Polibio se ha retratado en su exposición sobre cómo debe ser un jefe de ejército. Y precisamente atribuye a Aníbal las virtudes de un buen general. Cierto. Pero, de forma indirecta quizás esté haciendo alusión a los momentos en que Aníbal perdió su honor en el Sur de Italia dedicándose él y sus hombres a la vida relajada y falta de disciplina, sobre todo militar. Eso va a ocurrir con el paso del tiempo. Aníbal, cuando se encuentre en las horas más bajas de su vida, caerá en los vicios y formas de vida relajada que, a partir de unos momentos débiles de su existencia, dé claras muestras de su caída de popularidad.
Polibio, III, 82, 1-11. En efecto, tan pronto como Aníbal levantó el campo, partiendo de la región de Fiésole, rebasó mínimamente el campamento romano e invadió la región que tenía delante. Flaminio se excitó al punto y se llenó de furor: se creía víctima del desdén del enemigo. Después, al quedar devastado el país y señalar las columnas de humo que la ruina era total, el romano se irritó; creía que lo ocurrido era intolerable. Algunos oficiales romanos eran del parecer de que no se debía seguir de cerca al enemigo, y mucho menos trabar combate, sino precaverse y tener en cuenta que la caballería cartaginesa era muy numerosa; ante todo era indispensable aguardar al segundo cónsul y dar la batalla con los dos ejércitos romanos unidos. Pero Flaminio desestimó estas opiniones, y a duras penas, soportó la presencia de los que las manifestaban. Los incitó a pensar en lo que, naturalmente, dirían los que habían quedado en Roma si el país llegaba a ser destruído casi en las puertas de la ciudad, Esto cuando ellos estaban acampados en la Etruria, en la retaguardia del enemigo. Cuando habló en estos términos. finalmente, levantó el campo y avanzó con sus tropas sin examinar ni la oportunidad ni el territorio, con el sólo afán de caer sobre el enemigo, como si la victoria de los romanos fuera algo incuestionable. Tal fue la confianza que infundió en las multitudes, que mayor que el de los hombres que empuñaban armas era el número de los que ajenos a la información, los seguían, ávidos de ganancia; llevaban cadenas, grilletes y todo tipo de objeto por el estilo. Aníbal, por su parte, avanzaba por la Etruria en dirección a Roma; tenía a la izquierda la ciudad llamada Crotona y los montes que la circundan; a la derecha, el lago llamado Trasimeno. A medida que progresaba, quemaba y talaba el país; quería provocar el coraje del adversario. Cuando vio que Flaminio estaba ya en contacto con él, se apercibió de unos parajes aptos para la lucha y se dedicó a preparar la batalla.
Polibio, III, 83, 1-7. En el camino había un valle en pendiente, y en toda su longitud, a ambos lados, se levantaban collados altos y contiguos; por la parte delantera opuesta, este desfiladero estaba obstaculizado en toda su abertura por un monte escarpado y difícil; por la parte de atrás había un lago que dejaba sólo un paso muy estrecho en dirección al desfiladero, al pie de la cadena montañosa. Abíbal lo atravesó bordeando el lago y ocupó personalmente la altura que se oponía frontalmente al camino; acampó allí con los africanos y los iberos, destacó a los baleares y a los lanceros de la vanguardia bajo los collados de la derecha del desfiladero, y los situó estirando su línea lo más posible. Y lo mismo hizo con los galos; les mandó que rodearan los collados de la izquierda, y los extendió en una hilera continua, de manera que los últimos ocupaban ya el acceso que, entre el lago y las cadenas montañosas, conduce hacia el lugar mencionado; Aníbal lo había dispuesto todo durante la noche, y había rodeado de emboscada el valle en pendiente; después quedó a la expectativa. Flaminio le seguía los pasos, deseoso de establecer contacto con los enemigos. En la víspera había acampado junto al lago, ya muy entrado el día. Cuando apuntó el alba del siguiente, mandó que su vanguardia avanzara y bordeara el lago hasta la misma entrada del valle, con intención de atacar al adversario.
La batalla del Trasimeno entre Aníbal y Flaminio.
Polibio, III, 84, 1-14. El día era muy brumoso. Aníbal, así que la mayoría de romanos que marchaban había penetrado en el valle, y la vanguardia del adversario había establecido contacto con el mismo, dio la consigna, que transmitió a todos los emboscados y atacó por todas partes al enemigo. Su aparición resultó inesperada a los hombres de Flaminio; debido a las condiciones atmosféricas, les era difícil comprender la situación. El enemigo arremetía desde muchos lugares dominantes y se les echaba encima. Los comandantes y los oficiales romanos no sólo no podía acudir a prestar ayuda allí donde era necesario, sino que tan ni siquiera se apercibían de lo que pasaba, porque los atacaban por la vanguardia, por la retaguardia y por los flancos. Ocurrió, por consiguiente, que la mayoría murieron en la misma formación en marcha. sin defensa posible; en la práctica se vieron entregados por la impericia de su jefe. Perecían sin esperárselo, cuando todavía discutían lo que se debía hacer. En aquella ocasión, el mismo Flaminio, indeciso y abatido por aquella calamidad, murió a manos de unos galos que se le abalanzaron encima. En el desfiladero murieron unos quince mil romanos, que no cedieron a las circunstancias, pero que no pudieron hacer nada: según la costumbre, dieron la máxima importancia a no huir y a no abandonar la formación. Los que, en la marcha, se vieron copados dentro del valle, entre el lago y la cadena montañosa, perecieron de manera vergonzosa y aún más miserable. En efecto: rechazados hacia el lago, unos se lanzaron obcecados, y nadaron cargados con las armas hasta ahogarse; la mayoría se adentró en el agua lo más posible y permanecieron allí sacando únicamente la cabeza. Cuando la caballería cartaginesa los alcanzó, comprendieron que estaban perdidos sin remisión: levantaban los brazos y suplicaban que los cogieran vivos; emitían voces de todas clases. Al final, unos murieron a manos del enemigo y otros se incitaron a darse muerte mutuamente. Es verdad que quizás seis mil romanos del desfiladero derrotaron al adversario que tenían delante, pero no lograron cercarlo ni prestar apoyo a los suyos, porque no veían nada de lo que sucedía, siendo así que hubieran podido ser de gran utilidad en la batalla. En su anhelo de avanzar progresaban convencidos que caerían encima de algún enemigo; sin apercibirse de ello, llegaron a ocupar las alturas. Ya eran dueños de ellas cuando escampó la niebla y comprendieron la magnitud del desastre; incapaces ya de cualquier cosa porque el enemigo lo dominaba y lo ocupaba todo, dieron la vuelta y se replegaron a una aldea Etruria. Después de la batalla Aníbal mandó allí a Maharbal con los iberos y algunos lanceros, que asediaron la aldea. Los romanos, rodeados de tantas calamidades, depusieron las armas y se entregaron a cambio de salvar sus vidas. La guerra total librada entre romanos y cartagineses en Etruria acabó de esta manera.
Polibio, III, 85, 1-10. Cuando fueron conducidos a su presencia los prisioneros romanos que se habían rendido con condiciones, y al propio tiempo los demás, Aníbal los reunió a todos, en número de más de quince mil. En primer lugar puso en claro que Maharbal no tenía competencia, si él personalmente no se la otorgaba, de ofrecer seguridades a los que se habían entregado por un pacto; después lanzó acusaciones contra los romanos. Cuando acabó, repartió a los romanos cogidos prisioneros entre los batallones cartagineses para su custodia, y a los aliados de los romanos los remitió a sus propias patrias sin exigir rescate alguno. Les repitió las mismas palabras que a los de antes: que estaban allí no para combatir contra los italianos, sino contra los romanos en pro de la libertad de los italianos. Hizo descansar a sus tropas e hizo enterrar a los muertos más ilustres de su propio ejército que, eran en número, unos treinta, todos los muertos eran unos mil quinientos, galos en su mayoría. Después de hacer esto, deliberó con su hermano y sus amigos, dónde y cómo debería emprender el ataque, seguro ya de la victoria final. Al llegar a Roma la noticia de la desgracia acontecida, los magistrados de la ciudad fueron incapaces de disimular, o al menos de velar la magnitud del desastre, enorme como era: se vieron forzados a declarar el hecho a la multitud, para lo cual habían congregado la asamblea del pueblo. Cuando el pretor subió a la tribuna y declaró a la multitud reunida: » Hemos perdido una gran batalla», se produjo tal consternación que quienes habían vivido ambas circunstancias creyeron que lo sucedido entonces era mucho peor que lo ocurrido en la propia batalla. Y es lógico que fuera así: hacía muchísimo tiempo que ni de palabra ni de hecho se había reconocido una derrota, y el pueblo no soportó el desastre con moderación ni con dignidad. Pero no obró igual el Senado, sino que se mantuvo en las previsiones oportunas, y deliberó acerca del cómo y qué debía hacer el futuro cada uno.
COMENTARIO
Otra vez la estulticia, la imbecilidad y el orgullo vanidoso de un general dio al traste en su lucha contra el enemigo invasor. Flaminio fue una calamidad para su ejército: no tenía conocimientos tácticos militares, sólo le movía la vanidad de haber podido vencer a un enemigo tan valeroso como su adversario Aníbal y después pasearse pomposamente por Roma como triunfador. Fue una calamidad como estratego y como militar. Pero no estaba exento de culpa tampoco el Senado que le permitió mentir para ocultar una verdad que, después, se volvería contra ellos . Por tercera vez, la batalla decisiva para contener el empuje de los cartagineses en Italia, tuvo lugar en las proximidades del agua: lago Trasimeno. Fue una de las más grandes derrotas que sufrieron las fuerzas romanas en su propio territorio. Evidentemente el Senado romano tuvo que decir la verdad de los ocurrido. Pero, lo que no se entiende es que, si ya conocían las virtudes nefastas de Flaminio, de los episodios bélicos anteriores, cómo lo mantuvieron en el mando de sus ejércitos si ya había demostrado su incapacidad y su interés frente a los cartagineses. La República se tambaleaba y no sin motivos. Los mejores generales romanos no estaban en Italia.
Tras la victoria del Trasimeno, Aníbal se dirige al Adriático
Polibio, III, 86, 1-11. Precisamente durante los días de esta batalla Gneo Servilio, el cónsul que mandaba en la región de Rímini, situada frente a la costa del Adriático, allí donde las llanuras galas limitan con el resto de Italia, no lejos de la desembocadura del Po en el mar, sabedor que Aníbal había invadido la Etruria y de que había acampado frente a Flaminio, se propuso juntársele con todas sus tropas, pero imposibilitado por la lentitud de su ejército, destacó a toda prisa a Gayo Centenio, a quien confió cuatro mil jinetes; por si las necesidades lo exigían; quería que éste se le adelantara antes de que llegara él mismo. Aníbal se enteró del socorro enemigo cuando la batalla ya había concluido, y envía a Maharbal con los lanceros y parte de la caballería. Éstos acometieron a los hombres de Gayo, y en la primera refriega mataron casi a la mitad de ellos; persiguieron a los restantes hasta una loma, y al día siguiente los cogieron prisioneros a todos. En la ciudad de Roma hacía tres días que se había anunciado la pérdida de la batalla; la consternación había alcanzado un punto máximo, y cuando sobrevino este segundo desastre, no sólo el pueblo, sino el mismo Senado cayo en un profundo desaliento. Dejaron de lado la discusión de los asuntos del año y la provisión de las magistraturas, y deliberaron a fondo sobre la situación; creían que ella y las circunstancias presentes exigían un dictador. Aníbal, aunque confiaba ya en una victoria total, por el momento renunció a acercarse a Roma; iba recorriendo el país y lo devastaba impunemente: dirigía su marcha en dirección al Mar Adriático. Atravesó los territorio de los umbros y de los picenos y al cabo de diez días llegó a la región adriática. Se había apoderado de un botín tan grande, que su ejército se veía incapaz de llevar y de transportar sus ganancias. Además, durante la marcha causó muchas bajas al enemigo; tal como ocurre en la conquista de ciudades, también entonces, se pasó la orden de matar a todos los hombres en edad militar que encontraran. Y esto lo hacía por su odio congénito contra los romanos.
Polibio, III, 87, 1-9. En esta ocasión, cuando Aníbal acampó en la costa del Adriático, en una tierra muy fértil, que da frutos de todas clases, puso un interés especial en curar y recuperar a sus hombres, no menos que a los caballos. Había pasado el invierno al aire libre en el territorio de los galos; el frío y la falta de cuidados, las penalidades posteriores y el paso por los lugares pantanosos había producido en casi todos los caballos, y también en los hombres, la llamada sarna del hambre y malestares semejantes. Aníbal, convertido en dueño de un país ubérrimo, restableció el cuerpo de sus caballos y el cuerpo y el espíritu de sus hombres. Cambió el equipo de los africanos a la manera romana, con armas recogidas de entre tantos despojos como había capturado. También en este momento mandó por mar legados a Cartago, que describieran lo sucedido. Pues entonces, por primera vez tocó la costa desde que había penetrado en Italia. Cuando los oyeron, los cartagineses exultaron de alegría, y pusieron todo su interés y providencia en ayudad, de todos los modos posibles, a las acciones de Italia y de Iberia. Los romanos, por su parte, nombraron dictador a Quinto Fabio, hombre de prudencia excepcional y de ilustre nacimiento. Todavía hoy, entre nosotros, los hombre de su linaje son llamados Máximos, es decir, los más grandes, debido a sus acciones y a los éxitos de aquél. He aquí las diferencias que hay entre un dictador y los cónsules. Éstos tienen, cada uno, un cortejo de doce lictores, mientras que el dictador lo tiene de veinticuatro. Los cónsules muchas veces necesitan del Senado para ejecutar sus planes; el dictador es un general que goza de plenos poderes. Cuando ha sido nombrado, en Roma se anulan todas las magistraturas, a excepción de los tribunos de la plebe. Pero de esto se hará una exposición más detallada en otro lugar. Los romanos, pues, nombraron un dictador, y junto a él, a Marco Minucio como comandante de la caballería. Éste está sometido al dictador, pero le sustituye en el mando cuando algo retiene al dictador en otra parte.
Polibio, III,88, 1-9. Aníbal iba moviendo su campamento en etapas breves, y no salía de la región adriática. Disponía en abundancia de vino añejo y con él lavaba a los caballos; era una medicina para su mal estado y su sarna. Lo mismo hacía con los hombres: curaba a los heridos y procuraba que los restantes soldados adquirieran vigor y valor para las necesidades que se aproximaban. Atravesó y devastó las tierras de los pretutios con la población de Adria, después las de los marrucinos y las de los frentenianos; luego avanzó hacia Yapigia. Este país está dividido en tres partes, el territorio de los daunios, el de los peucetios y el de los mesapios; Aníbal invadió el primero la Daunia. Empezó por aquí, por Luceria, que era colonia romana, e iba devastando el país. Posteriormente cambió de emplazamiento y acampó junto al lugar llamado Ibonio, recorrió el territorio de Argiripa y saqueó impunemente toda la Daunia. Entretanto, Fabio, tras su investidura, ofreció sacrificios a los dioses, salió con su colega en el mando y con las cuatro legiones alistadas para esta circunstancia. Cerca de Narnia estableció contacto con las fuerzas romanas que habían salido de Rímini para prestar ayuda. Relevó a su jefe, Gneo Servilio del mando del ejército de tierra, y lo envió a Roma con una escolta, con la orden de que si los cartagineses se movían por mar, acudiera siempre a proteger los lugares que corrieran peligro. Y él, personalmente, junto con su ayudante en el mando, tomó a sus órdenes las tropas y acampó delante de los cartagineses, en el lugar llamado Eca, que distaba del enemigo unos cincuenta estadios.
COMENTARIO
Aníbal ya se sentía, con razón, dueño de la Italia rica. Se dirigió al Adriático y allí se dedico a saquear los ricos campos y ciudades. Tuvieron el tiempo que quisieron para reponer su salud y la de los animales que tanto habían sufrido. Frenaba cualquier intento de los romanos en impedir sus planes: eran invencibles. La moral de los cartagineses y su jefe no podía estar más alta, frente a la de los romanos que se sentían hundidos y abandonados por los ineptos militares que los defendían o trataban de hacerlo. El Senado romano se vio obligado a nombrar un dictador, dada la circunstancia tan peligrosa en la que se encontraba la República romana.
Polibio, III, 89, 1-9. Aníbal supo de la presencia de Fabio y se propuso aterrorizar súbitamente al enemigo. Hizo salir a su ejército, lo aproximó al atrincheramiento romano y lo formó en orden de combate. Esperó algún tiempo sin que saliera nadie, y se retiró nuevamente a su propio campamento. Pues Fabio había decidido no exponerse ni arriesgar una batalla; procuraba por encima de todo la seguridad de sus tropas, y se atuvo firmemente a esta decisión. Primero los suyos lo desdeñaron y no faltó quien le tildara de cobarde, como si la batalla lo llenara de pavor, pero con el tiempo hizo que todos reconocieran que en aquellas circunstancias nadie hubiera sido capaz de comportarse de manera más atinada y juiciosa. Los hechos, en efecto, testificaron muy pronto a favor de sus cálculos, y fue natural que fuera así: sucedía que las tropas adversarias se habían ejercitado en la guerra continuamente, desde su más temprana juventud; contaban con un jefe que había crecido entre ellos, acostumbrado desde niño a operaciones a campo abierto. Habían vencido en muchas batallas en Iberia y dos veces seguidas a los romanos y a sus aliados. Y por encima de todo debía tenerse en cuenta que habían renunciado a todo, y que la única esperanza de salvación que tenían estaba en vencer.
La situación del ejército romano era exactamente la contraria. Por lo cual era desaconsejable arriesgar una batalla decisiva cuando lo más probable era que iban a ser derrotados. En sus cálculos, Fabio se volvió hacia Lo que les era ventajoso, fue constante en ello, y dirigió la guerra de este modo. Las ventajas de los romanos consistían en un aprovisionamiento prácticamente ilimitado y en una gran abundancia de soldados.
Polibio, III, 90, 1-14. Así pues, en el tiempo que siguió, siempre marchaba paralelamente al enemigo, y se adelantaba a ocupar los lugares estratégicos según su experiencia. Disponia en su retaguardia de provisiones abundantes, por lo que jamás permitió que sus soldados se dispersaran a forrajear ni que ni una sola vez se apartaran del atrincheramiento: vigilaba que estuvieran siempre juntos y concentrados, y acechaba lugares y oportunidades. De este modo cogió prisioneros y mató a muchos enemigos que, despreciando al adversario, se habían diseminado para forrajear, desde su propio campamento. Obraba así porque quería reducir el número de enemigos, siempre limitado, y restablecer y hacer recobrar poco a poco la confianza y el espíritu de sus propios hombres, derrotados en batallas campales por medio de éxitos parciales. No era en absoluto capaz de lanzarse deliberadamente a una confrontación decisiva. Marco Minucio, su subordinado, en el mando, no estaba de acuerdo con semejante proceder: participaba de las ideas de la masa y denigraba a Fabio delante de todos, afirmaba que se encaraba con la situación de manera floja y remisa; él, personalmente deseaba con ardor exponerse y arriesgarse a una batalla. Los cartagineses devastaron, pues, los lugares citados, rebasaron los Apeninos y bajaron al territorio de los samnitas, muy fértil, y que durante mucho tiempo se había visto libre de guerra. Allí tuvieron tal sobreabundancia de provisiones que, ni consumiéndolas, ni destruyéndolas podían agotar el botín. Recorrieron también el campo de Benevento, que era colonia romana, y conquistaron la ciudad de Venusa, que no estaba amurallada, repleta, además, de toda clase de ajuares. Los romanos les iban siguiendo constantemente los pasos, conservando una distancia de uno o dos días de marcha: rehusaban acercarse más al enemigo y trabar combate con él. Aníbal, viendo que Fabio rehuía la batalla, pero que no acababa de retirarse del campo abierto, avanzó audazmente hacia las llanuras que rodean Capua, al lugar llamado Falerno. Pensaba que una de dos: o bien forzaría al enemigo a luchar, o bien haría patente a todos que su dominio era indisputado, y que los romanos le cedían el campo abierto. Esperaba que con esto, las ciudades intimidadas desertarían una tras otra de los romanos. Hasta entonces, a pesar de que estos habían perdido dos batallas, ninguna ciudad italiana se había pasado a los cartagineses, sino que se mantenían leales, aun cuando algunas había sufrido mucho. Esto puede ser un indicio de respeto y de la estimación de que gozaba la república romana entre los aliados.
Aníbal en tierra de los samnitas y la Campania.
Polibio, III, 91, 1-10. El cálculo de Aníbal era muy lógico: las llanuras de Capua son las más famosas de Italia por su fertilidad y por su belleza; se extiende a lo largo de la costa y poseen mercados a los que concurren navegantes procedentes de casi todo el mundo que se dirigen a Italia. En estas llanura están también las ciudades más bellas e ilustres de esta península. En la franja costera se levanta Sinuesa, Cumas y Puzzoli, además de Nápoles, y finalmente el pueblo de los nucerios. Tierra adentro, la parte nórdica está habitada por los calenos y los tianitas, la parte oriental y la del sur la habitan los duanios y los nolanos. En la parte central de estas llanuras está situada la ciudad de Capua, la más próspera de todas. La descripción que los mitógrafos hacen de esta llanura es muy justificada. Se les llama también Campos Flegreos, igual que otras llanuras célebres: no es extraño que los dioses se pelearan por ellas, por su belleza y su fertilidad. Además de los apuntado, estas llanuras están bien defendidas y son de acceso difícil: están rodeados por el mar y, en su mayor parte, por una cadena montañosa que ofrece sólo tres entradas desde tierra adentro, angostas y escabrosas, la primera por el país de los samnitas, < la segunda por el Lacio> y la otra por la región de Hirpino. Por todo lo cual los cartagineses se dispusieron a acampar allí teatralmente para intimidar a todos ante algo inesperado, representar a los enemigos fugitivos y hacer patente que eran ellos los que dominaban el campo.
Polibio, III, 92, 1-10. Con este cálculo, pues, Aníbal partió del territorio de los samnitas y pasó el desfiladero por el collado llamado Eribiano. Acampó junto al río Volturno, que divide en dos partes aproximadamente iguales la citada llanura. Estableció el campamento en la parte que da hacia la ciudad de Roma, y lanzando a sus forrajeadores por todas partes, devastaba la llanura impunemente. Fabio quedó impresionado por la operación y la audacia enemiga, pero se atuvo aún más a sus decisiones. Marco Servilio, su subordinado en el mando, y todos los tribunos y centuriones del ejército, creían que habían cogido al enemigo en buena situación, y juzgaban que debían apresurarse a establecer contacto con él en las llanuras, sin tolerar que fueran arrasados los territorios más famosos. Hasta que llegó a aquellos lugares, Fabio se daba prisa y fingía estar de acuerdo con quienes estaban tan animosos y belicosos. Pero al acercarse a Falerno, se dejaba ver por las cadenas montañosas y se movía paralelamente al enemigo, de modo que, aunque daba la impresión a los aliados de no ceder el terreno al adversario, sin embargo, no hacía bajar su ejército a la llanura, y esquivaba cualquier tipo de batalla campal; le movían a ellos las causas ya dichas, y, además, la evidencia de que el enemigo le superaba enormemente en caballería. Aníbal, después de provocar al enemigo y devastar toda la llanura, se hizo con un botín enorme; luego levantó el campo. No quería echar a perder el botín, sino depositarlo en un lugar donde pudiera pasar el invierno; así su ejército gozaría de bienestar no sólo en aquel momento, sino que dispondría siempre de recursos en abundancia. Quinto Fabio adivinó este plan y que Aníbal iba a emprender la retirada por donde había venido; se percató, además, de que los parajes eran angostos y muy adecuados para un ataque. Apostó, pues, en la misma salida, a unos cuatro mil hombres, los arengó para que utilizaran su bravura oportunamente, ya que el lugar era muy estratégico; él personalmente, con la mayor parte de su ejército acampó en una colina que dominaba la entrada a los desfiladeros.
COMENTARIO
Aníbal llegó a dominar completamente el territorio de la Campania. Encontró un gran lugar donde recolectar víveres para mucho tiempo. Quinto Fabio, por su parte, no entró a la provocación que le presentaba el cartagines. Era un soldado discreto y muy previsor. Sabía cómo era Aníbal, conocía sus estratagias, y los éxitos que había ya experimentado en las campañas anteriores. Por eso, y pensando en la seguridad de sus soldados, no presentó en ningún momento batalla en campo abierto: conocía sus limitaciones. Pero sí hizo y llevó a cabo una estrategia bien pensada: seguía a Aníbal a distancia, unca en llanura, sino por las montañas; lo acechaba desde lejos. Fabio, con ello, pretendía poner nervioso a su adversario, quien quería resolver rápidamente su situación derrotando definitivamente a los romanos. El ejército de Fabio era inferior en número a sus contrincantes. Por ello y porque conocía a Aníbal, no le dio oportunidad de presentar batalla. Soldados y centuriones romanos dudaban ya de la estrategia de Fabio y lo tachaban de cobarde. Por ello le llamaban cunctator (vacilante, inseguro y dudoso). Pero nadie le apeó de sus planes ante Aníbal.
Polibio, III,93, 1-10. Los cartagineses llegaron y establecieron el campamento en la llanura, al pie mismo de las montañas; Quinto Fabio creía que lograría arrebatarles el botín sin lucha, y aún más, que, por ser el lugar muy estratégico, le permitiría culminar favorablemente aquellas operaciones. Estaba entregado de lleno a la reflexión: pensaba cómo y por dónde aprovecharía la posición ventajosa, y quiénes y desde dónde arremeterían contra el adversario. Los romanos se preparaban para el día siguiente, pero Aníbal lo previó, porque era lo más natural, y no dio tiempo ni ocasión a los planes enemigos.. Llamó a Asdrúbal, el jefe de sus servicios de intendencia, y le encargo que a toda prisa ataran el máximo número posible de haces de leña seca, fuera la que fuera; debía elegir, además, de entre los bueyes de labranza cogidos en el botín, unos dos mil de los más vigorosos, y agruparlos delante del campamento. Hecho esto, reunió a los soldados de intendencia y les indicó una prominencia que estaba entre su propio campamento y los desfiladeros por los que se disponía a hacer la marcha; les ordenó que cuando se diera la contraseña, dirigieran con fuerza y energía a los bueyes hasta que llegaran a las alturas. Después mandó cenar a todo el mundo y retirarse a descansar hasta que llegara el momento. Al caer la tercera vigilia de la noche, hizo salir a los de la intendencia y les indicó que ataran los haces a los cuernos de los bueyes. Lo hicieron rápidamente, porque eran muchos hombres, y entonces mandó prender fuego a los haces, azuzar a los bueyes y dirigirlos hacia las cimas. Detrás de los de intendencia dispuso a los lanceros, con la orden de ayudar algo a los que dirigían a los bueyes; cuando los animales hubieran emprendido la primera carrera, ellos debían correr a ambos lados y con gran griterío, a ocupar las crestas, para prestar ayuda y trabar combate con el enemigo, si por casualidad les disputaban aquellas alturas. Simultáneamente él situó sus fuerzas, primero las pesadas, detrás de ellas su caballería, a continuación el botín, y finalmente, a los iberos y a los galos. Así se dirigió a los desfiladeros y las salidas.
Polibio, III, 94, 1-10. Los romanos que custodiaban los desfiladeros, así que vieron las llamas avanzar hacia las cumbres, creyeron que Aníbal se lanzaba por allí. Abandonaron el paso difícil y se fueron a apoyar a los de las crestas. Al acercarse los bueyes, las llamas los pusieron en apuros, pues se imaginaron y creyeron que sucedía algo peor de lo que en realidad pasaba. Cuando llegaron los lanceros, se estableció entre ambos bandos una ligera escaramuza: los bueyes se lanzaron en medio, y los dos bandos quedaron en las crestas, pero separados, y se mantuvieron esperando el día, porque no alcanzaban a comprender lo sucedido. Quinto Fabio, perplejo ante los acontecimientos, y, según el poeta, «sospechando que allí había engaño», pero decidido, según su propósito inicial, a no jugarse nada al azar ni a entablar una batalla decisiva, permaneció inactivo en su campamento y aguardó el día.. Entonces Aníbal, puesto que las cosas le habían salido según sus cálculos, hizo pasar sin riesgo por los desfiladeros a sus tropas con el botín, puesto que los defensores de las angosturas las habían abandonado. Al alborear se apercibió de los romanos que, en las cumbres, hacía frente a sus lanceros; envió allí algunos iberos que trabaron combate y mataron a un millar de romanos; recuperaron fácilmente a su propia infantería ligera y descendieron del monte. Aníba, pues, después de haber salido de esta manera de Falerno, desde entonces ya acampaba sin riesgo. Miraba y pensaba dónde iba a pasar el invierno; había infundido gran miedo y perplejidad a las ciudades y a los hombres de Italia. La reputación de Quinto Fabio fue mala entre el grueso de la población, que le supuso cobarde porque había dejado escapar a los adversarios en un sitio tan ventajoso; él, con todo, no se apartó de sus propósitos. Mas obligado al cabo de pocos días a dirigirse a Roma por razón de ciertos sacrificios, confió el mando del ejército a su lugarteniente, con la orden expresa, que encareció, de que no se pusiera tanto interés en dañar al enemigo como en no sufrir ellos mismos nada malo. Pero Marco Servilio no hizo el menor caso; mientras Fabio le decía estas cosas, él ya estaba dispuesto, sin vacilar lo más mínimo, a arriesgar todo y a librar na batalla.
COMENTARIO
El episodio de los bueyes en el desfiladero cercano a campamento de cartagineses y romanos, fue una prueba de la astucia e inteligencia de Aníbal. De noche, con bueyes entorchados, preparando una emboscada para desproteger los altos del desfiladero por donde debían pasar, fue una muestra de su agudeza mental en la estrategia bélica contra los romanos, a quienes, sobre la marcha, engañó y además provocó daños a su enemigo. Pero lo importante era recuperar el cañón del desfiladero por donde tenía que pasar: venció la astucia y Aníbal consiguió su objetivo.
Lo ocurrido en Apulia
Polibio, III, 100, 1-8. Los exploradores le informaron de que en la región de Luceria y en el país llamado Gerunio había trigo en abundancia; este último lugar era muy adecuado para silo. El cartaginés determino, pues, pasar allí el invierno, y avanzó marchando junto al monte Liburno, hacia los lugares mencionados. Llegado a Gerunio, que dista de Luceria doscientos estadios, primero envió mensajeros y procuró atraerse la amistad de los habitantes de aquellas regiones, ofreciéndoles garantías de lo que les anunciaba. Si embargo, nadie le hizo el menor caso, por lo que emprendió el asedio de la plaza. Se adueñó del país rápidamente, mató a sus habitantes, pero conservó intactas la mayoría de las casas, y también las murallas, pues quería almacenar trigo allí para el invierno. Hizo acampar a su ejército delante de la ciudad, y fortificó el campamento con un foso y un atrincheramiento. Listo ya todo esto, mandó dos partes de su ejército a aprovisionarse de trigo, con la orden de que diariamente cada una debía proporcionar a los suyos una cantidad determinada; la contribución de cada grupo se debía remitir a los encargados de este servicio. Aníbal mismo con la otra parte custodiaba el campamento y protegía a sus forrajeadores allí donde se encontraran. La mayor parte del país era llana y se podía recorrer fácilmente. El número de forrajeadores cartagineses era prácticamente incalculable, y como era la estación más apropiada para la recolección, la cantidad de trigo recogida cada día era enorme.
Polibio, III, 101, 1-11. Marco Minucio recogió de manos de Fabio el mando de las tropas. Primero siguió por las crestas, en paralelo, a los cartagineses; confiado siempre en caer sobre ellos alguna vez. Pero cuando se enteró de que las tropas de Aníbal ya habían tomado Gerunio y de que recogían el trigo del país, de que habían acampado ante la ciudad protegiéndose con una estacada, abandonó las alturas y descendió por una cresta que llegaba al llano. alcanzó una montaña que esta encima del territorio de Larino, llamada Calena,, y acampó en torno a ella, resuelto a trabar combate con el enemigo a cualquier precio. Aníbal vio la aproximación del enemigo, y permitió salir a forrajear a sólo una tercera parte de su ejército; retuvo las dos restantes, y avanzó desde la ciudad dieciséis estadios en dirección al adversario. Acampó en la cima de una loma: con ello pretendía intimidar al enemigo y proporcionar al tiempo seguridad a sus forrajeadores. Entre ambos campamentos había una altura situada estratégicamente, desde la cual se dominaba el campamento enemigo; Aníbal mandó unos dos mil lanceros y consiguió ocuparla cuando todavía era de noche. Al alborear, Marco Minucio lo vio, hizo salir a sus tropas ligeras y asaltó la colina. Se produjo una escaramuza violenta de la que, al final, salieron victoriosos los romanos, que trasladaron todo su campamento a este lugar. Al tener enfrente el campamento romano, Aníbal retuvo durante cierto tiempo la mayor parte de su ejército con él. Pero cuando pasaron muchos días se vio obligado a dividir sus tropas y enviar una parte a apacentar ganado y otros a forrajear, pues se esforzaba, según su plan inicial, en no echar a perder su botín y en reunir la máxima cantidad de trigo posible; así, durante el invierno, sus hombres dispondrían de todo en abundancia, y no menos sus acémilas y sus caballos. En efecto: las máximas esperanzas de su ejército, Aníbal las depositaba en su cuerpo de caballería.
Polibio, III,102, 1-11. Fue entonces cuando Marco Minucio vio que la mayor parte de los enemigos se había diseminado por el país para las tareas reseñadas; escogió la hora más oportuna del día e hizo salir a sus fuerzas. Se aproximó al campamento de los cartagineses, hizo formar a sus tropas pesadas, repartió en grupos a su caballería y a sus tropas ligeras y los mandó contra los forrajeadores con la orden de no coger ningún prisionero vivo. Ante esto, la situación de Aníbal se convirtió en muy delicada, pues no podía oponerse de forma segura a la formación contraria ni podía prestar socorro a los suyos, esparcidos por el territorio. Los romanos que habían sido enviados contra los forrajeadores, mataron a muchos de éstos por estar esparcidos, y a los que se mantenían en la formación desdeñaron tanto a los cartagineses que llegaron a arrancarles la estacada: lo único que no hicieron fue asediarlos.
Polibio, III, 102, 1-11. Aníbal, pues, estaba en mala situación, pero no se movió, a pesar de la tormenta que lo zarandeaba. Iba rechazando a los que se aproximaban, y custodiaba a duras penas su campamento, hasta que Asdrúbal reagrupó a los que habían huido del territorio hacia el atrincheramiento de Gerunio, que eran unos cuatro mil, y se presentó para ayudar. Esto fue para Aníbal un respiro y se atrevió a efectuar una salida: formó a sus tropas a poca distancia del campamento y con gran esfuerzo rechazó el peligro que se cernía sobre él. Marco Minucio había causado muchas bajas al enemigo en la refriega junto a la estacada, y había matado todavía un número mayor de cartagineses en el territorio; entonces se replegó con grandes esperanzas de cara al futuro. Al día siguiente los cartagineses abandonaron la estacada y Marco subió y ocupó el campamento adversario. Aníbal, que temía que por la noche los romanos encontraran desguarnecida la empalizada de Gerunio y se apoderaran de los bagajes y de los depósitos, determinó retirarse y establecer de nuevo su campamento en aquel lugar. Desde entonces los cartagineses forrajearon con más cuidado y más protección, y los romanos lo contrario, con más confianza y más audacia.
COMENTARIO
Fabio fue sustituido por Marco Minucio. Buen general. Anibal, que campeaba a sus anchas por el territorio donde se había emplazado, descuidó la atención y el peligro que podía correr como consecuencia de la estrategia de Minucio, quien no dejó de perseguir y entorpecer las acciones de los cartagineses. El romano estuvo a punto de dar un golpe muy peligroso a la estrategia de Aníbal. Con escaramuzas bien estudiadas, Minucio causó un duro golpe a los enemigos que se encontró por los campos haciendo su trabajo de forrajeo.
Polibio, III, 103, 1-8. En Roma se dio más importancia a lo sucedido de la que en realidad tenía, y la gente exultaba; poseídos antes de una desconfianza total, ahora creían que se les ofrecía un cambio hacia algo mejor; además pensaban que antes la inactividad y el recelo de las legiones no se debía a un acobardamiento de las tropas, sino a la precaución del general. Todo el mundo acusaba y reprochaba a Fabio el no haber aprovechado con audacia las oportunidades; en cambio alababan tanto a Marco por lo sucedido que ocurrió lo que nunca había pasado: le concedieron también plenitud de poderes, convencido de que iba a poner un rápido fin a sus problemas. Es innegable que entonces hubo dos dictadores para una misma empresa, cosa jamás vista antes entre los romanos. Marco Minucio, cuando tuvo en claro el efecto de la masa y la potestad que el pueblo le había otorgado, sintió doblemente el afán de desafiar y de atreverse contra el enemigo. También Fabio llegó donde estaban las tropas; los hechos no le habían hecho cambiar nada; permanecía aún más firme en su opción inicial. Vio que Marco se había envanecido, que le llevaba la contraria en todo y que andaba totalmente decidido a arriesgar una batalla, por lo cual se le dio a elegir: o ejercer el mando por turno, o partirse las fuerzas y actuar cada uno según sus propias decisiones. Marco Minucio aceptó preferentemente esto último, la partición. Se dividieron, pues, el ejército, y acamparon separadamente el uno del otro, a doce estadios de distancia.
COMENTARIO
El éxito de Minucio sobre las tropas de Aníbal enardeció a la población romana. Pero todo era un espejismo; deseoso de acabar con aquella situación de inseguridad, se nombraron dos dictadores: Fabio y Minucio. Ambos discrepaban a la hora de actuar contra los cartagineses: Fabio seguía con su estrategia preventiva, y Minucio, con la intención a presentar batalla a campo abierto con las fuerzas de Aníbal. La conslusión fue la división de las fuerzas en dos ejércitos, cosas que acabaría perjudicando a los romanos.
Polibio, III, 104, 1-7. Aníbal sabía unas cosas por prisioneros capturados, y los hechos que veía le hacían adivinar las otras. Comprendía la rivalidad de los generales y la vanidad y la ambición de Marco. Creyó que lo que corría entre los enemigos no le era adverso, sino favorable. Dirigió su atención a Marco: pretendía rebatir su audacia y superarle en ardor. Entre el campamento cartaginés y el de Marco había un montecillo que podía ser perjudicial a los dos bandos, por lo que determinó ocuparlo. Pero intuía claramente, por el éxito romano anterior, que Marco Minucio acudiria inmediatamente para obstaculizar su intento, de modo que ideó lo que sigue. Los lugares que rodeaban la eminencia eran áridos, pero ofrecían muchas cavernas y hendiduras de todas clases; por la noche envió, en grupo de doscientos a trescientos a los lugares más aptos para emboscarse, quinientos jinetes y un total de unos cinco mil infantes armados a la ligera. Para que no fueran vistos al amanecer por los forrajeadores romanos, al despuntar el día, ocupó la loma con su infantería ligera. Marco Minucio, al ver lo ocurrido, lo creyó un signo de buena suerte; mandó al punto a su infantería ligera con la orden de luchar y de pelear por aquel lugar; después envió a la caballería, y a continuación marchó él mismo con las tropas pesadas, igual que la vez anterior, actuando en cada caso más o menos de la misma manera.
Polibio, III, 105, 1-11. Acababa de amanecer, y los pensamientos y los ojos de todos estaban fijos en los que habían trabado combate en la loma; no se sospechaba la carga de los emboscados. Aníbal enviaba ininterrumpidamente refuerzos a los hombres de la colina, siguiendo él personalmente paso a paso con su caballería y con sus tropas; resultó que los de a caballo trabaron prontamente combate entre ellos. Al ocurrir esto, la infantería ligera romana se vio presionada por la gran masa de caballería enemiga, y al huir hacia sus fuerzas pesadas produjo una gran confusión. Y fue entonces cuando se dio la señal a los cartagineses emboscados, los cuales aparecieron y atacaron por todos lados; y no sólo sobre la infantería ligera, sino que sobre todo el ejército romano se abatió un grave peligro. Fabio se dio cuenta de lo que pasaba y, temiendo sufrir una derrota decisiva, efectuó una salida con sus fuerzas y socorrió con gran celo a los que corrían peligro. Como se aproximó a toda prisa, los romanos recobraron su ánimo y, a pesar de haber deshecho ya toda su formación, de nuevo se reagruparon en torno a sus estandartes, se retiraron y se refugiaron entre los hombres de Fabio. La infantería ligera había sufrido muchas bajas, pero aún más las legiones, que perdieron la flor y nata de sus hombres. Aníbal y los suyos temieron el estado íntegro y el orden de las legiones que acudían a reforzar, de modo que desistieron de la persecución y de la batalla. Para los que habían asistido personalmente a la refriega, quedó claro que todo se perdió por la temeridad de Marco Minucio, y que todo hasta entonces, y también entonces, se había salvado por la prevención de Fabio. Los habitantes de Roma conocieron, por fin, claramente, la diferencia real entre la vanagloria y la precipitación de un soldado, y la previsión y el cálculo seguro y razonable de un general. Enseñados por los acontecimientos, los romanos establecieron su campamento único con una sola estacada, y desde entonces atendieron ya a Fabio y a sus consejos. Los cartagineses abrieron un foso en el espacio intermedio entre la loma y su propio campamento, rodearon con una estacada la cima del monte, que ahora dominaban, y dejaron allí una guarnición, tras la cual, ya sin peligro, dispusieron su propia invernada.
COMENTARIO
El enfrentamiento de romanos y cartagineses por ocupar lugares estratégicos resultó un descalabro para los primeros. Minucio no previó la astucia de Aníbal, quien tendió una nueva emboscada a los romanos que resultaron malparados por su falta de prevención. Hasta tal punto Minucio puso en peligro la seguridad de los ejércitos romanos que, Fabio, visto lo ocurrido, acudió en socorro del ejército de Minucio a punto de ser aniquilado. Este resultado se supo en Roma rápidamente y, por fín, el romano se dio cuenta de los valores estratégicos de Fabio: su prevención y prudencia fue lo que libró al ejército romano de ser eliminado en estas circunstancias.
Batalla de Cannas (Año -216)
Polobio, III, 106, 1-10. Al llegar el tiempo de los comicios consulares, los romanos eligieron cónsules a Lucio Emilio y a Gayo Terencio, tras cuya designación, los dictadores dejaron sus cargos. Los cónsules del año anterior, Cneo Servilio y Marco Régulo (que había sido nombrado tras la muerte de Flaminio) fueron nombrados procónsules por Lucio Emilio; tomaron mando de los acampados y dispusieron las operaciones militares según su parecer. Emilio llamó inmediatamemte a filas la parte de tropas que faltaba para completar la campaña y las envió. Pusieron en claro a Cneo que no debía en modo alguno entablar una batalla decisiva, pero sí, en cambio, librar escaramuzas continuas y lo más duras posible: así los procónsules entrenarían y harían cobrar ánimo a los soldados bisoños para las batallas decisivas. En efecto: les parecía que había contribuido no poco a los desastres anteriores el hecho de usar soldados recién reclutados y sin ninguna preparación. Ellos personalmente confiaron al pretor Lucio Postumio, nombrado general, una legión, con la que le mandaron al país de los galos: querían producir escisiones entre los galos que militaban a favor de Aníbal. Previeron también la recuperación de la flota que invernaba en Lilibeo, y enviaron a los generales de Hispania todo lo requerido para sus operaciones. Los cónsules, pues, pusieron gran empeño en esto y en los demás preparativos. Cneo Servilio recibió sus órdenes y lo dispuso todo según ellas, por lo cual omitiremos escribir más sobre el particular. No se hizo nada decisivo, ni simplemente digno de mención, tanto por las órdenes recibidas como por el cariz que presentaban las circunstancias. Hubo, en cambio, escaramuzas y choques parciales en gran número, en las que los jefes romanos alcanzaron prestigio, pues parecía que lo disponían todo con energía y coraje.
Polibio, III, 107, 1-13. Los dos ejércitos pasaron el invierno y la primavera acampados uno frente al otro. Cuando la época del año les permitió aprovisionarse de las cosechas del año, Aníbal hizo salir a sus tropas de la fortificación de Gerunio: creyó conveniente obligar como fuera al enemigo a combatir, por lo que ocupó la ciudadela de la ciudad llamada Cannas. Los romanos habían depositado en ella su trigo y el restos de sus provisiones procedentes de los parajes de Canusio, y desde esta ciudad lo trasladaban al campamento según lo exigieran las necesidades. La ciudad había sido arrasada ya antes, pero entonces la pérdida de la ciudadela y de las provisiones perturbó a las tropas romanas en no pequeño grado puestas en situación dificil no sólo por la falta de avituallamiento, al ser conquistado aquel lugar, sino que también porque la ciudadela estaba colocada estratégicamente en medio de los parajes circundantes. Los jefes romanos enviaban mensajeros a Roma continuamente para recibir instrucciones acerca de lo que debían hacer; si se aproximaban al enemigo ya no podrían rehuir la batalla, puesto que el país estaba arruinado y todos los aliados vacilaban. Los senadores decidieron combatir, presentar batalla al enemigo. Pero ordenaron a Cneo Servilio que se contuviera y ellos enviaron a los cónsules. Todos miraban hacia Paulo Emilio, quien infundía grandes esperanzas por la honradez de su vida anterior y porque parecía que poco tiempo antes había conducido con coraje y a la vez con serenidad, la guerra contra los ilirios. El Senado romano se propuso afrontar el peligro con ocho legiones, cosa inaudita entre los romanos. Cada legión tendría unos cinco mil hombres, y además aliados. Los romanos, en efecto, tal como hemos dicho en alguna parte anterior, se manejan siempre con cuatro legiones. Una legión comprende normalmente unos cuatro mil hombres de infantería y doscientos jinetes. Pero si se presenta alguna empresa de riesgo capital, aumentan en cada legión a cinco mil el número de infantes y a trescientos el de jinetes. En cuanto a los aliados, el número de soldados de a pie lo equiparan al de las legiones, pero el de jinetes lo triplican. Confían a cada uno de los cónsules dos legiones y la mitad de los aliados, y los mandan así a las operaciones. La mayoría de los combates se deciden con un cónsul, dos legiones y el número indicado de aliados; raras son las veces en que aprestan todas sus fuerzas para una sola oportunidad y un solo combate. Pero entonces estaban aterrorizados: temían tanto al futuro que determinaron afrontar el riesgo no con cuatro, sino con ocho legiones romanas a la vez.
Polibio, III, 108, 1-10. Exhortaron a los hombres de Paulo Emilio, pusieron ante sus ojos la trascendencia del resultado de la batalla para ambos bandos y les enviaron con la orden de arriesgarse totalmente, con valor y de manera digna de la patria. Éstos se unieron al resto de las tropas y, reuniendo a todo el contingente,, le expusieron la decisión del senado; pronunciaron una arenga a tono con aquella circunstancia, palabras salidas de la experiencia personal de Paulo Emilio, que era quien arengaba a las tropas. La mayor parte de su discurso tocó los desastres sufridos recientemente; pues esto era lo que había hecho cundir el desánimo, y aquí la gran mayoría precisaba de aliento. Por esto procuró imbuirles la idea de que encontrarían no una o dos causas de las derrotas sufridas en las batallas precedentes, sino muchas más, que les había conducido a aquel final. Pero entonces ya no les quedaba ningún pretexto, si eran verdaderamente hombres, para no vencer al enemigo. Jamás los dos cónsules habían combatidos juntos y con todos sus efectivos, ni antes se habían utilizado tropas entrenadas, sino bisoñas y que no habían ni siquiera visto nada terrible. Y por encima de todo: antes no sabían nada absolutamente del enemigo, se le habían opuesto en formación casi sin haberlo visto y se habían lanzado así a batallas decisivas. Pues los derrotados junto al río Trebia habían llegado de Sicilia el día anterior y formaron ya al alborear del día siguiente. Y los que lucharon en Etruria no pudieron ver al enemigo no ya antes, sino incluso durante la batalla, ya que el aire se llenó de niebla. » Pero ahora la situación es absolutamente opuesta a las antedichas:
Polibio, III, 109, 1-12. En primer ligar -dijo-, estamos aquí los dos cónsules, y no vamos a participar con vosotros únicamente nosotros en los combates, sino que, además, hemos dispuesto que los del año pasado estén aquí y tomen parte activa en los mismos, y vosotros no solamente habéis visto el armamento, la táctica y el número de enemigos, sino que, además, lleváis combatiendo casi cada día, y en ello habéis cumplido dos años. Y si en el detalle todo tiene una disposición opuestas a la de las batallas anteriores, es lógico que el desenlace de la luchas sea también el contrario. En efecto: sería absurdo, es más, imposible, por así decirlo, que si en muchas escaramuzas parciales, combatiendo contra un número igual de enemigos, habéis vencido las más de las veces, ahora, cuando formáis todos a la vez, y así sois más del doble que el adversario, seáis derrotados. Por lo cual, soldados, cuando todo está dispuesto para vuestra victoria, la empresa requiera ya únicamente de vuestro coraje y de vuestra determinación. Sobre ello me imagino que ya no conviene exhortaros más. Para los que combaten a sueldo junto a otros, o para los que, por una alianza, van a arrostrar un peligro en pro de los vecinos, lo más terrible es la batalla misma; el resultado no les afecta demasiado. Para tales hombres sería precisa una exhortación de aquel género. Pero si se trata de hombres como vosotros ahora, a quienes os peligra no lo ajeno, sino lo propio, es decir, vuestras mismas personas, la patria, las mujeres y los hijos, y para quienes el resultado de la batalla se diferencia enormemente de los peligros presentes, se necesita sólo una mención, no un estímulo. Porque ¿quién no preferiría vencer en la lucha, y si no fuera posible, morir en ella combatiendo, a vivir para ver la ruina y el insulto inferido a los que os dije? Por lo cual, soldados, haced incluso caso omiso de lo que os he hablado, pero poneos vosotros mismos, a la vista la diferencia entre el triunfo y la derrota, y lo que se sigue en ambos casos. Disponeos para la batalla no porque corran peligros las legiones de la patria, sino ella misma en su integridad. Vosotros sois su último recurso, y no tendrá con qué oponerse al enemigo si la ocasión presente se decide de modo desfavorable. La patria sustenta en vosotros su ardor y su fuerza, ha depositado en vosotros todas sus esperanzas de salvación. No debéis ahora defraudarla. Dad a la patria la gratitud debida, y haréis presente a todos los hombres que las derrotas anteriores no se debieron a que los romanos sean menos capaces que los cartagineses, sino a la inexperiencia de aquellos combatientes, y también a la dificultades ofrecidas por las circunstancias».
Tras arengarlos con estas palabras y otras por el estilo, Paulo Emilio despidió al ejército.
Polibio, III, 110, 1-11. Al día siguiente los cónsules levantaron el campo y guiaron las tropas hacia el lugar en el que oían decir que habían acampado los enemigos. Llegaron al cabo de dos días y acamparon a unos cincuenta estadios del enemigo. Paulo Emilio observó que los parajes del alrededor eran llanos y pelados, y sostuvo que allí no convenía trabar combate, ya que el enemigo los aventajaba en caballería. Lo que debían hacer era avanzar y atraerlos hacia lugares tales en los que el grueso de la batalla lo soportara la infantería. Pero Gayo Varrón poco experimentado, era de la opinión contraria, y ello motivó discusiones y tirantez entre ambos jefes, que era lo peor que podía ocurrir. El día siguiente correspondía el mando a Varrón, ya que los cónsules, según era usual, se alternaban cada día en el ejercicio del mando. Gayo Varrón, pues, levantó el campo y avanzó; quería aproximarse al enemigo, pese a que Paulo Emiliio se oponía y protestaba airadamente. Aníbal tomó consigo a su infantería ligera y a su caballería, les salió al encuentro, cayó sobre ellos cuando todavía marchaban, trabó combate inesperadamente y produjo una gran confusión entre los romanos. Éstos sostuvieron la primera carga haciendo avanzar algunas secciones de su infantería pesada, después enviaron a sus arqueros y a su caballería, con lo que lograron ventaja en este combate generalizado, porque los cartagineses no disponían de una reserva digna de este nombre y porque algunos manípulos romanos ya lograban combatir entre su infantería ligera. Pero sobrevino la noche y separó a ambos bandos; el ataque de los cartagineses no había tenido el éxito que éstos esperaban. Al día siguiente, Paulo Emilio, que ni se decidía a combatir, ni podía tampoco retirar con seguridad a su ejército, acampó con las dos terceras partes de él junto al río llamado Aufidio ( que es el único que atraviesa los Apeninos, una cordillera continua que separa todas las vertientes de Italia, las que van al Mar Tirreno y las que van al Mar Adriático; el Aufidio fluye a través de esta cordillera, tiene sus fuentes en las vertientes etruscas de Italia, pero desemboca en el Adriático), y para la tercera parte construyó una empalizada al otro lado del río, hacia el este del vado; se mantenía a una distancia de unos diez estadios de su propio campamento, y a un poco más del de los enemigos. Con todo ello pretendía proteger a los forrajeadores que salían del campamento y hostigar el propio tiempo a los forrajeadores cartagineses.
Polibio, III, 111, 1-11. Entonces Aníbal comprendió que la situación le invitaba a combatir, a librar batalla contra el enemigo, pero temía que el fracaso reciente hubiera abatido el ánimo de los suyos. Creyó que el momento exigía una arenga, y congregó a sus hombres. Reunido ya, les hizo contemplar los lugares de alrededor, y preguntó qué cosa mejor hubiera podido pedir a los dioses, en las circunstancias presentes, cuando se les concedía librar la batalla decisiva en un paraje en que la caballería los hacia muy superiores al enemigo. Todos aprobaron esta afirmación, porque era evidente, » Por consiguiente -añadió Aníbal- dad gracias a los dioses, ya que ellos cuando han llevado al enemigo a este terreno nos preparan la victoria. Y en segundo lugar, dádmelas a mí, puesto que he forzado al adversario a la lucha. Ahora ya no puede rehuirla, y luchará en un terreno que nos es ventajoso. No me parece en modo alguno que sea preciso estimularos con muchos argumentos a que tengáis buen ánimo y coraje en la refriega. Tal exhortación era necesaria cuando no teníais experiencia de lo que es combatir contra los romanos, y yo mismo os hice muchos discursos en los que os aducía ejemplos. Pero cuando habéis vencido a los romanos en tres grandes batallas consecutivas, ¿qué palabra os podría infundir más confianza que los propios hechos? En las luchas habidas hasta ahora habéis conquistado el país y os habéis apoderado de sus bienes, según nuestras promesas; siempre evitamos mentir en todos los discursos que os dirigimos. El combate ahora será por las ciudades y las riquezas contenidas en ellas. Cuando las hayáis conquistado, seréis de inmediato dueños de toda Italia; lejos ya de las penalidades, convertidos en amos de toda la riqueza de los romanos, os convertiréis en jefes y señores de todo, gracias a la batalla de ahora. De manera que lo que hoy necesitamos no son palabras, sino hechos. Estoy persuadido de que, con la voluntad de los dioses, no tardará mucho en confirmarse mi promesa». Le dijo estas cosas y otras por el estilo, que sus hombres aplaudieron con entusiasmo. Él los felicitó y aprobó su ánimo; luego despidió a los soldados. Estableció su campo sin dilación, y construyó una empalizada en la misma orilla del río donde estaba el mayor campamento de los romanos.
Polibio, III, 112, 1-5. Al día siguiente ordenó a todos sus hombres que prepararan las armas y que estuvieran prestos. Y al otro formó a sus tropas junto al río: su interés en luchar contra el enemigo era evidente. Paulo Emilio no estaba satisfecho con aquel lugar, y veía que los cartagineses pronto se verían obligados a cambiar de sitio el campamento por la necesidad de avituallarse. Permaneció, pues, inactivo y se limitó a reforzar las guardias de su acampada. Aníbal aguardó mucho tiempo sin que nadie le saliera al encuentro. por lo que hizo entrar de nuevo a sus tropas en su atrincheramiento. Envió a sus númidas contra los aguadores del campamento romano más pequeño. Los númidas llegaron hasta la misma empalizada enemiga y estorbaban la aguada, y Gayo Varrón se excito todavía más contra éstos; también las tropas se sentían impelidas a la batalla; soportaban con disgusto su aplazamiento, porque en los hombres el tiempo de espera se les hace difícil, pero cuando algo se ha decidido, hay que soportarlo todo, incluso lo que parezca más terrible. Cuando en Roma se enteraron de que los dos ejércitos estaban acampados frente a frente y que cada día se producían refriegas de avanzadillas, la ciudad estaba animada y temerosa. El pueblo temía por el futuro, puesto que se habían sufrido tantas derrotas; suponían y se imaginaban ya en sus pensamientos lo que les iba o ocurrir si ahora les sobrevenía un descalabro total. Todos los oráculos que tenían corrieron entonces de boca en boca, todo templo y toda casa rebosaba de signos y de prodigios; de ahí que plegarias y sacrificios, súplicas e imploraciones a los dioses agitaban la ciudad. En las circunstancias difíciles los romanos tienden a apropiarse dioses y hombres, y no juzgan nada indecoroso o innoble si se hace en tales tiempos.
Polibio, III, 113, 1-9. Al día siguiente, nada más tomar el mando Gayo Varrón, al alborear, movió a la vez las tropas de las dos acampadas. Hizo que las del campamento mayor cruzaran el río, y las formó al instante; juntó a ellas las del otro campamento y las ordenó en una línea continua, orientada hacia el Sur. Situó a la caballería romana junto al mismo río, en el ala derecha, y extendió a las tropas de a pie a continuación, en la misma línea; ponía los manípulos muchos más compactos, y lograba así que la profundidad de sus formaciones fuera muy superior a su frente. Colocó a la caballería aliada en el ala izquierda. Delante de todo el ejército, a una cierta distancia, situó a la infantería ligera. Incluyendo a los aliados, los romanos disponían de unos ochenta mil hombres de a pie, y de algo mas de séis mil de a caballo. En aquel mismo momento Aníbal hizo cruzar el río a sus baleares y a sus lanceros y los puso al frente de su ejército. Hizo salir del atrincharamiento al resto de sus hombres, cruzó la corriente por dos lugares distintos y formó a sus tropas frente al enemigo. Al lado mismo del río, en el flanco izquierdo, puso a los jinetes iberos y a los galos frente a la caballería romana, a continuación la mitad de su infantería pesada africana, y seguidamente a los iberos y a los galos; a su flanco dispuso el resto de los africanos; en el ala derecha situó a la caballería númica. Los extendió a todos en una sola línea, tomó personalmente las formaciones de iberos y de galos y los hizo avanzar sin que perdieran el contacto con los demás. Todo se desarrollaba según un plan preconcebido; se formaba una figura convexa en forma de media luna; las líneas de sus flancos perdían en espesor a medida que avanzaban. Aníbal quería que sus africanos durante la batalla le sirvieran de retaguardia, y que iberos y galos pelearan en primera fila.
Polibio, III, 114, 1-8. El armamento de los africanos era romano, pues a todos ellos Aníbal los había dotado con él, escogiéndolo del botín de las batallas anteriores. Los iberos y los galos tenían el escudo muy parecido, pero, en cambio, las espadas eran de factura diferente. Las de los iberos podía herir tanto de punta como por los filos; la espada gala en cambio, servía sólo para herir de filo, y ello aún a cierta distancia. Sus secciones estaban dispuestas alternadamente. Los galos iban desnudos, los iberos vestían una túnica delgadas de lino, con el borde de púrpura, según el uso de sus regiones; el conjunto ofrecía una visión extraña y sobrecogedora. El número de jinetes de que disponían los cartagineses era de diez mil; el de soldados de infantería, no muy superior a los cuarenta mil, incluidos los galos. Paulo Emilio mandaba el ala derecha romana, la izquierda Gayo Varrón y el centro los mandaba Marco Atilio y Cneo Servilio, los cónsules del año precedente. El ala izquierda cartaginesa la mandaba Asdrúbal, la derecha Hannón, y en el centro estaba el propio Aníbal, que tenía al lado a Magón, su hermano. como dije más arriba, la formación romana miraba hacia Occidente, y la de los cartagineses, hacia Oriente, de modo que cuando salió el sol, no molestó en ningún momento a los dos bandos.
Polibio, III, 115, 1-12. Las avanzadillas iniciaron la refriega. Al principio el choque entre las infanterías ligeras se mantenía indeciso. Pero, a medida que, desde su izquierda la caballería ibera y gala se aproximaban a los romanos, estos jinetes convirtieron aquello en una batalla auténtica y a la manera bárbara; se combatía no según la norma de arremetidas y retiradas alternativas, antes bien, los jinetes atacaban montados. pero luego descabalgaban y entablaban duelos individuales. En ello salieron victoriosos los cartagineses, y en la lucha mataron a la mayoría de sus adversarios, a pesar de que los romanos lucharon noblemente y con coraje. Acorralaron luego junto al río a los supervivientes y los mataron también; los cartagineses no usaron la piedad con los que les llegaron a las manos. Entonces entraron en combate las fuerzas de infantería, que seguían a las ligeras. Las formaciones de iberos y de galos resistieron algún tiempo y lucharon varonilmente contra los romanos, pero, después, acosados por el enemigo que presionaba, cedieron y se replegaron, rompiendo la figura de la media luna. Los caballeros romanos los persiguieron con furia y lograron romper fácilmente las formaciones enemigas, porque la de los galos carecía de profundidad, y la de los romanos se había engrosado precisamente desde las alas del centro y al lugar en que se combatía. El centro y las alas cartaginesas no entraron en combate al mismo tiempo, sino, en primer lugar, el centro, ya que los galos, debido a la formación en figura de media luna, se habían adelantado mucho más que las alas; lo convexo de la figura avanzaba de cara al enemigo. En su persecución los romanos corrieron hacia el centro y hacia aquellas partes del enemigo que cedían; las rebasaron tanto que ahora tenían a ambos lados, en los flancos que ofrecían, a los africanos, que eran los dotados con armamento pesado. De éstos, los que estaban a la derechas giraron hacia la izquierda, cargaron por el flanco derecho y cayeron de costado sobre el flanco enemigo, y los del ala izquierda giraron a la derecha y se desplegaron por el flanco izquierdo. La situación mostraba por sí misma lo que se debía hacer. Ocurrió lo que había calculado Aníbal: en su persecución de los galos, los romanos fueron cogidos en medio por los africanos. Y entonces ya no mantuvieron sus formaciones, sino que se revolvían individualmente y por batallones y luchaban contra los que los acosaban de flanco.
Polibio, III, 116, 1-13. Paulo Emilio, a pesar de que desde el principio estaba en el ala derecha y participaba en la lucha de la caballería, quedaba aún entre los supervivientes. Pero según las palabras que pronunciara en la alocución, quería encontrarse siempre en el corazón de la lucha. Al ver que la decisión de la batalla radicaba en las fuerzas de infantería, galopó hacia el centro de la formación romana, y al tiempo que él mismo combatía y golpeaba con sus manos al adversario, excitaba y estimulaba a los soldados que tenía alrededor. Y lo mismo hacía Aníbal, pues desde el principio se encontraba en una sección de sus tropas. Los númidas que, apostados en el ala derecha, habían asaltado a la caballería enemiga, no hicieron ni sufrieron gran cosa por lo peculiar del combate, pero mantuvieron inactivo al enemigo atrayéndoselo y luego atacándolo por todos lados. Cuando Asdrúbal y los suyos, tras matar, junto al río, a casi todos los jinetes romanos, desde el ala izquierda corrieron a apoyar a los númidas, entonces la caballería de los aliados previó el asalto, lo esquivó y se retiró. En aquella ocasión parece que Asdrúbal se comportó de manera práctica y prudente. Sabedor, en efecto, de que los númidas, que eran muchos en número, eran muy eficaces y terribles contra los que ya se daban por vencidos, les dejó los que huían, y él condujo a sus propios hombres hacia el choque de la infantería, interesado en apoyar a los africanos. Cargó por la espalda contra las legiones romanas con arremetidas sucesivas; sus escuadrones atacaban por muchos lugares al mismo tiempo, y así infundió ánimo a los africanos y abatió y llenó de pavor el espíritu de los romanos. Allí sucumbió, herido mortalmente, Paulo Emilio, con las armas en la mano. Fue un varón que realizó no menos que cualquier otro durante toda su vida hasta el último momento, lo que en justicia se debe a la patria. Los romanos, mientras combatieron frente a frente, de cara a los enemigos que los rodeaban, resistieron bravamente. Pero los de las primeras filas iban cayendo, y al final murieron todos, y entre ellos Marco Atilio y Cneo Servilio, los cónsules del año anterior, hombres nobles y que en el peligro se había mostrado dignos de Roma. Mientras ocurría este combate y esta masacre, los númidas persiguieron a los jinetes que huían, mataron a gran número de ellos y forzaron al resto a dejar sus monturas. Unos pocos romanos consiguieron huir a Venusa, entre los cuales se encontraba Gayo Terencio Varrón, el general, hombre de espíritu deshonroso, cuyo mando fue totalmente ineficaz para su propia patria.
Polibio, III, 117, 1-12. De este modo acabó la batalla que en Cannas libraron romanos y cartagineses; en ella actuaron hombres nobilísimos, tanto entre los vencedores como entre los vencidos, cosa evidenciada por los hechos mismos. De los seis mil jinetes romanos, lograron escapar hasta Venusa, con Gayo Varrón, sólo setenta, y unos trescientos de los aliados se salvaron esparcidos pos los diversos villorrios. Durante la lucha cayeron prisioneros unos diez mil soldados de infantería, los que había permanecido fuera de la batalla. Desde el campo mismo de la lucha sólo unos tres mil lograron huir a las ciudades circundantes. Todos los demás, unos setenta mil, murieron bravamente. Tanto entonces como en las ocasiones anteriores fue la caballería cartaginesa la que decidió la victoria. Quedó claro para la posteridad que en los azares de la guerra vale más poseer la mitad de infantería, pero ser muy superior en caballería, que no trabar combate en igualdad total de condiciones que el enemigo. De los de Aníbal murieron cuatro mil galos, y otros mil quinientos entre iberos y africanos. Los romanos cogidos prisioneros. lo fueron fuera de la batalla; la causa fue la siguiente: Paulo Emilio había dejado diez mil soldados de infantería en su propio campamento para que si Aníbal, descuidando el suyo, hacía formar a todos sus hombres, los romanos asaltaran el campamento adversario durante la batalla y así se apoderarían del bagaje enemigo. Si Aníbal, en cambio, preveía cualquier eventualidad y dejaba en su campo una guarnición numerosa, en la batalla decisiva, los romanos lucharían contra menos hombres. Estos romanos fueron aprisionados así: Aníbal, efectivamente, dejó una guarnición considerable en su campamento; así que empezó la batalla, los romanos, siguiendo las instrucciones recibidas, los asediaron, atacando a los defensores del campamento cartaginés. Éstos ofrecieron primero una resistencia tenaz, pero pronto se vieron en situación difícil. Mas Aníbal ya había decidido totalmente la batalla, por lo que corrió en apoyo de los suyos, hizo retroceder a los romanos y los cercó en su propio campamento. Mató unos dos mil y cogió prisioneros a los restantes. Del mismo modo los númidas asediaron a los jinetes adversarios que se habían refugiado en las fortalezas de la región y se los llevaron prisioneros. Eran unos dos mil, que anteriormente habían sido puestos en fuga.
COMENTARIO
Como hemos comentado en otras situaciones, cuando los mandos no se ponen de acuerdo en las tácticas militares, acaba ocurriendo lo de Capua. La estrategia de Aníbal no tenía ningún resquicio de escape. Eran compactos. Planificaron su táctica con tal perfección que los romanos quedaron embolsados y sin visos de salida para ponerse a salvo. Eran muy muy numerosos, pero no tan avezados como los cartagineses. No se puede llevar a combatir a soldados recién reclutados ni mezclados con los veteranos: se estorban mutuamente. Otra vez los romanos han caído en la misma trampa: Aníbal siempre ha buscado las cercanías de los ríos, como se ha visto en los episodios anteriores. Esta batalla queda para la historia como una de las peores programadas por los cónsules romanos. De aquí se hizo popular la expresión: «sufrir una capuana», una gran paliza, o sea una derrota sin paliativos. Desde este momento Aníbal queda como dueño de toda Italia por no hallar a nadie que lo frenara. El ejército mayor que había enfrentado el Senado romano contra Aníbal había sido aniquilado.
Polibio, III, 118, 1-9. Decidida la batalla del modo descrito, la situación tomó el giro esperado por ambos contendientes. Por su triunfo, los cartagineses sometieron prácticamente al restos de Italia. Los tarentinos se les pasaron inmediatamente, los de Argiripa y algunos de Capua llamaron a Aníbal. Los demás miraron con respeto, todos ya, hacia los cartagineses, que confiaban en apoderarse de Roma al primer asalto. Los romanos, por su parte, debido a esta derrota, abandonaron al punto su idea de dominar a todos los italianos. Se habían asustado ante el grave riesgo que corrían sus personas y el suelo de la patria; esperaban la presencia de Aníbal en cualquier momento. Y como si la fortuna quisiera hacer rebosar la medida y combatir a favor de los hechos ya consumados, al cabo de pocos días, cuando el terror poseía todavía a la ciudad de Roma, el general enviado a la Galia Cisalpina, cayó inesperadamente en una emboscada de los galos, y perecieron él y sus tropas sin que se salvara nadie. El senado, sin embargo, no omitió nada de lo realizable: incitó al pueblo, aseguró la ciudad y deliberó varonilmente acerca de aquella situación; esto se notó en los hechos posteriores. Entonces la derrota de los romanos era innegable y habían perdido su reputación guerrera, pero la peculiaridad de su constitución y la prudencia de sus deliberaciones no sólo les permitieron recobrar el dominio de Italia (tras derrotar a los cartagineses), sino que poco tiempo después se hicieron dueños del universo.
Textos de autores que citan episodios de la familia Barca y sus intervenciones en Iberia (fragmentos).
Período -237 a -218.
Zonaras, 8,17. Amílcar se dirigió a Iberia contra el parecer de los magistrados de la ciudad
Año -230
Zonaras, 8,19. Por este mismo tiempo Amilcar, general cartaginés, pereció vencido por los iberos. A su muerte le sucedió Asdrúbal, yerno suyo. Conquistó gran parte de Iberia y fundó en ella la ciudad de Cartago Nova.
Zonaras, 8, 21. Este tal Aníbal era hijo de Amílcar Barca; y desde niño niño fue impulsado contra los romanos. Pues Amílcar prefería educar a todos sus hijos como a los demás jóvenes unos contra otros, pero viendo que aquel progresaba más por su naturaleza física, le hizo jurar que combatiría contra ellos, y por esto le enseñó todas las demás cosas y las técnicas de la guerra. Más aún, cuando llegó a los quince años. Por esta razón, no pudo, a la muerte de su padre, alcanzar el puesto de estratego. Después de la muerte de Asdrúbal, a la edad de veintiséis años, sin vacilación, se puso al frente del ejército de Iberia. Proclamado estratego por sus soldados, consiguió que su mando fuese confirmado por los magistrados de la ciudad. Hecho esto, necesitaba un pretexto convincente para atacar a los romanos, y lo encontró en los saguntinos de Iberia. Este pueblo, establecido no lejos del Ebro, poco distante del mar, era adicto a los romanos, a los que honraba, y también había participado en los tratados de amistad con los cartagineses. Por esta razón Aníbal les declaró la guerra, convencido de que los romanos o los auxiliarían o los vengarían si algo les sucediera. Por esta razón y porque sabía que poseían grandes riquezas…los atacó. Estos montes desde el mar llamado antes Bebricón y ahora Narbonense, se extiende hasta el gran mar exterior, y contiene en sus valles muchos y diversos pueblos…distintos en lengua y en organización política.
Zonaras, 8,21. Sitiados los saguntinos, enviaron mensajeros a los pueblos vecinos y a los romanos pidiendo auxilio. A aquellos se lo impidió Aníbal, pero los romanos le enviaron mensajeros intimándole a que no se acercase a los saguntinos, con la amenaza de que si lo hacía, se dirigirían directamente a Cartago para acusarle. Pero Aníbal hizo salirles al encuentro a algunos amigos de su confianza, con orden de decirles que el general no se encontraba en el ejército, y que se había ausentado en algún lugar desconocido; encareciéndoles que se marcharan con la mayor prontitud antes de que se supiese su llegada, para no morir a manos de los soldados desenfrenados por la ausencia de su jefe. Los romanos, dándoles fe, se dirigieron a Cartago. Se reunió la asamblea, y unos fueron del parecer de conservar la paz con los romanos, mientras que los del partido de Aníbal sostenían que los saguntinos eran culpables, y los romanos se ocupaban de asuntos que en nada les competían. Entre tanto, Aníbal había emprendido el asalto a las murallas. Muchos de los de Aníbal cayeron muertos o heridos; los cartagineses derribando una parte de la muralla intentaron irrumpir dentro de la ciudad por aquel sitio, pero los saguntinos contraatacaron y los rechazaron; por ello, cobraron ánimo los sitiados y se desanimaron los cartagineses. Pero no cesaron hasta tomar la ciudad, sosteniendo el asedio durante ocho meses. Durante este tiempo, muchos casos extraordinarios sucedieron, y el mismo Aníbal fue herido gravemente. La ciudad fue tomada del modo siguiente: Acercaron a la muralla un artefacto mucho más alto que ésta, lleno de soldados, unos a la vista y otros ocultos. Mientras los saguntinos pelean con todas sus fuerzas contra los que ven, creyendo ser los únicos, los otros excavan la muralla y fuerzan su entrada. Aterrados los saguntinos por este hecho inesperado, se retiran a la ciudadela, y deliberan sobre la condiciones con las que podían honrosamente encontrar su salvación. Pero viendo que ni las pretensiones de Asdrúbal eran moderadas, no había de esperarse socorro de los romanos, solicitaron una tregua en el asalto para deliberar sobre la situación. Y juntando todo lo que de más precio tenían, le prendieron fuego, mataron ellos mismos a los que no podían pelear, y los que eran de edad adecuada irrumpieron de súbito contra el enemigo y murieron luchando heroicamente.
Zonaras, 8, 25. El otro Escipión, Gayo, navegó hacia Iberia y conquistó todo el litoral hasta el Ebro, y mucha parte del interior, ya por la fuerza ya por la persuasión, y apresó a Bannón después de vencerle en una batalla. Al saber esto Asdrúbal, hermano de Aníbal, pasó el Ebro y sometió a algunos pueblos que habían hecho defección, pero se retiró ante el avance de Escipión.
Año -217.
Zonaras, 9, 1. Escipión en Iberia ganó una batalla naval frente a la desembocadura del Ebro. Viendo que las fuerzas en lucha eran iguales, cortó las velas de las naves para que, perdida la espera, combatiesen con más valor. Devastó el campo, se apoderó de muchos lugares fortificados, y por medio de su hermano Publio Escipión, sometió las ciudades ibéricas. Pues un cierto Abelos, que parecía fiel a los cartagineses, pasándose a la causa de los romanos, persuadió al que custodiaba a los rehenes iberos para que los enviase a sus casas con el fin de asegurarse así la benevolencia de sus ciudades. Y tomando a su cargo el conducirlos, como autor de la idea que era, envió mensajeros a los Escipiones, comunicándoles lo que convenía; y, dejándolos en libertad, se ganaron la adhesión de las ciudades.
Año -216.
Zonaras, 9,1,7. Pues Aníbal estaba falto de posiciones y en Hispania la situación era confusa, y los aliados le hacían defección.
Año -215.
Zonaras, 9,3. Por su parte, los Escipiones habían pasado el Ebro, devastaban la campiña, se apoderaban de las ciudades y habían vencido a Asdrúbal, que apresuradamente les había salido al encuentro. Al saber esto los cartagineses, juzgando más importante socorrer a Asdrúbal que a Aníbal, y temerosos de que los Escipiones emprendiesen pasar a Africa, enviaron a Aníbal refuerzos exiguos, mientras que la mayor parte de sus fuerzas las mandaron con toda diligencia a Iberia a las órdenes de Magón, ordenándole que, una vez normalizada la situación en Iberia, se quedara él allí de guardia, mientras Asdrúbal pasaba a Italia con el ejército. -Al saber esto los Escipiones se abstuvieron de combatir, para que Asdrúbal no pudiese pasar a Italia si por azar vencía.- Pero, como los cartagineses hostilizaron a los aliados de los romanos, Publio entabló batalla con ellos y los venció; Gneo cayó sobre los fugitivos de la batalla y los aniquiló. Por esta derrota y a consecuencia de la defección de muchas ciudades, algunas del África misma, Asdrúbal tuvo que aguardar más tiempo del que había previsto.
Período -214 a -212.
Zonaras, 9, 3, 8. Al saber esto los Escipiones se abstuvieron de combatir… Pero, como los cartagineses hostilizaban a los aliados de los romanos, Publio salió a su encuentro y los venció; Gneo cayó sobre los fugitivos de la batalla aniquilándolos. Los Escipiones se dirigieron contra los pueblos tributarios de Sagunto, causantes de la guerra y de la ruina de esta ciudad, destruyeron su población, dieron muerte a sus habitantes y, llegados a Sagunto, la devolvieron a sus antiguos ciudadanos.
Año – 210.
Zonaras, 9, 6. Los romanos enviaron a Claudio Nerón a Iberia con su ejército; una escuadra lo llevó hasta el Ebro; habiéndose reunido allí con el resto del ejército, se dirigió contra Asdrúbal antes de que éste tuviera noticia de su presencia. Logró envolverlo pero fue engañado…Dispersó secretamente sus tropas por los montes.
Año -209.
Zonaras, 9, 8. Escipión, aunque deseoso de vengar la muerte de su padre y de su tío, y afanoso de bélica gloria, no se apresuraba a causa de la multitud de los enemigos. Pero cuando supo que éstos invernaban muy lejos de allí, sin cuidarse de ellos, se puso en marcha hacia Cartago Nova. Nadie tuvo noticia de su marcha hasta que llegó a sus mismos muros, y con gran trabajo tomó la ciudad.
Año -208.
Zonaras, 9, 8. Sabiendo que Asdrúbal, hermano de Aníbal, se acercaba, ignorante aún de la pérdida de la ciudad, y confiado de que en su camino no había de encontrar enemigos, le salió al encuentro, lo derrotó y se estableció en su mismo campamento.
Año -207.
Zonaras, 9, 8. Escipión…viendo que los enemigos se encontraban dispersos por todo el país, temió que alguien los reuniese a todos para auxiliarse mutuamente. Entonces se dirigió a él en persona contra Asdrúbal, hijo de Gisgón, y envió a Silano a la Celtiberia contra Magón, y a Lucio Escipión, su hermano, contra Bastitania. Éste se apoderó de las armas de la ciudad, venció a Magón y, persiguiéndole en su fuga hacia Asdrúbal, llegó a encontrarse con Escipión, que nada aún había hecho.
Año -206.
Zonaras, 9, 10. Escipión fue encargado del mando de Hispania hasta que todo estuviera sosegado. Primero se embarcó en dos quinquerremes en dirección a África, y allí coincidió también por azar con Asdrúbal, hijo de Gisgón. Dio hospitalidad a ambos Scifax, rey de una parte de África, unido en fidelidad con los cartagineses, y como les propusiese conciliarse, le contestó Escipión que no abrigaba ninguna enemistad personal con Asdrúbal, pero que no tenía autoridad para tratar la paz en nombre de la república. Regresado a Hispania, combatió a los ilitergitanos, que habían entregado a los cartagineses los romanos que después de la derrota de los Escipiones, habían buscado refugio allí. Y no pudo hacerse dueño de la ciudad hasta que él en persona atreviose a escalar un muro y fue herido pues, avergonzados los soldados y temiendo por él, se lanzaron con más ímpetu al ataque. Y, vencedores, degollaron a todos los habitantes y prendieron fuego a la ciudad. Aterrorizados por este hecho, muchos pueblos se entregaron voluntariamente, muchos otros fueron sometidos a la fuerza. Algunos, al ser sitiados, ellos mismos prendieron fuego a sus casas y, después de degollar a los suyos, se dieron muerte a sí mismos.
Zonaras, 9, 10, 3. Dueños de la mayor parte de Hispania, Escipión se dirigió a Cartago Nova donde, en honor a su padre y de su tío, celebró juegos de armas. Entre los muchos que lucharon, hubo dos hermanos que se disputaban un reino a pesar de los esfuerzos de Escipión para reconciliarlos, y el mayor dio muerte al menor a pesar de ser éste el más fuerte. Después de esto, Escipión cayó enfermo, y los iberos empezaron a hacer defección. Pues el ejército de Escipión, que invernaba cerca de Sucrón, se sublevó; ya anteriormente no había sido muy firme su disciplina, aunque sin declararse en franca desobediencia. Pero cuando cundió la noticia de la enfermedad de Escipión, tomando el pretexto de que se les difería el pago de los estipendios, se rebelaron abiertamente, expulsaron a los tribunos y se eligieron cónsules; su número era de ocho mil. Estas noticias impulsaron aún más a los iberos a sublevarse, y atacaron a las ciudades aliadas. Y Magón, que debía partir de Gades, no se movió y, pasando al continente, hizo mucho daño.
Zonaras, 9, 10, 8. Después de su sumisión, también se sometió la mayor parte de Hispania, Magón dejó Gades, y Masinisa se pasó a los romanos.
Los cartagineses, después de la muerte de Asdrúbal, hermano de Aníbal, decidieron que debía abandonar Hispania y recuperar Italia; enviaron dinero a Magón para que reclutase auxiliares y se dirigiese a Italia. Magón en su viaje llegó a las islas Gimnesias; no pudo fondear en la mayor, pues los habitantes, habilísimos honderos, hostilizaban desde lejos las naves; se dirigió a la menor y allí pasó el invierno. Estas islas están cercanas al río Ebro; son tres, y los griego y los romanos las llaman Gimnesias; los iberos les dan el nombre de Valerias o Pitiusas y, respectivamente, a la una Ebesos, a la otra Mayor, a la tercera, Menor. Por su parte, los romanos ocuparon Gades.
Período -237 a 218.
Plutarco, 248, 2. (Virt. Mul.) Salmantinas. Antes de combatir contra los romanos, Aníbal, hijo de Barca, puso cerco a Salmantis, gran ciudad de Iberia; los sitiados en el primer momento cobraron temor y prometieron hacer lo que se les mandaba, entregar a Aníbal trescientos talentos de plata y trescientos rehenes. Pero, al cesar el asedio, cambiaron de pensar y no cumplieron nada de los pactado. Volvió sobre sus pasos Aníbal, y dio orden a sus soldados de entrar a saco en la ciudad; aterrorizados los bárbaros accedieron a salir los de condición libre con sólo sus túnicas y dejando en la ciudad las armas, riquezas y esclavos. Pero las mujeres, calculando que los hombres serían registrados a la salida uno por uno y que a ellas no se las tocaría, tomaron las espadas, se las escondieron y salieron junto con sus maridos. Salidos todos, Aníbal los puso bajo la vigilancia de un cuerpo de Masaisilios, en un barrio apartado de la ciudad; los demás soldados se diseminaron para entregarse al saqueo. Los Masaisilios, viendo cómo se repartían el botín, no pudieron ya contenerse más ni hacer atención a los cautivos, sino que, soliviantados, se dispersaron también para tomar parte en la presa. En esto, las mujeres, levantando un gran clamor, entregan las espadas a los hombres, y algunas de ellas atacan a los guardianes; una de ellas, arrancando la lanza a un intérprete llamado Banón, le hiere con ella, a pesar de su coraza; los hombres, matando a unos y poniendo en fuga a otros, se abrieron paso con las mujeres y se escaparon. Enterado de ello Aníbal, salió en su persecución, matando a los que pudo alcanzar; los que pudieron refugiarse en los montes, se salvaron por el momento, pero después enviaron mensajes de súplica a Aníbal; éste los trató con respeto y benevolencia y los restituyó a su ciudad.
Año -216.
Plutarco, (Fab. Max). 7. Hasta que Aníbal lanzó al ataque a los iberos, expertos en escalar montañas, ligeros y rápidos.
Año -215.
Plutarco, (Marcell,). 12. Al tercer día de la batalla, más de trescientos caballeros iberos y númidas se pasaron juntos al enemigo.
Año -209.
Plutarco, (Apophth. Scip. maior), 3. Sitiando la ciudad de Batheia, que un templo de Venus dominaba, ordenó que se prometiesen en aquel lugar las cauciones, ya que a los tres días había de sentar su tribunal en aquel templo; y habiendo tomado la ciudad, lo cumplió tal como lo había prometido.
Período -237 a -218.
Plinio (Naturalis Historia), 16, 216. En Hispania, en Sagunto, dicen que el templo de Diana, llevado de Zacinto por los fundadores, es anterior en doscientos años a las ruinas de Troya, según Boccho, y está situado debajo de la ciudad. Aníbal, lleno de respeto lo conservó; las vigas de enebro subsisten aún.
Plinio, 2, 181. En consecuencia ningún día ni ninguna noche es la misma simultáneamente en todo el orbe, sino que la oposición del globo produce la noche y la marcha del sol, el día. Esto se ha probado por multitud de observaciones, en África y en Hispania, en las torres de Aníbal…en las cuales los fuegos de alarma encendidos a la hora sexta del día, se ha comprobado muchas veces que han sido visto al otro extremo de la línea, a la hora tercera de la noche.
Plinio, 3, 21. Región de los ilergetes, ciudad de Subur, río Rubricato, a partir del cual los lacetanos y los indigetas. Después de éstos, el orden en que los digo, partiendo del pie de los Pirineos hacia el interior, los ausetanos, fitanos, lacetanos, y siguiendo los Pirineos, ceretanos y vascones.
Plinio, 25, 17. Sucedía esto en Lacetania, la región más próxima de Hispania.
Período -237 a -218.
Polieno, 7, 48. Aníbal sitiaba Salmatis, populosa ciudad de Iberia. Finalmente hizo un tratado conviniendo en levantar el cerco a cambio de doscientos talentos de plata y trescientos rehenes. Pero los salmantinos no entregaron lo pactado, y Aníbal volvió con su ejército y lanzó los soldados al saqueo de la ciudad. Suplican los bárbaros que se les permita salir en túnica con las mujeres, dejando las armas, objetos de valor y esclavos. Salen todos llevando las mujeres las espadas escondidas entre sus topas, y los soldados de Aníbal se entregaron al saqueo de la ciudad; las mujeres entonces, levantando un gran griterío, entregan a los hombres las espadas; algunas con las armas en las manos, siguen a sus maridos y caen sobre los saqueadores; baten a los unos, rechazan a los otros y se abren camino a su través. Aníbal, atónito por el valor de las mujeres, devolvió a sus maridos por gracia de ellas, su patria y sus riquezas.
Año -209.
Polieno, 8,16, 6. Habiendo Escipión tomado por asalto la ciudad de Oinusa, en Hispania, los soldados que la saquearon le presentaron una joven de extraordinaria belleza; Escipión inquirió quién era su padre y se la entregó, dándole también como dote el presente que como rescate le presentaban. Y todas las mujeres de los hombres de nobles familias, así como sus hijas e hijos que se hallaran en la flor de la edad las puso al cuidado de los romanos, los más prudentes de entre los de más edad; éstos las cuidaron y las proveyeron en su cautiverio cada una según su rango. La continencia de Escipión concilió a los romanos la amistad y la alianza de numerosas ciudades ibéricas.
Año -206.
Polieno, 8, 16, 1. Escipión en Iberia, sabiendo que el ejército enemigo había acudido a la batalla en ayunas, difirió la salida y formación de sus tropas y, hacia la hora séptima, cayendo sobre un enemigo agobiado por el hambre y la sed, lo derrotó con facilidad.
Período -237 a -218.
Pompeyo Trogo (Hist. Phil. Epit.). 44, 5, 1. A continuación los primitivos cartagineses ocuparon el mando de la provincia de Hispania una vez
Pompeyo Trogo, 44, 5, 2. Acabados los antiguos reinos pues, como quiera que los gaditanos, cuyo origen es común a los cartagineses, trajeran a Hispania los rituales sagrados de Hércules desde Tiro, por motivos de seguridad y fundaran allí una ciudad, además los cartagineses enviaron ayuda a sus consanguíneos que agobiaban con guerra a los gaditanos.
Pompeyo Trogo, 44, 5, 3, Allí, con una expedición afortunada, vengaron a los gaditados del ultraje, y con mayor ultraje aún, sometieron a su mando a parte de de la provincia.
Pompeyo Trogo, 44, 5, 4. Después, mediante el impulso de los auspicios de la primera expedición, enviaron a Amílcar como jefe con una gran cantidad de tropa para ocupar la provincia, quien, realizadas grandes hazañas, mientras probaba la fortuna, sin esperárselo, muere tras caer en una emboscada.
Pompeyo Trogo, 44, 5, 5. Asdrúbal, su yerno, ocupa su lugar, quien también es asesinado por el esclavo de un cierto hispano, que vengaba la muerte injusta de su amo.
Pompeyo Trogo, 44, 5, 6. Y el general Aníbal, superior a ambos, hijo de Amílcar, le sucedió, puesto que, superando las hazañas de ambos, sometió a toda Hispania.
Período -237 a -218.
Diodoro, 25, 8, …Y posteriormente, después que cesó la guerra en Libia (Amílcar Barca), habiendo congregado en torno a sí un grupo de hombres de la peor clase, reunió el botín aportado por éstos y el procedente de la guerra, y viendo además que su poder se acrecentaba, se dedicó a la búsqueda del favor popular y a adular a la masa, e incluso así al pueblo a entregarle el mando de toda Iberia por un tiempo indefinido.
Diodoro, 25, 9. Los celtas, siendo muchas veces más numerosos y de espíritu soberbio, combatían con el arrojo y el vigor propios del que siente desprecio, mientras los hombres de Barca trataban de compensar su inferioridad numérica con su valor y experiencia. Así quedó manifiesto a todos, que ellos habían tomado una sensata determinación, y la fortuna decidió sus empresas contra toda esperanza e hizo prosperar de modo inverosímil lo que parecía imposible y arriesgado en extremo.
Diodoro, 25, 10-4. Amílcar, después que tuvo el mando del ejército en Cartago, pronto acrecentó su nación y la hizo llegar hasta las Columnas de Hércules, Gadira y el océano. Así, la ciudad de Gadira es una colonia fenicia, se halla en los confines del orbe habitado, en medio del mismo océano y tiene un puerto. Mas, habiendo hecho la guerra contra los iberos y tartesios, junto con Istolacio, caudillo de los celtas y un hermano de éste, los destrozó a todos, entre ellos también a los dos hermanos, a la vez que a otros caudillos de los más destacados; y, habiendo cogido vivos a tres mil prisioneros, los enroló en su propio ejército. A su vez, Indortes, después de reunir un contingente de cincuenta mil hombres, puestos en fuga antes del combate, escapó hacia una colina y, sitiado por Amílcar, habiendo huido de nuevo durante la noche, fueron destrozadas la mayor parte de sus fuerzas, y el mismo Indortes capturado vivo. Amílcar, después de dejarlo ciego y darle tormento, lo hizo crucificar; mas, a los restantes prisioneros, que eran más de diez mil, los dejó libres. Y se atrajo a muchas ciudades mediante persuasión, a otras, por medio de las armas. Asdrúbal, yerno de Amílcar, enviado a Cartago por su suegro con objeto de que participara en la guerra de los nómadas sublevados contra los cartagineses, aniquiló a ocho mil de ellos, capturó vivos a dos mil, y los demás fueron obligados a pagar tributo y esclavizados. Amílcar, habiendo sometido a muchas ciudades en toda la Iberia, fundó una gran ciudad, a la que, por su emplazamiento, llamó Acra Leuca. Amílcar, que se había establecido junto a la ciudad de Hélice poniéndole sitio, permaneció allí con el resto de sus efectivos, tras enviar la mayor parte de su ejército y los elefantes a los cuarteles de Acra Leuca, la ciudad por él fundada. He aquí que el rey de los orisos, que había llegado al mismo tiempo en ayuda de los sitiados, tras haber realizado un fingido pacto de amistad y alianza bélica, puso en fuga a Amílcar; pero éste, en su huida, procuró la salvación de sus hijos y amigos, desviándose por otro camino; y así, perseguido por el rey se arrojó con su caballo a un caudaloso río, y bajo su montura pereció a causa de la corriente; sin embargo, el grupo en el que iban sus hijos Aníbal y Asdrúbal, fue conducido salvo hasta Acra Leuca.
Diodoro, 25, 12. Después que Asdrúbal, el yerno de Amílcar, conoció la desgracia de su suegro, levantó a toda prisa el campamento y marchó hacia Acra Leuca, llevando consigo más de cien bestias. Después de ser proclamado general por la tropa y los cartagineses, reunió un contingente de cincuenta mil infantes experimentados, seis mil jinetes y doscientos elefantes. Después de atacar en primer lugar al rey de los orisos, degolló a todos los causantes de la huida de Amílcar. Se apoderó también de sus ciudades, que eran doce, y de todas las ciudades de Iberia. Tomo por esposa a una hija de un reyezuelo ibero y fue proclamado por todos los iberos general con plenos poderes. Por ello fundó una ciudad junto al mar a la que llamó Nueva Cartago y después otras más porque quería sobrepasar el poderío de Amílcar. Y alistó un ejército de sesenta mil hombres, ocho mil jinetes y doscientos elefantes. Víctima de la traición de un criado, pereció degollado después de haber sido general durante nueve años.
Diodoro, 25,15. Tras la muerte de Asdrúbal el cartaginés, hallándose sin jefe, alguno (los cartagineses), eligieron por votación al hijo mayor de Amílcar, Aníbal. Estando sitiada por Aníbal la ciudad de los saguntinos, reunieron sus objetos sagrados, el oro y la plata que tenían en sus casas, los aderezos, pendientes de sus mujeres y las monedas de plata y, después de fundir cobre y plomo, los mezclaron con todo, y tras hacer así inservible el oro, salieron al exterior, lucharon heroicamente y fueron todos aniquilados, si bien ellos dieron muerte a otros muchos. Y las mujeres, después de matar a sus hijos, se ahorcaron. De este modo, (Aníbal) se apoderó de la ciudad sin que le reportara ningún beneficio. Los romanos pidieron la entrega de Aníbal para juzgarle por las infracciones cometidas contra las leyes y, al no consentirlo, entablaron la guerra llamada Anibálica
Diodoro, 25, 19. Aníbal, según cuentan Diodoro y Dión a la vez que Dionisio de Halicarnaso, era general de los sículos, e hijo de Amílcar. Este Amílcar llegó a conquistar toda la Iberia, mas fue muerto por traidor ataque de los iberos. Así, en tal ocasión, ordenó que todo su ejército se diera a la fuga y que huyesen juntos con los otros sus hijos, a los cuales, en tanto se le abrazaban y mostraban su deseo de compartir su muerte, hubo de apartar de sí con el látigo: Aníbal era de quince años, y Asdrúbal de doce; alzó de su cabeza la cimera y el yelmo, y por los iberos fue reconocido. Cuantos iberos eran se lanzaron tras él, y así, los fugitivos, hallando seguridad, se pusieron a salvo. Mas cuando vio a su ejécito libre de peligros, dio la vuelta hacia atrás y desde entonces puso empeño en no ser vencido por los iberos. y, mientras los iberos le hostigaban ardorosamente a todo su alrededor, él, que conducía su caballo con desmedida violencia, vino a precipitarse en las aguas turbulentas del río Iber. Fue alcanzado por un disparo de jabalina, ahogado, ni siquiera su cadáver pudieron encontrar los iberos; tal era su deseo, y así fue arrastrado por la corriente. El hijo de tal héoe, Aníbal, servía bajo las órdenes de un yerno (de Amílcar) y junto a él pasó a saco a toda la Iberia, en venganza de la muerte de su padre. Cuando en el transcurso de este tiempo los ausonios romanos, después de sufrir múltiples derrotas, vencieron a los sículos y les impusieron la más dura condición para ellos, que jamás ninguno llevase espada. Aníbal, ya en edad de veinticinco años, sin contar con el Senado ni con los que ostentaban la autoridad, tomó consigo a los jóvenes más ardorosos y arriesgados, como unos cien y aún más, vivía devastando la Iberia, y sin cesar aumentaba aún su juvenil ejército…
COMENTARIO
Este texto de Diodoro da mas detalles que Livio y Polibio acerca de la muerte de Amílcar y su muerte, y sobre la venganza de su yerno Asdrúbal en toda la Península.
Período – 237 a -218
Apiano, Iberia, 2. No es mi propósito, ya que sólo escribo una historia de Roma, preocuparme con detalle de qué pueblos se piensa que fueron los primeros pobladores y quiénes la poseyeron después de éstos. Sin embargo me parece que en algún momento los celtas, después de atravesar el Pirineo, la habitaron fusionándose con los nativos; lo que explica, por tanto, también el nombre de los celtiberos. De igual modo me parece que los fenicios, navegando con frecuencia hasta Iberia, desde época remota, por razones de comercio, se asentaron en una parte de ella…
Apiano, Iberia, 3. A este país afortunado y lleno de grandes riquezas, comenzarón a explotarlo los cartagineses antes que los romanos. Una parte de él la poseían ya, y la otra la saqueaban, hasta que los romanos, tras haberlos expulsado, ocuparon de inmediato las regiones de Iberia que tenían los cartagineses. Y llegando a dominar el resto del país, después de mucho tiempo y esfuerzo, y pese a las numerosas defecciones de los territorios ya ocupados. la dividieron en tres partes y enviaron a tres pretores. De qué modo llegaron ellos a someter a cada uno y cómo lucharon con los cartagineses por su posesión y, después de éstos, con los iberos y celtiberos, o mostraré en este libro…
Apiano, Iberia, 4. La primera guerra entre romanos y cartagineses fue una guerra extranjera por la posesión de Sicilia, librada en la propia Sicilia, y la segunda fue ésta de Iberia y en la propia Iberia. En el transcurso de ella, también ambos contendientes, navegando con grandes ejércitos, saquearon mutuamente sus territorios, unos Italia, otros África. La comenzaron alrededor de la ciento cuarenta olimpiada, más o menos, cuando disolvieron los tratados que habían concertado al final de la guerra de Sicilia. El motivo de la ruptura fue el siguiente: Amílcar, de sobrenombre Barca, cuando precisamente en Sicilia mandaba las fuerzas cartaginesas, prometió dar grandes recompensas a sus mercenarios celtas y a los aliados africanos. Al serles reclamadas éstas por aquellos, una vez que retornó a África, los cartagineses se vieron envueltos en la guerra de África, en el curso de la cual sufrieron numerosos reveses a manos de los propios africanos y entregaron Cerdeña a los romanos en compensación por las afrentas causadas a sus mercaderes en esta guerra de África. Por consiguiente, cuando sus enemigos lo hicieron comparecer a juicio por considerarlo, por estos motivos, el responsable de tantas calamidades para su patria. Amílcar, tras asegurar el favor de todos los hombres de Estado -de entre los que era el más popular Asdrúbal- que estaba casado con una hija del propio Amílcar, eludió el juicio, e incluso, cuando tuvo lugar una sublevación de los númidas, consiguió ser elegido general contra ellos en compañía de Annón, llamado el Grande, sin haber rendido cuentas todavía de su anterior generalato.
Apiano, Iberia, 5, Una vez que acabó la guerra y se hizo regresar a Annón a Cartago para responder de ciertos cargos, Aníbal, que se hallaba él y sólo al frente del ejército y tenía a su cuñado Asdrúbal como asociado suyo, se dirigió hacia Gades y, tras cruzar el estrecho hasta Iberia, se dedicó a devastar el territorio de los iberos, que no le habían causado daño alguno. Hacía de ello una ocasión para estar fuera de su patria, para realizar empresas y adquirir popularidad; en efecto, todo lo que apresaba, lo dividía, y daba una parte al ejército con el fin de tenerlo presto a cometer desafueros en su compañía: otra parte la enviaba a Cartago y una tercera la repartía entre los políticos de su propio partido. Finalmente, los reyes iberos y todos los hombres poderosos, que fueron coaligándose gradualmente, lo mataron de la siguiente forma: llevaron carros cargados de troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los africanos, al verlo, se echaron a reír, al no comprender la estrategia, pero, cuando estaban muy próximos, los iberos prendieron fuego a los carros tirados aún por los bueyes y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por todas partes al diseminarse los bueyes, provocó el desconcierto de los africanos y, al romperse la formación, los iberos, cargando a la carrera contra ellos, dieron muerte a Amílcar en persona y a gran número de los que lo estaban de los que estaban defendiéndolo.
COMENTARIO
Tanto Apiano como los autores antes citados, dan versiones diferentes sobre la muerte violenta de Amílcar. No se puede admitir más que el hecho como tal porque no son fiables y unos se copian de otros.
Apiano, Iberia, 6. Sin embargo, los cartagineses, satisfechos con el botín obtenido ya en Iberia, enviaron allí otro ejército y designaron como general en jefe a Asdrúbal, yerno de Amílcar, que estaba en Iberia. Éste llevaba consigo a Aníbal, famoso por sus hechos de armas no mucho después, hijo de Amílcar, y hermano de su propia esposa, hombre joven y belicoso que gozaba del favor del ejército. A él lo designó como lugarteniente. Asdrúbal se ganó la mayor parte de Iberia por medio de la persuasión, pues era persuasivo en su trato, y en los hechos que requería de la fuerza se servía del muchacho. Avanzó desde el océano occidental hacia el interior pues el río Ebro, que divide a Iberia poco más o menos por su mitad y desemboca en el océano boreal a una distancia de unos cinco días de viaje desde los Pirineos.
Apiano, Iberia, 7. Los saguntinos, colonos oriundos de Zacinto, que viven a mitad de camino entre los Pirineos y el río Ebro, y todos los restantes griegos que habitaban en las proximidades del llamado Emporion y en cualquier otro lugar de Iberia, temiendo por su seguridad personal, enviaron embajadores a Roma. El Senado, que no quería que se acrecentara el poderío cartaginés, envió, a su vez, embajadores a Cartago. Y ambos llegaron al acuerdo de que el río Ebro fuera límite del territorio cartaginés en Iberia y que ni los romanos llevaran la guerra contra los pueblos del otro lado del río, súbditos de los cartagineses, ni éstos cruzaran el río para hacer la guerra, y que los saguntinos y demás griegos de Iberia, fueran libres y autónomos. Estos acuerdos fueron añadidos a los tratados ya existentes en los tratados entre romanos y cartagineses.
Apiano, Iberia, 8. Poco tiempo después de estos sucesos, un esclavo, a cuyo dueño había matado con crueldad, en el transcurso de una cacería, cuando dedicado al gobierno de aquella parte de Iberia perteneciente a Cartago, sin ser visto, dio muerte a Asdrúbal. Y Aníbal mató a éste, convicto de su crimen, tras haberlo atormentado de manera terrible. El ejército, entonces, proclamó a Aníbal como su general, pues a pesar de su excesiva juventud, lo apoyaba totalmente. Y el Consejo de Cartago lo ratificó. Sin embargo, todos los adversarios políticos de Amílcar que habían temido su fuerza y la de Asdrúbal, cuando se informaron de que estaban muertos, despreciaban a Aníbal por su juventud y perseguían a los amigos y soldados de aquellos bajo las acusaciones ya antes formuladas contra los Barca. El pueblo, al mismo tiempo, se puso de parte de los acusadores, lleno de resentimiento contra los acusados, por causa de la severidad de la época de Amílcar y de Asdrúbal. Y les ordenaron llevar al tesoro público los regalos que en gran cantidad les había enviado Asdrúbal y Amílcar, por considerarlos tomados al enemigo. Éstos enviaron emisarios a Aníbal en demanda de socorro y le hicieron saber que también él recibiría el desprecio más absoluto por parte de los enemigos de su padre, si se desentendía de quienes podía colaborar con él en su patria.
Apiano, Iberia, 9. Pero Aníbal no sólo había previsto estas cosas, sino que también era consciente de que los pleitos incoados contra aquellos eran el principio de un complot contra su propia persona. y decidió que no iba a soportar esta enemistad como una amenaza para siempre, al igual que su padre y cuñado, y que tampoco iba a estar entregado de modo indefinido a la veleidad de los cartagineses, fácilmente dispuestos a mostrase desagradecidos hacia sus benefactores. Se decía también que incluso, siendo todavía niño había sido requerido por su padre a jurar ante el fuego del altar que había de ser un enemigo implacable para los romanos cuando accediera a la política. Precisamente por estas razones pensaba consolidar su posición y la de sus amigos, involucrando a su patria en empresas de gran envergadura y duración, sometiéndola a dificultades y riesgos. Veía en efecto, que tanto África como los pueblos sometidos de Iberia se hallaban en paz, pero si podía hacer resurgir contra los romanos una nueva guerra, que deseaba en especial, le parecía que los cartagineses se veían aquejados por grandes preocupaciones y temores, y él, por su parte, casi de tener éxito, obtendría una fama inmortal al hacer a su patria regidora de todo el universo, -pues no existía para ellos enemigo alguno después de los romanos-, e incluso en el caso de fracasar, aún así, el mero intento, le reportaría una gran gloria.
Apiano, Iberia, 10. Y presumiendo que sería un inicio brillante el cruzar el Ebro, convenció a los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, a quejarse ante él de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos otros ultrajes. Y ellos le obedecieron. Enconces, Aníbal envió a los embajadores de éstos a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, expuso que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en ello con los romanos. Y en absoluto desistía de su engaño, enviando muchos mensajes en tal sentido, hasta que el Consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que considerara oportuno.. Y tan pronto tuvo la ocasión, hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Se presentaron embajadores saguntinos y, al exhortarles que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, éstos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al decirle esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, habiendo cruzado el Ebro con todo su ejército, devastó el territorio y apostó sus máquinas contra la ciudad. Pero, como no pudo tomarla, la rodeó con un muro y un foso y, estableciendo alrededor a intervalos numerosos puestos de vigilancia, los inspeccionaba con frecuencia. Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por heraldos, enviaron una embajada a Roma. El Senado envió con ellos a sus propios embajadores que, en primer lugar, debían recordarle a Aníbal los acuerdos existentes y, caso de no convencerle, navegar hasta Cartago para presentar quejas contra él. A estos embajadores, cuando habían efectuado su travesía hasta Iberia y se dirigían desde el mar hasta el campamento, les ordenó Aníbal que no se acercaran. Entonces se hicieron de nuevo a la mar rumbo a Cartago en compañía de los embajadores saguntinos y volvieron a recordarles los tratados a los cartagineses. Éstos culparon a los saguntinos de causar numerosas ofensas a su súbditos. Los embajadores de Sagunto los invitaron, por su parte, a llevar el juicio ante los romanos. Pero ellos dijeron que no necesitaban de arbitraje alguno, pues podían vengar esta ofensa por sí solos. cuando se comunicó esta respuesta a Roma, algunos exhortaban a socorrer de inmediato a los saguntinos, otros se mostraban aún indecisos diciendo que éstos no se hallaban inscritos en sus tratados en calidad de aliados, sino como autónomos y libres, y que los que estaban sitiados eran libres todavía. Y prevaleció esta opinión.
Apiano, Iberia, 12. Los saguntinos, una vez perdida la esperanza de ayuda de Roma, y como el hambre los acuciaba, y Aníbal persistía en su asedio continuo -pues como había oído que la ciudad era próspera y rica, no relajaba el asedio-, reunieron el oro y la plata, tanto público como privado, en la plaza pública, por medio de una proclama, y los mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal. Y ellos mismos prefirieron morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche todavía, contra los puestos de guardia de los africanos que aún dormían y no sospechaban tal ataque. Por lo cual los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a duras penas en medio de la confusión y algunos, incluso, cuando ya estaban luchando. El combate duró mucho tiempo y de los africanos murieron muchos, pero los saguntinos, todos. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Este fue el final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa. Aníbal, tan pronto como se percató de lo que había sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos saguntinos que quedaban y eran adultos, después de torturarlos, pero viendo que la ciudad estaba a orillas del mar y no lejos de Cartago y poseía una tierra buena, la pobló de nuevo e hizo de ella una colonia cartaginesa. La cual creo que actualmente se lla Cartago «Espartágena».
Apiano, Iberia, 13. Los romanos enviaron embajadores a Cartago con la orden de que reclamaran a los cartagineses la entrega de Aníbal como responsable de la violación de los tratados a no ser que todos asumieran la responsabilidad de que, si no se lo entregaban, declarasen de inmediato y públicamente la guerra. Los embajadores así lo hicieron y les anunciaron la guerra al no entregarles a Aníbal. Se dice que ocurrió de la siguiente manera. El embajador con una sonrisa les dijo, mostrándoles el pliego de la toga: «Aquí os traigo. cartagineses, la paz y la guerra; tomad aquella que elijáis». Ellos replicaron; «Danos tú mejor la que tu quieras». Cuando él les ofreció la guerra, todos prorrumpieron en un grito unánime: «La aceptamos». Y, al punto, comunicaron a Aníbal que ya podía hacer incursiones por toda Iberia sin miedo, pues los pactos estaban rotos. Y él, en consecuencia, marchando contra todos los pueblos cercanos, los puso en sumisión, ya con persuasión, ya por temor, o por la fuerza y reunió un gran ejército sin revelar su finalidad, pero con la secreta intención de invadir Italia. Envió emisarios entre los galos e hizo examinar los pasos entre los Alpes. y los cruzó (dejando) a su hermano Asdrúbal en Iberia.(…).
COMENTRARIO
Apiano narra el episodio de destrucción de Sagunto como los anteriores autores, Livio y Polibio. Insistos: se copian unos a otros. La autoridad histórica no la obtiene ninguno: tan solo existen matices diferenciales que se explican por sus simpatías particulares hacia uno u otro partido en guerra.
Apiano, Iberia, 14….(Los romanos, pensando que) tendrían que sostener la guerra en Iberia y en África, pues ni siquiera habían imaginado que los africanos invadieran jamás Italia,-enviaron a Tiberio Sempronio Longo con ciento sesenta naves y dos legiones, a África. Lo que hicieron Longo y los demás generales romanos en África está escrito en el libro Púnico-,y a Publio Cornelio Escipión lo enviaron a Iberia con sesenta naves y diez mil soldados de infantería y setecientos jinetes y, como legado suyo, enviaron con él a su hermano Gneo Cornelio Escipión. Publio, al enterarse por mercaderes masaliotas de que Aníbal había cruzado los Alpes en dirección a Italia, temiendo que cayera sobre los italiotas inesperadamente, partió con las quinquerremes en dirección a Etruria después de entregar a su hermano Gneo el ejército de Iberia. Lo que hicieron en Italia él y los otros generales de este ejército con posterioridad a él hasta que lograron expulsar a duras penas de Italia a Aníbal después de dieciséis años, lo refiere el siguiente que comprende todos los hechos de Aníbal en Italia y, por eso, se llama libro «Anibálico» de la historia de Roma.
COMENTARIO
La cita de Apiano respecto al libro Ánibalico (hecho que otros autores citan) nos hace pensar que en él estaban los hechos narrados de todos sus episodios. Muchas situaciones tal vez se hubieran aclarado de haberse conservado. Por desgracia sólo tenemos referencias; pero ha existido.
Apiano, Iberia, 15. Gneo, por su parte, no llevó a cabo nada digno de mención en Iberia antes de que regresara a su lado su hermano Publio, después de haber enviado a Italia contra Aníbal a sus sucesores en el consulado. Lo enviaron de nuevo a Iberia tras nombrarlo procónsul. Y desde este momento, los dos Escipiones sostuvieron la guerra en Iberia teniendo como oponente a Asdrúbal, hasta que los cartagineses, atacados por Sífax, el rey de los númidas, le hicieron regresar junto con una parte de su ejército, y los Escipiones vencieron con facilidad a los que quedaron. Muchas ciudades se les pasaron voluntariamente, pues eran persuasivos en grado, tanto para hacer la guerra, como para atraerse aliados.
Año -211.
Apiano, Iberia, 16. Los cartagineses, cuando concertaron la paz con Sífax, enviaron de nuevo a Asdrúbal a Iberia con un ejército más numeroso y con treinta elefantes. Lo acompañaban otros dos generales, Magón y otro Asdrúbal que era hijo de Gisgón, y a partir de entonces la guerra se hizo mucho más difícil para los Escipiones, pero, incluso, en estas condiciones, resultaron vencedores. Perecieron muchos africanos y gran número de elefantes y, finalmente, al aproximarse el invierno, los africanos invernaron en la Turdetania y, de los Escipiones, Gneo lo hizo en Orsón, y Publio en Cástulo. Aquí recibió la noticia del avance de Asdrúbal. Saliendo de la ciudad con un destacamento pequeño para reconocer el campamento, se aproximó a Asdrúbal sin ser visto, y después de rodearlo con la caballería a él y a todos los que lo acompañaban, los mató. Gneo, que no tenía noticias de nada, envió soldados a su hermano para que se aprovisionaran de trigo, y encontrándose con ellos otros africanos, entablaron combate. Al enterarse Gneo, salió a la carrera como estaba, con las tropas ligeras en su auxilio. Si embargo ya habían matado a los anteriores y persiguieron a Gneo hasta que se refugió en una torre, y Escipión y sus compañeros murieron abrasados.
Año -210.
Apiano, Iberia, 17. De esta manera perecieron los dos Escipiones, hombres excelentes en todo, y a ellos los añoraron los iberos que, gracias a su intervención, se habían pasado a los romanos. Cuando se enteraron los de la ciudad, fueron presa de gran aflicción, y enviaron a Italia a Marcelo que había llegado de Sicilia hacía poco tiempo, y en su compañía a Claudio con (…) naves, mil jinetes, diez mil soldados de infantería y recursos suficientes. Como no llevaron a cabo ninguna empresa destacada, el poderío cartaginés se incrementó notablemente y casi llegaron a dominar la totalidad de Iberia, quedando encerrados los romanos en una pequeña franja de terreno en los montes Pirineos. Al enterarse de esto los de Roma, cundió, de nuevo, el pánico. Existía el temor de que mientras Aníbal devastaba la zona norte de Italia, estos africanos invadieron el otro extremo. Por este motivo no le era posible evacuar Iberia como era su deseo, por miedo a que esta guerra fuera transferida a Italia.
Apiano, Iberia, 18. Fijaron, por consiguiente, con antelación el día en el que elegirían un general para Iberia. Al no presentarse nadie como candidato, el miedo se acentuó y un silencio sombrío atenazó a la asamblea. Finalmente Cornelio Escipión. hijo de Publio Cornelio, muerto en Iberia, hombre muy joven, -tenía veinticuatro años- pero con fama de prudente y noble, avanzando hasta el centro de la asamblea, pronunció un solemne discurso acerca de su padre y de su tío, y después de lamentar su aciago destino, proclamó que, por encima de todo, él era el vengador familiar de su padre, de su tío y de su patria. Expuso muchas otras razones sin pausa y con vehemencia, como un inspirados, prometiendo apoderarse no sólo de Iberia, sino, tras de ella, de África y también de Cartago. A algunos les pareció que hablaba a la ligera, como cosa propia de su juventud, pero al pueblo encogido por el miedo, le volvió a infundir ánimos, ya que los que están asustados se alegran con las promesas; y fue elegido general para Iberia en la convicción de que iba a llevar a cabo algo digno de su coraje.. En cambio, los de más edad no lo consideraban coraje sino temeridad. Escipión, al darse cuenta de esto, los convocó de nuevo en asamblea y pronunció otro discurso solemne en un sentido similar al anterior. Y, tras afirmar que la edad no seria para él impedimento, alguno, no obstante, los invitó públicamente a que si algunos de sus mayores quería asumir el mando, se lo concedería de voluntad. Sin embargo, como nadie aceptó su invitación, rodeado de mayores elogios y admiración, partió con diez mil soldados de infantería y quinientos jinetes, pues le fue imposible llevarse un ejército más numeroso debido a que Aníbal estaba asolando a Italia. También cogió riquezas, otros enseres y veintiocho barcos de guerra, con los que se hizo a la mar rumbo a Iberia.
Apiano, Iberia, 19. Después de hacerse cargo del ejército que estaba allí y reunirlo en un solo cuerpo de ejército con las tropas que llevaba, realizó un rito de purificación y se dirigió también a ellos con palabras grandilocuentes. Se extendió al punto por toda Iberia, molesta con los africanos y nostálgicos de la noble generosidad de los Escipiones, la noticia de que Escipión, había llegado como su general por designio de la providencia. Al enterarse Escipión de esto, fingió que realizaba todo como inspirado por la divinidad. Se informó de que los enemigos acampaban en cuatro campamentos, distantes un gran trecho unos de otros. con veinticinco mil soldados de infantería y dos mil quinientos jinetes, pero que tenía su provisión de riquezas, de trigo, armas, dardos, naves, prisioneros y rehenes procedentes de toda Iberia, en la ciudad llamada antes Sagunto y entonces ya Cartago Nova, y de que la custodiaba Magón, y de la gran cantidad de provisiones, y con la idea de tener a esta ciudad como una base segura de operaciones por tierra y por mar contra toda Iberia, ya que poseía minas de plata, un territorio fértil y mucho oro, y constituía el paso más corto a África.
Año -209.
Apiano, Iberia, 20. Animado por estos cálculos y sin haber comunicado a nadie por donde pensaba atacar, al ponerse el sol condujo el ejército durante toda la noche hasta Cartago Nova. Al amanecer, en medio del estupor de los africanos, empezó a cerca la ciudad con una empalizada y se preparó para el día siguiente, apostando escaleras y máquina de guerra por todo el rededor de la misma, excepto por una sola parte en la que el muro era más bajo y estaba bañado por una laguna y el mar, por lo que la vigilancia era menos intensa. Habiendo cargado durante toda la noche las máquinas con dardos y piedras, y tras apostar frente al puerto de la ciudad sus naves, a fin de que las de los enemigos no pudieran escapar a través de él, -pues confiaba absolutamente en apoderarse de la ciudad a causa de su elevada moral-, antes del amanecer hizo subir al ejército sobre las máquinas, exhortando a una parte de sus tropas a entablar combate con los enemigos desde arriba, y a otra parte a empujarlas contra el muro por su parte inferior. Magón, a su vez, apostó a sus diez mil hombres en las puertas con la intención de salir, cuando se le presentara la ocasión con sólo las espadas,-pues no era posible usar las lanzas en un espacio estrecho-. y envió a los restantes a las almenas. También se tomó él el asunto con mucho celo colocando numerosas máquinas, piedras. dardos y catapultas. Hubo gritos y exhortaciones por ambas partes, ninguno quedó atrás en el ataque y en el coraje, lanzando piedras, dardos y jabalinas, unos con las manos, otros con las máquinas, y otros con hondas. Y se sirvieron con ardor de cualquier otro instrumento o recurso que tuvieran en sus manos.
Apiano, Iberia, 21. Las tropas de Escipión sufrieron mucho daño. Los diez mil soldados cartagineses que estabn junto a las puertas, saliendo a la carrera con las espadas desenvainadas, se precipitaron contra los que empujaban las máquinas y causaron muchas bajas, pero no sufrieron menos. Finalmente, los romanos empezaron a imponerse por su laboriosidad y constancia. Entonces cambió la suerte, porque los que estaban sobre las murallas se encontraban ya cansados y los romanos consiguieron adosar las escalas a los muros. De nuevo la lucha se hizo penosa y difícil, porque los cartagineses que llevaban espadas, penetraron a la carrera por las puertas y cerrándolas tras ellos, se encaramaron a los muros, hasta que Escipión, que recorría todos los lugares dando gritos, y exhortaciones de ánimo, se dio cuenta, hacia el mediodía, de que el mar se retiraba por aquella parte en la que el muro era bajo y lo bañaba la laguna. Se trataba de un fenómeno diario de la baja de la marea. El agua avanzaba hasta mitad del pecho y se retiraba hasta media rodilla. Escipión se percató entonces de esto y comprendió la naturaleza del fenómeno, a saber, que estaría baja durante el resto del día y, antes de que el mar volviera a subir, se lanzó a toda la carrera por todas partes gritando: «Ahora es el momento, soldados, ahora viene la divinidad como aliada mía. Avanzad contra esta parte de la muralla. El mar nos ha cedido el paso. Llevad las escaleras y yo os seguiré».
Apiano, Iberia, 22. Después de coger él, el primero, una de las escaleras, la apoyó contra el muro y empezó a subir cuando aún no lo había hecho ningún otro, hasta que, rodeándolo sus escuderos y otros soldados del ejército, se lo impidieron, y ellos mismos acercaron, a la vez, gran cantidad de escaleras y treparon. ambos bandos atacaron con gritos y celo e intercambiaron golpes variados, pero, no obstante, vencieron los romanos. Consiguieron subir a una pocas torres en las que Escipión colocó trompeteros y hombres provistos de cuernos de caza y les dio la orden de animar y causar alboroto para dar la impresión de que ya había sido tomada la ciudad. Otros, corriendo de aquí para allá, provocan el desconcierto de igual manera y algunos, descendiendo de un salto desde las almenas, le abrieron las puertas a Escipión. Éste penetró a la carrera con el ejército. De los que estaban dentro, algunos se refugiaron en sus casas. Magón, por su parte, reunió a sus diez mil soldados en la plaza pública y cuando éstos sucumbieron, se retiró de inmediato con unos pocos a la ciudadela. Pero, al atacar, acto seguido, Magón, como ya no podía hacer nada con unos hombres que estaban en inferioridad numérica y acobardados por el miedo, se entregó él mismo a Escipión.
Apiano, Iberia, 23. Éste, por haber tomado en un solo día, el cuarto de su llegada, una ciudad poderosa y rica, debido a su audacia y buena estrella, se sintió presa de un gran orgullo y daba la impresión, en mayor medida, que ejecutaba una acción de acuerdo con los designios de la divinidad. No sólo lo pensaba así él mismo en su interior, sino que lo manifestaba públicamente en sus discursos entonces y, desde aquel momento, durante el resto de su vida. Muchas veces, en efecto, penetraba solo en el Capitolio y cerraba las puertas tras de sí, como si se dispusiera a recibir alguna información de parte de la divinidad. Y todavía en la actualidad llevan en las procesiones desde el Capitolio, solamente la estatua de Escipión, en tanto que las de los demás, las llevan desde el foro. En la ciudad tomada se apoderó de almacenes con enseres útiles para tiempos de paz y de guerra, gran cantidad de armas, dardos, máquinas de guerra, arsenales para los navíos, treinta y tres barcos de guerra, trigo y provisiones variadas, marfil, oro, plata, -una parte consistente en objetos, otra acuñada y otra sin acuñar-, rehenes iberos y prisioneros de guerra y todas aquellas cosas que antes habían quitado a los romanos. Al día siguiente realizó un sacrificio y celebró el triunfo. Después hizo un elogio del ejército, pronunció una arenga a la ciudad y, tras recordarles a los Escipiones, dejó partir libres a los prisioneros de guerra hacia sus respectivos lugares de origen con objeto de congraciarse con las ciudades. Otorgó las mayores recompensas al que subió en primer lugar la muralla; al siguiente le dio la mitad de ésta, al tercero la tercera parte, y a los demás proporcionalmente. El resto del botín – lo que quedaba de oro, plata o marfil- lo envió a Roma a bordo de las naves apresadas. La ciudad celebró un sacrificio durante tres días, pensando que de nuevo volvía a renacer el éxito ancestral y, de otro lado, Iberia y los cartagineses que habitaban en ella, quedaron estupefactos por el temor y la magnitud y rapidez de su golpe de mano.
Año -208.
Apiano, Iberia, 24. Escipión estableció una guardia en Cartago Nova y ordeno que se elevara la muralla que daba al lugar de la marea. Él se puso en camino hacia el resto de Iberia y, enviando a sus amigos a cada región, los atraía bajo su mando de buen grado y a los demás que se le opusieron, los sometió por la fuerza. Eran dos los generales cartagineses que quedaban y ambos se llamaban Asdrúbal; uno de ellos, hijo de Amílcar, andaba reclutando mercenarios muy lejos entre los celtiberos, y el otro Asdrúbal, el hijo de Gisgón, enviaba emisarios a las ciudades que todavía eran fieles, demandando que permanecieran en esta fidelidad a Cartago, pues estaba a punto de llegar un ejército inmenso, y envió a otro Magón a las zonas próximas a reclutar mercenarios de donde les fuese posible, mientras que él en persona se dirigió contra el territorio de Lersa, que se le había sublevado, y se dispuso a sitiar alguna ciudad de allí. Sin embargo, cuando se dejó ver Escipión, Magón se retiró a la Bética y acampó delante de la ciudad. En este lugar fue derrotado de inmediato al día siguiente, y Escipión se apoderó de su campamento y de la Bética.
Año -206.
Apiano, Iberia, 26. Pero, una vez que empezaron a faltarles las provisiones y el hambre hizo presa en el ejército, Escipión juzgó que no era conveniente retirarse, antes bien, tras realizar un sacrificio, convocó al ejército para dirigirle la palabra nada más concluir éste, y adoptando una vez más el rostro y la postura de un inspirado, les dijo que le había llegado el presagio divino habitual y le había exhortado a dirigirse contra los enemigos. Y era necesario tener más confianza en el dios que en el número de tropas del ejército, pues también había obtenido las victorias precedentes en razón al favor divino y no por su fuerza numérica. Y, con objeto de inspirar confianza en sus palabras, ordenó a los adivinos que llevasen al centro de la asamblea las entrañas de la víctimas sacrificadas. Mientras hablaba observó que algunos pájaros estaban revoloteando y, volviéndose bruscamente allí mismo, con un movimiento rápido y un alarido, los señaló y dijo que los dioses también se los había enviado como símbolo de la victoria. Los acompañaba en sus movimientos clavando sus ojos en ellos y gritando como un inspirado. Todo el ejército seguía a un mismo tiempo las gesticulaciones de aquel, que giraba de acá para allá, y todos se sintieron llenos de ardor como ante una victoria segura. Escipión, cuando tuvo todo tal y como lo había planteado, no vaciló ni permitió que su ardor se enfriara, sino que como un inspirado todavía, afirmó que era necesario entablar combate al punto después de estas señales. Dio la orden de que tomaran las armas después de comer y los condujo contra los enemigos sin que éstos los esperaran. Puso al frente de la caballería a Silano, y a Lelio y a Marcio, al de la infantería.
Apiano, Iberia, 27. Asdrúbal, Magón y Masinisa, cuando Escipión los atacó de modo repentino, mediando tan sólo diez estadios entre ambos ejércitos, armaron a sus tropas que aún no habían comido, con toda rapidez, confusión y tumulto. Se entabló un combate a la vez con la infantería y la caballería, y la caballería romana prevaleció por su misma táctica, persiguiendo sin tregua a los númidas acostumbrados a retroceder y volver al ataque. A estos últimos, a tan corta distancia, de nada le servían sus dardos. La infantería, sin embargo, se encontraba en situación desesperada a causa del número de los africanos y se veían superados a lo largo de todo el día. Con todo, Escipión no consiguió cambiar la suerte de la batalla, aunque corría a su lado y los animaba sin cesar. finalmente, entregando su caballo a un muchacho, y tomando un escudo de las manos de un soldado, se lanzó a la carrera, solo como estaba, en el espacio abierto entre los dos ejércitos gritando:»Venid, romanos en socorro de vuestro Escipión que corre peligro». Entonces, al ver los que estaban cerca en qué grado de peligro se encontraba y al enterarse los que estaban lejos, movidos todos de igual modo por un sentimiento de pudor y temiendo por la seguridad de su general, cargaron a la carrera furiosamente contra los enemigos, con alaridos. Los africanos, incapaces de resistir este ataque, cedieron; pues se daba además la circunstancia de que les faltaban las fuerzas al atardecer, por no haber probado alimentos. En poco tiempo perecieron en gran número. Este fue el resultado que obtuvo Escipión en la batalla celebrada en las cercanías de Carmona y cuyo desenlace fue incierto durante mucho tiempo. En ella los romanos perdieron ochocientos hombres y las bajas enemigas fueron de quince mil hombres.
COMENTARIO
Esta fue la batalla de Alalia. En ella los cartagineses fueron derrotados hasta el punto de que, desde allí, se empezaron a plantear su marcha al África. Gades no les prestarían ayuda, porque temían el recelo de los romanos si lo hacían. Es de destacar las palabras que Apiano pone en boca de Escipión: su espíritu y su fe en que vencería a los cartagineses de forma definitiva. Y esa fuerza que él inspiraba penetró en sus soldados cuando se arriesgó a enfrentarse en solo a la infantería enemiga. Su fuerza moral arrastró a todo su ejército hacia la victoria final.
Apiano, Iberia, 28. Después de este combate, los cartagineses se seguían retirando con toda rapidez y Escipión los seguía, causándoles daños y bajas cuantas veces podía ponerles las manos encima. Pero cuando ellos ocuparon un lugar bien protegido, con agua y comida abundante, y no se podía hacer otra cosa que sitiarlos, a Escipión lo apremiaban otras tareas, de modo que dejó a Silano para establecer el asedio y se marchó a otras partes de Iberia y las sometió. Los cartagineses que sufrían el sitio por Silano, retrocedieron y, finalmente, llegando al Estrecho, cruzaron hacia Gades (después de la caída de Cartago Nova, Gades se convirtió en la capital de los cartagineses). Silano, tras infringirles todo el daño que pudo, se reunió con Escipión en Cartago Nova. A Asdrúbal, el hijo de Amílcar, que estaba todavía levando tropas en torno al océano septentrional, le ordenó su hermano Aníbal que invadiera de inmediato Italia. Y él, con objeto de pasar inadvertido a Escipión, siguiendo por la costa del océano septentrional, cruzó los Pirineos hacia la Galia con los celtiberos que había reclutado. De este modo Asdrúbal se encaminó hacia Italia a marchas forzadas sin que lo supieran los italianos.
Apiano, Iberia, 29. Lucio, que había regresado desde Roma, le dijo a Escipión que los romanos pensaban enviarlo como general a África. Él, que deseaba esto ardientemente desde hacía mucho tiempo, y esperaba que sucediera así, envió a Lelio a África con cinco naves ante el rey Sífax, llevándole regalos y el recuerdo de su amistad con los Escipiones y la petición de que se uniera a los romanos en caso de que llegaran a hacer una expedición. Él prometió hacerlo, aceptó los presentes, y envió, a su vez, otros. Al enterarse de esto los cartagineses, enviaron también ellos embajadores junto a Sífax en busca de su alianza. Escipión cuando lo supo, juzgando importante atraerse a Sífax y consolidar su amistad contra los cartagineses, partió con dos naves en compañía de Lelio para verlo en persona.
Apiano, Iberia, 30. Los emisarios cartagineses, que todavía estaba con Sífax, le salieron al encuentro cuando se acercaba a la costa sin que Sífax lo supiera. Pero Escipión a toda vela, los pasó de largo con facilidad y alcanzó el puerto. Sífax los hospedó a ambos y, habiendo concertado una entrevista en privado con Escipión, lo despidió tras darle garantías, y retuvo a los cartagineses, que estaban de nuevo acechando a la espera de Escipión, hasta que éste estuvo a salvo a gran distancia en el mar. Tan gran riesgo corrió Escipión, al desembarcar y al hacerse a la mar de regreso. Se dice que en un banquete dado por Sífax, Escipión compartió el mismo sofá que Asdrúbal y éste, después de haberle hecho preguntas sobre muchas cuestiones, quedó asombrado de su dignidad y dijo a sus amigos que ese hombre no sólo era temible en el combate sino incluso en el banquete.
Apiano, Iberia, 31. Por estas fechas, algunos celtiberos e iberos, cuyas ciudades se habían pasado a los romanos, seguían sirviendo a Magón en calidad de mercenarios. Marcio los atacó y dio muerte a mil quinientos y el resto escapó para refugiarse en sus ciudades. A otros setecientos jinetes y seis mil soldados de infantería guiados por Annón los colocó en una colina, desde donde, al carecer de todo, enviaron mensajeros a Marcio para conseguir una tregua. Éste les comunicó que pactaría cuando le entregaran a Annón y a los desertores. Entonces ellos se apoderaron de Annón, aunque era su propio general, mientras escuchaba las propuestas, y de los desertores, y se lo entregaron. Marcio reclamó también prisioneros. cuando los hubo obtenido, les ordenó a todos que llevasen una cantidad estipulada de dinero a un determinado lugar de la llanura, pues no eran propios de los suplicantes los lugares elevados. Una vez bajaron a la llanura, les dijo: «Acciones merecedoras de la muerte habéis cometido vosotros que, teniendo a vuestros lugares patrios sometidos a nosotros, escogisteis combatir contra ellos al lado de los enemigos. No obstante os concedo marcharos sin sufrir castigo si deponéis vuestras armas». Sin embargo, la indignación se apoderó de todos a la vez y gritaron que entregarían sus armas. Tuvo lugar un combate encarnizado en el que la mitad de los celtiberos cayó tras haber opuesto una feroz resistencia, y la otra mitad consiguió ponerse a salvo junto a Magón. Éste hacia poco que había llegado al campamento de Annón con sesenta navíos y, al enterarse del desastre de éste, navegó hasta Gades y, sufriendo por el hambre, aguardó el futuro giro de los acontecimientos.
Apiano, Iberia, 32. Mientras Magón estaba inactivo, Silano fue enviado por Escipión a someter a la ciudad de Cástax, pero como sus habitantes le recibieron de una manera hostil, fijó su campamento ante ellos y lo comunicó a Escipión. Éste envió por delante un equipo de asedio y lo siguió, pero, desviándose de su camino, atacó la ciudad e Ilurgia. Dicha ciudad era aliada de los romanos en tiempos del anterior Escipión, pero, cando aquel murió, se pasó en secreto al bando cartaginés y, después de haber acogido a un ejército romano como si fuera todavía amiga, lo entregó a los cartagineses. Por este motivo, Escipión, lleno de ira, tomó la ciudad en cuatro horas y, pese a estar herido en el cuello, no desistió del combate hasta conseguir el triunfo. Y su ejército, por la misma razón, olvidándose del ataque y sin que nadie se lo ordenara, mató cruelmente incluso a los niños y a las mujeres, hasta dejar reducida la ciudad a los cimientos. Después de llegar a Cástax, Escipión dividió el ejército en tres cuerpos y mantuvo a la ciudad bajo vigilancia. Pero no comenzó el combate para dar tiempo a sus habitantes a cambiar de actitud, pues había oído que estaban dispuestos a ello. Y éstos, tras sacar y dar muerte a aquella parte de la guarnición que se le oponía, entregaron la ciudad a Escipión. Este último estableció una nueva guarnición y colocó la ciudad bajo el mando de uno de sus propios ciudadanos que gozaba de alta reputación. Retornó entonces a Cartago Nova, enviando a Silano y a Marcio a la zona del Estrecho para que devastaran todo cuanto pudiesen.
Apiano, Iberia, 33. Astapa era una ciudad que, siempre y en bloque, había permanecido fiel a los cartagineses. Sus habitantes, en esta ocasión en que Marcio tenía establecido el cerco en torno a ellos, convencidos plenamente de que si los romanos los apresaban, los iban a reducir a la esclavitud, reunieron todos sus enseres en la plaza pública y tras apilarlos con troncos de madera alrededor, hicieron subir sobre la pila a niños y mujeres. Tomaron juramento a cincuenta hombres notables de entre ellos, de que, cuando la ciudad fuera apresada, matarían a las mujeres y a los niños, prenderían fuego a la pila y se degollarían a sí mismos. Los astapenses, poniendo a los dioses por testigos de estas cosas, se lanzaron a la carrera contra Marcio, que no sospechaba nada, por lo que hicieron replegarse a sus tropas ligeras y a la caballería. E incluso, una vez que estuvo dispuesta la legión con sus armas, las tropas de los astapenses eran, con mucho, las más destacadas por combatir a la desesperada, pero, no obstante, se impusieron los romanos por el número, ya que por el valor no fueron inferiores en absoluto los de Astapa. Y cuando todos estuvieron muertos, los cincuenta que quedaban, degollaron a las mujeres y a los niños, prendieron fuego y se arrojaron a sí mismos a él, dejando a los enemigos una victoria sin provecho. Marcio, sobrecogido por el valor de los de Astapa, no cometió ningún acto de violencia contra sus casas.
Apiano, Iberia, 34. Después de estos sucesos, Escipión cayó enfermo y Marcio asumió el mando del ejército. Pero todos aquellos soldados que habían gastado sus ganancias a causa de su vida disipada, juzgando que, por no tener nada, nada digno de sus fatigas habían conseguido y que Escipión los despojaba de su fama y sus hechos gloriosos de armas, hicieron defección de Marcio y acamparon por su cuenta. Se unieron a ellos muchos otros procedentes de las guarniciones, y algunos, llevando dinero de parte de Magón, intentaban persuadirlos para que se pasaran a su lado. Los amotinados tomaron el dinero, eligieron generales y centuriones entre ellos, dispusieron a su manera los demás asuntos y se pusieron a sí mismo bajo disciplina militar tomándose mutuos juramentos. Cuando Escipión se enteró mandó decir a los sublevados que debido a su enfermedad no los había podido recompensar y, de otro lado, a los demás los apremió a que hicieran deponer su actitud a sus compañeros amotinados y, en común a todos, les envió una carta, como si ya estuvieran reconciliados, diciéndoles que los iba a recompensar de inmediato. Y les dio la orden de que marcharan, al punto, a Cartago Nova en busca de provisiones.
Apiano, Iberia, 35. Cuando fueron leídas estas cartas, algunos sospechaban, otros en cambio, les daban crédito, de modo que llegaron a un acuerdo y todos a la vez se pusieron en camino hacia Cartago Nova. Al aproximarse éstos, Escipión dio la orden a los senadores que lo acompañaban de que cada uno de ellos tomase como compañero a uno de los cabecillas de la sedición, cuando se acercaran, y lo recibiese como huésped. como si fuera a aconsejarle en tono amigable y lo retuviera a ocultas como prisionero. Ordenó también a los tribunos militares que cada uno tuviera dispuesto con sus armas a los hombres mas fieles al rayar el alba sin ser vistos y que, ocupando los lugares estratégicos de la asamblea a intervalos, en el caso de que alguien se pusiera de pie con idea de causar algún disturbio, lo asaeteara y lo mataran inmediatamente sin orden previa. Él en persona, poco después de despuntar el día, se hizo llevar a la tribuna y envió por los alrededores a los heraldo para convocar asamblea. La proclama se cogió de improviso y, sintiendo vergüenza de que su general, todavía enfermo, estuviera aguardándolos, y creyendo que eran convocados para el asunto de las recompensas, se precipitaron corriendo en tropel desde todos los lugares, unos sin ceñirse las espadas, otros vestidos sólo con la túnica, sin haber tenido lugar de ponerse toda su indumentaria.
Apiano, Iberia, 36. Escipión tenía en torno a él un guardia que no era visible. En primer lugar los censuró por lo sucedido, después les dijo que sólo haría recaer la culpa sobre los que comenzaron la revuelta, «a los que yo castigaré con vuestra ayuda». Y mientras decía esto, ordenó a los lictores que dividieran en dos partes a la multitud. Así lo hicieron y los senadores llevaron a los culpables al centro de la asamblea. Cuando prorrumpieron en gritos y llamaron a sus compañeros de armas para que los socorrieran, los tribunos dieron muerte al instante a los que se hicieron eco de sus palabras. La multitud, una vez que supo que la asamblea estaba custodiada, se sumió en un silencio sombrío. Escipión, después de ultrajar a los que habían sido conducidos al centro y en especial a los que de entre ellos habían gritado en demanda de ayuda, ordenó que se les cortara el cuello a todos tras sujetarlos con clavos al suelo, y para el resto, proclamó por medio del heraldo el perdón. De este modo, Escipión restableció la situación en el campamento.
Apiano, Iberia, 37. Indíbil, uno de los reyes que había llegado a un acuerdo con él, realizó una incursión en una parte del territorio sometido a Escipión, mientras estaba amotinado el ejército romano. Y cuando Escipión marchó contra él, sostuvo el combate con bravura y mató a mil doscientos romanos, pero, al haber perdido a veinte mil de los suyos, se vio obligado a pedir la paz. Y Escipión le impuso una multa y llegó a un acuerdo con él. Masinisa, sin que Asdrúbal se percatase, cruzó el Estrecho, y entablando relaciones de amistad con Escipión, juró combatir con su aliado romano, si llevaba la guerra contra África. Este hombre se mantuvo fiel en todas las circunstancias a causa del siguiente motivo. La hija de Asdrúbal el general que combatía entonces a su lado, le había sido prometida en matrimonio a Masinisa. Pero el rey Sífax se enamoró de la joven, y los cartagineses, considerando de gran importancia asegurarse a Sífax contra los romanos, le concedieron a la joven sin consultarle nada a Asdrúbal. Llevada a cabo esta acción, Asdrúbal la mantuvo oculta, por respeto a Masinisa, pero al enterarse éste, hizo una alianza con Escipión. Y Magón, el almirante, habiendo perdido la esperanza en los asuntos de Iberia a juzgar por la situación presente, se hizo a la mar rumbo al país de los ligures y los celtas, y se dedicó a reclutar mercenarios. Mientras andaba ocupado en estos asuntos, los romanos se apoderaron de Gades, que había sido abandonada por Magón.
Apiano, Iberia, 38. A partir de este momento, poco antes de la olimpiada ciento cuarenta y cuatro, comenzaron a enviar anualmente, a los pueblos de Iberia conquistados, pretores en calidad de gobernadores, o superintendentes para mantener la paz. Y Escipión, después de dejarles un ejército pequeño, adecuado a un asentamiento pacífico, estableció a los soldados heridos en una ciudad que llamó Itálica, tomando el nombre de Italia. Es la patria de Trajano y Adriano que más tarde fueron emperadores romanos…
Guerra de Aníbal. (Pasamos los episodios ya narrados de Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas)
Aníbal se apodera de Tarento por traición.
Apiano Hist. rom. VII, 32. A Tarento, que estaba bajo custodia de una guarnición de Roma, Cononeo actuó de la siguiente forma. Cononeo acostumbraba a salir de caza y, como siempre llevaba alguna pieza a Livio, el jefe de la guarnición, llegó a gozar, por ello, de una gran amistad con él. Como el país estaba en guerra, dijo que era necesario salir de caza y llevarse las piezas durante la noche, llegó a un acuerdo con Aníbal y, tomando soldados, ocultó a unos en una espesura cercana, a otros les ordenó que le acompañasen durante un corto trecho y, a otros, que permanecieran a su lado, ceñidos a ocultas con corazas y espadas, pero equipados como cazadores en su indumentaria exterior. Después de colocar un jabalí sobre unos maderos, llegó durante la noche ante las puertas. Los guardias se la abrieron como era habitual y los soldados que lo acompañaban mataron de inmediato a los guardianes, y aquellos que les seguían irrumpieron ardorosamente en el interior, casi al unísono con los primeros, recibieron a los que estaban emboscados y abrieron las puertas a Aníbal. Éste penetró en el interior, se hizo dueño al punto del resto de la ciudad y, tras conciliarse a los tarentinos, puso cerco a la ciudadela, que todavía estaba bajo custodia romana.
Apiano Hist. rom. VII, 33. Así fue como Cononeo entregó Tarento mediante traición. Los romanos que estaban en la ciudadela eran unos cinco mil y algunos de los tarentinos fueron en su ayuda y el prefecto de la guardia en Metaponto vino con la mitad de sus fuerzas. Tenían abundancia de proyectiles y de máquinas de guerra como para abrigar la esperanza de arrojar a Aníbal con facilidad fuera de las murallas. Pero también contaba Aníbal con material abundante. Así pues, llevando carretas, catapultas y algunos testudos, sacudió el muro, y con garfios cogidos por maromas, arrancó las almenas y dejó desguarnecida la muralla. Los defensores, por su parte, lanzaron piedras contra la máquina destrozando muchas de ellas, desviaban los garfios envolviéndolos con lazos corredizos y, saliendo de repente a la carrera, provocaban perturbaciones entre los sitiadores y regresaban tras haber matado a muchos. Y un día que notaron que el viento era muy fuerte, algunos de ellos arrojaron sobre las máquinas teas encendidas, estopa y pez, en tanto que otros, haciendo una salida, les prendieron fuego por debajo. Por tanto, Aníbal desesperó de este intento y rodeó a la ciudad con un muro, excepto por el lado que daba al mar, pues por allí no era posible, y dejando el asedio en manos de Annón, se retiró a Yapigia.
Apiano Hist. rom. VII, 36. Decidios los romanos a atacar a los capuanos, Aníbal envió a Annón con mil infantes y mil jinetes para que penetraran por la noche en Capua. Y éste lo hizo sin conocimiento de los romanos. Y éstos, cuando observaron, ya de día, un gran número de hombres sobre las murallas, se dieron cuenta de lo sucedido, se retiraron al punto de la ciudad y empezaron a arrasar las cosechas de los de Capua y de los otros habitantes de la Campania. A los campanios, celosos por estas pérdidas, les respondió Aníbal que tenía mucho trigo en Yapigia y les ordenó que enviaran por él y o cogieran cuantas veces lo desearan. Y ellos enviaron, para llevarse fardos de trigo, no sólo a las bestias de carga y a los hombres, sino incluso a las mujeres y a los niños. No tenían miedo del viaje, pues Aníbal se había trasladado de Yapigia a Campania y estaba acampado junto al río Calor, cerca del territorio de los beneventinos, a quienes únicamente temían por ser todavía aliados de Roma.
Apiano Hist. rom. VII, 37. Pero sucedió que Aníbal marchó hacia Lucania, llamado por Annón, dejando la mayor parte de su impedimanta en el campamento cercano a Benevento con una pequeña guardia y uno de los dos cónsules romanos al mando de aquella zona -Fulvio Flaco y Apio Claudio-, al percatarse de este hecho, atacó a los campanios cuando transportaban el trigo y mató a muchos, pues no estaban preparados, y dio el trigo a los beneventinos. Se apoderó también del campamento de Aníbal y apresó la impedimenta que había en él, y mientras Aníbal se encontraba todavía entre los lucanios, cavó un foso en torno a Capua y rodeó toda la ciudad de un muro, además del foso. Los dos cónsules construyeron otra fortificación por fuera de la anterior y usaron el espacio de terreno que mediaba entre ambas como campamento. Erigieron también almenas, unas encaradas hacia los capuanos sitiados y otras hacia los que podían atacar desde fuera, y el aspecto era el de una gran ciudad encerrando en su interior a otra más pequeña. El aspecto existente entre el muro de circunvalación y Capua era de unos dos estadios aproximadamente y en él tenían lugar cada día numerosas escaramuzas y choques, y gran número de combates singulares como en un teatro amurallado, pues los mejores exhortaban de continuo unos a otros. Taureas, un capuano, en combate singular con el romano Claudio Aselo retrocedió buscando la huida. Aselo lo persiguió hasta las murallas de Capua y, como no pudo hacer volver grupas a su caballo a causa de su fogosidad, se precipitó a través de las puertas enemigas en el interior de Capua en velocísima carrera y, después de atravessar a galope tendido toda la ciudad, salió de nuevo por las puertas opuestas en dirección a los romanos que estaban al otro lado.
Apiano Hist. rom. VII, 38. Y se salvó milagrosamente. A su vez, Aníbal, tras haber fallado en la misión para la que fue llamado a Lucania, regresó a Capua por estimar muy importante el no consentir que una ciudad grande y bien situada, cayera bajo el poder de Roma. Efectuó un ataque contra el muro de circunvalación sin resultado positivo y, como no pudo idear la forma en que podría introducir en la ciudad trigo o un ejército y tampoco ninguno de sus habitantes podía establecer contacto con él debido a la fortificación que los rodeaba por todas partes, se apresuró hacia Roma con todo el ejército. Pues se había enterado de que también los habitantes de Roma estaban oprimidos por el hambre y esperaba que sus generales regresarían de Capua o que, al menos, llevarían a cabo alguna acción más importante que la de allí. Después de atravesar con gran celeridad muchos pueblos hostiles, sin que unos pudieran detenerle y otros ni siquiera lo intentaran, acampó junto al río Anio a treinta y dos estadios de Roma.
COMENTARIO
En Capua empieza a decaer el ánimo de Aníbal y su suerte también a no ser tan segura. La duda e inseguridad comienzan a hacer mella, y la duda sobre su suerte hasta el momento no es estable. Pero se situará hasta las mismas puertas de Roma, donde, de manera inesperada, emprende la retirada y no se atreve a tomar la ciudad. ¿Qué paso por la mente de Aníbal en esos momentos?
Apiano Hist. rom. VII, 39. La ciudad fue presa de una consternación como nunca antes la tuvo, pues no contaba con fuerzas propias adecuadas – ya que las que tenía se hallaban entonces en Campania- y se había presentado de improviso un ejército tan fuerte y bajo un general invencible por su valor y buena fortuna. Sin embargo y de acuerdo con la situación presente, los que podían llevar armas custodiaban las puertas, los viejos se subían a las murallas, las mujeres y los niños acarreaban las piedras y los proyectiles, y los que estaban en los campos corrían desde allí al interior de la ciudad. Todo estaba lleno de gritos entremezclados, de lamentos y súplicas y exhortaciones mutuas, Y hubo algunos que, saliendo en veloz carrera, cortaron el puente sobre el río Anio. Los romanos habían fortificado, en otro tiempo, una pequeña ciudad contra los ecuos a la que llamaron Alba por su metrópolis. Con el concurso del tiempo, llamaron a sus habitantes albenses, bien sea por la falta de cuidado en la pronunciación o por corrección de la lengua o, simplemente, para distinguirlos de los albanos. En esta ocasión, dos mil de estos albenses acudieron con rapidez hacia Roma para participar del peligro y, tan pronto como llegaron, se armaron y montaron guardia en las puertas. Tan grande fue el celo que puso esta pequeña ciudad, la única entre tantas colonias; igual como también la pequeña ciudad de Platea corrió a participar del riesgo de entonces junto a los atenienses en Maratón.
Apiano Hist. rom. VII 40. Apio, uno de los generales romanos, permaneció en Capua en la creencia de que podía tomarla, y Fulvio Flaco, el otro, apresurándose por otros caminos con incesante rapidez, acampó junto a Aníbal, con el río Anio por medio. Aníbal, cuando se encontró con el río Anio roto y con Fulvio acampado en la ribera opuesta, decidió dar un rodeo por las fuentes del río. Fulvio llevó a cabo un movimiento paralelo, pero, incluso así, Aníbal le tendió una trampa; dejó atrás algunos jinetes númidas que, al retirarse los ejércitos, atravesaron el río Anio y devastaron el territorio romano hasta que, después de llegar juntos a la misma ciudad y provocar el pánico, retornaron al lado de Aníbal, tal como se les había ordenado. Y éste en persona, una vez que sobrepasó, dando un rodeo, las fuentes del río y dado que el camino hacia la ciudad era corto, inspeccionó la ciudad sin ser visto, según se dice, durante la noche, acompañado de tres guardias de escolta y comprobó la falta de efectivos militares y la confusión reinante, pero se retiró hacia Capua, ya sea merced a la intervención divina, que lo desvió también como en otras ocasiones, ya sea porque tuvo miedo del valor y la fortuna de la ciudad o, según él respondió a los que le instaban a atacar, porque no quería poner fin a la guerra que por miedo a que Cartago lo desposeyese de su mando. La realidad es que, en efecto, el ejército de Fulvio no estuvo en condiciones de presentarle batalla. Fulvio lo siguió en su retirada, impidiéndole que recogiera forraje y teniendo cuidado de no caer en ninguna emboscada.
COMENTARIO
Probablemente Aníbal sabía muy bien que Senado Cartaginés podía haber parado esta fase decisiva para la desaparición de Roma como potencia. Pero sólo es una suposición. Estaba muy claro que Cuando atravesó los Pirineos y los alpes con aquel ingente ejército no era para darle un castigo a los romanos, sino más aún, destruir el naciente imperio de Roma sobre el mundo accidental. ¿Por qué no atacó Roma y la destruyó? Aníbal conocía sus limitaciones y observó que tarde o temprano el pueblo italiano lo frenaría. Tenía un ejército inseguro y complejo, muy desigual. Todo el elemento africano era inestable. Los recursos de guerra y la prestación de ayuda desde Cartago e Iberia había sufrido ya reveses, y prefirió establecer un interim para ver como evolucionaba todo lo que había conseguido hasta entonces. Supuso que podría haber nacido otro «cunctator» que le hiciera sombra a sus intentos y que la unidad de carácter de la etnia romana era más constante que la disparidad de sus fuerzas en cuanto a su forma de ser y comportarse. Habría que hacerlo todo nuevo, crear un nuevo imperio, un nuevo pueblo…y el pueblo romano no había perdido su sentido de unidad aunque las etnias fueran algo diferentes, pero todas tenían el conocimiento de que el territorio romano formaba en esencia una sola comunidad. Quizá fue esta la maraña de ideas que pasaran por la mente de un militar puro, como era Aníbal. Y todo parece indicar que podría haber sido así.
Apiano Hist. rom. VII. 41. Aníbal esperó a una noche sin luna y a un emplazamiento en el que Fulvio, a la caída de la tarde, no tuvo tiempo de levantar un muro, sino que, tras cavar una trinchera dejando huecos e intervalos en vez de puertas y amontonando tierra a modo de muralla, se entregó al descanso. Envió en secreto a un cuerpo de caballería hacia una colina con buenas defensas naturales que dominaba el campamento de Fulvio y les dio la orden de permanecer quietos hasta que los romanos se apoderaran de la colina creyéndola desierta. A su vez, hizo subir a los indios en los elefantes y les ordenó irrumpir violentamente a discreción en el campamento de Fulvio a través de los huecos y los montones de tierra. También dispuso que lo siguieran a poca distancia un cierto número de soldados tocando trompetas y cuernos, a unos les ordenó que, cuando estuvieran dentro, provocaran un gran tumulto corriendo en todas direcciones para que pareciera que eran muchos, y a otros que, hablando en latín, gritaran que Fulvio, el general romano, les ordenaba abandonar el campamento y subir a la colina cercana. Ésta fue la estratagema de Aníbal y, en un primer momento, todo salió de acuerdo con sus planes. Y así, los elefantes penetraron arrollando bajo sus patas a los guardias, los trompeteros realizaron la tarea encomendada y el miedo que sobrevino a los romanos cuando se levantaron de la cama en medio de la oscuridad de la noche resultó terrorífico, y al oír a gentes dando órdenes en latín de refugiarse en la colina, así lo hicieron.
COMENTARIO
Aníbal da claras señales de su astucia a la hora de tender trampas contra los romanos. La confusión y el engaño fueron sus armas en este momento y, al parecer, con resultados positivos para su estrategia. Parece que se había descubierto la guerra de «guerrillas». Los sistemáticos romanos pecaron de confianza frente a una enemigo con conocimientos de estrategia sofisticada, y cayeron en la trampa.
Apiano Hist. rom. VII. 42. Pero Fulvio, que siempre esperaba una emboscada y sospechaba esto en todos los actos de Aníbal, en aquella ocasión, guiado por su propia inteligencia, o por inspiración divina o que sabía todo por boca de algún prisionero, apostó de inmediato a sus tribunos militares en las vías de acceso a la colina para detener a los que marchaban por ella y hacerles ver que no era el general romano, sino Aníbal, quien había dado esta orden para tenderle una emboscada. Colocó junto a los montones de tierra guardias escogidos, para que no tuviera lugar otro ataque desde fuera, y corrió en compañía de otros por todo el campamento diciendo a voces que todo estaba controlado y que los que habían penetrado con los elefantes eran pocos. Encendió antorchas y avivó el fuego en todas partes y el escaso número de los que habían entrado se hizo tan patente, que los romanos se avergonzaron de sí mismos, trocando en ira su miedo anterior, y los mataron con facilidad, pues eran pocos y armados con armas ligeras. De otro lado, los elefantes, sin espacio amplio para la retirada, atrapados entre las tiendas de campaña y los establos, ofrecían un blanco seguro de todos los lados a causa de lo angosto del lugar y del tamaño de sus cuerpos. Finalmente, llenos de dolor e irritación e incapaces de alcanzar a los enemigos, arrojaron al suelo a los conductores, los patearon con furia y barritos salvajes y se precipìtaron fuera del campamento. Fulvio Flaco, de este modo, con tranquilidad e inteligencia, cogido en una trampa inesperada, obtuvo un triunfo sobre Aníbal y salvó a su ejército, siempre temeroso de las estratagemas de éste.
COMENTARIO
En estos momentos la estrategia de Aníbal está en entredicho. Su plan picaresco y rebuscado, menosprecia la inteligencia enemiga que, sagaz, descubrió el proyecto local de Aníbal para socavar y descolocar los conocimientos del adversario. Empiezan a destaparse los trucos y planes de Aníbal, su estrategia empieza a fallar.
Apiano Hist. rom. VII. 43. Aníbal, después que falló en su intento, marchó a invernar en Lucania, y allí, este hombre rudo se entregó a una molicie no habitual y a los placeres amorosos. A partir de este momento, toda su suerte fue cambiando poco a poco. Fulvio, a su vez, marchó a Capua para reunirse con su colega en el mando y ambos atacaron duramente a la ciudad, apresurándose a tomarla durante el invierno, mientras Aníbal permanecía inactivo. Los capuanos, al faltarles los alimentos y no obtenerlos en ninguna otra parte, se entregaron a los generales romanos en compañía de la guarnición cartaginesa y de sus dos comandantes, otro Annón y Bostar. Los romanos establecieron una guarnición en la ciudad y a todos los desertores que encontraron les cortaron las manos. Enviaron a los cartagineses nobles a Roma y al resto los vendieron como esclavos. De los capuanos, dieron muerte a los responsables máximos de la defección, pero, a los demás, sólo los despojaron de su tierra. Todo el territorio en torno a Capua es muy fértil en trigo, pues se trata de tierras llanas. Y así, una vez más, Capua fue devuelta a los romanos, y los cartagineses se vieron despojados de esta posesión privilegiada de Italia.
COMENTARIO
Como se ha visto antes, Aníbal empezó a flaquear en sus estrategias y de manera progresiva fue dejando sus disciplinados comportamientos y no hizo nada, a pesar de haber perdido Capua recientementes y sin hacer nada por evitarlo. Su carácter empezó a cambiar y creía que los romanos soportarían sufrir las consecuencias de su superioridad. Ocultó su responsabilidad porque nunca llegó a sopesar el contrapunto y consecuencias que iba a tener la entrada en escena de los Escipiones, quienes, a pesar de su inicial y triste derrota en Iberia, uno de ellos, el denominado posteriormente Africano, puso en jaque su poderío arrancándole poco a poco y con firmeza Iberia y arrebatándole, una por una, las plazas estratégicas más importantes de su retaguardia en esta Península: Cartago Nova, Gades, etc. Esto fue el principio del fin de las relampagueantes victorias de Aníbal.
Apiano Hist. rom. VII, 44. En Brucios, que es una parte de Italia, había un hombre de la ciudad de Tisia -defendida por una guarnición cartaginesa- que tenía por costumbre andar siempre de pillaje y compartir el botín con el comandante del puesto y, gracias a ello, gozaba de gran familiaridad con él en todo, y casi compartía el mando. Le apenaban las vejaciones cometidas por la guarnición contra su país, por lo que, de acuerdo con el general romano y tras dar y recibir garantías, iba introduciendo cada día en la fortaleza a unos cuantos soldados como prisioneros y se llevaban sus armas como despojos. Cuando fueron suficientes los liberó, les dio armas y destruyó la guarnición cartaginesa colocando en su lugar otra romana. Pero, como Aníbal pasó por las cercanías no mucho después, los guardianes, presos de temor, huyeron a Regio y los habitantes de Tisia se entregaron a Aníbal. Éste quemó a los culpables de la rebelión y colocó una nueva guarnición en la ciudad.
Apiano Hist. rom. VII. 48….De este modo, Blacio logró vencer a Dasio a la tercera vez que le tendió una contraemboscada. Entre tanto, el cónsul romano Fulvio tenía en asedio a Herdonia. Aníbal se le aproximó más tarde sin que lo viera y ordenó no encender fuego y guardar silencio. Y así, al romper el alba, muy brumosa por cierto, envió a la caballería para que atacase al campamento romano. Éstos se defendieron desordenadamente, como era lógico en quienes acababan de levantarse, pero con bravura, pues pensaba que le había atacado una tropa pequeña procedente de alguna parte. Aníbal, por su parte, rodeó la ciudad por el otro lado de la infantería, con la idea de efectuar un reconocimiento e infundir esperanzas a los del interior, hasta que se encontró con los romanos al contornear la ciudad, bien porque estaba previsto o por casualidad, y los envolvió. Los romanos, atacados por los dos lados, cayeron ya en masa, en medio de la confusión. Perecieron unos ocho mil y el propio cónsul Fulvio. El resto trepó a un montículo situado delante del campamento y, después de defenderse con valor, lo mantuvieron a salvo e impidieron que Aníbal se apoderase del campamento.
COMENTARIO
Aún se resiste Aníbal a darse por menguado en sus estrategias. Sorprende a los romanos con argucias propias de los norteafricanos. Les gana terreno, pero no logra vencerlos a pesar de la cantidad de bajas sufridas por lo romanos y pese a matar a su su jefe Fulvio. Pero han perdido el miedo al cartaginés y las cosas están cambiando de forma notoria. Ni las estratagemas le sirven ya a Aníbal.
Apiano Hist. rom. VII. 49. Después de esto, los romanos asolaron el territorio de los yapigios que se habían sublevado, y Aníbal, el de los campanios que se habían pasado a los romanos a excepción de Atela. A sus habitantes los asentó en el territorio de los turios para que no sufrieran a causa de la guerra que llevaba a cabo entre los brucios, lucanios y yapigios. Los romanos establecieron en Atela a los desterrados de Nuceria y, tras invadir el territorio sometido aún a Aníbal, se apoderaron de Aulonia y llevaron a cabo incursiones en el país de los brucios. Asediaron también Tarento, que estaba bajo la custodia de Cartalón, por mar y por tierra, como contaba con pocas tropas cartaginesas en aquel momento, tomó a su servicio a gentes de los brucios. El capitán de estos últimos estaba enamorado de una mujer cuyo hermano militaba bajo los romanos y éste consiguió por medio de su hermana, que aquel se rindiera a los romanos, los cuales llevaron máquinas de asalto a aquella parte de la muralla que tenía bajo su custodia. De este modo, los romanos se apoderaron de Tarento, lugar situado excelentemente para la guerra, tanto por tierra como por mar.
Apiano Hist. rom. VII. 50. Aníbal se enteró de su captura cuando se aproximaba a llegar a ella e, irritado, se desvió a Turios, y desde allí, a Venusia. Allí, Claudio Marcelo, el conquistador de Sicilia, que era cónsul entonces por quinta vez, y Tito Crispino, acamparon frente a él, pero no se atrevieron a ofrecer batalla. Sin embargo Marcelo, al ver un destacamento de númidas que llevaba botín y pensando que eran pocos, lo atacó confiadamente con trescientos jinetes. Él iba en primer lugar, pues era hombre valiente para el combate y despreciaba el peligro siempre. De repente surgieron gran cantidad de africanos que lo atacaron desde todos los lados. Los romanos que estaban en retaguardia fueron los primeros en huir, pero Marcelo, creyendo que aún lo seguían, combatió con bravura, hasta que murió atravesado por un dardo. Aníbal, deteniéndose junto a su cuerpo sin vida, cuando vio todas las heridas recibidas en el pecho, lo alabó como soldado, pero se burló de él como general. Después de quitarle el anillo, incineró su cuerpo con todos los honores y envió los huesos a su hijo en el campamento romano.
COMENTARIO
Una imprudencia militar merma los éxitos romanos que, confiados ya que todo se ponía de cara al triunfo, se confiaron en exceso y los costó una nueva derrota, aunque no notoria. Pero Aníbal seguía siendo un lince con su astucia africana a pesar de todo. Las imprudencias se pagan y, esta fue notable.
Apiano Hist. rom. VII. 51. Enojados con los salapios, selló de inmediato una carta con el sello de Marcelo, antes de que muchos se enteraran de su muerte, y ordenó que la llevara un desertor romano, diciendo que el ejército de Marcelo iba detrás, y que Marcelo ordenaba que se le recibiera. Sin embargo, poco antes había llegado una misiva. Crispino informa a todas las ciudades de que Aníbal se había apoderado del sello de Marcelo. Por tanto, enviaron de regreso al mensajero para que no supiese lo ocurrido si se quedaba, prometiéndole cumplir lo ordenado. Después, se armaron y aguardaron apostados en la muralla, la emboscada. Al aproximarse Aníbal con los númidas, a quienes había provisto de armas romanas, abatieron la puerta por medio del rastrillo, como alegrándose de la llegada de Marcelo, y acogieron en el interior a cuantos pensaban que podrían vencer con facilidad. Al punto, levaron de nuevo la puerta con el rastrillo, mataron a los que habían penetrado y asaetearon desde las almenas a los que aún permanecía de pie en el exterior alrededor de las murallas, llenándolos de heridas. Aníbal se retiró, por tanto, después de haber fracasado en este segundo intento contra la ciudad.
COMENTRARIO
Nuevamente las argucias e intentos de engaño por parte de Aníbal pretenden acosar a los romanos. La prudencia no era precisamente una virtud de Aníbal. Cuando la retaguardia de Marcelo se bate en retirada, lógicamente pensaron que éste quedó a merced del enemigo y por tanto, era lógico pensar que el romano había fallecido, y si, además, había enviado los huesos del general romanos a su hijo, con más razón. El emisario fue descubierto, pero no lo retuvieron. Lo reenviaron a su gente dándose por enterados. Aquí funcionó la astucia romana y la aprovecharon de forma muy práctica: emboscaron a los enemigos. Sigue fallando la estrategia de Aníbal y su decadencia estratégica continúa.
Apiano Hist. rom. VII. 52. Entre tanto, Asdrúbal, hermano de Aníbal, marchó a Italia con el ejército que había reclutado entre los celtiberos. Acogido en son de amistad por los galos, cruzó los Alpes en dos meses, siguiendo la ruta antes realizada por Aníbal, mientras que aquél había tardado seis. Invadió Etruria con cuarenta y ocho mil soldados de infantería, ocho mil jinetes y quince elefantes. Y envió cartas a sus hermano anunciándole su llegada. Estas cartas fueron interceptados por los romanos, y los cónsules Salinátor y Nerón, enterados por ellas del número de sus fuerzas, marcharon contra él con todos sus efectivos unidos y acamparon enfrente suya en los alrededores de Sena. Sin embargo, Asdrúbal se retiró, porque no deseaba luchar, sino reunirse a toda costa con su hermano. Después de levantar el campamento durante la noche, avanzó por una zona pantanosa y llena de charcas y a lo largo de un río invadeable. Finalmente, al amanecer, los romanos los atacaron cuando estaban dispersos y agotados por la falta de sueño y el esfuerzo; mientras se reagrupaban y se ponían en formación, mataron a la mayoría con sus oficiales, e incluso, al propio Asdrúbal, y cogieron a muchos prisioneros. De este modo, libraron a Italia de un miedo terrible, pues Aníbal había resultado invencible si hubiera llegado a recibir como refuerzo este ejército.
COMENTARIO
Asdrúbal, hermano de Aníbal, llevó un gran ejército a Italia para sumarse a él. Sin problemas entró de pleno en Italia, recibió ayuda informativa de los galos. Este incremento que le llegaba a Aníbal en estos momentos hubiera supuesto el final de Roma, si no hubiera sido por le eficacia del espionaje de los romanos que dio excelentes resultados: el ejército de Asdrúbal fue borrado del mapa de una futura guerra. Y Asdrúbal murió en el intento. Y toda Italia respiró.
Apiano Hist. rom. VII. 54. Éste, deprimido por la súbita pérdida de su hermano y un ejército tan numeroso a causa del desconocimiento del lugar, y despojado de todo lo que había conseguido antes en catorce años de trabajos infatigables desde que combatía a los romanos en Italia, se retiró al territorio de los Brucios, el único pueblo que permanecía sometido a él. Aquí permaneció tranquilo, mientras esperaba la llegada de nuevas tropas de refuerzo procedentes de Cartago. Ellos le enviaron cien navíos de carga con trigo, soldados y dinero, pero, como no tenían remeros, el viento los desvió hacia Cerdeña. El pretor de allí los atacó con sus barcos de guerra, hundió a veinte y se apoderó de sesenta, el resto huyó hacia Cartago. Aníbal,por consiguiente se encontró en una situación más apurada todavía y sin esperanza de recibir ninguna ayuda de Cartago. Ni siquiera Magón, que estaba reclutando mercenarios en la Galia y Liguria, le envió ayuda alguna, sino que esperó a ver qué giro tomaban los acontecimientos. Percatándose de que no iba a poder permanecer allí por mucho tiempo, empezó a despreciar a los brucios como gentes que pronto les serían extraños, les impuso numerosas cargas y, a sus ciudades más poderosas, las trasladó a las llanuras so pretexto de que querían sublevarse, y culpando a muchos de ellos, los mató para despojarlos de su propiedades.
COMENTARIO
Tras el desastre y muerte del hermano Asdrúbal, Aníbal se vio forzado a pedir ayuda de Cartago. Ésta se apresuró a enviar refuerzos con abundancia de hombres y víveres. La flota fue prácticamente aniquilada por los romanos a consecuencia de un fallo de orientación cuando se acercó a Italia. Aníbal se está quedando cada vez más solo. Únicamente le quedaban los brucios a quienes recurrió para ponerse a salvo. Pero pensando y previendo que su final no estaba muy lejos en Italia, los aniquiló porque pronto acabarían traicionándolo. Aquí demostró su talante despiadado y no tan noble como algunos lo consideran: un pueblo que lo había aceptado lo destruye.
Apiano Hist. rom. VII. 55. Tal era la situación. En Roma accedieron al consulado Licinio Craso y Publio Escipión, el conquistador de Iberia. Craso acampó frente a Aníbal en las cercanías de Yapigia, en tanto que Escipión advertía al pueblo que nunca se verían libres del agobio cartaginés y de Aníbal en Italia, a no ser que un ejército romano pasara a África y llevara el peligro a su patria. Tras insistir con mucha obstinación y convencer a los que estaban indecisos, fue elegido él mismo como general para África y se hizo a la mar de inmediato hacia Sicilia. Allí reunió y adiestró a un ejército e hizo una incursión contra los locrios de Italia, que estaban bajo la vigilancia de Aníbal. Y después de pasar a cuchillo a la guarnición, puso la ciudad bajo el mando de Pleminio y él navegó hacia África. Pleminio cometió toda clase de ultrajes, vejaciones y crueldades contra los locrios y acabó por expoliar el templo de Proserpina. Los romanos lo ajusticiaron en la cárcel a él y a sus compañeros de fechorías y entregaron sus haciendas a los locrios para que las llevasen al tesoro de la diosa. Todo el resto del saqueo que pudieron encontrar lo devolvieron a la diosa, y lo demás lo pusieron del tesoro público.
Apiano Hist. rom. VII. 57. Cuando los cartagineses iban siendo derrotados sucesivamente en África por Escipión, aquellos de los brucios que se enteraron de ello, se sublevaron contra Aníbal y algunos mataron a sus guarniciones, en tanto que otros las expulsaron. Quienes no pudieron realizar ninguna de estas cosas, enviaron mensajeros en secreto al Senado, haciendo ver la necesidad bajo la que habían actuado y su buena voluntad. Aníbal llegó con su ejército a Petelia, que ahora no estaba ocupada por los petelios, pues Aníbal los había expulsado y había entregado la ciudad a los brucios. Los acusó de haber enviado mensajeros a Roma y, como ellos lo negaran, fingió creerlos. Pero «para que no hubiera siquiera lugar a la sospecha», como dijo, entregó a sus ciudadanos más notables a los númidas para vigilarlos a cada uno por separado, quitó las armas al pueblo y se las dio a los esclavos y colocó a éstos como guardianes de la ciudad. Luego visitó a otras ciudades e hizo lo mismo. En caso de los turios eligió a tres mil ciudadanos especialmente amigos de los cartagineses y a quinientos procedentes del campo, y las posesiones de los demás se las dio como botín a su ejército. Después de establecer una guarnición fuerte en la ciudad, asentó a éstos en Crotona, una ciudad que consideraba bien situada para sus planes y a la que había convertido en almacén y base de operaciones contra las demás ciudades.
Apiano Hist. rom. VII. 58. Cuando los cartagineses con toda urgencia para socorrer a su patria amenazada por Escipión y le enviaron a su almirante Asdrúbal a fin de que no se demorase, se irritó por la conducta malintencionada e ingrata de los cartagineses hacia sus generales, de la que tenía una larga experiencia. Tuvo miedo también de ser acusado de haber sido el primero en promover una guerra tan grande al invadir Iberia, no obstante, por imperativo de las circunstancias, se decidió a obedecer y construyó muchas naves para lo que Italia le proporcionó abundante madera. Despreciando como pueblos extraños a las ciudades que aún le estaban sometidas, decidió saquearlas a todas y, enriqueciendo al ejército, regresar a salvo de las acusaciones en Cartago. Sin embargo, por vergüenza de quebrantar él en persona los lazos de amistad, envió al almirante Asdrúbal bajo el pretexto de inspeccionar las guarniciones. Éste, cuando entraba en cada ciudad, ordenaba a sus habitantes que tomaran cuantas cosas pudieran llevar consigo y a sus esclavos, y el resto lo saqueaba. Algunos, al enterarse de esto, atacaron las guarniciones antes de que llegara Aníbal, y hubo sitios en donde triunfaron las ciudades y otros en los que impusieron las guarniciones. Hubo toda suerte de crímenes, violaciones de mujeres, rapto de doncellas y todo cuanto es usual en la toma de las ciudades.
COMENTARIO
Cuando Aníbal se ve acorralado tanto en Italia como en su propia tierra pos su Senado y la presencia de Escipión en su territorio, comienza la limpieza de todas aquellas ciudades que se le podían rebelar: fue un saqueo continuado y numeroso de ciudades que le eran fieles; pero, como se ha dicho, preveía que se alzarían contra él. Por eso las saqueó y destruyó cometiendo todo tipo de tropelias. Cosa que, a corto plazo, provocaría la salida de Anibal de Italia.
Apiano Hist. rom. VII. 59. Aníbal, conocedor del buen adiestramiento de aquellos italianos que servían bajo sus órdenes, intentó convencerlos de que lo siguieran a África con muchas promesas. Algunos de ellos se resolvieron a seguirlo, temerosos de los crímenes cometidos contra sus respectivos lugares de origen, expatriándose voluntariamente, pero otros que estaban libres de culpa, dudaban. Por consiguiente, reunió a los que habían decidido quedarse, como si fuera a decirles algo o a recompensarlos por sus servicios, o para darles algún encargo con respecto al futuro, y los rodeó de improviso con su ejército. A continuación ordenó a sus propios soldados elegir de entre ellos a los que quisieran como esclavos. Y una vez que lo habían hecho, en tanto que a otros les dio vergüenza de reducir a la esclavitud a gente que habían sido camaradas en tantas ocasiones, a todos los demás los asaeteó para que unos hombres de tal valía no fueran jamás de provecho a los romanos. Dio muerte también, junto a ellos, a cuatro mil caballos y a un gran número de animales de tiro que no podía llevar a África.
Apiano Hist. rom. VII. 60. Después de esto, embarcó todo su ejército en las naves y esperó el viento, habiendo dejado algunas fuerzas en tierra como guarniciones. Los de Petelia y otras poblaciones las atacaron, mataron a algunos de ellos y se retiraron de nuevo. Y Aníbal retornó a África después de haber devastado cruelmente durante dieciséis años Italia, de haber infligido innumerables daños a sus habitantes y haberlos llevado a una situación extrema en muchas ocasiones y tratar como enemigos a sus vasallos y aliados. Y es que él se había servido de ellos durante mucho tiempo, más por necesidad que por buena voluntad, y ahora que ya no podía beneficiarse de ellos los despreciaba como a enemigos.
COMENTARIO
Aníbal, como se vio forzado a tener que abandonar Italia, llevó a la práctica la operación de «tierra quemada». Llegó a obligar a soldados africanos que mataran a los propios compañeros que habían estado combatiendo a su lado valerosamente durante todo este tiempo; pero eran italianos…Eso se convirtió en un delito para él. Con el tiempo, este carácter oculto de Aníbal le llevaría a su propia destrucción.
Apiano Hist. rom. VIII. 33. Mientras tenían lugar estos hechos, Aníbal puso rumbo a Cartago contra su voluntad, lleno de sospechas por la falta de fe del pueblo en sus jefes, y por su precipitación. No creía que fuera a firmarse ya un tratado y, si se firmaba, estaba bien seguro de que estaría en vigor por mucho tiempo. Tocó puerto en la ciudad africana de Hadrumeto, empezó a recolectar trigo, envió a que compraran caballos y llegó a una alianza con el jefe de una tribu númida llamada areácida. Dio muerte por sospechar de ellos, a cuatro mil jinetes que había huido a su lado como desertores, los cuales pertenecieron antes a Sifax y entonces estaban con Masinissa, y repartió sus caballos entres sus tropas. Acudió a su lado Mesótilo, otro reyezuelo, con mil jinetes y Vermina, hijo de Sifax, que todavía gobernaba la parte más extensa de los dominios de su padre. Se atrajo, mediante la conciliación o por la fuerza, a algunas ciudades de Masinissa. A la ciudad de Narce, la tomó mediante la siguiente estratagema. So pretexto de comprar en el mercado de la ciudad, introdujo a algunos hombres como entre gente amiga y, cuando juzgó que era el momento de atacar, envió a muchos más, con espadas ocultas, con la orden de no causar daño a los comerciantes, hasta que oyeran la señal de los trompetas, y que entonces atacaran a aquellos que encontrasen y le mantuvieran las puertas bajo vigilancia.
Apiano Hist. rom. VIII. 34. De este modo fue tomada Narce. El pueblo cartaginés, aunque acababa de concluir el tratado y Escipión se encontraba presente todavía y sus propios embajadores no habían regresado aún de Roma, saqueó una partida de provisiones que había sido arrastrada por el viento al interior del puerto de Cartago. Hicieron prisioneros, además, a sus conductores, pese a las numerosas amenazas del Consejo, que les advertía que no quebrantaran unos tratados firmados tan recientemente. Pero el pueblo rechazaba el tratado como injusto y afirmaba que el hambre provocaba más conflictos que la ruptura del tratado. Escipión estimó que no era justo comenzar la guerra después de la firma de un tratado, pero les exigió reparaciones como a amigos que habían cometido una infracción. El pueblo, incluso, intentó retener a los embajadores hasta que llegaran los suyos desde Roma. Sin embargo, Annón el Grande y Asdrúbal Erifo los rescataron del populacho y los enviaron de vuelta, dándoles escolta con dos trirremes.. Otros, a su vez, convencieron al almirante Asdrúbal, que estaba anclado cerca del promontorio de Apolo para que atacase a los embajadores de Escipión cuando los dejasen las trirremes de escolta. Así lo hizo, y algunos de ellos murieron a causa de las heridas, pero los demás, aunque heridos, lograron ganar la entrada del puerto de su campamento a fuerza de remos y saltaron de su nave cuando estaba a punto de ser apresada. Tan grande fue el riesgo que corrieron de caer prisioneros.
Apiano Hist. rom. VIII. 46. Aníbal, en su huida, vio una masa de jinetes númidas agrupados y corriendo hacia ellos les pidió que no lo abandonaran y, cuando los hubo convencido, los condujo al combate, esperando provocar una contraofensiva de los fugitivos. Encontró en primer lugar a los masilios y entrabló combate, pero esta vez la lucha fue sólo un duelo entre Aníbal y Masinissa. Se atacaron mutuamente con ardor y Masinissa clavó un dardo en el escudo de Aníbal y éste alcanzó, como antes, al caballo de su enemigo. Entonces Masinissa, desmontado, se lanzó a pie contra Aníbal, e hirió y mató a un jinete que, delante de sus compañeros, se precipitó contra él. Paró con su escudo, hecho de piel de elefante, los dardos de los demás y, cogiendo uno de los que se había quedado clavado, lo lanzó contra Aníbal otra vez, sin que acertara tampoco en este intento, sino que también mató al jinete que estaba próximo. Pero, mientras sacaba otro dardo, fue herido en el brazo y se alejó de la lucha por breves momentos. Escipión, cuando se enteró de ello, temió por la suerte de Masinissa, y se apresuró a intervenir, pero encontró que aquel, después de haberse vendado la herida, volvía de nuevo a la lucha montando en otro caballo. Y, una vez más, estaba equilibrada la contienda y se luchaba con fuerza, llenos de admiración los soldado de ambos bandos hacia sus generales, hasta que Aníbal, al ver un cuerpo de tropas de iberos y celtas sobre una colina, cabalgó hacia ellos con la idea de conducirlos a la batalla. Entonces, los que estaban combatiendo, sin conocer el motivo de su retirada y pensando que se trataba de una fuga, abandonaron voluntariamente el combate y huyeron en desorden, no precisamente por donde había visto irse a Aníbal, sino según le venía bien a cada uno. Los romanos, a su vez, creyendo que había terminado la batalla, los persiguieron en desorden, sin comprender tampoco ellos el propósito de Aníbal.
COMENTARIO
Anibal empeza en África a tratar de ganar tiempo y fuerza ante sus enemigos. En vez de conciliarse con los norteafricanos, como mantenían éstos buenas relaciones con los romanos, los atacó. Se enfrenta a ellos, pero le responden con valentía porque veían en Aníbal un derrotado que huye de su realidad: le cuesta creer que ha perdido o degradado su fama de conquistados: sus ideales sobre la destrucción de Roma y los romanos de habían derrumbado. Pierde su fuerza de atracción por convencer a los pueblos que se encuentra en su propia tierra. No es el Aníbal de los Alpes ni el de los grande éxitos de Italia. Su fama diluye incluso ante su pueblo y Senado: Cartago, objetivo de Escipión.
Apiano Hist. rom. VIII. 47. Pero éste regresó desde la colina reforzado por las tropas de iberos y celtas, y Escipión de nuevo hizo volver a toda prisa de la persecución a los romanos y formó una línea de batalla mucho más nutrida que las tropas que habían descendido de la colina, por lo que los venció sin dificultad. Aníbal, al haber fracasado también en este último intento, huyó ya claramente, perdidas todas las esperanzas. Muchos jinetes lo persiguieron y, entre otros, Masinissa que, aunque sufría a causa de la herida, lo acosaba de cerca, pues, valoraba en mucho conducir prisionero a Aníbal ante Escipión. Pero la noche lo protegió y, al amparo de las sombras, con veinte jinetes, los únicos que fueron capaces de finalizar con él la huida, se refugió en una ciudad llamada Ton. Allí encontró a muchos jinetes brucios e iberos que había huido después de la derrota. Por tanto, temiendo a los iberos como bárbaros impulsivos y a los brucios, italianos compatriotas de Escipión, no fuera a ser que por buscar el perdón de las falas cometidas contra Italia lo entregaran a Escipión, huyó en secreto con un sólo jinete en quien confiaba plenamente. Y, después de realizar tres mil estadios en dos días y en dos noches, llegó a la ciudad costera de Hadrumeto, en donde estaba una parte de su ejército para guardar el trigo. Allí empezó a reclutar tropas en las zonas vecinas, recuperó a los que habían escapado del combate y preparó armas y máquinas de guerra.
Apiano Hist. rom. VIII. 49. Antes de que los cartagineses se enteraran de estas noticias, los primeros ordenaron a Magón, que aún estaba reclutanto mercenarios celtas, que invadiera Italia, si le era posible y regresara a África con los mercedarios, pero los romanos, interceptadas las cartas y enviadas a Roma, mandaron a Escipión otro ejército, caballos, naves y dinero. Éste ya había enviado hacia Cartago a Octavio por tierra, en tanto que él mismo navegaba hacia allí con las naves. Los cartagineses, al enterarse de la derrota de Aníbal, enviaron a Escipión una embajada en un barco pequeño y veloz, al frente de la cual iban Annón el Grande y Asdrúbal Erifo. Éstos llevaban colocado en un lugar elevado sobre la proa y báculo de heraldo y tendían sus manos hacia Escipión a la manera de los suplicantes. Éste les dio la orden de dirigirse al campamento y, cuando llegaron, se ocupó de sus asuntos sentado sobre una tribuna elevada….
Apiano Hist. rom. VIII. 57. En roma causó gran alborozo la noticia de una victoria total sobre una ciudad de tamaña importancia, que les había causado en el pasado numerosas y terribles calamidades y que había ostentado el segundo o tercer puesto en la hegemonía del mundo. Sin embargo, los senadores estaban divididos en sus opiniones, algunos se encontraban todavía irritados profundamente con los cartagineses, mientras que otros sentían piedad hacia ellos, y pensaban que debían tener un comportamiento noble en las desgracias de los otros. En esta tesitura, uno de los amigos de Escipión se levantó y dijo:»No debemos preocuparnos tanto por la salvación de los cartagineses, senadores, cuanto por preservar nuestra fe en los dioses y nuestra reputación ante los hombres, no vaya a decirse que quienes acusamos de crueldad a los cartagineses actuamos con más crueldad aún que ellos mismos y que, nos preocupamos siempre de ejercer la moderación en los asuntos triviales, nos olvidamos de ella en los más importantes. No es posible que pase inadvertida nuestra postura en este caso debido a su propia magnitud, sino que el hecho llegará a todos los confines de la tierra ahora y en el futuro, si nosotros destruimos a una ciudad famosa y dueña del mar en otro tiempo, que mandó en muchas islas, y en todo el mar y en más de la mitad de África, y que, en las guerras que sostuvo contra nosotros mismos, hizo gala de numerosos actos de fortuna y poder. Contra ellos, mientras aún tenían capacidad de combatir, era preciso pelear……
Apiano Hist. rom. VIII. 67. Así terminó la segunda guerra entre romanos y cartagineses, que comenzó en Iberia y acabó en África, de acuerdo con los tratados ya expuestos, que incluían a la propia Cartago. Esto sucedió en la ciento cuarenta y cuatro olimpíada, según el cómputo griego. Masinissa, irritado contra los cartagineses y envalentonado por su amistad con Roma, se apoderó de una gran extensión del territorio cartaginés, so pretexto de que ya le había pertenecido en otro tiempo. Entonces, los cartagineses llamaron a los romanos para pedirles que procuraran una avenencia entre ellos y Masinissa. Los romanos, en consecuencia, enviaron árbitros con órdenes de favorecer cuanto pudieran a Masinissa. De este modo, este último se apropió de una parte del territorio de los cartagineses y se efectuó un tratado entre ambos que tuvo vigencia durante cincuenta años. En este tiempo, Cartago, que gozó de una paz ininterrumpida, acrecentó sobremanera su poderío y población a causa de la fertilidad de su suelo y de su buena posición junto al mar. Muy pronto, como sucede en las situaciones de prosperidad, surgieron diferentes facciones, había un partido prorromano, otro democrático y un tercero que estaba de parte de Masinissa. Cada uno de ellos tenía líderes destacados por su reputación y valor. Annón el Grande era jefe del partido filorromano, a los partidarios de Masinissa los encabezaba Aníbal, apodado el Estornino, y la facción democrática tenía como líderes a Amílcar el Samnita y a Cartalón. Estos últimos, aprovechando que los romanos estaban en guerra contra los celtiberos y que Masinissa había marchado en auxilio de su hijo que estaba rodeado por otras fuerzas iberas, convencieron a Cartalón, jefe de las tropas auxiliares y que, por razón de su cargo, recorría el país, para que atacase a unas tropas de Masinissa acampadas en un territorio en litigio. Éste mató a algunos de ellos, se llevó el botín y azuzó a los africanos rurales contra los númidas. Otros muchos actos de hostilidad tuvieron lugar entre ellos, hasta la llegada de nuevos emisarios romanos, con vistas a restablecer la paz, a los cuales de les ordenó de igual manera, ayudar en secreto a Masinissa en los territorios que había ocupado antes de la táctica siguiente. No dijeron ni escucharon nada, a fin de que Masinissa no resultara perjudicado como en un juicio, sino que, situándose en medio de ambos litigantes, estrecharon sus manos…
Apiano Hist. rom. VIII. 69. Entonces, enviaron a los emisarios y, entre otros, a Catón, los cuales, al llegar al territorio que era objeto de disputa, pidieron a ambas partes que dejaran en sus manos todo el asunto…..Sin embargo, los enviados no aceptaron arbitrar en cuanto a partes, y regresaron, no sin haber inspeccionado detalladamente el país y ver lo bien cultivado que estaba y los grandes recursos que poseía. También entraron en la ciudad y comprobaron cuán grande era su fuerza y cómo había aumentado su población desde su derrota ante Escipión… Cuando estuvieron de regreso en Roma, manifestaron que, más que envidia, era temor lo que debían sentir ante Cartago, una ciudad enemiga tan grande y próxima que había crecido tan fácilmente. Catón, en especial dijo que ni siquiera estaría segura la libertad de Roma hasta que destruyeran Cartago. Cuando el Senado oyó estas cosas, decidió hacer la guerra, pero necesitaba aún de algún pretexto y mantuvieron su decisión en secreto. Se dice que, desde aquella ocasión, Catón defendía de continuo en el Senado la opinión de que Cartago no debía existir y que Escipión Nasica sostenía una postura contraria, que debía preservarse a Cartago como amenaza de la disciplina romana ya en vías de relajación…
Apiano Hist. rom. VIII. 74. Tal fue la guerra entre Masinissa y los cartagineses. A ésta siguió la tercera y última guerra de los romanos en África. Los cartagineses, después de haber sufrido este desastre a manos de Masinissa, y al estar la ciudad muy debilitada por este motivo, tenían miedo de él, porque estaba aún muy próximo con un gran ejército y también de los romanos que siempre les eran hostiles y harían un buen pretexto de lo ocurrido a Masinissa. En ninguna de tales apreciaciones estaban equivocados. En efecto, al enterarse de lo ocurrido, empezaron a reclutar un ejército por toda Italia sin decir para qué lo querían, sino para tenerlo listo y usarlo ante las emergencias. Los cartagineses pensando eliminar con ello cualquier pretexto, condenaron a muerte a Asdrúbal, el general de esta guerra contra Masinissa, y a Cartalón, el capitan de las tropas auxiliares, así como a cualquier otro que estuviera implicado en ella, imputando a todos ellos la culpa de la guerra. Enviaron también embajadores a Roma para acusar al propio Masinissa y a estos hombres, por haber atacado con demasiada rapidez y temeridad y haber proporcionado una ocasión de atribuir a la ciudad sentimientos de hostilidad. Sin embargo, cuando uno de los senadores preguntó a los embajadores por qué no habían condenado a los culpables al comenzar la guerra, en lugar de haber hecho después de la derrota, y por qué no les había enviado embajadores antes, en vez de hacerlo ahora, no supieron dar respuesta…
Apiano Hist. rom. VIII. 75…El Senado, que estaba de antemano resuelto y preparado para la guerra, al haber obtenido la aquiescencia de una ciudad tan fuerte y bien situada, reveló su propósito y, tras convocar una asamblea en el Capitolio, lugar en el que se suelen debatir las cuestiones relativas a la guerra, votaron hacer la guerra a los cartagineses. Enviaron de inmediato a los cónsules al mando de las fuerzas: a Manio Manilio, al frente de la infantería y, a Lucio Marcio Censorino, a cargo de la flota, con órdenes secretas de no acabar la guerra hasta que Cartago fuera arrasada hasta los cimientos. Ellos, después de haber realizado sacrificios partieron rumbo a Sicilia para, desde allí, cruzar a Útica. Eran transportados en cincuenta quinquerremes, cien hemiolias, además de muchos barcos abiertos, barcos ligeros y mercantes. Llevaban ochenta mil soldados de infantería y cuatro mil jinetes, todos ellos escogidos. Había un anhelo incontenible entre ciudadanos y aliados por participar en esta expedición espléndida y con esperanzas bien fundadas en el resultado, y muchos se ofrecieron voluntarios para su enrolamiento.
COMENTARIO
Roma estaba ya decidida a dar el último paso en poner fin a la pesadilla que había supuesto Cartago en sus vidas. El eco de las palabras de Catón resonaban por todos los rincones de Italia: «Delenda est Carthago». Pero sus palabras no comprendían sólo la destrucción de la ciudad, sino el arrasarla y cubrirla de sal, que no levantara cabeza jamás. Esa pesadilla debía desaparecer, y también el hombre que llegó a poner en jaque a Roma y a toda Italia, amén del restos de los países que conformaban el mundo europeo y oriental.
Apiano Hist. rom. VIII. 76. El mismo mensajero llevó a los cartagineses la noticia de la declaración de guerra y el hecho de inicio, pues le trajo el voto del Senado y las nuevas de que las naves navegaban contra ellos. Los cartagineses quedaron sobrecogidos y desesperados por la falta de barcos y la pérdida reciente de tantos hombres jóvenes. No tenían aliados ni mercenarios dispuestos, ni trigo reunido para resistir un asedio, ni ninguna otra cosa, ante una guerra repentina y sin anuncio de heraldo, ni siquiera eran capaces de hacer frente y Masinissa juntos. Enviaron, pues, otros embajadores a Roma con plenos poderes para arreglar la situación presente del modo que le fuera posible….
Apiano Hist. rom. VIII. 135. Al llegar el día hicieron sacrificios y procesiones por tribus a los dioses y también juegos y espectáculos diversos en su honor…
Apiano Hist. rom. IX (Fragmentos). 1. Los romanos no prestaron, en absoluto, la menor atención a Filipo de Macedonia cuando comenzó a hacerles la guerra, ni supuso para ellos objeto alguno de preocupación, dado que todavía Italia sufría los embates de Aníbal, el general de los cartagineses, y ellos mantenían grandes ejércitos en África, Cartago e Iberia, y tratando de restablecer la situación en Sicilia. Sin embargo, el otro Filipo, llevado por el ansia de acrecentar su imperio y sin que mediara previo agravio, envió embajadores a Aníbal en Italia, a cuyo frente iba Jenófanes, prometiéndole que combatiría a su lado como aliado en Italia, si él, por su parte, llegaba al acuerdo de ayudarle a sojuzgar Grecia. Aníbal convino en ello y ratificó con juramento en tratado enviando, a su vez, embajadores para tomar juramento a Filipo, pero una trirreme romana capturó a los embajadores de ambos durante la travesía de regreso y los condujo a Roma. Filipo, irritado, por este suceso, atacó Corcira que era aliada de los romanos.
Apiano Hist. rom. XI, 4. De este modo se separaron unos y otros sin haber logrado nada positivo, pero habiendo roto ya en amenazas más abiertas. Y, cuando se propaló el rumor y la creencia de que Tolomeo Filópator había muerto, Antíoco se apresuró a partir hacia Egipto con la intención de apoderarse de este país, mientras estaba vacante el trono. Se le unió a él, en Éfeso, Aníbal el cartaginés, fugitivo de su patria a causa de las acusaciones de sus enemigos, que decían a los romanos que era un hombre litigante, amigo de la guerra y que jamás sería capaz de vivir en paz. Por aquellas fechas los cartagineses estaban sometidos a los romanos en virtud de un tratado. Antíoco recibió de forma espléndida a Aníbal por la fama de su dotes militares y lo retuvo a su lado…
COMENTARIO
Roma estaba dispuesta a todo con tal de acabar definitivamente con Aníbal y sus cartagineses. Cartago había sufrido ya demasiados golpes a consecuencia de los belicosos actos de Aníbal. Quería la paz con los romanos y vivir tranquila. Para ello movió todos los hilos diplomáticos con el fin de conseguir que el Senado romano se aviniera a firmar un tratado de paz. Pero Aníbal, que por aquellos momentos de encontraba en Cartago y desempeñando un cargo de sufeta, llevaba sus cosas a su aire e interés. Su gestión económica era irregular y se ganó la desconfianza del Senado y pueblo. Y a pesar de la buena predisposición del Senado cartaginés para llegar a un acuerdo con Roma, Aníbal aceptó la petición del rey Antíoco y se fue a su corte. Era un hombre hecho para la guerra y sólo para la guerra, cosa que ya Cartago quería ya olvidar.
Apiano Hist. rom. XI, 7. Y Antíoco, proyectando invadir en primer lugar Grecia y, desde allí, emprender la guerra contra los romanos, comunicó su idea a Aníbal, el cartaginés. Éste le respondió que Grecia, desgastada desde hacía mucho tiempo, era una tarea fácil, pero que las guerras de casa son más difíciles para todos por causa del hambre que provocan, y que, en cambio, las de fuera son más livianas; que nunca conseguiría Antíoco vencer a los romanos en Grecia, donde podían procurarse con facilidad provisiones de su propio país y recursos suficientes. Por consiguiente, le aconsejó que ocupara una parte de Italia y,tomando ésta como base de operaciones, hiciera la guerra desde allí para que la situación de los romanos fuera más débil tanto en su patria como fuera de ella. «Yo tengo experiencia de Italia – dijo- y, con diez mil hombres, puedo apoderarme de sus lugares estratégicos y escribir a mis amigos de Cartago para que instiguen al pueblo a una revolución. Pues ya en estos momentos se encuentra irritado consigo mismo y con desconfianza hacia los romanos, y se llenará de arrojo y esperanza, se si entera de que yo estoy devastando otra vez Italia». Antíoco, tras escuchar con placer sus consejos y juzgando una gran cosa, como en realidad era, incorporar a Cartago en la guerra, le encargó que escribiera de inmediato a sus amigos.
Apiano Hist. rom. XI, 8. Aníbal, no obstante, no escribió las cartas, pues no lo encontraba todavía seguro, ya que los romanos lo investigaban todo, y la guerra no había estallado aún abiertamente. Además, contaba con numerosos enemigos en Cartago, y no había en aquella ciudad un sistema político seguro y bien establecido, lo que precisamente poco tiempo después, fue la causa de la destrucción de Cartago. Así que envió a Aristón un mercader de Tiro, a sus amigos, so pretexto de una transacción comercial pidiéndoles que, cuando él invadiera Italia, sublevaran ellos a Cartago, para vengar las vejaciones que había sufrido. Y Aristón así lo hizo, pero los enemigos de Aníbal, cuando se apercibieron de su llegada, promovieron un alboroto como si estuvieran ante una revolución inminente y buscaron por toda la ciudad a Aristón. Este último, con objeto de librar a los amigos de Aníbal de toda sospecha, colocó en secreto, durante la noche, un escrito delante del edificio del senado en el que se decía que Aníbal exhortaba a todos los senadores a tomar las armas en favor de su patria junto con Antíoco, después de haber hecho esto, se hizo a la mar. A la mañana siguiente se disipó el temor de los amigos de Aníbal, gracias a la argucia de Aristón, como si hubiera sido enviado a todo el senado. Sin embargo la ciudad se llenó de toda clase de tumultos con franca animosidad hacia los romanos, pero sin esperanza de poder mantenerla oculta. Esta era la situación en Cartago.
Apiano Hist. rom. XI, 9. Entretanto, los embajadores y Escipión, el que había despojado a los cartagineses de su supremacía política, fueron enviados con misión similar a los de Antíoco para averiguar los propósitos de éste y espiar su fuerza. Sin embargo, al encontrarse que el rey se había marchado a Pisidia, aguardaron en Éfeso, en donde conversaron con frecuencia con Aníbal, pues Cartago se hallaba todavía en paz con ellos y Antíoco no era aún un enemigo declarado. Le reprochaban a aquél que hubiera huido de su patria, cuando los romanos no habían llevado a cabo acción criminal alguna ni contra su persona ni contra el resto del pueblo cartaginés al margen de los tratados. Y actuaban así buscando que Aníbal llegara a ser sospechoso a los ojos del rey a causa de la asiduidad de sus charlas y reuniones. Y Aníbal, hombre habilísimo en la estrategia militar, no lo intuyó, si embargo, y el rey, al enterarse, sospechó de él y, desde aquel momento, anduvo más remiso para hacerle partícipe de sus confidencias. Y es que existía ya algo de celos y envidia hacia su persona por temor a que Aníbal le arrebatara la gloria de sus empresas.
COMENTARIO
Las argucias planeadas por Aníbal para implicar al Senado cartaginés, no llegaron a buen puerto, sino que provocaron el efecto contrario. Aníbal estaba actuando a espaldas de Antíoco, hasta que éste descubrió que los planes del cartaginés no iban por el ben camino. La inicial confianza del rey se vino abajo y dejó de hablar de sus planes de guerra con Aníbal. Empezó a desconfiar de él. Esto provocará que en poco tiempo Aníbal se vea obligado a abandonar la corte de Antíoco porque se sentía ninguneado en sus planes bélicos por parte del rey.
Apiano Hist. rom. VII, (Fragmentos). 1, Comenta el autor que los capuanos, en Campania, amontonaron muchas riquezas por la fertilidad de su suelo; se dieron al lujo y a la opulencia, y llegaron a superar la fama, en cuanto a esto, que nos ha llegado de Crotona y de Síbaris. No podían, añade, con tanta prosperidad presente y llamaron a Aníbal, por lo cual los romanos les hicieron sufrir daños insoportables. Los petelinos, en cambio, se mantuvieron leales a Roma, y llegaron a padecer tantas privaciones que, mientras Aníbal los asedió, se comieron todo el cuero que había en la ciudad, la corteza de los árboles y ramas tiernas. Resistieron el sitio durante once meses sin recibir ayuda de nadie y acabaron por rendirse, con la anuencia de los romanos (Ateneo, XII, 36).
Apiano Hist. Rom. (Pacto de Filipo V con Aníbal). 1-5. Juramento de aníbal, de Magón, de Mircano, de Barmócar, de todos los ancianos de Cartago presentes, de todos los soldados cartagineses presentes, prestando ante Jenófanes, hijo de Cleómaco, ateniense, enviado a nosotros como embajador por el rey Filipo, hijo de Demetrio, en nombre suyo, de los macedonios y de los aliados de éstos, juramento prestado en presencia de Zeus, de Hera y de Apolo, en presencia del dios de los cartagineses, de Heracles y de Yolao, en presencia de Ares, de Tritón y de Poseidón, en presencia de los dioses de los que han sido en campaña, del sol, de la luna y de la tierra…..Aníbal, general, dijo, y todos los senadores de Cartago presentes y todos los soldados cartagineses presentes: por voluntad vuestra y nuestra prestamos este juramento de amistad y de noble adhesión para ser amigos, parientes y hermanos, bajo las cláusulas siguientes: que el rey Filipo, los macedonios y los demás griegos….
Apiano Hist. rom. VIII, (La guerra contra Aníbal: Tarento). 24. 1-3. Los tarentinos, orgullosos de sus riquezas, llamaron a Pirro de Epiro, porque la democracia que mantiene, durante mucho tiempo, el poder es natural que se canse de estar siempre en las mismas condiciones y se busca un soberano. Ahora bien, cuando lo ha encontrado, lo detesta inmediatamente, porque es notorio que el cambio ha sido grande y a peor. Esto es lo que ocurrió en Tarento. El futuro parece que ha de ser siempre mejor que el presente.
Apiano Hist. rom. VIII, 25, 1-10. Primero salieron de la ciudad fingiendo una expedición. Era ya de noche cuando se acercaron al campamento cartaginés y se apostaron en un lugar boscoso, no lejos del camino, a excepción de Filémeno y Nicón, que se dirigieron a la acampada. Los centinelas los prendieron y los llevaron a la presencia de Aníbal: lo único que habían dicho era que querían conversar con el general. De modo que fueron conducidos sin dilación a su estancia. Dijeron que querían hablarle a solas. Aníbal se prestó a esta demanda y ambos se despacharon acerca de sí mismos y de sus patrias. Y que no pareciera absurda la acción que iban a emprender, lanzaron muchas y diversas acusaciones contra los romanos. Aníbal los alabó, aceptó sinceramente su interés y los despidió, pero pidiéndoles que regresaran, que acudieran pronto a su encuentro. Para aquel momento les indicó que, cuando se hubieran alejado algo del campamento, siguieran a los primeros rebaños y a los hombres que los conducían a los pastos. Podían irse sin temores en su compañía, ya que él velaría por su seguridad. Obró así porque quería tener tiempo para sopesar los planes de aquello jóvenes y para lograr, además, que sus conciudadanos creyeran que salían con la mejor intención, la de hacer botín. Nocón y sus compañeros atendieron las instrucciones de Aníbal, de lo cual éste se alegró mucho, porque finalmente tenía ocasión de llevar a buen término sus intentos. Filémeno y sus amigos tuvieron aún más interés en cumplir sus proyectos: ahora se veía que la operación no comportaba riesgo: Aníbal les era favorable y la perspectiva de un botín les avalaba de modo suficiente ante los suyos. Vendían una parte del botín y la restante la empleaban en banquetes, de modo que no sólo se ganaron la confianza de los tarentinos, sino también la envidia de bastantes de ellos.
Apiano Hist. rom. VIII, 26, 1-10. Después hicieron una segunda salida dispuesta en todos los detalles como la anterior; dieron palabra a Aníbal y la tomaron de él en los mismos términos: los cartagineses liberarían a los tarentinos, no les impondría tributos de ninguna clase, ni les mandarían nada; al entrar en la ciudad, los cartagineses podrían saquear las casas y las hospederías de los romanos. Establecieron una contraseña para que los centinelas dejaran paso libre hacia el campamento siempre que ellos llegaran. Además, recibieron autorización para entrevistarse con Aníbal muchas más veces: o bien simulaban que se disponían a una incursión, o bien que salían de caza. Todo estaba ya presto para la operación próxima; la mayor parte de los hombres acechaban una oportunidad; Filémeno era el encargado de salir de caza. Se decía de él que lo primero que había hecho en su vida era salir de cacería; esta diversión le apasionaba muchísimo. Le encargaron que, con la carne de las piezas cobradas, se ganara ante todo al comandante romano de la ciudad, Gayo Livio, y también a los centinelas de la guardia apostada en las puertas llamadas Teménides. Filémeno acepto esta misión y entraba en la ciudad con mucha frecuencia con piezas cobradas por él mismo o que le habían sido entregadas por orden de Aníbal; con una parte obsequiaba a Gayo y, con la otra, a los centinelas de la puerta, para que le abrieran siempre la portezuela, ya que las más de las veces entraba y salía de noche, alegando el miedo que le infundía el enemigo; en todo esto se ajustaba al plan trazado. Cuando Filémeno hubo acostumbrado a los centinelas del portal a que no se extrañaran, sino que cuando, de noche, él estuviera cerca del puesto y silbara, los otros le abrieran la portezuela inmediatamente, entonces procuró averiguar el día en que comandante romano de la ciudad acudiría, con una comitiva muy numerosa, al lugar llamado el Museo, no lejos del ágora, e indicó este día a Aníbal.
Apiano Hist. rom. VIII, 27, 1-10. Éste había propalado el rumor de que estaba enfermo, para que los romanos no se extrañaran de que parara tanto tiempo en el mismo sitio. Entonces exageró todavía más la simulación; el campamento cartaginés estaba a tres días de marcha de Tarento. En el día convenido hizo preparar unos diez mil hombres, entre la tropa escogida por su audacia y su ligereza; eran jinetes y soldados de infantería. Aníbal les ordenó tomar vituallas para cuatro días. Esta fuerza selecta levantó el campo al romper el día y avanzó a marchas forzadas en dirección a Tarento. Se había impartido la orden de que ochenta jinetes seleccionados se adelantaran treinta estadios al resto de la fuerzas e hicieran incursiones a ambos lados de la ruta. Con ello se evitaba que alguien viera todas las tropas: de los que encontraran dispersos, unos caerían prisioneros y los que consiguieran escapar en la ciudad delatarían sólo la incursión de los númidas. Cuando el grueso de aquella tropa llegó a ciento veinte estadios de la ciudad, Aníbal hizo que los soldados cenaran en la orilla de un río escabrosa y difícilmente divisable. Después reunió a sus oficiales, a los que no manifestó explícitamente sus planes; simplemente los exhortó a ser hombres valientes, porque les aguardaban recompensas mayores que nunca. Les mando que durante la marcha hicieran mantener la disciplina debida a todos los hombre y que reprendieran claramente a los que se salieran de su fila. Finalmente les intimó que atendieran estrictamente las órdenes que les llegaran y que no hicieran nada por iniciativa propia; dicho esto, los despidió; caída ya la noche cerrada, hizo avanzar la primera unidad, con el intento de llegar a pie a la muralla a medianoche. Los guiaba Filémeno, que tenía dispuesto un jabalí para usarlo, como siempre cuando recibiera la consigna.
Apiano Hist. rom. VIII, 28, 1-9. Según las previsiones de los jóvenes, Gayo Livio pasó el día con sus amigos en el Museo; precisamente cuando las libaciones alcanzaban el momento culminante, le avisaron, al caer la tarde, de que unos númidas devastaban el país. Él tomó medidas sólo contra esta incursión; llamó a algunos de su oficiales y les informó que, a la mañana siguiente, al alborear, salieran con la mitad de la caballería y rechazaran el destacamento enemigo que talaban sus plantaciones. Y precisamente esto, le impidió ver el conjunto de la operación. Los que estaban con Nicón y Tragisco, asi que oscureció, se agruparon en la ciudad y acecharon el momento en que Livio y sus amigos salían del banquete. Éstos se levantaron pronto, porque el festín se había celebrado durante el día. Los jóvenes se dividieron: unos se apostaron en cierto lugar; el resto se cruzó, como por casualidad, con Gayo Livio; se desplegaron delante suyo jugando, fingiendo salir también de un banquete. Cuando el romano y los suyos estuvieron todavía más ofuscados por la bebida, entonces los dos grupos se mezclaron y todos eran risotadas y juegos. Los jóvenes torcieron su camino y acompañaron a Gayo Livio a su casa. Éste se fue a dormir totalmente borracho, y no pensaba en nada inesperado o amargo, como es natural que no lo piensen los que se han pasado el día bebiendo; le embargaba una alegría lasciva. El grupo de Nicón y Tragisco se reunió con los jóvenes restantes y, entonces, se dividieron en tres grupos para vigilar las entradas más accesibles al ágora; querían que no les pasara por alto nada de lo que ocurriera en el exterior, o dentro de la ciudad. Algunos vigilaban también la casa de Gayo, porque sabían muy bien que, si surgía alguna sospecha de lo que iba a suceder, le avisarían inmediatamente y sería él quien tendría la iniciativa en las operaciones. Cuando todos los comensales se había reintegrado a sus casas y todo el alboroto era ya cosa pasada, la noche había avanzado ya mucho y casi todos los ciudadanos dormían. Las ilusiones de los jóvenes conjurados permanecían intactas. Entonces formaron un sólo grupo y se dispusieron a ejecutar sus planes.
Apiano Hist. rom. VIII, 29, 1-12 Lo que los jóvenes había establecido con los cartagineses era que Aníbal aproximaría a la ciudad tropas por el lado de Oriente, que es tierra firme, hacia las puertas Teménides; harían arder una hoguera encima de un sepulcro que unos llaman de Jacinto y otros de Apolo Jacinto. Cuando se apercibieran de ella, Tragisco y los suyo debían encender otra dentro. Entonces, los de Aníbal habían de apagar la suya y dirigirse a toda prisa hacia la puerta. Esto era lo convenido; los jóvenes atravesaron la parte habitada de la ciudad y llegaron a su cementerio. La parte oriental de Tarento está llena de sepulcros, porque los tarentinos todavía hoy entierra a sus muertos no lejos de ellos y dentro del recinto de las murallas, debido a un oráculo antiguo. Se cuenta que un dios les vaticinó que les iría mejor y gozarían de más prosperidad, si edificaban sus casas allí donde estaba su mayoría. Ellos interpretaron el oráculo en el sentido de que vivirían óptimamente. si dentro del recinto de su muralla, retenían incluso a sus muertos; por esto los entierran todavía hoy en la parte interior de las puertas. Los jóvenes en cuestión llegaron al sepulcro de Pitiónico y aguardaron allí. Cuando Aníbal y los suyos se aproximaron e hicieron la señal convenida, Nicón, Tragisco y los suyos vieron el fuego y cobraron confianza en sus ánimos; encendieron también su hoguera. Cuando la de los cartagineses se hubo extinguido, corrieron impetuosamente hacia la puerta, con la intención de anticiparse a matar por sorpresa a los centinelas que montaban guardia: los cartagineses marchaban con calma, a paso lento. Aquellos no tuvieron mayores obstáculos en la ejecución de sus propósitos: aprisionaron a los centinelas y, mientras un grupo de los jóvenes les daba muerte, los restantes astillaban los barrotes. Abrieron rápidamente las puertas y los de Aníbal, que habían realizado una marcha precisa, llegaron en el momento oportuno. Nadie se dio cuenta de la incursión contra la ciudad.
Apiano Hist. rom. VIII, 30, 1-11 Llegados a la entrada según el plan preestablecido, con toda seguridad y orden, convencidos que ya habían superado lo más difícil de sus propósitos, se dirigieron hacia el ágora por la calle que conduce a ella desde la puerta Batea. Con todo, dejaron la caballería fuera de las murallas, no menos de dos mil jinetes que los defendieran si eran atacados desde el exterior, o que les fueran útiles en los imprevistos que suelen ocurrir en estos intentos. Cerca ya del ágora, Aníbal mandó detener la marcha, preocupado por lo que había ocurrido a Filémeno, protagonista de la segunda parte de su plan.
Después de encender su fogata y de iniciar su ida contra la puerta, Aníbal había enviado a Filémeno, que tenía al jabalí en unas parihuelas, junto con dos mil soldados africanos, hacia la puerta más cercana. Ya desde el principio había sido su intención que la empresa dependiera no de una sola posibilidad, sino de diversas. Filémono se acerco a la muralla y silbó, según su costumbre. El centinela bajó inmediatamente al portón. Filémeno le dijo, desde afuera, que abriera al punto, puesto que jabalí que transportaba les pesaba mucho. El centinela abrió gustoso y alegre, con la ilusión de que él también sería partícipe de la cacería de Filémeno, ya que siempre lo era de las piezas entradas. Filémeno iba delante con la carga y lo acompañaba un hombre disfrazado de pastor; parecía un habitante de aquellos labrantíos. Detrás de éstos, dos hombre más transportaban la fiera por la parte posterior. Cuando los cuatro habían ya traspasado el umbral, mataron de un sólo golpe al que les había abierto, que se había acercado sin recelos a palpar el jabalí. Luego metieron por el portón, sin prisas y tranquilamente, a los que les seguían y que, a su vez, guiaban a los demás, aproximadamente unos treinta africanos. Al punto, lo que ya llegó a ser usual: mientras unos mataban a los centinelas, los restantes astillaban los barrotes de las puertas; algunos llamaban mediante contraseñas convenidas a los africanos que esperaban afuera. Éstos penetraron sin ningún riesgo y se dirigieron también al ágora; era lo establecido. Cuando éstos se les juntaron, Aníbal, rebosante de alegría, porque todo le salía a derechas, siguió el plan previsto.
Apiano Hist. rom. VIII, 31, 1-12. Dividió a sus dos mil galos en tres secciones, y asignó, a cada una de ellas, dos de los jóvenes que había facilitado la empresas. Los acompañaban también algunos oficiales: la orden era ocupar las calles más importantes que convergen en el ágora. Hecho ya todo, indicó a los jóvenes tarentinos que salvaran a sus conciudadanos y los libraran de la muerte; debían gritar, ya desde lejos, que los de Tarento se encerraran en sus casas; así quedarían seguros. A los oficiales galos y cartagineses, les mandó matar a cualquier romano que encontraran. Los aludidos se dispersaron y cumplieron inmediatamente la orden. Cuando los tarentinos se encontraron con el enemigo dentro de la ciudad, el clamor y la confusión fueron extraordinarios. Gayo Livio, informado de la entrada del enemigo dentro de su ciudad, comprendió que la borrachera lo había incapacitado. Salió al punto de su casa, con sus servidores, y se encaminó a la salida que daba al puerto. El centinela le abrió el portón, él pasó y tomó una de las embarcaciones del fondeadero, saltó adentro y se dirigió a la acrópolis. En este preciso momento, Filémeno y algunos más, que se había apoderado de algunas cornetas romanas y sabían tocarlas, ya que habían adquirido este uso, se fueron al teatro y tocaron a rebato. Interpretándolo como una orden, los romanos salieron armados a defender la fortaleza. Y ocurrió todo según las previsiones cartaginesas, porque los romanos salían dispersadamente por las calles, sin ningún concierto; unos murieron a manos de los cartagineses, otros a manos de los galos; sucumbieron casi todos.
Ya en pleno día, los tarentinos permanecían todavía sin moverse de sus casas; no acaban de entender lo que había pasado. Primero, el tañido de las cornetas, y el hecho de que no se producían crímenes ni pillaje, los indujo a pensar que se trataba de un movimiento de romanos, pero cuando vieron a muchos de éstos muertos por las calles, y que los galos se dedicaban a despojar los cadáveres, empezaron a sospechar la presencia de cartagineses.
Apiano Hist. rom. VIII, 32, 1-6. Cuando Aníbal hubo concentrado todas sus fuerzas en el ágora (los romanos se había refugiado en la acrópolis, que ocuparon para defenderse) y era ya mediodía, se proclamó que todos los tarentinos se dirigieran desarmados al ágora. Los jóvenes recorrían la población gritando: «¡Libertad!». y exhortaron a que nadie desconfiara, pues los cartagineses querían sólo favorecerles. Los tarentinos más partidarios de los romanos, al comprobar lo ocurrido, se refugiaron en la fortaleza; el resto se reunió desarmado, según la proclama. Aníbal les dirigió unas palabras muy amables. ante aquella esperanza imprevista, los tarentinos le aplaudieron unánimemente. Aníbal despidió al pueblo con la orden de que cada uno, al llegar a su casa, pusieran en seguida el letrero: TARENTINO, Decretó la pena de muerte a quien colgara el letrero en una casa de un romano. Él, personalmente, cogió a los dos mas experimentados en estos menesteres y se lanzó a saquear las casas de los romanos, con la orden de considerar tales a todas las desprovistas del letrero. Mantuvo en orden el resto de sus tropas, para apoyar a los saqueadores.
Apiano Hist. rom. VIII, 33, 1-7. Amontonaron muchos y variados objetos procedentes de la rapiña; los cartagineses alcanzaron una ganancia no inferior a lo que se esperaban. Aquella noche durmieron sobre las armas; Al día siguiente, Aníbal deliberó con los tarentinos y determinó fortificar la ciudad por el lado de la acrópolis; así no deberían temer a los romanos que todavía la ocupaban. Mandó primero construir una empalizada paralela a la muralla de la acrópolis y defenderla con un foso. Sabía bien que el enemigo intentaría estorbarlo y que haría una demostración de fuerza por el lugar menos pensado, de modo que mantuvo al acecho la flor y nata de sus tropas, en la convicción de que, para el futuro, lo más imprescindible era infundir pánico a los romanos y ganarse la confianza de los tarentinos. Cuando éstos clavaban los primeros palos, los romanos los atacaron, al punto, con audacia y con coraje. Aníbal ofreció una leve resistencia y, después, se replegó para provocar al enemigo. Cuando la mayor parte de los romanos había ya traspasado el foso, el cartaginés do la señal y contraatacó. La lucha era encarnizada, porque se combatía en un espacio reducido y fortificado, pero a la postre los romanos fueron vencidos y se dieron a la fuga. Muchos cayeron en la acción misma, pero murieron todavía más al verse rechazados, porque se precipitaban en el foso.
COMENTARIO
El episodio de Aníbal con la artimaña del engaño es muy propio del mundo norteafricano. Consiguen engañar a la población romana siguiendo las argucias de gente traidora. Tarento es reconquistada por Aníbal siguiendo un plan engañoso de un traidor de la ciudad.
Apiano Hist. rom. VIII, 34, 1-10. Desde entonces Aníbal continuó sin riesgos el trabajo de la estacada y, después, no operó más; la cosa le había salido según sus cálculos; había conseguido rodear al enemigo y lo forzaba a mantenerse dentro de la fortaleza; los romanos temían por sí mismos y por la acrópolis. A los de la ciudad les infundió tal coraje que llegaron a creerse suficientes, por sí solos, para hacer frente a los romanos. Después, a corta distancia de la empalizada y en dirección a la ciudad, excavó un foso paralelo a la dicha trinchera y a la muralla de la acrópolis. Desde el foso, por su lado opuesto a la ciudad, hizo amontonar tierra en dirección contraria y clavó encima una segunda empalizada; el conjunto quedó muy seguro, poco menos que una muralla; además, al lado de esta segunda estacada y en dirección a la ciudad, había dejado un espacio libre, estratégico, en el que había mandado levantar un muro, que se iniciaría en la puerta llamada «Salvadora», y acabaría en la puerta Batea. Incluso sin defensores, aquellas fortificaciones, por sus propios dispositivos, eran capaces de ofrecer seguridad a los tarentinos.
Aníbal dejó una fuerza suficiente, adecuada para la defensa de la ciudad, y campo de caballería que protegiera las murallas. Estableció su campamento a cuarenta estadios de la población, en la orilla de un río que algunos llaman Galeso, pero la mayor parte Eurotas, nombre llamado del Eurotas que fluye por tierras de Esparta. Los tarentinos tienen muchos nombres así, tanto en su ciudad como en los contornos; es cosa sabida que Tarento es fundación espartana; ambas ciudades están muy unidas por lazos de sangre. La muralla se acabó rápidamente por el afán y el ardor de los tarentinos, así como por la ayuda que recibieron de los cartagineses. Fue entonces cuando Aníbal se dispuso a conquistar la acrópolis.
Apiano Hist. rom. VIII, 35, 1-13. Había preparado ya todo lo necesario para tomarla, cuando a los romanos bloqueados en ella les llegó ayuda por mar desde Metaponto. Con ello cobraron algo de ánimo, atacaron de noche las obras del enemigo y destruyeron todo lo ya aparejado, las construcciones y las máquinas de guerra. Ante esto, Aníbal renunció a asediar la fortaleza. Una vez concluidas las obras del muro, reunió a los tarentinos y les hizo comprender que en aquella situación, lo decisivo era el dominio del mar, ya que la acrópolis dominaba la bocana del puerto, como he dicho algo más arriba. Los tarentinos no podían utilizar sus naves para nada, ni sacarlas del puerto; en cambio, los romanos recibían por mar, sin peligro alguno, todo lo necesario. Así las cosas, era imposible liberar totalmente la ciudad. Cuando Aníbal lo comprobó, hizo notar a los tarentinos que los defensores de la fortaleza se rendirían, se entregarían y desalojarían el lugar, y ello, en un plazo muy breve, si llegaban a perder la esperanza de recibir ayuda por mar. Al oírle, los tarentinos estaban de acuerdo con sus afirmaciones, pero no entendían cómo, en aquella situación, podrían lograrlo si no aparecía una flota cartaginesa, cosa impensable en aquellos momentos. No alcanzaban tampoco a conjeturar hacia donde los llevaba Aníbal cuando les hablaba de estas cosas. Y cuando les dijo que, aún sin la ayuda de los cartagineses, ellos mismos eran muy capaces de dominar el mar, entonces su desconcierto llegó al colmo; no veían la intención de Aníbal. Éste había notado la existencia de una calle de la que se podía disponer; estaba dentro del recinto amurallado y conducía paralelamente a la muralla, desde el puerto al mar exterior. Pensó que las naves tarentinas podían ser transportadas desde el puerto a la parte meridional de la ciudad. Cuando insinuó esta idea a los tarentinos, éstos no sólo la aprobaron, sino que su admiración por aquel hombre creció extraordinariamente: pensaban que nada estaba por encima de la imaginación y de su audacia. Dispusieron inmediatamente unos carromatos con ruedas que facilitarían el transporte. La cosa resultó tan pronto dicha como hecha; tal fue la multitud de hombres y el ardor que pusieron en la empresa. Los tarentinos remolcaron, como queda dicho, las naves hasta el mar abierto, y asediaron firmemente a los romanos de la acrópolis, privados ahora de cualquier socorro del exterior. Aníbal dejó una guarnición en la ciudad y alzó el campo con sus fuerzas. En una marcha de tres días alcanzó el primer campamento y paso lo que quedaba de invierno en aquella comarca.
Apiano Hist. rom. IX, (Asedio de Capua; Tarento) 1- Aníbal rodeó el campamento de Apio e inició unas escaramuzas de tanteo; pretendía provocarlo a una batalla campal. Pero no le prestaron atención y sus intentos acabaron pareciéndose a un asalto al campamento; la caballería cartaginesa cargaba formada en escuadrones y lanzaba jabalinas al campo enemigo en medio de un gran alboroto, mientras que la infantería atacaba formada en manípulos e intentaba destrozar la empalizada romana. Sin embargo, Aníbal no logró apartar a los romanos del propósito que se había formulado: su infantería ligera rechazaba a los asaltantes de la estacada y, con sus armas pesadas se defendían contra los tiros; nunca rompían su formación y cada hombre conservaba su puesto en su manípulo. Aníbal, contrariado porque no había conseguido forzar la entrada en la ciudad ni provocar a los romanos a una batalla, deliberó sobre lo que le convenía más en aquellas circunstancias. Pienso que lo que ocurría habría puesto en apuros no sólo a los cartagineses, sino a cualquier otro hombre sabedor de ello. ¿Quién creería en efecto, que los romanos, vencidos en tantas batallas por los cartagineses, que no se atrevían a encararse frontalmente con el enemigo, sin embargo, no se retiraban y mucho menos cedían el campo abierto? Añádase encima que hasta entonces sólo habían salido a campaña por las faldas de los montes, pero ahora habían bajado a la llanura, al lugar más abierto de Italia y asediaban una ciudad muy fortificada, aunque a su vez le había rodeado un enemigo que eran incapaces de mirar cara a cara. En las batallas habían vencido siempre los cartagineses, pero, al presente, en algunos aspectos, se encontraban en una situación tan enojosa como la de aquellos a los que habían derrotado. Opino que la causa de este proceder por ambos bandos, era que tanto romanos como cartagineses se habían dado cuenta que era la caballería de estos últimos la que decidía las derrotas y los éxitos de uno y otro bando. Después de la batalla eran lógicas las salidas de los campamentos de los vencidos, porque se hacía por lugares tales que la caballería enemiga no podía infligirles ningún daño. Por eso la conducta de ambos ante Capua era la única que se podía esperar.
Apiano Hist. rom. IX, 4, 1-8. Las fuerzas romanas, ciertamente, no osaban presentar batalla por miedo a la caballería enemiga, pero en cambio permanecía sin temores dentro de su campo, porque sabían bien que la que en las confrontaciones campales siempre los vencía, en estas condiciones resultaba inofensiva. Los cartagineses, por su parte, no podían permanecer ni acampar cómodamente más tiempo en la región, porque los romanos habían talado intencionadamente los forrajes; a los cartagineses les era imposible transportar a hombres, desde un lugar tan distante, cebada y forraje suficientes para una cantidad tan enorme de caballos y acémilas. Y sin la caballería, acampar y asediar al enemigo no les ofrecía ninguna seguridad; los romanos se defendían con una empalizada y un foso; desprovistos los cartagineses de sus caballos y en igualdad de condiciones, el riesgo era indeciso. Además, temían la llegada de los cónsules romanos recién nombrados, que posiblemente acamparían ante ellos y los pondrían en una situación muy apurada, ya que les interceptarían los aprovisionamientos. Todo esto indujo a pensar a Aníbal, que era imposible forzar a los romanos a levantar el asedio y cambió de táctica. supuso que si lograba hacer desapercibidamente una marcha sobre Roma, presentándose de repente por sus alrededores, tal sorpresa atemorizaría a los habitantes de la urbe, extraería algún provecho de la misma ciudad o, por lo menos, obligaría a Apio a correr en defensa de su patria, levantando el asedio o, en último término, le forzaría a dividir sus fuerzas, con lo cual se convertirían en enemigos fáciles, tanto los que quedaran en Capua como los que corrieran en auxilio de Roma.
Apiano Hist. rom. IX, 5, 1-9. Con este proyecto envió un mensajero a Capua; pidió a uno de sus africanos que fingiera desertar de su campo y se pasara a los romanos, y desde allí procurara penetrar en la ciudad, porque le preocupaba la seguridad de su mensaje. Aníbal temía que, si los romanos veían que él desaparecía, se asustaran, se desesperaran y se rindieran a los romanos. Por eso en su carta les exponía su ardid. Al día siguiente al que levantó el campo los envió al africano. Así los de Capua, conocerían sus planes y la causa que les hacía alejarse, y soportarían el asedio sin caer en el desánimo. Cuando la noticia de lo que pasaba en Capua llegó a Roma: que Aníbal había acampado que asediaba a sus propias fuerzas, el desánimo y la excitación cundieron entre los ciudadanos; les parecía que la crisis inminente era ya la definitiva. Por eso ponían todo su valor y toda su dedicación en esta empresa únicamente y enviaban refuerzos continuos. Los capuanos por su lado, recibieron de manos del africano el mensaje de Aníbal; sabedores de las intenciones de los cartagineses, decidieron tantear todavía esta esperanza y permanecer firmes en sus decisiones. Aníbal, cinco días después de su llegada a Capua, cuando la tropa hubo cenado, mandó levantar el campamento y que se pusiera en marcha, pero dejó las fogatas ardiendo para evitar que el enemigo se apercibiera de la maniobra. Recorrió a marchas forzadas el país de los samnitas, tomando siempre la precaución de hacer explorar y conquistar previamente los parajes de su ruta por sus avanzadillas. Cuando los romanos se figuraban que Aníbal estaba todavía en Capua, ocupado en lo que ocurría allí, Aníbal cruzó, sin ser visto, el río Anión, y se aproximó a Roma; plantó su campamento a no más de cuarenta estadios de la ciudad.
Apiano Hist. rom. IX, 6, 1-9. La noticia del suceso llegó a Roma, y el pánico y la confusión invadieron a todos los que estaban en la ciudad: la cosa era tan repentina como inesperada. Aníbal no se había acercado nunca tanto a la urbe: lo que se pensaba era que si lo había hecho con tanta confianza era porque las legiones romanas de Capua habían sido aniquiladas. Los hombres se apostaron en los muros y en los lugares estratégicos del exterior de la ciudad; las mujeres acudían a los templos y rogaban a los dioses: con sus cabelleras barrían el suelo; esta es costumbre que rige entre ellas cuando un riesgo total amenaza al país. Pero muy poco después de que Aníbal hubiera acampado, cuando el cartaginés ya proyectaba tantear la ciudad al día siguiente, se dio un signo imprevisto y fortuito de salvación para los romanos. Los oficiales de Gneo Flavio y de Publio Sulpicio hacía poco que acababan de alistar una legión y habían tomado a los soldados el juramento de presentarse, precisamente aquel día, con las armas en Roma; mientras tanto reclutaban y entrenaban otra. Ello hizo que aquel día se reuniera espontáneamente en Roma una gran cantidad de hombres, en un momento muy oportuno por cierto: los generales cobraron animo y los hicieron salir, los formaron delante de la ciudad y rechazaron el ataque de Aníbal. Los cartagineses lo habían iniciado, incluso, con alguna esperanza de entrar en Roma, pero cuando contemplaron la formación enemiga y uno que aprisionaron les informó de lo ocurrido, desistieron de asaltar la ciudad y recorrieron el país; lo devastaban y pegaban fuego a las alquerías. El botín que recogieron fue enorme y lo trasladaron a su campamento; el pillaje había sido tal que nadie jamás lo hubiera creído en un enemigo.
Apiano Hist. rom. IX, 7, 1- Pero, luego, los cónsules romanos decidieron osadamente acampar a diez estadios de los cartagineses. Anínal había capturado un gran botín, pero había perdido la esperanza de tomar la ciudad. Además, supuso, según sus propios cálculos iniciales, que aquellos días Apio, sabedor del peligro que corría Roma, o bien habría, simplemente, levantado el sitio de Capua para lanzarse con todas sus fuerzas a socorrer la patria, o habría dejado algunas de sus tropas allí y habría corrido con la mayor parte de ellas a defender la ciudad; creyó que, en ambos casos, lo mejor que podía hacer era levantar el campamento así que alboreara. Los soldados de Publio destruyeron los puentes tendidos sobre el río que antes cité y obligaron a los cartagineses a cruzarlo vadeándolo. Durante la travesía los hostigaron y los pusieron en grandes apuros. Pero no lograron nada decisivo, debido a la gran cantidad de jinetes y porque los númidas se adaptan bien a cualquier terreno. Sin embargo, los romanos recuperaron buena parte del botín y causaron al enemigo unos trescientos muertos; después se replegaron a su propio campamento. Mas tarde creyeron que los cartagineses se retiraban tan rápidamente por miedo y los persiguieron por las raíces de los montes. Pero las prisas de Aníbal respondían a que quería ejecutar completamente sus planes, cuando, al cabo de cinco días, supo de Apio continuaba asediando Capua, se detuvo y estableció contacto con sus perseguidores, a los que asaltó, en plena noche, en su propio campamento. Mató a la mayoría de ellos y echó a los restantes de su acampada. Ya de día comprobó que los romanos se habían refugiado en una colina muy defendida y no intentó expulsarlos de ella. Marchó por la Apulia Daunia y por los abruzos, y descendió inesperadamente hasta Reggio, de manera que casi se apodera de la ciudad. Hizo prisioneros a todos los que habían salido por los campos, de modo que a su llegada, cayeron en su poder la mayoría de los ciudadanos reginos.
Apiano Hist. rom. IX, 8, 1. Me parece muy propio que, precisamente en este punto, evidencie y proclame dignos de admiración el coraje y el pundonor de romanos y cartagineses en la guerra…
Apiano Hist. rom. IX, 9, 1-10. Pues lo mismo cabe afirmar de lo que ocurrió a Aníbal en efecto; atacar a los enemigos e intentar forzarlos a levantar un cerco mediante combates parciales, al fallar este intento dirigirse contra la propia Roma, y al fallar la tentativa por una peripecia fortuita, en la marcha de retirada, no sólo rechazar a los perseguidores, sino también tender una celada, por si se producía, como parecía lógico, algún movimiento de los que asediaban Capua, y, finalmente, no cejar en su intento, lanzarse a aniquilar al enemigo, sin limitarse únicamente a expulsar de su territorio a los reginos,¿ quién no lo aplaudiría, y admiraría al general que lo realizó? Aquí hay que pensar, sin embargo, que los romanos fueron superiores a los lacedemonios, ya que éstos, al primer aviso se esparcieron para ir a salvar Esparta, y Mantinea, al menos en lo que dependía de ellos, quedó desamparada. Pero los romanos salvaron su patria sin levantar el asedio; se mantuvieron firmes en sus intentos con coraje y tenacidad, y desde entonces atacaron Capua con más ánimo. Esto no lo digo tanto para alabar a romanos y cartagineses, cosa que he hecho ya con frecuencia, como para dirigirme a los gobernantes actuales de los dos pueblos y a los que, en ambos, dirigirán, en el futuro, los asuntos públicos. Es preciso que recuerden unas cosas, que consideren bien otras y se conviertan en émulos no de empresas absurdas y arriesgadas, sino todo lo contrario, de audacias razonables y de ingenios dignos de admiración. Las hazañas son siempre memorables tanto si constituyen un gran éxito como si no, a condición de haber tenido una finalidad noble y de haber sido proyectadas con tino y prudencia.
Apiano, Hist. rom. XI, 19. 1- ¿Quién no alabaría el saber militar, el coraje y el vigor de Aníbal en sus campañas, si considera el largo tiempo que duraron, si piensa en las batallas que libró, de menos a mayor envergadura, en los asedios que emprendió, en las ciudades que desertaron de uno y otro bando y reflexiona, además, sobre el alcance del conjunto de sus planes, sobre su gesta, en la que Aníbal guerreó ininterrumpidamente dieciséis años contra Roma en tierras de Italia, sin licenciar jamás las tropas de sus campamentos? Las retuvo, como un buen piloto, bajo su mando personal. Y unas multitudes tan enormes jamás se le sublevaron, ni se pelearon entre ellas, por más que echaba mano de hombres que no eran ni del mismo linaje ni de la misma nacionalidad. En efecto, militaban en su campo africanos, iberos, ligures, galos, fenicios, italianos griegos, gentes que nada tenían en común a excepción de su naturaleza humana, ni las leyes, ni las costumbres ni el idioma. A pesar de todo, la habilidad de Aníbal hacía que le obedecieran, a una sola orden, gentes tan enormemente distintas, que se sometieran a su juicio aunque las circunstancias fueran complicadas e inseguras, y ahora la fortuna soplara estupendamente a su favor, y en otra ocasión al revés. Desde este punto de vista es lógico que admiremos la eficiencia de este general en el arte militar. Sin temor a equivocarnos podemos decir que si hubiera empezado atacando las otras partes del mundo y hubiera acabado con Roma, no habría fallado en sus propósitos. Pero empezó dirigiéndose contra los que hubieran debido ser los últimos: inició y acabó sus gestas peleando contra los romanos.
COMENTARIO
Apiano plantea también el tema de ¿por qué Aníbal no asaltó Roma cuando la tenían en la mano y situado frente a ella? Los romanos reaccionaron ante el tremendo peligro que corría la República. Reaccionaron acudiendo de inmediato los generales que se hallaban cerca; la ciudad estaba revuelta ante tal situación; pero la presencia inmediata de fuerzas de defensa que se encontraban en ella, hizo dudar al propio Aníbal por la inseguridad que ello le podía plantear. Él estaba muy seguro de su superioridad y, ante una situación dudosa, prefirió seguir destrozando el territorio romano, saqueando, quemando y destruyendo campos y ciudades. No es que tuviera miedo tomar la ciudad, sino que la dejó para el final y así poner fin e las conquista definitiva de Italia. Pero no se pierda de vista que no las tenía todas consigo: en Hispania le estaba cegando la hierba bajo los pies Publio Cornelio Escipión que, a corto plazo sería quien acabaría con él. Y lo hizo, piénsese lo que se piense. Se alaba el valor del ejército cartaginés, considerando su fidelidad, ¿Y cómo no? Si no hacían lo que Aníbal pretendía, ¿qué futuro le quedaba? El hecho de que no se rebelaran ninguna vez contra él es por miedo. No tenían otra cosa que hacer, porque rebelarse suponía más un riesgo que una esperanza. La soberbia de Aníbal le perdió. Minusvaloró la valía de los enemigos. No atacó Roma. Postergó el asalto. Se creyó superior y pensó que al final caería en sus manos. Pero su ejército era muy inestable; no se renovaba; no se jubilaba. La ayuda de Cartago cada vez era más difícil.
Apiano, Hist. rom. XV, 1, 1-13. Como los cartagineses habían capturado las naves de transporte romanas y una enorme cantidad de aporvisionamiento, Escipión estaba dolido no sólo porque los romanos habían perdido esos aprovisionamientos, sino también porque el enemigo disponía de abundancia de lo necesario. Sin embargo, le pesaba aún más el hecho de que los cartagineses hubieran transgredido los juramentos y los pactos, y que de nuevo suscitaran otra guerra. Eligió inmediatamente como legados a Lucio Sergio, a Gayo Babio y a Lucio Fabio, y los mandó al encuentro de los cartagineses, a tratar de lo sucedido y a que pusieran en claro que el pueblo romano había ratificado los pactos. En efecto, Escipión acababa de recibir un comunicado en el que se le anunciaba lo dicho. Los legados se presentaron en Cartago. Primero acudieron al Senado, y luego fueron conducidos a la asamblea del pueblo; en ambas ocasiones hablaron con franqueza sobre las circunstancias de entonces. Empezaron recordándoles que los legados cartagineses que se presentaron en Túnez y que fueron recibidos por el consejo, no se limitaron a libar a los dioses y a besar la tierra en signo de adoración, que es lo que habitualmente hacen los demás hombres; aquellos se echaron humildemente al suelo y besaron los pies de los miembros del consejo; después se levantaron y se acusaron a sí mismos de haber roto los primeros pactos entre romanos y cartagineses. Afirmaron que eran muy conscientes de que merecían cualquier cosas que les hicieran los romanos, pero pedían, por la Fortuna, que es común a todos los hombres, que no les infirieran un daño irremediable: su propia mala voluntad sería en el futuro prueba de la nobleza de Roma. Los legados de Escipión continuaron diciendo que su general y los que habían asistido a aquella sesión de consejo quedaron asombrados: ¿En qué podrían creer los cartagineses que olvidaran sus palabras anteriores y se atrevieran a tener por nulos, pactos y juramentos? La cosa era bastante clara; se atreverían a comportarse de aquel modo porque creían en Aníbal y en las fuerzas que había llegado con él. Sin embargo, sus cálculos eran erróneos: todo el mundo sabía muy bien que en los dos último años Aníbal y sus tropas en Italia fueron expulsados de todas partes y se vieron reducidos a los territorios de Lacinio, donde, si bien no se vieron asediados en el sentido estricto del término, sí se vieron rodeados de un modo tal que a duras penas lograron salvarse y presentarse allí. Y aún en el caso de que hubieran comparecido victoriosos, lo lógico hubiera sido una expectativa ante un futuro incierto y no pensar sólo en la victoria: «También en la derrota -dijeron-, pues los romanos ya os hemos vencido en dos batallas consecutivas. si podéis otra vez -preguntaron los romanos-, ¿a qué dioses suplicaréis?¿Qué palabras usaréis para atraer sobre vuestras desgracias la misericordia de los vencedores? Lo lógico es que desechéis toda esperanza: ni los dioses ni los hombres os harán caso ante vuestra perversa impiedad».
Apiano, Hist. rom. XV, 2, 1-15. Tras pronunciar estas palabras, los legados romanos se retiraron de la curia. Algunos cartagineses, ciertamente, defendían que se respetaran los acuerdos, pero la mayoría de los políticos y de los que intervienen en aquel consejo, estaban descontentos de las condiciones estipuladas en los pactos. Habían tolerado a duras penas la franqueza de los romanos y, además, no se avenían en modo alguno, a perder las naves atracadas en el puerto y el aprovisionamiento que transportaban. Pero, por encima de todo, abrigaban no pequeñas, sino grandes esperanzas de vencer gracias a Aníbal y a sus hombres. la Asamblea decidió despachar a los legados sin respuesta, pero los líderes políticos, resueltos a encender de nuevo la guerra fuera como fuera, se reunieron y maquinaron el plan que sigue: dijeron que era preciso cuidar de la seguridad de los enviados romanos, para que llegaran incólumes a su propio campamento. Y prestaron al punto dos trirremes de escoltas, que enviaron al mando de Asdrúbal. Éste había recibido, además, la orden de disponer unos navíos no lejos del campamento romano. Cuando los de la escolta dejaron la nave romana, ésta debía ser atacada y hundida por los otros, para que los emisarios murieran. La flota cartaginesa estaba estacionada en la costa, muy cerca de Útica. Los líderes políticos, pues, dieron, pues, tales órdenes a Asdrúbal, y despacharon a los enviados romanos, no sin antes advertir a los cartagineses de las trirremes que cuando hubieran rebasado la desembocadura del río Macra, dejaran a los emisarios romanos en aquel punto: ya navegarían solos. Desde el lugar citado se avistaba ya el campamento romano. Cuando, según las órdenes recibidas, los de la escolta rebasaron la boca del río, saludaron a los romanos y pusieron rumbo a la ciudad. Lucio no sospechaba nada malo, pero creyó que la escolta los había abandonado por negligencia y se indignó. Mas así que navegaron solos, los cartagineses avanzaron súbitamente contra ellos con tres trirremes y atacaron la nave romana. No lograron abrir un boquete en ella, pues los esquivaban, ni pudieron saltar a su cubierta, pues la tripulación se defendía bravamente. Pero, al fin, se llegó al abordaje, y los cartagineses, que luchaban en círculo, herían a los marineros, muchos de los cuales murieron. La tripulación romana, al ver que sus compañeros que forrajeaban cerca del mar acudían a prestar socorro, corriendo desde el campamento a la playa, echó la nave a tierra, que perdió allí a la mayoría de sus marineros, pero los emisarios se salvaron por puro milagro.
Apiano, Hist. rom. XV, 3, 1-7. Tras estos secesos la guerra recomenzó, y de una manera más implacable y más feroz que antes. Para los romanos, convencidos de que habían sido traicionados, era cosa de amor propio vencer a los cartagineses; éstos, por su parte, consideraban lo que habían cometido y estaban dispuestos a todo para no caer bajo el enemigo. Siendo esta la disposición de ambos bandos, era evidente que la situación debería dirimirse por una batalla, la cual motivó que no sólo los habitantes de Italia y de África, sino también los de Iberia, Sicilia y Cerdeña quedaran pasmados y como en suspenso, a la expectativa del resultado. Por aquel entonces, Aníbal andaba escaso de caballería. Envió un mensaje a un númida llamado Tiqueo, pariente de Sífax, al menos según la opinión general. Aníbal solicitaba de él que los socorriera y que no dejara pasar la ocasión. Debía ser muy consciente de que, si los cartagineses salían victoriosos, él podría retener su imperio, pero, si eran los romanos los que triunfaban, peligraría incluso su vida: Masinissa era hombre ávido de gobierno. Tiqueo, convencido por aquellas reflexiones, se alió con Aníbal; aportaba un contingente de dos mil jinetes.
Apiano, Hist. rom. XV, 4, 1-12 Por su parte, Escipión aseguró totalmente su flota, dejó a Bebio como lugarteniente suyo, y se puso a recorrer personalmente las ciudades. Ya no aceptaba la sumisión de las que se le entregaban voluntariamente, sino que las saqueaba a todas por la violencia; no ocultaba a nadie el furor que le atizaba contra el enemigo, debido a la perfidia de los cartagineses. Además, enviaba con insistencia emisarios a Masinissa; le exponía el modo cómo los cartagineses habían violado las treguas, le pedía que reclutara un ejército lo más numeroso posible y que se le juntara así que pudiera. Ya señalé antes que Masinissa, cuando se concluyeron las treguas, marchó con sus tropas y tomó consigo, además, diez unidades entre caballería e infantería, procedentes de las legiones romanas. Escipión también le cedió unos legados para que, mediante la ayuda de Roma, no sólo volviera a instalarse en el imperio de su padre, sino que, además, se hiciera con el de Sífax, que es lo que realmente sucedió. Por aquellos mismo días llegaron a Roma unos enviados, que fondearon la nave junto a la empalizada que los romanos habían plantado en el mar. Bebio lo remitió inmediatamente a Escipión, pero, en cambio, retuvo a unos soldados cartagineses cuyo estado e ánimo era de gran abatimiento, pues creían que corrían el máximo peligro. Conocedores del delito cometido contra los emisarios romanos, tenían por seguro que los romanos se vengarían de ellos. Escipión supo por los recién llegados que el Senado y el pueblo de Roma habían ratificado sin reparos la tregua pactada con él por los cartagineses allí presentes, ordenó a Bebio que los tratara humanamente y que los mandara a su patria, hermosa y prudente decisión, por los menos en cuanto se me alcanza. Pensó que su patria estimaba en más la lealtad hacia unos enviados y reflexionó, en su fuero interno, no tanto sobre lo que merecían sufrir los cartagineses, como lo que debían hacer los romanos. Por eso ahogó su cólera y la amargura que le habían producido los hechos y procuró emular, según dice el refrán, las obras gloriosas de los padres. Así se impuso Escipión al espíritu de los habitantes de Cartago sin excepción, incluido el mismo Aníbal, pues con su entereza de carácter superó la locura de ellos.
Apiano, Hist. rom. XV, 5, 1-14. Los cartagineses contemplaban cómo sus ciudades eran devastadas, y enviaban mensajes a Aníbal pidiéndole que no perdiera tiempo, que se aproximara al enemigo y que dirimiera las diferencias en una batalla. Al oírlos, contentó a los allí presentes que dejaran esto y que se preocuparan de otras cosas: «el momento oportuno surgirá por sí mismo». Al cabo de unos días levantó su campo, situado en la región de Hadrumeto, avanzó y acampó junto a Zama, que es una ciudad que dista de Cartago cinco días de camino en dirección oeste. Desde allí envió tres espías, pues pretendía averiguar dónde había acampado Escipión y cómo había dispuesto el campamento. Pero estos hombres fueron capturados y conducidos ante el general romano. Escipión distó tanto de torturar a los prisioneros, lo cual es la costumbre de los otros generales, que hizo todo los contrario: puso a su servicio un oficial y le mandó que, sin engaño, les enseñara todo el campamento. Esto se llevó a cabo y, entonces, Escipión preguntó a aquellos hombres si el oficial encargado había puesto interés en mostrárselo todo. Ante su respuesta afirmativa, les dio un viático y una escolta, y los envió con el ruego de que explicaran con detalle a Aníbal cómo habían sido tratados. Tras el regreso de los espías, Aníbal se maravillo de la magnanimidad y de la audacia de Escipión, y no sé cómo entró en él la comezón y el afán de entablar tratos con aquel hombre. Decidido a esto, le mandó un heraldo a decirle que quería negociar con él el conjunto de la situación. Al oír al heraldo, Escipión asintió a lo que se le pedía y dijo que enviaría un hombre a Aníbal para indicarle el lugar y el tiempo para la entrevista. Tras escuchar tal respuesta, el heraldo cartaginés regresó, al punto, a su propio campamento. Al día siguiente llegó allí Masinissa con unos seis mil soldados de a pie y alrededor de cuatro mil jinetes. Escipión lo recibió muy cordialmente; estaba satisfecho de que hubiera sometido a los antiguos súbditos de Sífax. Levantó el campo y llego a las proximidades de la ciudad de Márgaro, donde acampó. Escogió un lugar, entre otras cosas, porque era estratégico y tenía agua a la distancia de un tiro de jabalina.
ZAMA: Finaliza la segunda guerra púnica.
Apiano, Hist. rom. XV, 6, 1-8. Desde allí envió un emisario al general cartaginés, para notificarle que estaba dispuesto a entablar conversaciones con él. Al saberlo, Aníbal levantó el campo y se aproximó a los romanos; plantó sus reales a no más de treinta estadios de ellos, en una loma que, atendidas las circunstancias, parecía ser adecuada. Sin embargo, tenía el agua algo más lejos; por lo que hace a ella, aquí los cartagineses sufrieron duras penalidades. Un día después, los dos generales salieron de sus campamentos, con la escolta de unos pocos jinetes. Se separaron, incluso de éstos y ellos se llegaron al centro, acompañados sólo de sus interpretes. Se saludaron, y Aníbal, el primero, empezó a decir:»Yo hubiera querido que ni los romanos hubieran codiciado algo fuera de Italia, ni los cartagineses, nada fuera de África. Para estas potencias son estos los más hermosos dominios, delimitados, por decirlo así, por la naturaleza. Pero empezamos por disputarnos Sicilia y nos hicimos la guerra, luego vino la de Iberia y, al final, como si la fortuna nos hubiera quitado el juicio, hemos llegado al punto de que, a vosotros, tiempo atrás, os peligró la propia patria; la de éstos peligra ahora. Pero todavía podemos hacer algo, si lo logramos: roguemos a los dioses y resolvamos la enemistad presente. Yo estoy dispuesto a ello, pues sé, por experiencia tomada de los mismos hechos, cuán voluble es la fortuna: con un leve impulso produce un vaivén enorme, como si jugara con niños de pecho.
Apiano, Hist. rom. XV, 7, 1-8. «Mucho me preocupa, oh Escipión -prosiguió- que tú, por tu juventud, porque todo te ha salido a pedir de boca, tanto en Iberia como en África, y porque nunca, al menos hasta hoy, la fortuna te ha forzado a retroceder, ahora desatiendas mis palabras, que, con todo, son muy creíbles. Considera las cosas a la luz de un sólo ejemplo, ejemplo no tomado de tiempos remotos, sino de nuestra propia época. Sí: yo soy aquel famoso Anibal que después de la batalla de Cannas me adueñé de casi toda Italia. Poco tiempo después llegué a las mismas puertas de Roma, acampé a cuarenta estadios de la ciudad y ya deliberaba qué debería hacer de vosotros y del suelo de vuestra patria. En cambio, ahora estoy aquí, en África, contigo, que eres romano para tratar de mi salvación y de la de los cartagineses. Te exhorto a que consideres esto y no te ensoberbezcas: reflexiona humanamente sobre las circunstancia actuales, Lo cual equivale a elegir de los bienes, al máximo, y de los males, al contrario, el mínimo. Si es sensato, ¿quién elegiría lanzarse a un peligro como el que ahora se cierne sobre tí? Si triunfas, no añadirás ni a tu gloria pesonal ni a la de tu patria; si eres derrotado, borrarás de golpe, por culpa tuya todas tus grandes gestas de antes. ¿Hacia qué apunta todo mi discurso? que queden sometidos a Roma todos los territorios por los que peleamos, es decir, Sicilia, Cerdeña e Iberia; que sean también dominio de Roma las islas que hay ente Italia y África. Estoy seguro de que un pacto en estas condiciones será la garantía de futuro más segura para los cartagineses, y para tí y para los romanos constituirá la máxima gloria».
Apiano, Hist. rom. XV. 8,1- Estas fueron las palabras de Aníbal, y tal fue la réplica de Escipión: «Resulta claro y notorio que no fueron los romanos, sino los cartagineses los culpables de la guerra de Sicilia y de la de Iberia. Y el que mejor lo sabe eres tú mismo, Aníbal, aunque también dieron fe de ello los dioses que concedieron la victoria no a los agresores injustos, sino a los que los repelían. Conozco no menos que cualquiera los vuelcos de la fortuna y, en cuanto depende de mí, tomo en consideración la incertidumbre de las cosas humanas. Si no te hubieras retirado de Italia y hubieras propuesto esta solución antes de que los romanos pasáramos a África, creo que tu esperanza no se hubiera visto defraudada. Pero tú te retiraste de Italia muy a tu pesar; nosotros hemos cruzado el mar hasta África y nos hemos adueñado del campo abierto; es evidente que la situación ha experimentado un cambio profundo. Y lo principal: ¿ Para qué hemos venido? Derrotados tus conciudadanos, a petición suya suscribimos unos pactos grabados, en los que, además de lo que tú has mencionado, constaba que los cartagineses nos restituirían los prisioneros romanos sin rescate alguno, que nos cederían las naves ponteadas, que nos abonarían quince mil talentos y que nos darían rehenes en fianza de todo esto. Así fueron las condiciones bajo las que pactamos, de común acuerdo. Y ambos bando enviaron emisarios a la asamblea y al senado de Roma: nosotros para confirmar la ratificación de ese pacto, y vosotros para rogar que fuera aceptado en los términos establecidos. El senado se mostró conforme y la asamblea popular lo corroboró. Pero, una vez tuvieron lo que pedían, los cartagineses lo despreciaron y nos hicieron traición. ¿Qué solución nos queda? Ponte en mi situación y dilo tú. ¿Vamos a suprimir las condiciones más onerosas de entre las estipuladas? Esto sería premiar a tus conciudadanos por su perfidia y enseñarles a continuar traicionando a sus bienhechores. ¿O bien debemos esperar que si alcanzan lo que pretenden nos demostrarán su gratitud? ¡Pero si tras pedir y lograr lo que nos rogaban, así que depositaron en tí una mínima esperanza, ya nos han tratado como rivales y adversarios! Si ahora añadiéramos alguna condición aún más onerosa, podríamos proponerla a la asamblea de Roma para su aprobación; si suprimiéramos algo de lo estipulado, no tendría ningún sentido comunicar esta entrevista a Roma. ¿Cómo debo concluir mis palabras? O bien poner vuestra patria y nuestras personas a nuestra disposición, o vencednos en la batalla».
Apiano, Hist. rom. XV, 9, 1-10. Tras este diálogo, Aníbal y Escipión se separaron; habían convertido la concordia en inviable. Así que alboreó al día siguiente, ambos generales hicieron salir a sus ejércitos de los respectivos campamentos y se trabó la batalla. Los cartagineses luchaban por su salvación y por el dominio de Árfrica; los romanos, para hacerse con el imperio universal[….] No se podrían encontrar tropas más belicosas, no generales que hubieran tenido más éxitos y que, por consiguiente, se hubieran adriestado mejor en el arte de la guerra; tampoco se hallarían trofeos mayores propuestos por la fortuna […]. Escipión dispuso sus tropas de la manera siguiente: al frente colocó los hastati, separados sus manípulos por intervalos regulares. Detrás de éstos seguían los principes, pero Escipión no dispuso sus manípulos en el orden habitual entre los romanos, es decir, de cara a los espacios libres que dejan los manípulos de los hastati, sino en columna detrás de éstos, pero a cierta distancia; los situó así porque el enemigo disponía de gran número de elefantes. Cerraban la formación los triarii. Confió el mando del ala izquierda a Gayo Lelio, que acaudillaba la cabellería romana, y el del ala derecha, a Masinissa, con todos los númidas que estaban a sus órdenes. en los espacios que dejaban libres los manípulos de primera línea, colocó secciones de velites. Precisamente a éstos, les mando iniciar el combate. Si la embestida de los elefantes los obligaba a retroceder, los hombres que pudieran correr debían enfilar directamente los espacios libres que quedaban entre los manípulos, hasta situarse detrás de toda la formación: los que se vieran acorralados por las fieras, dedían dirigirse a los espacios libres laterales que quedaban entre los estandartes.
Apiano, Hist. rom. XV, 10, 1-7. Dispuesta ya su formación, recorrió sus tropas y las arengó brevemente, pero con palabras adecuadas a aquellas circunstancias. Les rogaba que «recordaran las batallas pretéritas, que fueran hombres valientes, a la altura de sí mismos y de la patria. Debían poner ante sus ojos que si derrotaban al enemigo, no sólo se convertirían en dueños inamovibles de África, sino que se asegurarían para sí y para su país, la hegemonía, el dominio indisputado de todo el resto del universo. Ahora bien, si la batalla tenía otro desenlace, los que cayeran valientemente en ella dispondrían del sudario más hermoso, la muerte por la patria; los supervivientes, en cambio, vivirían ya de por vida de la manera más vergonzosa y miserable. En África no hay lugar capaz de ofrecer seguridad a los figitivos: caerían en manos de los cartagineses, y entonces, si lo piensan bien, es muy claro lo que les va a pasar, cosa -añadió- que no quisiera que experimantarais. Ahora que la fortuna nos ha propuesto los máximos trofeos para la vida y para la muerte, ¿podríamos convertirnos en los más innobles y, digámoslo de una vez, en los más necios de los hombres, al dejar, por amor a la vida, los máximos bienes y preferir los máximos daños? Por ello , os ruego que os propongáis dos cosas, o vencer o morir. y que avancéis con las filas apretadas contra el enemigo. Los hombres animados por este espíritu, que acuden a la batalla con menosprecio de su vida, vencerán siempre, sin la menor duda, a sus oponentes». Y esta fue la exhortación de Escipión a los suyos.
Apiano, Hist. rom. XV, 11, 1-13. Aníbal colocó a sus elefantes, que eran más de ochenta, delante de todo su ejército, a continuación, a los mercenarios, unos doce mil en números redondos. Estos mercenarios eran ligures, galos baleares y marusios. Detrás de éstos situó a los nativos cartagineses, y africanos; cerraban la formación los italiotas que había llevado consigo, separados más de un estadio de los delanteros. Con su caballería aseguró las alas. emplazó a la izquierda a los aliados númidas, y a la derecha, la caballería cartaginesa. Ordenó a los jefes que cada uno arengara a sus propios soldados: debían depositar en él sus esperanzas de victoria, y también en el ejército que se había traído de Italia. En cuanto a los cartagineses, intimó a sus oficiales que les enumeraran lo que iba a ocurrir a sus mujeres e hijos, que se lo pusieran a la vista, si la batalla no tenía el desenlace que ellos querían. Y todos cumplieron lo mandado. Él, por su parte, iba recorriendo las filas de los que habían llegado con él, y les pedía insistentemente, los apremiaba para que recordaran la camaradería que los ligaba desde hacía diecisiete años. No debían olvidar tampoco el gran número de choques, ya pretéritos, contra los romanos, que tenían en su haber. En ellos jamás había sido derrotados: la esperanza de vencer a los romanos, dijo, no los abandonó jamás, ante todo, los conminó a que, dejando aparte batallas parciales e innumerables victorias, colocaran ante sus ojos la batalla librada junto al río Trebia contra el padre del que actualmente mandaba a los romanos; igualmente, la batalla dada en Etruria contra Flaminio y, todavía, la de Cannas contra Emilio. Pero ninguna de las tres podía compararse con la actual ni por el número de hombres ni por el coraje de los combatientes. Y mientras decía esto los hacia mirar fijamente la formación de los enemigos: no es que fueran menos, es que eran una mínima fracción del número de hombres que antes los habían combatido. Y en cuanto al valor, no había punto de comparación, porque los romanos de las batallas citadas habían luchado contra ellos con su vigor íntegro y sin conocer derrotas anteriores; éstos de ahora son descendientes de aquellos, las sobras de los derrotados en Italia, que habían huido de ellos muchas veces. Estimaba, pues, preciso que no destruyeran ni su fama ni su gloria, ni tampoco las de su general. Debían luchar denodadamente para reformar la fama, extendida ya por todas partes, de que eran invencibles. Y en esto consistieron las arengas de los dos generales.
COMENTARIO
La preparación del combate definitivo entre romanos y cartagineses es precedido de discursos y arengas a los soldados de ambos bandos. Cada uno cuenta lo que le interesa, pero las circunstancias diferentes. La suerte está echada y a ver quien se lleva el triunfo. Aquí se decide la romanización de Occidente o la cultura y formas de vida de Oriente: se hablaría latín o fenicio, costumbres orientales u occidentales, leyes de uno u otro sentido. Alea iacta est.
Apiano, Hist. rom. XV,12, 1-9. Cuando en ambos bandos estuvo todo dispuesto para la batalla, hacía ya un buen rato que las caballerías númidas se habían enzarzado en escaramuzas; entonces Aníbal ordenó a los guías de los elefantes que atacaran al enemigo. El toque de trompetas y de cornetas resonó por todas partes y esto hizo que algunos elefantes se asustaran y arremetieran hacia atrás contra los númidas del bando cartaginés; esto, junto con el ataque de Masinissa, hizo que pronto el ala izquierda de Aníbal desapareciera. Pero las bestias restantes se abalanzaron contra los velites romanos en el terreno que mediaba entre ambas formaciones. Aunque sufrieron muchas heridas, causaron grandes estragos en las filas adversarias. Mas al fin también se desbocaron: unos se internaron entre las filas romanas, por los huecos que la previsión de Escipión había abierto; no dañaron en nada a los de Roma. Los otros huyeron hacia la derecha, donde la caballería romana, que estaba a la expectativa, los recibió a tiros de jabalina; estos elefantes se escaparon a campo abierto. Lelio observó la confusión causada por las bestias, atacó y obligó a huir desordenadamente a la caballería cartaginesa. Se lanzó bravamente a perseguirla y Masinissa hizo otro tanto. Al tiempo que ocurría esto, las falanges romanas y cartaginesas, que avanzaban al paso, pero vigorosamente, se dirigían una contra otra, a excepción de los hombres que acompañaban a Aníbal desde Italia; éstos permanecían en el lugar que les asignó al principio. Cuando ya estaban a punto de establecer contacto, los romanos gritaron el «alalá», y golpearon los escudos con sus espadas, según la costumbre ancestral. Y arremetieron contra el enemigo. Los mercenarios de los cartagineses alzaron un vocerío mezclado y confuso, ya que, según el poeta, no ea igual ni su voz ni su son… la voz no era una sola/llamados de muchas partes, cada cual tenía su lengua como indiqué algo más arriba.
Apiano, Hist. rom. XV, 13, 1- Por fin vinieron a las manos y se luchaba cuerpo a cuerpo; los combatientes no usaban ni espada ni lanzas. Al principio los mercenarios cartagineses llevaban la mejor parte, por su agilidad y por su audacia, hirieron a muchos romanos. Los de Roma, sin embargo, fiados en su armamento y en su formación, superior, continuaban su progresión; los seguían y animaban los hombres que tenían detrás; en cambio, los cartagineses no se acercaban a sus mercenarios ni los apoyaban, antes bien, se acobardaron en su ánimo. Al final, los bárbaros cedieron y, convencidos de que los suyos los habían abandonado claramente, arremetieron contra los que tenían a sus espaldas y los mataron. Esto fue ocasión de que muchos cartagineses murieran heroicamente , pues atacados por los mercenarios, debieron luchar contra su voluntad, con los romanos y con sus propios camaradas. Se batieron como posesos, de una manera extraordinaria; mataron a muchos romanos y a muchos compañeros suyos En esta pugna embistieron desordenadamente la formación de los hastati. Los oficiales de los principes, al ver lo que ocurría, atacaron con sus manípulos. Y allí sucumbieron los mercenarios y la mayor parte de los cartagineses, unos a manos de los hastati, y otros en la lucha intestina. Aníbal no permitió que los que se salvaron y huyeron se mezclaran con su contingente; ordenó a los hombres de las lineas exteriores que, lanza en ristre, rechazaran a los que les venían. Éstos se vieron forzados a retirarse por las alas hacia el campo abierto que tenían a ambos lados.
Apiano, Hist. rom. XV, 14, 1-9 El espacio intermedio entre los dos ejércitos estaba lleno de sangre y de cadáveres, de manera que el general romano se veía harto obstaculizado por aquel principio de victoria. En efecto: se le hacía muy difícil atravesar el allano sin romper sus filas. Había una cantidad enorme de muertos resbaladizos, cubiertos de sangre coagulada y esparcidos a montones; en el suelo había también armas por todas partes. Escipión colocó a sus heridos al final de su formación, llamó a toque de corneta a los hastati que efectuaban todavía la persecución y los colocó en primera línea, opuestos al centro enemigo. Apiñó a sus principes y a sus triarii en ambas alas y ordenó el avance a través de aquella mortandad. Cuando estas tropas hubieron rebasado los obstáculos y se alinearon con los hastati, ambas falanges entraron en combate con el máximo ardor y energía. Muy parecidas en número, en valor y en ideales, la lucha fue largo tiempo indecisa: llevados por su pundonor, los hombres caían en sus puestos. Pero Lelio y Masinissa dejaron de acosar a la caballería cartaginesa, se revolvieron y, como guiados por un dios,se juntaron con los suyos en el momento preciso. Cargaron por la espalda contra el ejército de Aníbal, la mayoría de cuyos hombres pereció en la formación. De los que se lanzaron a la fuga consiguieron huir muy pocos, ya que la caballería romana los tenía a su alcance y el lugar era muy llano. En esta batalla murieron unos quinientos romanos; los muertos cartagineses fueron más de veinte mil, y casi otros veinte mil cayeron prisioneros.
Apiano, Hist. rom. XV, 15, 1- 8 Tal fue el desenlace de la última pugna entre ambos generales, la cual adjudico el universo a los romanos. Después de la lucha, Escipión persiguió todavía algún tiempo al enemigo, pero después saqueó el campamento cartaginés y se replegó al suyo propio.
Aníbal, con un reducido número de jinetes que le acompañó, se retiró en una marcha ininterrumpida hasta Hadrumeto, donde se puso a salvo. Durante la batalla había hecho todo lo posible, todo lo que debía hacer un buen general, poseedor de una larga experiencia. Primero recurrió a las negociaciones e intentó solventar por ellas la situación de entonces. Esto es propio de un hombre que, aún teniendo en cuenta sus triunfos anteriores, desconfía de la fortuna y conoce el componente de irracionalidad que entre en las batallas. Luego, forzado a aceptar la pelea, dispuso sus medios de tal manera que hubiera sido imposible presentar batalla a los romanos de una manera superior a como la planteó Aníbal, no olvidando el equipo militar usado por los cartagineses. El dispositivo romano, constante durante la batalla, es de ruptura difícil: posibilita, sin sufrir modificación, tanto a cada hombre como al conjunto, hacer frente en cualquier dirección, al enemigo que aparece: basta con que los manípulos más próximos al punto de peligro efectúan un movimiento de rotación. También las armas dan a los soldados romanos seguridad y audacia, e igualmente, las dimensiones del escudo y la resistencia de las espadas a los golpes. Todo lo reseñado hace de los romanos adversarios difíciles, que no acostumbran a ceder la victoria al enemigo.
Apiano, Hist. rom. XV, 18, 1-8. En resumen, las condiciones exigidas fueron las siguientes: «Que en África los cartagineses retengan las ciudades que poseían antes de declarar esta última guerra a los romanos, que conserven el país que anteriormente tenían, y los rebaños, y los esclavos, y el resto de sus posesiones. Desde este día no se les inferirá daño alguno y podrán regirse por sus leyes y costumbres. No se les impondrá ninguna guarnición romana». Estas fueron las condiciones favorables; las contrarias, las siguientes: «Los cartagineses repondrán a los romanos el valor de los daños que les han inferido en tiempos de tregua. Les devolverán los prisioneros y los desertores de todo este tiempo. Les entregarán todas sus naves largas, a excepción de diez trirremes. Lo mismo vale para los elefantes. No podrán declarar la guerra sin la licencia de roma a ningún país que no sea africano. Entregarán a Masinissa edificios, territorios y ciudades, o cualquier otra cosa que le hubiera pertenecido, a él o a sus antepasados, dentro de unos límites todavía por determinar. Irán suministrando a las fuerzas romanas trigo para tres meses y les abonarán los haberes de tres meses, hasta que llegue de Roma la decisión definitiva acerca del pacto. Dentro de un plazo de cincuenta años, los cartagineses abonarán diez mil talentos, de modo que paguen anualmente doscientos talentos de Eubea. entregarán en fianza cien rehenes, los que prescriba el general romano, mayores de catorce años y menores de treinta».
Apiano, Hist. rom. XV, 19, 1-8 Esta fue la respuesta de Escipión a los legados cartagineses; éstos, enterados, se fueron a toda prisa a exponerlo a los de su ciudad. De esta ocasión se cuenta que un miembro del consejo se disponía a hablar contra estas condiciones de paz. Así que empezó, se levantó Aníbal y echó al hombre de la tribuna. Los demás miembros se indignaron de que hubiera hecho esto, que no se avenía al uso; Aníbal se volvió a levantar y afirmó que había cometido la falta por ignorancia, y que debía personársele si hacía algo adverso a las costumbres:sabían, en efecto, que había abandonado el suelo patrio a los nueve años y que volvía a él cuando contaba más de cuarenta y cinco. Por eso pedía que no miraran si había infringido en algo las costumbres, sino más bien si verdaderamente padecía con los dolores de la patria, ya que precisamente por ello había incurrido en aquella imprudencia. Le parecía muy extraño y totalmente fuera de lugar que un cartaginés, consciente con lo que se había concluido con Roma a nivel de individuo y a nivel e nación, no adorara la fortuna, ya que, tras la derrota, obtienen semejantes condiciones unos hombres a los que,, si unos días antes se le hubiera preguntado qué creían que sufriría su patria tras una victoria romana, habrían sido incapaces de responder, ante la magnitud y la envergadura de los daños previsibles. Por eso exigía que el tema no fuera discutido: se debían aprobar las condiciones por unanimidad, hacer sacrificios a los dioses y rogar a todos que el pueblo romano ratificara el tratado de paz. La prudencia de Aníbal era patente y su consejo, adecuado a las circunstancias, por lo que se acordó pactar bajo las condiciones indicadas. El senado cartaginés remitió en seguida sus emisarios para que indicaran a los romanos la aceptación de su condiciones.
COMENTARIO
La derrota de Aníbal en el norte de África constituye, sin paliativos, el fallo de la estrategia de este general. Si se tienen e cuanta que tuvo que venirse de Italia para combatir en su propia tierra contra los romanos, está claro que la inseguridad latía subrepticiamente en sus esquemas estratégicos se encontraban tocados de fondo. Desde el punto de vista de sus mandos, no le ofrecían seguridad, desconfiaba de su eficacia, no tenía un ejército tan homogéneo como los romanos, sus tropas, al no ser étnicamente paritarias, como sí lo eran las romanas en general, no son fáciles de convencer, ni por número y por estrategia. Lo ha demostrado cuando se enfrentan con un ejército en igualdad de condiciones. El estado anímico de los soldados de Aníbal no es el de los romanos: sus diferentes idiomas son un obstáculo para entender las arengas que reciben por parte de su jefe. Considero que aquí, Aníbal, falló estrepitosamente con su plan bélico: no planificó la colocación de los soldados y fuerzas auxiliares en el lugar debido. En Italia, siempre prefirió en enfrentamiento a cara descubierta y en lugares llanos, pero no tuvo delante una inteligencia militar como la de Escipión, quien supo preparar la estrategia de una forma logística y, sobre todo, emocional. Sus soldados recibieron una información inequívoca: el todo o la nada. Y respondió adecuadamente. Sin embargo, el ejército cartaginés, muy heterogéneo (en lenguas, caracteres, armamento y previsión de futuro), no tenía el arma para afrontar el combate decisivo: o vencer, o morir. y no cejó en ello. De ahí el desastre militar que acabamos de de exponer. En conclusión, ni Cartago, ni su general, a partir de este momento, no levantarían cabeza en adelante. Y sólo falta citar las palabras de Catón en el Senado de Roma: «Cetervm censeo Carthaginem esse delendam», expresión que pronunció en alguna ocasión más, sobre todo cuando regresó a Roma tras una visita a esa ciudad africana.
Período -237 a -218.
Dión Cassio, 12 Frag. 48. Para reforzarse enviaron una embajada, aunque nunca se había interesado en nada por las cosas de España; Amílcar los acogió amistosamente y con amigables palabras, diciéndoles que entre otras cosas se había visto obligados a llevar la guerra a España para poder acabar de pagar las deudas que los cartagineses tenían con los romanos, ya que por ningún otro procedimiento podía librarse de ellas; a lo que los romanos no encontraron nada que objetar.
Dión Cassio, frag. 57, 42. Envió a sus casas sin rescate todos los rehenes. Y con este hecho se ganó la adhesión de muchos pueblos y reyezuelos, entre ellos, los ilérgetes Indíbil y Mandonio. A los celtiberos se los atrajo del modo siguiente: había entre los prisioneros una doncella de espléndida belleza, de la cual se sospechó que él estaba enamorado; pero enterándose de que estaba prometida con un cierto Alucio muy poderoso entre los celtiberos, dejó espontáneamente a éste en libertad y le entregó la joven con los presentes que los familiares de ella le habían enviado para rescatarla. Y con este hecho, se granjeó a la amistad de todos
Dión Cassio, frag. 57, 48. Escipión era habilísimo como general, mesurado en el trato, temible para sus enemigos, amable con sus subordinados…Por la rapidez de su victoria y por la retirada de Asdrúbal al interior y, sobretodo, porque adivinó, sea por inspiración divina, sea por azar, que había de acampar en el campo de los enemigos, lo que así sucedió. Todos lo veneraban como un ser superior, y los iberos le dieron el nombre de gran rey.
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit. 44, 5, 1. A continuación los primitivos cartagineses ocuparon el mando de la provincia de Hispania, una vez,
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit, 44, 5, 2. acabados los antiguos reinos. Pues, como quiera que los antiguos gaditanos, cuyo origen es común a los cartagineses, trajeran a Hispania los rituales sagrados de Hércules desde Tiro, por motivos de seguridad y fundaran allí una ciudad, viendo con malos ojos los pueblos limítrofes de Hispania el apogeo de una nueva ciudad, además los cartagineses enviaron ayuda a sus consanguíneos que agobiaban con guerra a los gaditanos.
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit, 44,5,3. Allí, con una expedición afortunada, vengaron a los gaditanos del ultraje, y con mayor ultraje, aún sometieron a su mando a parte de la provincia
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit, 44,5,4. Depués, mediante el impulso de los auspicios de la primera expedición, enviaron a Amílcar como jefe con una gran cantidad de tropa para ocupar la provincia, quien, realizadas grandes hazañas, mientras probaba la fortuna, sin esperárselo, muere tras caer en una emboscada.
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit, 44,5,5. Asdrúbal, su yerno, ocupa su lugar, quien también es asesinado por el esclavo de un cierto hispano que venga la muerte injusta de su amo.
Pompeyo Trogo, Hist. Phil. Epit, 44, 5,6. Y el general Aníbal, superior a ambos, hijo de Amílcar le sucedió, puesto que, superando las hazañas de ambos, sometió a toda Hispania.
Período -237 a -218
Diodoro, 25, 8-9. …Y posteriormente, después que cesó la guerra en Libia (Amílcar Barca), habiendo congregado en torno a sí un grupo de hombres de la peor clase, reunió el botín aportado por éstos y el procedente de la guerra, y viendo además que su poder se acrecentaba, se dedicó a la búsqueda del favor popular y a adular a la masa, e indujo así al pueblo a entregarle el mando de toda la Iberia por un tiempo indefinido. Los celtas, siendo muchas veces más numerosos y de espíritu soberbio, combatían con el arrojo y el vigor propios del que siente desprecio, mientras los hombres de Barca trataban de compensar su inferioridad numérica con su valor y experiencia. Así quedó manifiesto a todos que ellos habían tomado una sensata determinación, y la fortuna decidió sus empresas contra toda esperanza e hizo prosperar de modo inverosímil lo que parecía imposible y arriesgado en extremo.
Diodoro, 25, 10, 1-4. Amílcar, después que tuvo el mando del ejército en Cartago, pronto acrecentó su nación y la hizo llegar hasta las columnas de Hércules, Gadira y el océano. Así, la ciudad de Gadira es una colonia fenicia, se halla en los confines del orbe habitado, en medio del mismo océano y tiene un puerto. Mas, habiendo hecho la guerra contra los iberos y tartesios, junto con Istolacio, caudillo de los celtas y un hermano de éste, los destrozó a todos, entre ellos también a los dos hermanos a la que vez que a otros caudillos de los más destacados; y habiendo cogido vivos a tres mil prisioneros, los enroló en su propio ejército. A su vez, Indortes, después de reunir un contingente de cincuenta mil hombres, puesto en fuga antes del combate, escapó hacia la colina y, sitiado por Amílcar, habiendo huido de nuevo durante la noche, fueron destrozadas la mayor parte de sus fuerzas, y el mismo Indortes capturado vivo. Amílcar, después de dejarlo ciego y darle tormento, lo hizo crucificar; mas, a los restantes prisioneros, que eran más de diez mil, los dejó libres. Y se atrajo a muchas ciudades mediante persuasión, a otras,, por medio de las armas. Asdrúbal, yerno de Amílcar, enviado a Cartago por su suegro con objeto de que participara en la guerra de los nómadas sublevados contra los cartagineses, aniquiló a ocho mil de ellos, capturó vivos a dos mil y los demás fueron obligados a pagar tributo y esclavizados. Amílcar, habiendo sometido a muchas ciudades en toda la Iberia, fundó una gran ciudad, a la que, por su emplazamiento, llamó Acra Leuca. Amílcar, que se había establecido junto a la ciudad de Hélice poniéndole sitio, permaneció allí con el resto de sus efectivos, tras enviar la mayor parte de su ejército y los elefantes, a los cuarteles de Acra Leuca, la ciudad por él fundada. He aquí que el rey de los orisos, que había llegado al mismo tiempo en ayuda de los sitiados, tras haber realizado un fingido pacto de amistad y alianza bélica, puso en fuga a Amílcar; pero éste, en su huida, procuró la salvación de sus hijos y amigos, desviándose por otro camino; y así, perseguido por el rey, se arrojó con su caballo a un caudaloso río, y bajo su montura, pereció a causa de la corriente; sin embargo, el grupo en el que iban sus hijos Aníbal y Asdrúbal fue conducido salvo hasta Acra Leuca.
Diodoro, 25,12. Después que Asdrúbal el yerno de Amílcar, conoció la desgracia de su suegro, levantó a toda prisa el campamento y marchó hacia Acra Leuca, llevando consigo más de cien bestias. Después de ser proclamado general por la tropa y los cartagineses, reunió un contingente de cincuenta mil infantes experimentados, seis mil jinetes y doscientos elefantes. Después de atacar en primer lugar el rey de los orisos, degolló a todos los causantes de la huida de Amílcar. Se apoderó también de sus ciudades, que eran doce, y de todas las ciudades de Iberia. Tomó por esposa a una hija de un reyezuelo ibero y fue proclamado por todos los iberos general con plenos poderes. Por ello fundó una ciudad junto al mar a la que llamó Nueva Cartago, y después, otras más, porque quería sobrepasar el poderío e Amílcar. Y alistó un ejército de sesenta mil hombres, ocho mil jinetes y doscientos elefantes. Víctima de la traición de un criado, pereció degollado después de haber sido general durante nueve años.
Diodoro, 25, 15. Tras la muerte de Asdrúbal el cartaginés, hallándose sin jefe alguno (los cartagineses), eligieron general por votación al hijo mayor de Amílcar, Aníbal. Estando sitiada por Aníbal la ciudad de los saguntinos, reunieron sus objetos sagrados, el oro y la plata que tenían en sus casas, los aderezos, pendientes de sus mujeres y las monedas de plata, y después de fundir cobre y plomo, los mezclaron con todo, y tras hacer así inservible el oro, salieron al exterior, lucharon heroicamente y fueron todos aniquilados, si bien ellos dieron muerte a otros muchos. Y las mujeres, después de matar a sus hijos, se ahorcaron. De este modo (Aníbal) se apoderó de la ciudad sin que le reportara ningún beneficio. Los romanos pidieron la entrega de Áníbal para juzgarle por las infracciones cometidas contra la leyes y, al no conseguirlo, entablaron la guerra llamada Anibálica.
Diodoro, 25, 19. Aníbal, según cuenta Diodoro y Dión a la vez que Dionisio de Halicarnaso, era general de los sículos e hijo de Amílcar. Este Amílcar llegó a conquistar toda la Iberia, mas fue muerto por traidor ataque de los iberos. Así, en tal ocasión, ordenó que todo su ejército se diese a la fuga y que huyesen junto con los otros sus hijos, a los cuales, en tanto se le abrasaban y mostraban su deseo de compartir su muerte, hubo de apartar de sí con el látigo: Aníbal era de quince años y Asdrúbal de doce; alzó de su cabeza la cimera y el yelmo, y por los iberos fue reconocido. Cuantos iberos eran se lanzaron contra él y así los fugitivos hallando seguridad, se pusieron a salvo. Mas cuando vio a su ejército libre de peligros, dio la vuelta hacia atrás, y desde entonces puso empeño en no ser vencido por los iberos, y, mientras los iberos lo hostigaba ardorosamente a todo su alrededor, él, que conducía su caballo con desmedida violencia, vino a precipitarse en las aguas turbulentas del río Iber, y fue alcanzado por un disparo de jabalina; pero, ahogado, ni siquiera su cadáver pudieron encontrar los iberos; tal era su deseo, y así fue arrastrado por la corriente. El hijo de tal héroe, Aníbal, servía bajo las órdenes de su yerno (Amílcar) y junto a él paso a saco a toda Iberia, en venganza por la muerte de su padre. Cuando en el transcurso de este tiempo los ausonios romanos, después de sufrir múltiples derrotas, vencieron a los sículos y les impusieron lo más dura condición para ellos, que jamás ninguno llevase espada. Aníbal, ya en edad de veinticinco años, sin contar con el Senado ni con los que ostentaban la autoridad, tomó consigo a los jóvenes más ardorosos y arriesgados, como unos cien y aún más, vivía devastando la Iberia, y sin cesar aumentaba aún su juvenil ejército…
Período -237 a 218.
Frontino, 2,4,17. Los hispanos en la lucha contra Amílcar dispusieron delante de sus tropas bueyes atados a carros llenos de teas, sebo y azufre; a la señal de batalla, los incendiaron y, lanzando los bueyes contra el enemigo, desbarataron y rompieron su formación.
Frontino 2,7,7. Cuando Aníbal se dirigía hacia Italia, tres mil carpetanos lo abandonaron; entonces él, para que los demás no vacilasen, declaró que los había hecho partir, y para añadir fe a sus palabras, envió a sus casas algunas tropas de poco valor.
Frontino 2,11,5. A Escipión el Africano en Hispania, entre las cautivas le fue presentada una muchacha núbil cuya singular belleza atraía los ojos de todos; la trató con los mayores cuidados y la restituyó a su prometido, de nombre Alicio; y encima, el oro que sus padres habían entragado para su rescate, lo dio como presente de bodas al esposo; vencido el pueblo con esta repetida magnificencia, se acogió al imperio del pueblo romano.
Frontino 3,10,4. (Abíbal) atrajo fuera a los saguntinos acercándose a sus muros con pocas fuerzas y simulando una retirada a la primera salida de los sitiados; interponiéndose entonces el ejército entre éstos y la ciudad, los envolvió y los aniquiló.
Frontino. 2,3,1. Gneo Escipión en Hispania en su batalla contra Hannón, junto a la ciudad de Indíbilis, observó que el ejército púnico estaba ordenado de modo que los hispanos, soldados ciertamente vigorosos pero empeñados en un negocio ajeno, formaba el ala derecha, y la izquierda los africanos, inferiores en valor pero de espíritu más seguro; entonces replegando a su derecha el ala izquierda que había formado con sus más fuertes tropas, atacó al enemigo en formación oblicua, y una vez desbaratados y puestos en huida los africanos, fácil le fue compeler a rendirse a los hispanos, que habían permanecido aparte, a modo de espectadores.
Frontino 3,9,1. Escipión en Cartago Nova, un poco antes de bajar la marea, siguiendo, como decía, a un dios que le guiaba, se acercó a los muros de la ciudad y, al retirarse las aguas, irrumpió en ella por donde no se esperaba.
Año -210.
Frontino 1,5,12. Gayo Fonteyo Craso, en Hispania, una vez que salió a hacer pillaje con tres mil hombres, fue atacado y rodeado por Asdrúbal en un lugar desfavorable; al comenzar la noche, momento en que menos podía esperarse esto, comunicó su proyecto sólo a los oficiales y se lanzó abriéndose camino por entre los puestos de guardia enemigos.
Frontino 2,6,2. Tito Marcio, caballero romano, a quien después de la muerte de los Escipiones el ejército confirió el el imperio, como en una ocasión en que había acercado a los cartagineses, éstos lucharon enfurecidos para hacer pagar su muerte, abrió sus formaciones y les dio espacio para fugarse; de este modo se desparramaron y pudo exterminarlos sin peligro para los suyos.
Frontino 2, 10, 2. Tito Marcio, caballero romano, puesto al frente de los restos del ejército, viendo que los dos campamentos de los cartagineses distaban entre sí unas pocas millas, arengó a sus soldados, y en plena noche se lanzó al asalto del campamento más cercano. En tal desorden estaban los enemigos, llenos de confianza por su victoria, que no les dejó ni un soldado para poder anunciar su desastre. Dio a sus tropas un tiempo brevísimo para descansar, y en la misma noche, más rápido que la noticia de su hazaña, cayó sobe el otro campamento. Así, obteniendo dos veces el mismo éxito, aniquiló a los cartagineses y restituyó al pueblo romano las Hispanias que había perdido.
Frontino 1, 5, 19. Asdrúbal, hermano de Aníbal, no pudiendo pasar un desfiladero por haber ocupado el enemigo sus bocas, parlamentó con Claudio Nerón y obtuvo que se le dejase salir con la promesa de dejar Hispania, pero alargó por unos días las negociaciones, los cuales los aprovechó en hacer pasar por partes su ejército por los pasos estrechos, y a causa de los tratos poco vigilados; finalmente él mismo pudo huir fácilmente con sus tropas ligeras.
Año -207.
Frontino, 1,3,5. Asdrúbal, hijo de Gisgón, en la segunda guerra púnica, ante la amenaza de Escipión, distribuyó por las ciudades el ejército vencido en Hispania. Se consiguió con esto que Escipión, para que no agotase en el asedio de muchas ciudades, volvió sus tropas a los campamentos de invierno.
Frontino, 2, 3, 4. Publio Cornelio Escipión, quien después se llamó Africano, dirigiendo en Hispania la guerra contra Asdrúbal, general de los cartagineses, durante muchos días seguidos, presentó el ejército formado de manera que el cuerpo central estaba construido por su tropas más fuertes. El enemigo replicaba ordenando sus tropas con el mismo plan. Pero Escipión, el día que decidió entablar el combate, cambió el orden de la formación, colocando los más fuertes en las alas y las tropas ligeras en el centro, pero retrasadas; de este modo, atacando en media luna la parte más débil del enemigo con sus fuertes alas, le fue fácil derrotarlos.
Frontino, 2 ,1, 1. Publio Escipión en Hispania, Sabiendo que Asdrúbal, general de los cartagineses, hubiese formado su ejército en ayunas, contuvo hasta la hora séptima a los suyos, a los que había mandado reposar y tomar alimentos, y cuando los enemigos empezaba a retirarse a su campamento fatigados por el hambre la sed y la espera, mandó de repente avanzar las tropas, y trabando batalla, venció.
Frontino, Gayo Fonteyo Craso en Hispania, marchando con tres mil hombres para depredar, viéndose rodeado por Asdrúbal, a causa de la desigual del terreno, llevado al plan sólo en las primeras filas, al comenzar la noche, en la que habitualmente nada se suele esperar, atacó empezando por los puestos de guardia de los enemigos.
Períoso -237 a -218
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 88. Las ciudades más florecientes del interior fueron: en la Tarraconensis, Palantia y Numantia, a las que hoy sobrepasa Caesaraugusta; en Lusitania, Emerita; en la Baetica, Hastigi, Hispal y Corduba. Y si sigues la costa, cerca de Cervaria hay una roca arrojada al mar por el Pyrenaeum;
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 89. luego el río Ticis, junto a Rhoda, y el Clodianum, junto a Emporiae; después el Mons Iovis, cuyo lado opuesto al Occidente presenta prominencias rocosas separadas por breves espacios que se alzan como escalones, por lo que se llama Hannibalis Scalae.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 90. Desde allí hasta Tarraco hay ciudades pequeñas: Blande, Iluro, Barcino, Subur, Tolobi; y ríos menguados: el Baetulo, al pie del Mons Iovis, el Rubricatum, en la costa de Barcino, y el Maius, entre Subur y Tolobi. Tarraco es la ciudad más opulenta de entre las situadas en la costa; está bañada por el pequeño río Tulcis, más allá del cual se encuentra el ingente Hiberus,
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 91. que baña Dertosa. A partir de aquí el mar baña las tierras; pero éstas, introduciéndose luego con gran ímpetu, lo dividen en dos golfos por el promontorio llamado Ferraria.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 92. El primero conocido por el nombre Sucronensis, es mayor que el otro, y las aguas del mar irrumpen en él por una gran abertura que se va estrechando a medida que se interna en tierra; recibe las aguas de tres ríos poco importantes: el Sorobi (Saetabis), el Turia y el Sucro; entre las ciudades que bordean sus costas, las más importantes son, sobre todo, Valentia y la antigua Saguntum, célebre por el desastre que le originó su inquebrantable fidelidad.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 93. El otro seno, llamado Illicitanus, tiene las ciudades de Allone, e Illici, de donde viene su nombre. Enseguida las tierra avanzan sobre el mar y dan a Hipania una anchura mayor;
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 94. pero en este tramo de costa nada hay que merezca ser citado, hasta el comienzo de la Baetica, si no es Carthago, ciudad fundada por Asdrúbal, general cartaginés. En la costa que sigue (a Cartagena) hay ciudades sin nombre alguno, cuya mención aquí no la justifica sino la correlación en la cita de los nombres. Urci, al fondo del golfo llamado Urcitanus; dando a mar abierto, Abdera, Suel, Ex (Salambina), Maenova, Malaca, Salduba, Lacippo y Barbesula.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 95. A continuación la mar se hace muy angosta, y las costas de Europa y África se aproximan, formando los montes de Abila y Calpe que, como dijimos, constituyen las Columnas de Hércules; ambos entran casi por completo en medio del mar, sobre todo el de Calpe. Éste tiene la particularidad notable de ser cóncavo; casi en medio del lado occidental hay una abertura que luego, aumentando su ensanchamiento, se hace fácilmente practicable en casi toda su longitud.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 96. Más adelante se abre un golfo en el cual está Carteia, ciudad habitada por foenices trasladados de África que algunos creen es la antigua Tartesos, y Tingentera, de donde somos nosotros; a continuación Mellaria, Belo y Baesippo están situadas sobre la orilla del Estrecho que sigue hasta el Iunonis Promontorium. Este toma hacia el Occidente una dirección oblicua sobre el Océano, haciendo frente a otro promontorio de África que hemos llamado Ampelusia. Así terminan las costas de Europa bañadas por el Mar Nuestro.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 97. La isla de Gades, que sale a nuestro encuentro al pasar el Estrecho…
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 124. Las Baliares, en Hispania, se hallan frente a la costa de la Tarraconensis; distan poco entre sí, y se diferencian por el nombre de «mayor» y de «menor», que han tomado de sus respectivos tamaños. En la «menor» están los «castella» de Jamno y Mago, y en la «mayor» las colonias de Palma y Pollentia.
Pomponio Mela. Chorografía. 2, 125. Ebusos se halla frente al promontorio llamado Ferraria, que se alza en golfo Sucronensis, y tiene una ciudad de su mismo nombre. Es fértil en grano, pero aún más en otros diversos productos. No hay en ella animales dañinos, ni siquiera esas especies agrestes de condición mansa, pues no sólo no cría ninguno, sino que tampoco tolera los que allí se llevan.
(Mela continúa la descripción geográfica de la Península y sus peculiaridades)…
Período -237 a -218.
Orosio. Historias, 3,7,2. Efectivamente en el año 402 de la fundación de la ciudad fueron enviados a Roma legados cartagineses que firmaron un tratado. 4,13,1. En el año 517 de la fundación de la ciudad, el general cartaginés Hamílcar fue matado en un combate por los hispanos cuando ocultamente tramaba un nuevo enfrentamiento con los romanos. 4,14,1. En el año 804 de la fundación de la ciudad, el general cartaginés Aníbal destruyó, por fin, tras ocho meses, a Sagunto, ciudad floreciente de Hispania, amiga del pueblo romano, a la que había atacado en un primer momento, y posteriormente sitiado y reducido al hambre, la cual, sin embargo, aguantó con fortaleza todo lo digno e indigno acordándose de las promesas hechas a los romanos. Aníbal echó incluso de su presencia injuriosamente a los legados romanos enviados a él. Posteriormente, llevado por el odio al nombre de Roma, odio que él, en otras ocasiones desleal, había jurado fielmente ante el altar de su padre Amílcar cuando tenía nueve años; atravesó los Montes Pirineos siendo cónsules Publio Cornelio Escipión y Tiberio Sempronio Longo; se abrió camino con la espada a través de los ferocísimos pueblos de la Galia y a los ocho días de pasar los Pinineos, llegó a los Alpes…
Año -215.
Orosio. Historias,4,14,9. Por otro lado, sin embargo, el otro Escipión, hermano del cónsul, llevó a cabo muchos combates en Hispania, y derrotó e hizo prisioneros a Magón, general también púnico. 4,16,13. Los Escipiones, por su parte, derrotaron en una durísima batalla al general cartaginés Asdrúbal que traía un ejército a Italia; el ejército de éste se vio disminuido, en efecto, en treinta y cinco mil soldados que fueron eliminados o capturados.
Año -214.
Orosio. Historias, 4,16,14. Los Escipiones atrajeron a su servicio, apartándolos de su alianza con los enemigos y comprándolos con dinero, a soldados celtiberos, los cuales fueron el primer grupo extranjero que los romanos empezaron a tener a su servicio.
Año – 211.
Orosio. Historias, 4, 17, 12.Pero, volviendo a los hechos, en Hispania ambos escipiones son asesinados por el hermano de Asdrúbal.
Año -210.
Orosio. Historias, 4,17, 13-14. Una vez asesinados los Escipiones en Hispania, cuando los romanos estaban todos sin saber qué hacer debido al pavor que se había apoderado de ellos, Escipión, todavía adolescente, se adelantó a ofrecerse a sí mismo; y, dado que la penuria del tesoro era vergonzosa, todos los senadores, a propuesta de Claudio Marcelo y Valerio Lavino que entonces eran los cónsules, expusieron abiertamente ante los cuestores y a la vista de todo el mundo, todo el oro y la plata acuñados, de forma que no les quedó nada, sino sendos anillos colgantes de oro para sí y para sus hijos y, por medio de sus hijas y esposas, sendas onzas de oro y no más de una libra de plata a cada uno.
Año -209.
Orosio. Historias, 4, 16, 1. Escipión, a los veinticuatro años, tras obtener el mando proconsular para Hispania, y buscando en su interior la venganza, sobre todo de su padre y de su tío paterno, tomó Cartago Nova en el primer ataque que hizo, una vez atravesados los Pirineos. En ella tenían los cartagineses los soldados de más años de servicio, los contingentes más fuertes y gran cantidad de oro y plata; y allí también hizo prisionero a Magón, hermano de Aníbal y lo envió con los demás a Roma.
Año -206.
Orosio. Historias, 4, 18, 7. Escipión en Hispania, venció y echó a sus reales al general cartaginés Asdrúbal. Sometió, además, a su poderío, ya mediante la rendición, ya mediante las armas, a ochenta ciudades. Tras vender a los africanos como prisioneros, dejó marchar a los hispanos sin tomar dinero por ello.
Orosio. Historias, 4,18, 9. En el año del consulado de Nerón y de Marco Livio Salinator, cuando asdrúbal, el hermano de Aníbal, iba de Hispania a Italia a través de las Galias, llevando consigo gran cantidad de tropas auxiliares hispanas y galas, por cuanto se le había ordenado desde Cartago que se uniera con refuerzos a su hermano, fue sorprendido, sin saberlo Aníbal, por el ejército romano, al habérseles anunciado a los cónsules que ya había descendido, en rápida llegada, desde los Alpes. Fue eliminado conjuntamente con todo su ejército.
Orosio. Historias, 4, 18, 17. Entre tanto, Escipión vino a Roma tras haber sometido a la condición de provincia a toda Hispania, desde el Pirineo hasta el Océano.
Período -237 a -218.
Valerio Máximo. 3,3, ext. 7. Un esclavo bárbaro, excitado por la muerte de su amo, atacó de súbito a Asdrúbal y le dio muerte. Preso y sometido a toda clase de torturas, conservó siempre en el rostro la alegría que su venganza le había producido.
Valerio Máximo, 6,6, ext. 1. Después del desastre de los Escipiones en España…los saguntinos, lanzados dentro de sus murallas por las armas vencedoras de Aníbal, impotentes para detener la fuerza de los cartagineses, amontonaron en el foro todo lo que más querían y rodeándolo de fuego, se lanzaron a una misma y común hoguera antes que apartarse de nuestra alianza.
Año -216.
Valerio Máximo. 3,7,10. El mismo Senado, algunos años más tarde, agotadas las fuerzas del poderío romano por la batalla de Cannas, se atrevió a enviar refuerzos al ejército de Hispania.
Año -210.
Valerio Máximo, 1,6,2. Y fue igualmente augurio de feliz suceso aquella llama que brilló en la cabeza de Lucio Marcio en Hispania, jefe de los dos ejércitos que la muerte de Publio y Gneo Escipión había debilitado, en ocasión de arengar a sus tropas; pues su vista excitó a los soldados, hasta entonces temerosos, a recobrar su anterior valor, y después de matar a treinta y ocho mil enemigos y capturar una gran multitud, se adueñaron de dos campamentos cartagineses, llenos de riqueza. 2,7,15. Lucio Marcio, tribuno militar, reunió con rara energía los restos de los ejércitos de Publio y Gneo Escipión, que las armas cartagineses habían aniquilado en Hispania; y habiendo sido nombrado jefe por el voto de los soldados, escribió al Senado para dar cuenta de sus hechos, empezando de esta manera:»Marcio propretor». Pero no plugo a los senadores el uso de este honor, pues la costumbres es que los generales sean nombrados por el pueblo, no por los soldados.
Año -209.
Valerio Máximo, 4,3,1. Escipión en el vigésimo cuarto año de su edad, tomó Cartago Nova en Hispania, presagio de la toma de Cartago; habiéndose adueñado de muchos rehenes que los cartagineses guardaban allí encerrados, y entre ellos una muchacha de eximia belleza, de edad núbil, a pesar de ser él joven y célibe y vencedor, cuando averiguó que era hija de una ilustre familia celtibérica y prometida de Indíbal, el más famoso de este pueblo, llamó a sus padres y la entregó a su esposo intacta. Y aún añadió a su dote el oro que por el rescate le habían ofrecido; obligado Indíbil por tal generosidad, ganó a los romanos la adhesión de los celtiberos, correspondiendo así como debía a los beneficios recibidos. 3,7 1a. La misma confianza tuvo en Hispania. Sitiando la ciudad de Badía, emplazó a los que acudían a su tribunal para el día siguiente en un templo dentro de las murallas enemigas; se apoderó al momento de la ciudad y poniendo su silla en el lugar y hora predichos, hizo justicia.
Período -237 a -218.
Eutropio, Brev. 3,3. En el mismo año, Aníbal inició la segunda guerra púnica contra los romanos, siendo general de los cartagineses. Éste comenzó a atacar a Sagunto, ciudad de Hispania, amiga de los romanos, cuando tenía veinte años de edad, después de haber congregado unas tropas de cuarenta mil infantes y veinte mil jinetes. Los romanos denunciaron ante éste por medio de una embajada, que se abstuviera de hacerles la guerra. Éste no quiso dar audiencia a los legados romanos. Los romanos enviaron también una embajada a Cartago pidiendo que se exigiera a Aníbal que no emprendiera la guerra contra los aliados del pueblo romano. Los cartagineses le respondieron duramente. Los saguntinos entre tanto se vieron consumidos por el hambre y fueron vencidos por Aníbal y castigados con crueles suplicios. Entonces, Publio Cornelio fue enviado a Hispania con un cuerpo de ejército…La guerra fue declarada a los cartagineses.
Año -215.
Eutropio, Brev. 3, 11. Entre tanto en Hispania, Asdrúbal, hermano de Aníbal, que allí se había quedado con un gran ejército para someterla toda a los africanos, es vencido por los dos Esscipiones, generales romanos. -Perdió en la batalla treinta y cinco mil hombres, diez mil prisioneros, y veinticinco mil muertos-. Para reparar fuerzas le envía de Cartago doce mil infantes, cuatro mil jinetes y veinte elefantes.
Año -211.
Eutropio, Brev. 3, 14. En Hispania, los dos Escipiones, vencedores durante muchos años, fueron muertos por Asdrúbal, hermano de éste; su ejército, empero, permaneció íntegro, pues había sido vencido más por azar que por valor.
Período -237 a -218.
Floro, 1,22,2. Después de la primera guerra púnica, apenas hubo un descanso de cuatro años. Una segunda guerra se entabla más corta de duración -pues duró no más de dieciocho años-, pero hasta tal punto terrible por la atrocidad de sus desastres que, si alguien relatara los perjuicios de ambos bandos, el pueblo que resultó vencedor se asemejaba más a un vencido. Le quemaba por dentro a este pueblo noble la pérdida del mar, las islas arrebatadas, el pagar el tributo que se había acordado pagar. Por esto Aníbal, aún siendo niño había jurado venganza ante el altar de su padre y no quería que se retrasase. Así, pues, como pretexto para la guerra, se eligió Sagunto, antigua y opulenta ciudad hispana, memorable a la vez que lastimoso ejemplo de fidelidad a los romanos; había Aníbal prometido, por un pacto común, respetar su libertad, pero necesitando una causa para nuevas querellas, la destruyó tanto por sus manos como por las de los propios saguntinos. a fin de que, roto el pacto, se le abriesen las puertas de Italia. Los saguntinos. por su parte, agotados por un sitio de nueve meses de hambre, por las máquinas, el hierro, volvieron al fin en furia su fidelidad, y levantando una inmensa pira en el foro, se exterminan sobre ella a sí mismos con el hierro y el fuego, junto con todas sus riquezas. Se reclama a Aníbal como causante de tan gran desastre. Tergiversando los cartagineses las cosas, el jefe de la legación le dijo:»Para qué perder más el tiempo; en este seno traigo la paz y la guerra: ¿Cuál de las dos elegís? Gritando dijeron que la guerra. Y les dijo: » Recibid, pues, la guerra». Y habiéndose sacudido en medio de la curia la doblez de su toga no sin horror, como si su seno proclamara la guerra, se fue.
Año -211.
Floro. 1,22,36. Gneo y Publio Escipión, enviados a Hispania habían arrebatado a los cartagineses casi toda la provincia, pero vencidos por las insidias de la astucia púnica, perdieron de nuevo. El poder cartaginés había caído por obra de aquellas grandes batallas; pero las insidias púnicas acabaron con ellos, a uno con el hierra cuando establecía su campamento, al otro con el fuego cercándoles en una torre donde se había refugiado.
Año -209.
Floro, 1,22, 38. Así, Escipión, enviado con un ejércitos a vengar la muerte de su padre y de su tío, recuperó aquella belicosa Hispania, famosa por sus armas y por sus hombres, plantel del ejército enemigo, maestra, cosa increíble, de Aníbal en su infancia; y la reconquistó entera desde los Pirineos a las Columnas de Hércules y el Océano no puede decirse si con más rapidez o con mayor felicidad. Cuán rápidamente, lo proclaman los cuatro años que en ello tardó, cuán felizmente una sola ciudad lo prueba; pues en el mismo día que la sitió, la tomó…Es seguro empero, que lo que da mayor provecho fue para la conquista de la provincia, el cual restituyó a los bárbaros todos los jóvenes y doncellas notables por su belleza, no permitiendo que fuesen conducidas a su presencia para que no pareciera que les había quitado algo de su virginalidad aunque no fuese más que con la vista.
Período -237 a -218.
Cornelio Nepote. Vida de los grandes capitanes extrajeros. 3,1. Amílcar. Una vez llevada a cabo esta restauración con pleno éxito, lleno de confianza en el futuro y de aversión hacia los romanos, y deseoso de encontrar más fácilmente una excusa para la guerra, se hizo enviar como general en jefe al frente del ejército a Hispania, adonde llevó consigo a su hijo Aníbal, que contaba entonces nueve años. 3,2. Tenía también a su lado a un joven distinguido, de agradable físico, Asdrúbal, acerca del cual se rumoreaba que sus relaciones con Amílcar no eran muy honestas, pues a malignidad no podía dejar de atacar a un hombre de tan grandes virtudes. A consecuencia de ello, el censor de las costumbres les prohibió verse. Pero él dio a su hija en matrimonio a este joven, pensando en las costumbres cartaginesas que no permitían separar a suegro de yerno. 3,3. Si el nombre de Asdrúbal había podido entrar en estas líneas se debe a que, después de la muerte de Amílcar, fue él quien asumió el mando; llevó a cabo grandes cosas y fue el primero que, con sus distribuciones de dinero echó a perder las antiguas costumbres de los cartagineses; una vez muerto éste, le sucede Aníbal, ya que los soldados le otorgaron el mando supremo. 4,1. En cuanto a Amílcar, habiendo atravesado el mar, llegó a Hipania, y llevó a cabo grandes hazañas, favorecido por la fortuna; pueblos muy poderosos y muy belicosos cedieron a su empuje, y él enriqueció el África con caballos, armas, prisioneros y dinero. 4, 2. Estaba él pensando en partir hacia Italia, cuando a los ocho años de su llegada a Hispania, en una batalla que sostuvo contra los vetones, fue muerto. Su odio tenaz a los romanos fue lo que más contribuyó, al parecer, a que se declarara la segunda guerra púnica, ya que Aníbal, su hijo, movido por las continuas peticiones de su padre, llegó a preferir la muerte a renunciar a medirse con los romanos.
Cornelio Nepote. Vida de los grandes capitanes extranjeros. Aníbal, 1,1. Aníbal, hijo de Amílcar, cartaginés. Si aquello de que nadie duda puede considerarse verdadero (que el pueblo romano ha superado a todos los demás pueblos en valor), no se puede negar que Aníbal aventajó a todos los demás generales en prudencia y en astucia en tanto grado como el pueblo romano aventaja a los demás pueblos en valor. 1,2. Cada vez, en efecto, que entró en lucha con este pueblo en el suelo italiano, consiguió una victoria. Si dentro de su patria sus propios conciudadanos no hubiesen roto sus fuerzas por su malevolencia, parece que los romanos habrían tenido que confesarse vencidos. Pero las actitudes envidiosas de la multitud vencieron el valor de un hombre. 1,3. A pesar de todo, considerando su patrimonio la aversión heredada de su padre respecto a los romanos, lo conservó con tanto cuidado que murió sin haber renunciado a él; expulsado de su patria y obligado a pedir ayuda de otro, no dejó nunca de hacer, en su corazón, la guerra a los romanos. 2,1. Pues sin hablar de Filipo, a quien desde lejos inspiró sentimientos de hostilidad hacia los romanos, no hubo, en la época que nos ocupa, rey más poderoso que Antíoco y encendió tal ardor guerrero en este rey que, desde las lejanas orillas del Mar Rojo, preparó una invasión a Italia. 2,2. Fueron a su corte delegados romanos encargados de sondear sus intenciones y de trabajar por medios ocultos para hacerle a Aníbal sospechoso, haciéndole creer que ellos lo habían corrompido y habían hecho cambiar sus sentimientos. Estos esfuerzos no fueron infructuosos. Aníbal lo supo y se dio cuenta de que en las reuniones íntimas del Consejo se le mantenía a él alejado. 2,3. Entonces, aprovechando una ocasión, abordó al rey y le recordó las numerosas pruebas que él había dado de fidelidad a su palabra y de aversión a los romanos, y luego añadió: «Mi padre Amílcar, cuando yo era aún muy niño y no había pasado de los nueve años, en el momento en que partía para Hispania como general en jefe y abandonaba Cartago, inmoló víctimas a Júpiter Óptimo Máximo. 2,4. durante esta ceremonia religiosa, me preguntó si quería partir con él a la guerra. Yo acepté en seguida y me puse a suplicarle que me llevara sin vacilar; entonces él me dijo: Lo haré si prestas el juramento que te pido. Inmediatamente me condujo al altar en que su sacrificio se estaba realizando y, habiendo hecho apartar a todos los asistentes, me hizo poner en él la mano y jurar que nunca iba a hacer alianza con los romanos. 2,5. Y yo he observado este juramento prestado a mi padre, sin faltar a él hasta este momento de mi vida, y lo he hecho con tanta religiosidad que nadie puede dudar que en el futuro mis sentimientos nos puedan cambiar. 2,6. Así, pues, «¿tienes tú alguna intención benévola respecto a los romanos? Serás prudente si me la ocultas; pero cuando te prepares para combatir contra ellos, será descuidar tus intereses poner a otro que a mí al frente de esta empresa». 3,1. Así, pues, a la edad que he dicho, acompañando a su padre, partió hacia Hispania. Una vez muerto éste, Asdrúbal ocupó su lugar como general en jefe y él estuvo al frente de toda la caballería. Muerto también Asdrúbal, el ejército le confirió el mando supremo. Este voto fue comunicado a Cartago y recibió una sanción oficial. 3,2. De esta manera Aníbal, que no tenía aún los veinticinco años, llegó a ser general en jefe. en los dos años que siguieron a este nombramiento, sometió a todos los pueblos hispanos por la fuerza de las armas. Sagunto, ciudad aliada de los romanos, fue tomada al asalto. Tres ejércitos muy fuertes fueron puestos en pie de guerra por él. 3,3. De estos tres ejércitos, el primero fue enviado a África, el segundo fue dejado en Hispania, con Asdrúbal, hermano de Aníbal. El tercero guiado a Italia por él mismo. Franqueó las montañas de los Pirineos. No pasó por ningún lugar sin trabar combate con los naturales del país y en todas partes venció. 3,4. Llegó al pie de los Alpes que separan Italia de la Galia y que antes que él nadie había pasado al frente de un ejército, excepto el Hércules griego -y de esta hazaña recibió el lugar el nombre de Montañas Griegas-. Al ver que las poblaciones alpinas se esforzaban en cerrarle el paso, las destrozó, se abrió camino, construyó rutas y consiguió que un elefante cargado con su equipaje pudiera avanzar por allí por donde anteriormente un hombre solo y sin armas apenas podía trepar; por ahí hizo franquear los alpes a sus tropas y llegó a Italia.
Año -209.
Cornelio Nepote, De vir ill. 49. Escipión a la edad de veinticuatro años fue enviado como pretor a Hispania, y tomó a Cartago Nova el mismo día de su llegada. Prohibió que se trajese a su presencia a una joven bellísima, a cuya vista corrían todos, y fue garante de ella ante su padre. Expulsó de Hispania a Asdrúbal y a Magón, hermanos de Aníbal.
Año -209.
Aulo Gelio, N. A. 7,8,3. Publio el primer Africano, a quien presentaron después de la toma de Cartago Nova, gran ciudad de Hispania, una joven cautiva, de gran belleza, hija de un noble hispano; y la devolvió intacta a su padre. 6,1,8. Escipión asediaba una ciudad de Hispania, fuerte y bien provista de fortificaciones y defensores, así como abundantemente aprovisionada; ninguna esperanza había de tomarla. Un día, Escipión estaba en el tribunal haciendo justicia en un lugar del campamento desde donde se veía a lo lejos la ciudad. Entonces uno de los soldados que se había presentado ante su tribunal le preguntó, según la costumbre, qué día y qué lugar señalaba para su causa; Escipión extendió la mano hacia la ciudadela de la ciudad sitiada, y dijo:» Compareced allí pasado mañana». Y así se hizo. A los tres días de haber hecho el señalamiento se tomó la ciudad y aquel día estableció su tribunal en la ciudadela.
Período -237 a -218.
Justino, 44,5,4. Mas tarde, animado por los auspicios de la primera expedición, enviaron al general Amílcar con un ejército mayor a ocupar la provincia; éste llevó a cabo grandes hazañas, pero siguiendo ciegamente a su fortuna, fue llevado a una emboscada y murió. 44, 5, 5. Asdrúbal murió a manos de un esclavo hispano que así vengaba a su dueño. 44, 5,6. Pero les sucedió el general Aníbal, superior a los dos, si es cierto que, sobrepasando las hazañas de ambos (Amílcar y Asdrúbal) sometió a toda Hispania.
COMENTARIO SOBRE CORNELIO NEPOTE
Efectivamente, según este autor, Aníbal no gozaba de la confianza unánime de su Senado. Es cierto que los éxitos se siguieron unos a otros, empezando por Sagunto y terminando por Capua y Tarento. Pero no dice nada sobre su acercamiento a Roma, donde probables prejuicios lo frenaron. Esos prejuicios se pueden justificar por la falta de ayuda para reponer su desgastado ejército al no estar dispuesto Cartago a enviarle tropas de refresco a Italia, el fracaso de su hermano, la pérdida del dominio de Hispania, la inseguridad en Italia; todo ello hicieron vacilar a la hora de pensar en crear un imperio desde Roma: tuvo miedo sin paliativos. Anibal no fue expulsado por Cartago, sino que huyó y se puso al servicio de otro enemigo de Roma. Escipión puso la guinda para que perdiera la confianza de su propio pueblo cuanto prácticamente antes las puertas de su ciudad, recibió la derrota más humillante de su vida. Y se fue a la corte de Antíoco III, poderoso y enemigo del pueblo romano. Como estratego sólo tuvo el efímero apoyo de Siria que, por las envidias que despertaba, acabaría abandonando su corte y marchando al Asia Menor, Bitinia, como se verá más adelante.
CONCLUSIONES
Qué duda cabe que Aníbal fue un gran general, que su carrera militar fue fulminante y triunfal. Desde su niñez dio pruebas evidente de se valía personal. Se podría decir que lo manipularon, lo educaron para ello. Le enseñaron a odiar. Máxime por su padre, quien lo obligó a jurar ante el altar de los dioses que odiaría a muerte a los romanos, no a un enemigo cualquiera. En ningún momento hemos visto un gesto de compasión hacia alguien. Si perdonaba a algunos enemigos, siempre llevaba una segunda intención: atraerse a su bando al enemigo bajo la apariencia de un gesto de bondad. A través de su historial militar no se registra más que acaparar enemigos reconvertidos para incrementar su poderío frente a los romanos.
No cabe duda de que las tropas cartaginesas en Hispania tuvieron éxito, y que llegaron a dominar prácticamente toda la Península, pero también hay que reconocer que en la Segunda Guerra Púnica los cartagineses tuvieron la suerte de frente: un pequeño fallo estratégico de los Escipiones con muy mala suerte, provocó un verdadero desastre a las fuerzas romanas. Momentos que los cartagineses aprovecharon, y muy bien, para apoderarse por completo de toda Hispania. Ya antes Amílcar consiguió algo similar a su llegada, pero tanto él como su yerno tuvieron un descalabro tan importante que acabó con sus vidas. Momento que Aníbal, aprovechando su fama y apoyo del ejército, se erigió en general de todas las tropas. Desde entonces Roma se sintió peligrar y puso en marcha la maquinaria militar en manos en Publio Cornelio Escipión, quien nada más llegar puso en jaque la nueva metrópoli cartaginesa en Hispania. Este éxito le empujó a seguir en persecución de los cartagineses que huían hacia el sureste de la Península, y en las cercanías de Carmona se dio la batalle de Alalia (-206). Tras esta derrota tuvieron que pasar e África porque Escipión era imparable en su recuperación del territorio y poblaciones perdidas.
Aníbal ya había iniciado su difícil viaje hacia Italia, con un gran ejército y muy complejo. Superó los Alpes y entró en las llanuras italianas donde se iniciaron sus batallas contra Roma. Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas. Todas triunfales, muy bien llevadas y dirigidas con una estrategia impecable, dándose la circunstancia de que casi todos los éxitos tiene lugar en las cercanías de los ríos.
La psicología de Aníbal era muy peculiar. Él sabía muy bien que tenía un ejército complicado y heterogéneo. Estuvo dieciséis años combatiendo prácticamente con los mismos hombres que se había traído de África y de Hispania. Pero, a pesar de todo esto y de parecer que todo el mundo lo comprendía y estaba contento con él, jamás se fió de nadie. Cambiaba de lugar siempre que dormía y su ropa no era la misma. Sufrió como nadie hasta llegar a perder un ojo por infección. No disponía de guardia personal nada más que cuando iba a enfrentarse a algo o al enemigo. Pero sí cuidaba, por su bien, que sus soldados no sufrieran escasez de víveres: ni hombres ni animales. Es un tanto extraño que Aníbal se dirigiera al sur en lugar de enfrentarse de forma contundente a Roma. Si dirigió a Tarento, donde tuvo algunos percances que acabarían pasándole factura. Estaba tan seguro de su victoria que no reparó en nada. Relajó la disciplina militar y eso acabó pagándolo. Se dio cuenta de que su ejército necesitaba una reposición de hombre, necesitaba gente nueva. Pidió ayuda a Cartago pero fracasó su envío. Lo mismo que su hermano con todo su ejército que fue destruido por fallar la comunicación entre él y sus compatriotas. A tal punto llegó la situación que se vio obligado a marcharse de Italia y dirigirse a Cartago, en cuyas cercanías le esperaba ya Escipión el Africano. Se produce un enfrentamiento entre ellos que acaba con una tremenda derrota de Aníbal y su ejército. Se marcha a Cartago y allí trató de desempeñar un cargo de sufete, que no desempeñó honradamente y se vio obligado a marcharse a la corte del Rey Antíoco. La razón por la que buscó esta amistad no es otra que este rey era un acérrimo enemigo de Roma. Fue bien recibido porque conocían bien la campaña exitosa de Aníbal contra los romanos, y eso jugaba a favor de las pretensiones que planeaba Antíoco. Pero situaciones politicas en actuaciones particulares de Aníbal en la corte del rey hicieron que Antíoco perdiera la confianza con él. Lo cual no paso desapercibido para él y se vio obligado a marcharse y refugiarse en Bitinia, donde las cosas tampoco le fueron bien y acabó con su vida.
Pero sin lugar a dudas Aníbal fue un estratego genial como tal y hubiera llegado más lejos si las circunstancias de su situación en Italia hubiera sido otra. Si Roma hubiera sido atacada cuando estuvo delante de ella, probablemente la cultura occidental hubiera sido diferente a la que hoy tenemos.
BOBLIOGRAFÍA USADA
Los autores clásicos más usados son: Livio, Polibio, Apiano. La mayoría o están muy fragmentados, o tienen muchas lagunas, o poca credibidad de los hechos históricos de la época que tratamos. Nos centramos fundamentalmente en el personaje militar Aníbal y sus hazañas bélicas contra Roma.
Adolf Schulten, y P. Bosch Gimpera, HISPANIAE ANTIQUAE III: Las Guerras desde -237 a -154. Universidad de Barcelona, 1935.
Eustaquio Sánchez Salor. Orosio, Historias, I-IV. Editorial Gredos, Madrid, 1982.
Manuel Balasch Recort, Editorial Gredos. Madrid, 1981.
Manuel Balasch Recort. Polibio, L. I-IV. Editorial Grados. Madrid, 1981.
Antonio Sancho Royo. Apiano. Editorial Gredos. Madrid, 1980.
Granada, 28 de Septiembre de 2021.